Capítulo Uno
El Principio
No voy a aburrirlos con una gran introducción, aunque sé que a muchos y a muchas les gustaría, sólo que no es el momento ni el lugar para hacerlo de esa manera.
Baste con decirles que tengo un buen de tiempo dedicándome a escribir “novelas eróticas”, aunque para muchos es pornografía pura y yo no voy a entrar en un gran debate, porque no llegaríamos a nada.
Así que si me quieren llamar escritor de novelas porno, adelante, es mi trabajo y con eso me mal gano la vida y me ayuda a sobrevivir en estos tiempos de crisis.
Lo malo de que uno se tenga que dedicar a escribir este tipo de historias es que la gente piensa de inmediato que uno esta traumado, o tal vez frustrado y en el mejor de los casos uno es un pinche degenerado.
No saben, ni tienen idea, del trabajo que cuesta darles vida a los personajes de estas historias para que puedan moverse con un sentido real y puedan ser identificados.
Que las personas al leer las historias, recuerden alguna anécdota de su pasado, o la historia de algún amigo o amiga que conocen y que han vivido situaciones similares.
Muchas veces uno no tiene ni la más remota idea de lo que se va a escribir mucho menos lo que se va a contar en cada historia que se cree.
Yo sé que muchos de ustedes no me creerán y dirán que me la estoy jalando mucho, me cai que no, así la tengo desde que nací. Si quieren algún día les mando una foto.
No, ya en serio, es difícil y duro, realizar este tipo de historias, tal vez más que las historias de amor, esas de las llamadas de romance.
Incluso, es más complicado que escribir una historia policiaca, o una vaquera, por aquello de, “ora cuéntame una de vaqueros”, en fin, como quiera que sea, está cañón aventarse una historia donde el sexo sea el ingrediente principal, y que además, tenga interés y capture la atención de los lectores y de las lectoras.
Y para que vean que no es puro cuento, les contaré lo que me sucedió justo al momento en que me disponía a plasmar este trabajo en la computadora.
Tenía que subirlo a la plataforma y tenía el tiempo encima, yo creo que por eso me estoy volviendo más loco de lo que ya de por sí estaba, antes de dedicarme a escribir las historias que ustedes amablemente leen.
Bueno, les decía que me disponía a trabajar sobre esta novela. No tenía ni la más mínima idea sobre lo que iba a tratar en ella, así que me senté frente a la pantalla de la computadora y traté de imaginarme algo, cualquier cosa que me sirviera como punto de partida, algo que me motivara a crear una buena historia.
Por un momento pensé en escribir de mi época de estudiante cuando le jalaba el cuello al ganso y me aventaba mis competencias con mis compañeros de estudios para ver quién era el primero que acababa viniéndose más pronto.
Digo, pendejo que es uno, ya que lo mejor del sexo, es como dice la canción del “rey”, el chiste no es acabar primero, sino hay que saber acabar.
En fin, pensé en contarles aquellos sublimes momentos juveniles, sólo que, llegué a la conclusión de que ustedes al leerlo dirían:
—¿Y a nosotros que chingaos nos importa que este buey se la haya estado chaqueteando con sus cuates en los baños de la escuela?
O tal vez pensaran otros:
—Pinche bola de ojetes, a lo mejor hasta jotos eran esos bueyes, ¿Como se les ocurre estarle jalando el pescuezo al ganso todos frente a todos?
Así que para no exponerme a que pensaran eso de mí deseché esa idea que en realidad no era tan interesante, como me lo había parecido en un principio, fue entonces, que me vino una idea que, consideré buena, algo que valía la pena contar y así comencé:
"Salió del edificio con el resto de los empleados, justo cuando cerraron la tienda, a las seis y media de la tarde. La salida de empleados daba a una calle lateral. Se separó de María y Susana, sus compañeras, y comenzó a caminar de forma acostumbrada. En su estado pensativo no notó un auto deportivo estacionado cerca de la esquina de la calle, y se asustó cuando una voz al lado de ella le dijo:
—Te voy a llevar a tu casa.
