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La visita

Helena Douglas

El viento me soplan en la cara con tanta fuerza que se me nubla la vista y estiro la mano hasta la guantera de mi Mercedes Benz azul, para tomar los gafas de sol y ponérmelas.

Es un gesto que me recuerda a él, otra vez. Le encanta verme con ellas y ese simple recordatorio hace que me las quite y las lance por encima del parabrisas del coche. Voy sin capota. Solo quiero sentir que respiro otra vez.

Tengo solo veinte años y ya me han roto el corazón.

Mi novio...bueno, mi ex, me puso los cuernos con mi mejor amiga de la Uni y he salido pitando del campus. Solo he dejado en claro que hemos roto para siempre y me he largado. Las clases se han quedado en espera y yo me fui. No quiero verlos y no quiero tener nada en este instante que me recuerde a ellos. Ni siquiera unas putas gafas.

—Estoy llegando papá —respondo la video llamada de mi padre.

—Cariño...lo siento mucho.

¡Uff! Solo he oír el tono ya sé que algo que no me gustará va a pasar.

Miro la pantalla mientras intento mantener la conducción correcta y los ojos azules del hombre más oscuro y dañado que conozco aparecen justo al lado de mi padre.

—Hola, Helena —es tan seco para hablarme. Aunque incluso así, me resulta sexy. Es un madurito exquisito.

—Sonríe un poco —le pincho y rueda los ojos —. Tu cara de amargado está desaprovechada Adrian, deberías intentarlo con alguien más. Yo no me asusto por ella.

—Esto no va a salir bien, Max —le advierte a mi padre y me ignora del todo.

—¡Que sí, joder!¡Cállate! –discuten entre ellos y tomo la curva para la casa de papá.

—Todavía estoy aquí —digo para los dos y estaciono el coche —. Cariño no te bajes...

Las palabras de mi padre me ponen nerviosa y de pronto me doy cuenta de que Adrian, el mejor amigo de él y primo político —porque mi padre es adoptado—, no están en la misma pantalla. Es una conversación desde tres sitios.

—¿Dónde estás, papá?

Veo a Adrian morderse el labio inferior y me roba un segundo la concentración. Sí, está buenísimo y a pesar de sus cuarenta y tres años cada día mejora. Es como el jodido buen vino y no tener esposa ni hijos cotiza mucho más su condición de soltero maduro con experiencia.

¡Vamos...que me encantaría follarme a ese hombre en jodidas y malditas repetidas veces!

Pero es tan estirado y recto y serio y pesado y ufff, tan amargado que no podrá ser. Es una utopía que se ríe de mi y mi libido desatada.

—¡Te quedarás dos días con Adrian!

¡Dios mío!¡Esto no está pasando!

No me puedo quedar con él para superar mi ruptura de la forma en que quiero. No lo aprobaría ni me permitiría ser espontánea.

Mi jodido ex me ha puesto los malditos cuernos, quiero follarme a todo lo que se menea para olvidarme de lo patética que ha quedado mi cara de asombro al verlo con mi mejor amiga del campus y Adrian, su edad de abuelo y las conductas célibes que de seguro adopta no riman con mi intención de vivir la vida loca estos días hasta que me vaya con Amelie a la mansión Douglas.

—Papá, no me jodas —reprocho sin que me importe el otro observador.

—¡Eso...! —repite el sexy ojitos azules —. No nos jodas a los dos. Por favor.

Lo siguiente que sucede es que estoy en casa de Adrian Douglas, una super mega mansión de periferia aparcando mi Mercedes y viéndolo venir hasta mi en shorts, abdominales torturadoramente marcados y mucha agua rodando por toda esa piel desnuda hasta los pies mientras me bajo las gafas mordiendo mis labios con ganas de poder morderle la boca protestona a él.

—Considérate bienvenida y diluyete por mi casa, solo no me molestes.

Alzo una ceja pensando en la que le espera a este espécimen los siguientes días, y lo que me espera a mí... a su sexy lado.

Adrian Douglas

—No tío, joder, no me hagas eso.

Max está de viaje y pretende que me quede con su hija en mi casa. Esto no puede ser. Esa niña salió a su madre y no me apetece estar haciendo de niñera de una cría de veinte años y sus incesantes selfies para el instagram.

¡Tenía una cita en el club!

¡Joder!

—Necesito que me ayudes y te quedes a mi hija dos días.

—¿Dos días? —vocifero al teléfono —. Dios, que pesadilla... oye que tengo una vida.

¿No podía dejarla con mi tío Carter, ni con mi tía Aitana, incluso con mi madre...?

¡No! ¡Me la encasqueta a mí!

—Y yo no estoy en el país —retoma mientras resolplo —. El imbécil del novio la ha dejado tirada —explica como si quisiera saberlo —, mientras voy y le parto las piernas...cuídala.

—Tu no partirías nada...

Alzo la barbilla y miro al cielo sobre mi piscina donde dos rubias deliciosas se besan mientras esperan que termine de hablar con mi amigo y resoplo.

Es un gran tío, no lastimaría ni a una abeja. Yo en cambio...un poco menos.

—Porfa... —insiste —, te deberé una.

—Me debes cientos y con esta, miles —aplaude sabiendo que claudiqué —. Hace cinco años no veo a Helena y no parece haber dejado de ser insufrible y mimada. La que me has liado.

Max se pone hacer una video llamada con su hija mientras me deshago de mis invitadas. Helena está llegando y no quiero que vea cosas de mi, que normalmente no muestro. Para ella soy el tío Adrian, un viejo amargado y así debe seguir siendo.

Hace cinco años cuando su madre murió, ella empezó a ser muy difícil de controlar. Incluso a esa edad Max no podía mantenerla a salvo y decidió internarla lejos, así ha mantenido sus locuras a raya hasta ahora, que me la emcasqueta a mi.

¡La que me faltaba!

Pero bueno, serán solo dos días. Espero que podamos llevar la fiesta en paz y en mi propiedad, salir...no podrá. Al menos una vez dentro sabré que está a salvo y lejos, le daré el ala oeste de la casa con su respectiva piscina para que descanse y no tenga que sufrir su demencia en carne propia.

Ya vendrá Max para eso de regreso de su viaje.

...O eso espero.

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