6. Las presentaciones y problemas
—Me parece muy bien. Voy a ver cómo está mi primo. Puedes hacer lo que quieras con mis maletas y gracias —le dije mientras salía y cruzaba el pasillo para ir a la habitación de mi primo.
Entré a la habitación y vi a la otra chica enfrascada en las maletas de mi primo y este se encontraba boca abajo en su cama, su habitación era idéntica a la mía.
Me acosté al lado de él y lo abracé. Él no me miró ni habló. Solo me abrazó y enterró su cara en mi cabello y comenzó a llorar. Lo calmé con palabras suaves y le dije que estaríamos bien. Después de unos minutos él dejó de llorar y me miró a la cara.
—Lo siento Jul... —me dijo secándose las lágrimas con las manos—, lo siento tanto.
—¡Ey! ... por qué lo tienes que sentir, ni tú ni yo somos culpables de esto —le dije mirándolo.
—No lo digo por eso, de eso estoy claro —expresó.
—¿Entonces por qué me estás pidiendo disculpas? —le pegunté.
—Porque, desde que salimos de casa, me he comportado como un idiota —me confesó.
—Yo no pienso eso —le aclaré.
—¿No? —preguntó sorprendido.
—No. Pienso que te habías tomado esto —dije haciendo un movimiento con mis brazos, como si abarcara todo dentro de ellos—, demasiado tranquilo, y ahora es que has caído en la cuenta, de que de verdad está pasando.
Se quedó pensativo, como si estuviera analizando mis palabras.
—¿Sabes? Creo que tienes razón —me dijo alzando la mirada—, tenía la vaga idea de que esto no era real, pero ahora que estamos aquí, me siento como encerrado.
—Sé lo que sientes, la chica que me fue asignada, debe de pensar que soy idiota, porque, mientras ella me hablaba, yo solo me estaba tratando de hacerme a la idea de que viviremos aquí ahora —las últimas palabras las dije soltando un suspiro.
—¿La chica que te asignaron? —preguntó mi primo extrañado—, ¿de qué hablas?
—¡De las mucamas! Tú también tienes una, cuando entré, ella estaba sacando tu ropa y acomodándola en el vestidor —dije buscándola con la vista, mi primo hizo lo mismo, al no verla me levanté de la cama y la busqué en el baño y el closet, pero no estaba—, creo que ya no está.
—Creo que estás algo loca, no recuerdo a nadie —dijo mi primo sentándose en la orilla de la cama.
—El loco eres tú, porque estaba una chica rubia cargando tus cosas.
—¿Estás seguras?
—Sí muy segura.
—¿Y por qué ya no está?
—Creo que se asustó cuando te vio llorando —comenté mientras me tapaba la boca para no reírme.
—Genial, creerá que soy una niña llorona.
—Relájate, no creo eso, y cambiando de tema Paulino pasará dentro de una hora por nosotros, para asistir a la cena con la familia, así que arréglate, yo iré a hacer lo mismo —me acerqué a él y le di un abrazo estilo oso—, y tranquilo, estaremos bien, pero si quieres seguir llorando, puedes ir corriendo a mi cuarto, solo tienes que cruzar el pasillo.
Esto último lo dije riéndome y soltándome muy rápidamente, mi primo solo se limitó a mostrarme su dedo del medio mientras se reía.
Entré a mi nueva habitación encontrando a una Micaela terminado de colocar mi ropa. Por lo visto la chica era buena en su trabajo, porque ya había sacado todo de las tres maletas y solo cargaba un vestido en manos.
Le di las gracias y le dije que me dejara ese en la cama que era perfecto para la cena. Era un vestido color hueso, la parte de las mangas y el busto y la falda eran de color rojo pasión, la cual iniciaba debajo del busto y solo llegaba hasta uno o dos centímetros sobre la rodilla. Era delicado pero elegante a la vez.
Ella me comentó que lo dejó de último, porque le pareció perfecto para la ocasión. Me dijo que buscaría los zapatos indicados para él. Entró al closet y sacó unos zapatos del mismo color rojo del vestido, si les soy sincera no tenía idea de haber metido ni el vestido, ni los zapatos, eso quiere decir, que mi madre era la causante de ello.
Micaela se retiró para que yo me bañara y preparara, no sin antes de decirme qué pasaría antes de la cena por si necesitaba algo más.
Me estaba terminando de maquillar y me di cuenta de que apenas eran las 7:30pm, en pocas palabras de los nervios terminé de arreglarme antes de tiempo, decidí acostarme un rato para tranquilizarme un poco.
Cuando mi puerta se abrió de repente con un Marcos nervioso sin camisa y solo en pantalones negros de vestir, en sus manos llevaba dos camisas de vestir una del mismo rojo que mis zapatos y la otra de color azul rey.
