Librería
Español
Capítulos
Ajuste

El contrato

Estaba en sus manos.

Él lo sabía y lo expresaba con su actitud sobrada, y yo también lo sabía. El pánico en mis ojos me delataba.

No sabía como había llegado hasta allí, pero lo estaba. Estaba en sus manos y no imaginaba cuánto. En ese momento me hubiese gustado muchísimo saberlo, y eso hubiese evitado pasar por todo lo que vino después... Pero no tenía modo de saber nada más que mi comprometida situación.

No tuve más remedio que asentir, confirmando para los dos, lo que ya estaba más que claro y que a su vez, aceptaba lo que sea que estuviera proponiendo.

¿Quién acepta algo sin saber qué es?... Pues los desesperados como yo. Y me debo el decir... los ilusos como yo.

Aquel hombre, sabía que había cometido un crimen. Se había quedado a verlo todo desde su privilegiada primera fila y no había hecho nada por ayudarme a no delinquir, más bien había esperado que sucediera, justo como él necesitaba que pasara, para luego usarlo a su favor. Había manipulado la escena y estaba más que segura, que podría hacer ver, que lo había hecho yo, de ser necesario.

Se había encargado de despedirme de mi trabajo, sin mi permiso. Había preparado un sin número de situaciones que me impidiera negarme y me pusieran bajo su absoluto control. Y finalmente, llegué a la conclusión de que en caso de salir indemne de todo esto, ya no podía volver al bar. O a mi vida de antes, por muy miserable que fuera.

Huir sería una opción agotadora, sobre todo para alguien sin apenas recursos, así como sin proyectos sólidos para hacerlo.

Y mientras más me encaprichara en llevarle la contraria, estaba segura, que más cosas acabaría poniendo en mi contra con tal de efectuar su compra. Nadie que se tomaba tan a cabalidad un suceso como el que estábamos viviendo, se permite cabos sueltos o finales a medias y lejos de sus intereses iniciales.

Aún no sabía, qué quería comprar, pero era un hecho que algo tenía yo que venderle para que él me persiguiera como lo hacía.

La policía había venido por un llamado anónimo.

El mismo Alexander abrió la puerta y desde allí, me miró intimidante y peligroso, justo al lado de los agentes que me preguntaban si había algún problema pues los mandaron al sitio, por un supuesto alboroto público.

Su mirada y su sonrisa sardónica me decían, que el futuro de mi vida, dependía de su respuesta.

Y respondió enseguida que me vió suspirar resignada, aceptando con mi gestualidad su propuesta.

Sabiendome sin opciones y a su absoluta piedad, les dijo que no había más alboroto en aquella casa, que el de los enamorados que éramos.

¡Maldito cínico mentiroso experto!

— Mi novia y yo, estamos compartiendo un momento... — se detuvo causando intriga — decisivo de nuestras vidas — mentía con frialdad — y tal vez, se nos ha ido un poco de las manos la discusión, pero en realidad, no pasa nada, oficial.

El uniformado nos miraba, observando la diferencia de aspecto que teníamos.

Él elegante y con inevitable presencia millonaria, en medio de un bajareque de casa, con una novia muy guapa sí, pero con más aspecto de mucama que de novia de alguien como él.

Cuando lo ví caminar hasta mí, rodear mi cintura con sus manos y pegar mi cuerpo al suyo, hablando en mi boca, no pude evitar aguantar la respiración.

Nos miramos a los ojos, ardientes de furia. Llevé mis manos a sus brazos y las suyas subieron por mi espalda, saboreando la piel con las yemas de sus dedos. Mi ropa le permitía sentir mi tacto directo a mi piel.

Su nariz colindando con nuestro desafío visual  y esos ojos fijos en los míos me supieron a fuego, lujuria y deseo.

No sé porqué, pues en realidad, su gelidéz no encajaba en aquel momento ardiente.

— ¿Entonces corazón, aceptas ? — me preguntó haciendo ver que me pedía posiblemente matrimonio, o algo parecido.

Los malditos policías parecían estar viendo una peli romántica, solo les faltaba darse las manos y besar sus nudillos, soltando suspiros de enamorados.

Malditos imbéciles que eran incapaces de notar la coacción en la escena.

— Sabes que sí, mi vida — pronuncié aquel mi vida con total convicción, en qué él, sería mi vida de ahora en más. Pues evidentemente, mi vida le pertenecía ahora.

Nos miramos por un corto tiempo más y cuando lo ví, intensionadamente, acercarse más a mi boca, temblé.

El impacto fue inexplicable.

Una mezcla entre frío y calor, brasas ardientes derritiéndose por el hielo, consumiéndose una a la otra.

Lo más extraño, es que todo venía de él. Tan helado como cálido. Tan frío como ardiente. Tan él sin ser él.

Un beso a ojos abiertos. Ojos que se gritaban tanto sin poder decirse nada. Ojos asustados y asombrados y ojos, que se prometían cosas que no debían ser prometidas y menos, por personas que se despreciaban como nosotros lo habíamos... O al menos debíamos hacerlo.