Julia se dio la vuelta. Si estaba sorprendida en la mañana cuando lo vio, ahora lo estaba aún más. No se daba cuenta como su asombro hacía más grandes sus hermosos ojos de oscuras pestañas, ni el mohín de sus carnosos labios, ni lo atractiva que lucía con el abrigo de cuero que traía puesto en ese día:
—No, no es necesario —murmuro ella— por lo general tomo el microbús
—Y yo por lo general no hago este tipo de cosas, así que estamos iguales —dijo él abriendo la puerta del coche— sube, o la gente pensara que te estoy molestando. Lo peor de todo, es que no va a faltar uno de eso patanes defensores de damas solitarias que quiera golpearme —le explico bromeando.
Un poco asustada, Julia, aceptó y hundiéndose en el lujoso asiento del elegante auto, rojo sangre, trató de relajarse un poco para no demostrar el nerviosismo que sentía.
Con un cigarro entre los labios Marcos, se sujetó al volante con una mano y se puso en marcha de inmediato.
A esas horas de la tarde había mucho tránsito, y su concentración mientras manejaba evitó que hablara durante algún tiempo. Eso le permitió a Julia, recobrar su seguridad y mirándolo de reojo con curiosidad.
Vio al mismo hombre de la noche anterior y de temprano en la mañana, excepto que ahora que la tenía en su poder, parecía, por así decirlo, aún más extraño.
Se preguntaba qué era lo que la había hecho subir al auto, a pesar de lo imperativo de su proceder. Después de todo, ella era capaz de enfrentar cualquier emergencia y Marcos Meléndez era sólo un hombre a pesar de su fama y popularidad.
No fue sino hasta después de unos minutos que ella pudo decir:
—No creo que lo sepa, vivo en la colonia Roma. Esta calle no llega hasta mi domicilio.
—Lo sé —dijo él ya relajado, y ella lo miró con sincero enojo.
—¿Qué quiere decir con que lo sabe? Dijo que me llevaría a mi casa y yo le creí.
—Y así lo haré, lo prometo, aunque un poco más tarde.
Julia suspiró y se recostó en el asiento. Después de todo ¿Qué podía sucederle? Tenía que admitir que esto la intrigaba, aunque, también sus padres esperaban a que llegara temprano y se preocuparían si se tardaba.
—Mis padres creen que voy a ir derecho a casa —dijo algo nerviosa.
Marcos, la miró. Paró el carro a un lado de la calle y le dijo:
—Muy bien, señorita Rivera. Váyase a su casa —y movió los hombros con indiferencia.
—No lo entiendo —Julia, lo miro enfurecida por su desplante.
—Estoy de acuerdo con eso —la interrumpió con frialdad.
—No hay donde tomar un microbús aquí. Puede darle la vuelta al carro y llevarme.
Marcos sonrío cínico.
—Eres como te recordaba. En serio ¿no vas a reconsiderar tu decisión de pasar la noche conmigo? Me daría un gran placer llevarte a cenar a un pequeño restaurante que descubrí en la carretera, el vino y la comida son de lo mejor.
—¿Por qué a mí? —exclamo Julia moviendo la cabeza con pesar.
Los ojos de Marcos brillaron
—¡Eres muy bonita, y me gustan las mujeres hermosas como tú! —dijo en forma cínica— ¿Eso satisface tu vanidad lo suficiente?
Julia, alzó sus delgados hombros.
—No es mi vanidad lo que me preocupa —apretó los labios por un momento.
Su mente trabajaba rápido en aquello que le sucedía. ¿Cuándo volvería a tener una oportunidad como esa? ¿Cuántas chavas podían contar a Marcos Meléndez entre sus galanes? Sería tonto rechazarlo de manera abierta, así que tuvo que decidir pronto.