—Ayúdame, no sé qué ponerme —me dijo todo estresado.
—La azul —le dije sin dejar de levantarme de la cama.
—¿Estás seguras?
—Si la azul te resalta más el color de tus ojos, sin mencionar que te queda perfecta —le dije terminado de pararme.
—¿Y por qué no la roja?
—Porque la roja nuca me ha gustado con te ha quedado, aunque el color te luce, pero el estilo de la camisa no, y si te la pones parecería que nos pusimos de acuerdo para combinarnos —al decirle esto él se fijó en mi ropa.
—Estás hermosa —dice con una sonrisa—. Me encanta cómo luces en ese vestido. Resalta tus caderas y tus piernas sin mencionar tu busto —me dijo con cara de sorpresa.
—No sabía que tenías buen cuerpo —me dice riéndose y yo también me rio de su comentario, ya era algo común en el decirme eso cada vez que me ponía un vestido, soy más de pantalones o shorts que vestidos.
—¡Gracia! pero apúrate, ya deben de venir por nosotros —le dije.
Él se retiró a su habitación. A los minutos apareció Micaela. Me indicó que Paulino ya estaba por pasar por nosotros.
Me preguntó si necesitaba ayuda y le dije que como fue ella quien arregló mis cosas, me localizara por favor, un par de zarcillos de perlas rojas con un juego de pulseras, que quedarían perfectos con mi atuendo. Me los entrego y cuando terminaba de colocarme la pulsera llamaron a la puerta.
Paulino se encontraba detrás de ella...
***
Micaela abrió la puerta, mostrando a un Paulino impecable, con un traje gris hecho a su medida detrás de él, se encontraba mi primo.
Caminamos por el mismo pasillo por el cual nos habían dirigido a nuestras habitaciones, como ya me sabía el camino me dirigía a la puerta que lleva a la gran sala, cuando Paulino nos indicó que dobláramos a la izquierda, al parecer había otro pasillo y no me había fijado.
Cuando llegamos al final este nos condujo a una gran puerta de madera.
Entramos a un despacho, todo era de madera hasta las paredes y estaba lleno de estantes con libros, en el fondo había un gran escritorio de madera y a sus lados dos puertas, me fijé que había en total cuatro puertas las dos del escritorio, por la que entramos y otra que era de vidrio y madera parecía una gran ventana. Por ella se vislumbraban luces tenues y una suave música.
Me percaté de que tres personas se encontraban en la gran habitación.
—Julietta. Marcos, estos son mis sobrinos, sus respectivos prometidos y el padre de ellos —habló Paulino.
Nos dirigimos hasta donde se encontraban ellos y nos presentamos.
—Mucho gusto —dijo Marcos mirando a la chica que sería su esposa. Era hermosa, con una gran melena rubia y de ojos azul claros.
Por mi parte me saludé de manos con ella y dirigí mi mirada a mi futuro esposo, si hace un tiempo atrás, me hubieran dicho que yo estaría pasando por tan incómoda situación, me le hubiera reído en la cara. Pero aquí estoy, extendiendo mi mano. Subiendo la mirada para encontrarme a... ¡por todos los Santos! Quedé muda al verlo.
¡Era un Dios griego! ¡Era demasiado guapo! Alto de grandes hombros, con un cuerpo bien trabajado a simple vista, de piel blanca, cabello oscuro y ojos azules. Quedé hipnotizada con su mirada, fría y distante.
Me saludó de manos y me miró como con ¿asco? Debo de estar imaginándome cosas.
—Bueno, chicos, les voy a pedir que entren con sus respectivas parejas a las habitaciones que están del otro lado de la habitación. Espero que se conozcan un poco —dijo Paulino.
Entré a la habitación que solo tenía un mueble de dos puestos y una mesa.
Me giré y él se encontraba observándome como un ¿depravado? No sé, pero su forma de mirar no me estaba gustando nada. Si está molesto por esta situación, que respire profundo y se forme en la fila, porque no es el único molesto.
Después de un buen rato de estar retándonos con la mirada, Christiano me pidió que me sentara.
—Siéntate por favor, se nota que tienes carácter —dijo, con una sonrisa de lado.
Me senté y levantando una ceja le pregunté:
—¿Por qué lo dices?
—Son pocas las que logran sostenerme la mirada —dijo como si el hecho de no dejarme derretir por su atractivo fuera un gran logro. Debe estar acostumbrado que, a las primeras miradas, todas caigan rendidas a sus pies.
—Yo no soy una mujer común —le contesté de forma pedante. Se me está activando el instinto de supervivencia. Ya lo poco que he visto de él, no me está gustando.