Capítulo 5
Pero no creo que nadie se ofenda si te lo entrego ahora.
Jane no respondió, demasiado incrédula para pronunciar una palabra.
En sus manos sostenía un objeto que creía haber perdido hacía mucho tiempo, un objeto que creía haber enterrado con el cuerpo de su madre.
En sus manos sostenía el anillo familiar.
Lo recordaba exactamente así, cuando lo había visto en el dedo de su madre, muchos años atrás.
Un pequeño círculo lacado en oro sostenía un círculo, de menor radio, sobre el cual estaba grabada la letra -S- y decorada con zafiros.
Casi lloró de emoción.
Abrió la boca varias veces para decir algo, para agradecerle, pero ni una sola sílaba salió de su boca.
Min sonrió y, girando sobre sus talones, llegó a la puerta, sin embargo, antes de cerrar la puerta detrás de él, giró en dirección a Jane, todavía de pie en el centro del gimnasio.
Él fijó sus ojos en los de ella y sonrió.
- Būti stiprus Jane-
Y luego se fue.
Y así se fue esa misma tarde, después de esa charla.
Tomó el avión y viajó durante la noche, luego descansó en un albergue y se fue al día siguiente.
Una vez más fue el repentino frenado del tren lo que la despertó de sus pensamientos, pero esta vez fue su parada.
Una vez recuperó su maleta, salió afuera, estiró un brazo para detener el taxi que pasaba frente a ella y, una vez subió, Jane se lanzó a su nueva vida.
El taxi se detuvo sólo después de media hora.
Jane pagó y salió con facilidad.
Miró la avenida que tenía delante, enmarcada por dos hileras de robles, al final de las cuales se alzaba una gran verja de hierro negro.
Jane lentamente, casi con miedo, colocó su mano en la fría puerta; pensando que su madre había pasado por allí.
Contuvo las lágrimas mientras abría la puerta y se preparaba para admirar la casa frente a él.
¿¿Hogar?? Llamarla villa sería más apropiado ...
Jane se maravilló del revestimiento de mármol de la casa, del bordado que decoraba los marcos de las ventanas, de la realeza de esa casa.
Subió las escaleras hasta el rellano y llegó frente a la puerta de entrada.
Sacó las llaves del bolsillo interior de su chaqueta y abrió la puerta con doble cerradura.
Bajo el peso de su mano la puerta se abrió lentamente, chirriando.
Ante ella apareció un gran salón, con paredes hechas de lo que le pareció mármol.
Olía a limpio.
Había un olor a calma.
Olía a casa.
Jane sonrió; a partir de ese momento comenzaría su vida normal.
Curiosidad
Underveis es una palabra noruega y significa en movimiento.
El nombre Jane es una variante inglesa del nombre italiano Giovanna y significa Regalo del Señor.
El nombre Min es un nombre cimese, significa agudo, inteligente.
jane
Ya había pasado una semana desde que Jane llegó a esa ciudadela perdida en el bosque.
Le recordaba un poco a Varmthus, su antiguo hogar, un lugar cálido y acogedor, alejado del mundo y de sus prejuicios, donde personas como ella podían vivir sin llamar la atención.
Podrían ser normales por una vez.
Cuando pensó en su antigua ciudad, sintió una sensación de nostalgia.
Hacía once años que no regresaba, desde la muerte de su madre y con su encomienda a su amo, había viajado a diferentes partes del globo para, como afirmaba Min, engañar a sus enemigos.
Extrañaba a Varmthus, pero no el lugar en sí, sino el valor que ese lugar tenía para ella.
A las personas a las que les recordó el pensamiento de ese lugar.
Sí, las personas que la amaban, que le sonreían aunque no la conocieran, encantadas por esa belleza etérea que destilaba, simplemente extrañaba estar con gente, tener amigos… tener una familia.
Pero Jane no podía permitirse el lujo de extrañarla, no podía permitirse sentir emociones en general, porque cuando llegara su momento, sabía que no debía sentir emociones, porque sería frágil, sensible y débil.
Y ella era todo menos débil.
