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“Porque sé lo que se siente que te manchen tu infancia”

Las personas a nuestro alrededor están temerosas y angustiadas, «pero, ¿Por qué?, ¿Algo malo va a pasar y somos los únicos que no nos hemos enterado?», inquiero en mi cabeza. Seguimos caminando sin prestar atención a nadie y sentimos el suave roce de una brisa que me ayudó a relajar estas ansias.

Nos detenemos frente al hospital y los dos entramos, nos acercamos a la recepción y una enfermera nos sonríe amablemente al vernos.

—Hola, buenos días, ¿En qué les puedo ayudar?—inquiere la enfermera con voz suave.

—Hola, buscamos a la chica que llego ayer, se llama Leticia Bertrand Dubois—responde mi mamá con amabilidad, la enfermera asiente y dirige la mirada a la computadora, empieza a teclear y mover el mouse.

Se queda unos minutos mirando la computadora y vuelve a posar su mirada en nosotros.

—Por ahora no pueden pasar a verla, ya que un oficial la está interrogando, pero les puedo avisar cuando termine—informa.

—Se lo agradecería mucho—dice mi mamá con voz suave, la enfermera asiente y señala las sillas atrás de nosotros.

—Pueden tomar asiento mientras esperan—nosotros asentimos y le sonreímos con amabilidad, nos giramos y nos acercamos a las sillas desocupadas, nos sentamos y sacó mi celular, llamo a mi hermana y lo acerco a mi oreja, ella me contesta sin que yo me diera cuenta.

—¿Ya estás a salvo?—inquiere Sara con impaciencia.

—No del todo, aún ese monstruo está suelto y nadie sabe donde está—respondo con tono serio.

Escucho como escapa un suspiro largo y pesado de su boca.

—No he podido estar tranquila por muchas cosas, me siento torturada con tanta ansiedad que me da. Espero que lo atrapen pronto para que pueda estar tranquila—dice Sara con frustración.

—Lo van a atrapar, tenlo por seguro, pero tienes que relajarte y dejar de pensar en los problemas, te puede hacer daño hermana—dije con voz cálida.

—No puedo, ya lo intenté.

—¿Y si lo haces por mí?—ella se queda callada unos segundos y vuelve a suspirar.

—Tú ganas—dice con derrota, sonrió y escucho la voz de un hombre en el fondo.

—Tengo que colgar hermano, recuerda llamarme cuando ese monstruo esté en la cárcel—remarca Sara.

—Lo sé hermana, suerte con tu nuevo novio—bromeó.

—¡No es mi novio!—espeta, escucho como gruñe y yo me rio en tono bajo.

—Como digas, adiós, gruñona—cuelgo antes de que ella me contestara, «ya me hacía falta reír un poco, aunque sé que ella me va a matar cuando regrese a la casa, aun así lo vale».

Leticia

—¿Te incomoda qué yo esté aquí?—inquiere el oficial, niego con la cabeza y respiro hondo.

—Muy bien, ¿Quieres que empecemos con las preguntas?—asiento y él saca una libreta junto con una pluma de su bolsillo.

—¿Qué pasó el día del secuestro?—indaga el oficial, me quedo callada unos segundos recordando ese día.

—Mis papás y yo íbamos de camino a la casa del señor Roberto, ya que nos había invitado a comer, pero cuando estábamos a punto de llegar, unas camionetas se pusieron frente a nosotros prohibiéndonos el paso, salieron hombres con máscaras de ellas y nos obligaron a bajarnos con sus armas, nos metieron a las camionetas y uno de ellos me arrebato mi juguete favorito.

—Nos amarraron las manos y nos pusieron sacos en la cabeza, desde ahí ya no supe a donde nos llevaron. Lo único que escuche fue que nos llevaron en un avión—dije en tono bajo, el oficial anota todo lo que dije y vuelve a mirarme cuando termina.

—¿Y qué pasó después?.