Un beso sin lengua, corto pero profundo. De rostros aguantados y suspiros descontrolados. Un beso confuso que no tenía explicación y no intentáramos dársela tampoco. Un beso, a secas.

Con cuidado separé nuestras bocas y nos miramos unos segundos más, hasta que los agentes culpables de mi humillación, se disculparon y marcharon de mi casa, dejándome sola con el señor Mcgregor.

— ¿Le importaría soltarme? — sus manos aún me sostenían. Parecían haberse anclado a mi cuerpo y no sabía cómo me sentía a ese extraño respecto.

Esa simple pregunta se llevó la magia que nunca existió. Era como cuando crees sentir algo que sabes imposible.

Cuando sus muñecas liberaron mi silueta, las llevó a los bolsillos de su traje dejando fuera, solo el elegante reloj.

Un Rolex de oro sin dudas.

Pasé el dorso de mi mano por mi boca y me limpié todo rastro imaginario de sus labios sobre los míos.

Aquel gesto de desprecio no le pasó desapercibido; pero sin embargo no parecía importarle mucho.

— Toma solo documentos personales y alguna cosa de importancia para tí — dijo con desdén y me hizo ademán para que me apurara.

Había tantas cosas que quería saber; pero tenía las posibilidades de controlar las situación en el subsuelo. No existían prácticamente. Me quedaría sin saber lo principal... ¿Que demonios quería comprar?

Cerré la poca casa que tenía y solo tomé lo que me había indicado. Sumé algunas otras cosas, entre las que estaban un ínfimo número de ropa interior y alguna que otra prenda de vestir desgastada.

El cargador de mi añejo celular, que casi parecía ser de antes de nuestra era y poco más.

Deslicé las manos por las desgastadas paredes de aquella casa, que había sido el único espacio donde me sentía en calma, mientras perpetuaba una despedida triste de lo último a lo que podía aferrarme además de mi memoria.

Mis padres me habían traído a este pueblo desde pequeña y aunque no habíamos hecho muchas amistades, alguna historia sí guardaba esta casa.

Desprenderse de algo tan personal, como la casa donde está la mayor parte de tu escencia, tu crecimiento, memorias..., es duro. Triste. Desolador. Sobre todo si esa historia es familiar y profunda.

Cuando bajé, lo ví en la parte baja de la escalera, esperando por mí y me faltó el aire.

¿Cómo podía alguien tan sensual, ser tan cruel?

¿Cómo podía aquel rostro endiosado pertenecer a un demonio?

Y, ¿Cómo podía yo fijarme en una cosa como esa?... ¿En un momento como aquel, y en un hombre como él?

— Deja de mirarme y muévete, que no tengo toda la vida para esperarte y tienes que firmar el contrato — solo de oírlo, crudo, cruel, frío y sin emoción aparente,  sentí que  el bolso que llevaba cayó al suelo en respuesta a mi ira y dando golpes con mis zapatos por la madera de los escalones llegué a su altura, un escalón por encima de su posición, claro está. Este tipo era enorme.

— No hablamos de ningún contrato — dije viendo aquellos malditos ojos azules. Pozos de mar helado que te ahogaban en su intensa inmensidad.

— Todo lo negociable requiere un contrato — me indicó con su mano que pasara al comedor de mi propia casa.

Incluso tuvo la falsa cortesía de abrirme la silla para que me sentara cuál galán educado y cortéz.

Sin embargo a mí no me engañaba su absurda marca registrada en caballerosidad.

— En dos meses será mi cumpleaños — comenzó a decir sin tomar asiento, esperando a que yo finalmente lo hiciera — será un lunes y por eso, el sábado anterior daremos una fiesta, ese domingo nos despediremos tú y yo y el lunes  se hará mi compra — era tan prepotente que daba todo por sentado, lo tenía más que previsto él — lo tomaré como tu regalo de cumpleaños, corazón.

—¿Por qué me llama corazón? — pregunté mirando los papeles que tenía delante. Una vez que finalmente me senté.

— No quiere saberlo— respondió sonriente. Dió la vuelta por detrás de mí y se inclinó, apoyando una mano sobre la mesa simplemente.

— Resulta que sí quiero — me atreví a llevar mis ojos a los suyos y ambos nos soportamos las miradas bélicas que nos dedicamos.

—Pues porque eres mi corazón— evadió los fundamentos. Y terminó diciendo absolutamente nada.

—Sigo sin entender.

—Mejor para ti— contestó seco.

—Esa respuesta no me llena.

— No me interesa llenarte— sentí un doble sentido en esa respuesta.

— Podía hablar más en serio— pedí educadamente. Sin embargo entrecerré los ojos para él.

—Que no entiendas lo que digo no significa que no esté respondiendo tu pregunta  —me estaba llamado idiota, cuando el idiota era él.