Todavía recordaba las calles estrechas de Varmthus, las casas adosadas del centro, con un vecino más colorido que el otro.
Todavía recordaba su pequeño hogar, su verdadero hogar.
El papel tapiz floral, el piso de madera de arce.
Recordaba las grietas de las paredes que su madre siempre intentaba tapar con cuadros o fotografías.
Sí, su madre.
Sobre todo se acordaba de ella.
Su voz, su sonrisa, su mirada, su constante obsesión por la limpieza.
También recordó todas sus enseñanzas, todos sus libros, todos los mitos, las leyendas que él le contó.
Y tenía que agradecerle por ello, porque había aprendido muchas cosas sobre su verdadera naturaleza gracias a aquellos cuentos que ella definía como -fantasía- cuando era niña.
Ella realmente lo extrañaba mucho.
Incluso ahora, mientras estaba sentada en el alféizar de la ventana admirando las estrellas, no podía evitar que pensara en ella y en ese día.
-¿¿Qué constelación estás mirando exactamente??-
-La que, con sus pliegues sinuosos, pasa como un río entre los dos Osos-.
Sonrió pensando en ella misma de niña, en esa normalidad que le habían arrebatado de forma demasiado abrupta.
Se abrazó al plaid que le cubría los hombros, mientras con la mano derecha iba a buscar la taza de manzanilla que colocaban en la mesita de noche cerca de la ventana.
Pensó en esa semana y una mueca cruzó su rostro cuando recordó su conversación con el director.
Había decidido matricularse en la universidad, pero el primer semestre estaba terminando y era época de exámenes. También había que tener en cuenta que faltaba poco más de un mes para las vacaciones de Navidad y el director había considerado oportuno tener esa conversación.
Le había hecho todo tipo de preguntas imaginables.
Algunas incluso privadas... demasiado privadas.
Vale, vale, es raro, sobre todo en un país como aquel donde todo el mundo se conoce, que alguien decida matricularse cuando ya ha empezado el semestre; pero el comportamiento del director le pareció un poco exagerado.
Realmente, por un momento se sintió como si estuviera en el tribunal con un policía dándole el tercer grado.
Como si querer estudiar se hubiera convertido en un delito.
Luego se sintió terriblemente molesta por la forma en que la había mirado el director, con ese aire de confianza y poder que le otorgaba su cargo.
Parecía que no la estaba mirando a ella, sino a un chico malo recién salido de prisión.
En esa ocasión Jane había reprimido una sonrisa desafiante, el director no sabía que tal vez ni siquiera iría a la escuela, la maestra le había enseñado todo.
Si lo hizo fue sólo porque quería ser normal por una vez, quería entender lo que se sentía al estudiar en compañía, a relacionarse con otras personas además del profesor.
Jane suspiró mientras tomaba un largo sorbo de té de manzanilla, lo que inmediatamente hizo que sus músculos se relajaran.
Continuó bebiendo mientras miraba la manta brillante que era el cielo esa noche.
Toda esa oscuridad le dio una sensación de... calma.
Mientras que para otras personas lo que ocultaba la oscuridad era aterrador, para ella era en cierto sentido relajante.
Ella tampoco sabía por qué.
Probablemente porque, siendo una criatura de la noche, veía tan bien como de día.
La noche no tenía secretos para ella.
Miró el despertador que había colocado sobre la mesilla de noche.
Ya era pasada la medianoche.
Resopló pensando que mañana tendría que levantarse temprano.
Quién sabe cuántas personas en la escuela la habrían etiquetado como -la chica nueva-, quién sabe cuántos habrían intentado acercarse a ella, hacerse amigos de ella.
Siempre respetando mi espacio vital.
Todos se irán de todos modos y yo me quedaré en paz.
Como siempre .
Porque Jane sabía, aunque se moría por saber cómo se sentía sentir nuevas emociones, sabía que tarde o temprano, cuando cayera, no habría nadie que la apoyara.
Porque Jane era así, una chica que se había construido una armadura para no dejar que otros vieran lo que ella realmente era.