—Está bien señor Meléndez, cenaré con usted, aunque primero tengo que telefonear a mis padres para que no se preocupen.
—Muy bien, haz la llamada y te prometo no hacer ruido —dijo él poniendo el carro en marcha de nuevo, Julia, tembló de manera involuntaria. Ahora que la decisión estaba tomada, se sintió nerviosa, era arriesgado aquello. Sacó su celular y llamó a su casa.
El Búfalo Manco, era un restaurante bar que estaba en la carretera y pronto llegaron a él, cuando el auto cruzo en medio de las puertas de metal, Julia, respiro con alivio.
No habían hablado mucho durante el camino, y en la obscuridad del interior del carro ella se sentía aterrada, pensando que la podía raptar por alguna infame razón.
En realidad, ese pensamiento era muy ridículo, sólo que, ella no lo conocía lo suficiente como para estar segura de que no intentaría algo diferente a lo que había dicho.
Julia, bajó del carro, cerrando muy bien su abrigo contra la furia del viento y la fina llovizna que había empezado a empañar el parabrisas cuando estaban cerca del lugar. Marcos, cerró el carro y caminando a su lado la tomo del brazo. El traía un abrigó oscuro de piel sobre su fino traje y Julia, se preguntaba por qué los hombres morenos eran mucho más atractivos que los rubios.
Volvió a verlo, sorprendiendo una sonrisa en su rostro varonil y atractivo.
—¿Te crees muy astuto?
Su sonrisa se hizo más franca, revelando su blanca dentadura.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque es la verdad. Estabas decidido a que yo saliera contigo esta noche... ¿por qué?
—No tenía nada que hacer —dijo él en forma desconcertante. Le apretó con fuerza la mano— ¡Ninguna mujer huye de Marcos Meléndez!.
Julia, frunció el entrecejo.
—¿Te refieres al... al sábado en la noche?... Yo no hui de ti. Sólo que no considere que tu conversación fuera de buen gusto para nadie.
—Hago muchas cosas que no son de buen gusto para muchas personas —recalcó en forma seca— ¿eso me borra de tu lista?
—Como estoy segura de que no te importa nada, lo que yo pienso de ti, no te voy a responder —dijo ella y se libró de su mano al entrar al recibidor.
Dejaron sus abrigos y el capitán de meseros les avisó que su mesa estaba reservada para las siete y media, que si no les importaría tomar algo mientras les conseguía lugar. El bar estaba a un costado de la entrada, bien iluminado con luces de colores.
Sin preguntarle a Julia, lo que deseaba, Marcos, ordenó dos bebidas, mientras ella se acomodaba en uno de los asientos y calentaba sus manos frotándolas entre sí.
Estaba consciente de que su ropa no era la adecuada para aquel lugar.
—Debí haberme cambiado. Esta es mi ropa de trabajo —Marcos, sonrío.
—Para mí que te ves muy bien... ¿qué les dijiste a tus padres?
—Le dije a mi madre que me había encontrado con una vieja amiga de la escuela y que iba a cenar con ella, ya que teníamos mucho tiempo de no vernos, también le pedí que se lo contara a Pablo —suspiro con calma —sabes que no me gusta mentir. En fin, ya lo hice y ni modo.
—¿Por qué no le dijiste la verdad? ¿Acaso tengo tan mala fama que no quieres que se enteren que te veo?
Julia, se sonrío entre dientes.
—¡Claro que no...! En realidad, mi papá adora tu música. En particular cuando tocas la guitarra. Tiene varios discos tuyos y te admira.
—¿Ah sí? —dijo Marcos que se veía un poco aburrido con todo aquello.
Julia, se quedó callada.
—¿Como diablos podía hacerle para que él se divirtiera? —pensó.
El lugar estaba desierto, pudo ver a una pareja de hombres jugando a los dados al otro lado del bar. Era muy temprano para que hubiera más movimiento.