—Cuando llegamos al lugar nos amarraron a unas sillas y nos quitaron los sacos, estábamos en el sótano de una casa o eso es lo que yo creía, mató a mi papá y después a mi mamá—mi cuerpo empieza a temblar y lágrimas brotan de mis ojos—a mí me obligaba a ponerme ropa corta, a bailarle y tocarlo… abusaba de mí cada que podía… yo pedía ayuda hasta que mi voz se apagaba, sin embargo, nadie me ayudaba. Me mordía, me golpeaba, me quemaba y llego a torturarme cuando yo no lo complacía lo suficiente…

Él me mira con tristeza y se queda callado unos segundos sin saber que decir.

—Para serte sincero, cada que escucho que una persona aborrecible le hace daño a un niño, me da ganas de matarlo con mis propias manos, pero no puedo hacerlo—confiesa el oficial, cierra sus puños y los aprieta.

—Porque podrían meterlo a la cárcel, lo sé….—dije con tono desanimado, desvío mi mirada unos segundos y regreso mi mirada al oficial.

—¿Puedo decir algo más?—inquiero.

—Claro, dime.

—Roberto tenía guardado el corazón de mi padre en una caja de madera, solo la sacó una vez para comérsela frente a mí y dejó la mitad en esa caja, la enterró en el suelo del sótano. Me imagino que ya está descompuesto por el tiempo que pasó ahí—suelto, el oficial se queda sin palabras y desvía la mirada pensando.

Él vuelve a escribir todo en la libreta y se levanta, noto el coraje que tiene y la impotencia, guarda la libreta en su bolsillo junto con la pluma.

—Tu caso no quedará impune, te lo aseguro—se detiene frente a la puerta y me mira por encima del hombro, asiento y limpio mis lágrimas, él sale de la habitación y agacho la cabeza.

«Está siendo difícil para mí confiar en las personas a mi alrededor, siento que me van a hacer daño o son cómplices de Roberto, esperando el momento para regresarme a ese horrible lugar… no puedo dormir y ni siquiera tengo apetito».

«Tengo cicatrices en mi cuerpo y en mi alma… siento asco de mí y odio… no sé porque me mantienen con vida. ¿Para que tenga que recordar ese infierno, una y otra y otra vez?, prefiero estar muerta e ir con mis padres».

Liam entra a la habitación sacándome de mis pensamientos, toma la silla que estaba junto a la puerta y la jala cercándola a la cama, se sienta en ella y me mira.

—Espero que no te incomode mi presencia—dice, niego con la cabeza y él me sonríe.

—Bueno, sé que piensas que yo te haré daño y por eso no confías en mí—asiento con la cabeza y desvío la mirada.

—A pesar de eso, yo quiero asegurarte una cosa, no te dejaré sola nunca, voy a cuidarte y protegerte, estaré a tu lado cuando más necesites de alguien. Porque sé lo que se siente que te manchen tu infancia feliz—dice con voz cálida, las lágrimas vuelven a brotar y él se preocupa.

—¿Dije algo malo?—inquiere con tono preocupado, lo miro y niego con la cabeza. «¿Cómo le digo que no puedo controlar mis emociones?, con cualquier cosa linda o triste que me digan, tengo ganas de llorar y es inevitable».

—Entonces, ¿Por qué lloras?—hace una pausa—que estúpida pregunta acabo de hacer—musita Liam, las palabras se atoran en mi garganta y por más que lo intento no puedo sacarlas. «No sé porque con el oficial si pude, pero con Liam no puedo».

—Entiendo si no quieres responder la tonta pregunta que acabo de hacer, es obvio que no estás bien para las tonterías que digo—nos quedamos en silencio unos minutos y veo de reojo como Liam se quita su anillo, extiende su brazo mostrándomelo.

—¿Lo recuerdas?, tú me lo regalaste cuando éramos niños y siempre lo tuve puesto para tener tu recuerdo presente—dice con voz dulce, lo observó sorprendida y mis lágrimas caen en su mano.

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