—¿Por qué es tan prepotente?

—Porque lo soy...

Al menos eso último lo dijo en tono sincero.

Decidí suspender mi contrapartida. Se adivinaba que perdería mi tiempo si lo hacía.

Finalmente se sentó frente a mí. Sacó un bolígrafo de su saco y lo puso con fuerza sobre la anciana mesa.

— Puedes corroborar lo que diré si lees, pero lo haré más sencillo — lo escuchaba a sabiendas de que no había posibilidad de negarme a firmar — las condiciones son pocas pero inamovibles — asentí — durante este tiempo, dormirás en mi cama, cuidarás tu salud, buena alimentación, ejercicios a diario y cero vicios. Hablarás solo lo necesario y sobre todo, no intentes entender nada..., porque no lo harás.

— No voy a acostarme contigo — dije con firmeza, puntualizando lo único que más pavor me daba.

— Todas las noches lo harás — iba a hablar y me lo impidió con su discurso — si te preocupa el sexo, tranquila que no me interesa follarte — la manera de pronunciar aquella palabra y de mirarme la figura mientras lo hacía, me erizó la piel.

— Como te decía — me regañó con su gestualidad— vivirás conmigo y  yo seré el único hombre en tu vida — aquello me supo raro — no saldrás si no es conmigo y no quiero que veas a nadie sin mi permiso.  Tu cuerpo será mío, solo para verlo, no pretendo tocarlo, pero no quiero que lo escondas de mí.

Aquello me dejó en shock. No sé si podría mostrarme desnuda frente a este hombre. Justo él, que daba tanto miedo como deseo.

Mi incendiado cerebro me avisó, que no había más remedio, que podría mostrarme desnuda, pues no tenía traumas y era hermosa, pero que dios me ayudara a que no me tocara.

Nos miramos un poco, como sopesando mi ausente respuesta.¿Que podría decir? No había nada que pudiera impedir que firmara los papeles. Solo una cosa había y ese sería el dato decisivo.

El me miró inquieto.

— ¿Me dirás ya lo que tengo que venderte ? — negó sin responder.

Entonces decidí, que si tan importante era su compra, debía revalorizar mi venta.

— Te haré dos preguntas y pediré una cosa a cambio de firmar esto y cumplir con lo que exiges de mí, que no es poco, teniendo en cuenta que no sé ni que es — dije rezando porque quisiera ceder. Sabía que no había marcha atrás pero tenía que intentarlo.

— Estas serán dos preguntas que responderé porque así lo deseo. Pero no te equivoques Loreine — que bien se escuchaba mi nombre en sus misteriosos labios — yo no respondo ante nadie. Nunca...

No podía dejar de mirar esa boca, esos dientes inmaculados, ese rostro tan duro como hermoso.

¡Maldito ser!

— ¿Lo que voy a venderte ya lo poseo? — mi pregunta era básicamente, para garantizar que no quisiera un hijo mío. Aunque dijo que no tendríamos sexo, hay otras formas de tener hijos y eso jamás lo vendería. Prefiero la cárcel.

— ¡Sí!— su escueta respuesta no daba pistas, pero al menos respondía mi pregunta.

Se quedó esperando la otra pregunta y proseguí.

— ¿Que diremos cuando tu familia o tus conocidos pregunten por mí, por quién soy, asumiendo que me vean? — al menos el día de la fiesta de cumpleaños me verían, supuse.

— Nadie se atrevería a preguntar — afirmó sin titubear y con total convicción —mi vida, mis decisiones y mis compras son indiscutibles. No doy explicaciones. Nunca me las dieron, hoy no tengo porque darlas.

Aquella respuesta me supo a reclamo, más para su vida que para mí. Era casi un grito de ayuda no escuchado. Había resentimiento y amargura escondidos detrás de aquella respuesta suya. Lo sabía, era evidente.

— Ahora pide lo que sea que vayas a pedir y firma. Quiero dormir — una vez accediera, me daría un futuro y una cárcel de dos meses. Me sentía una prostituta.  Pero por lo menos no me tendría que acostar con el. Sexualmente hablando.

— ¡Quiero diez millones de dólares el día de tu cumpleaños! — hablé rápido pensando que luego de mi obsena exigencia económica, él reclamaría, pero...

— Hecho. ¡Firma!

La velocidad de su respuesta me dejó vacía de suposiciones. Estaba sin tiempo para pensar en más excusas y creía que él tampoco me permitiría perder más de su caro tiempo.

No leí nada, porque alguien tan meticuloso y con un plan tan estudiado no tendría porque manipularme con la parte más banal de esta historia. Ya todo estaba dicho y lo que faltaba por decir, no sería pronunciando por él. Lo había dejado más que claro.

Firmando allí, asumí que estaba perdiendo algo valioso que no sabía que tenía, pero que obviamente lo hacía.

Solamente esperando que no me hiciera demasiada falta el día que lo vendiera. Fuese lo que fuese.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.