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Capítulo 1: Asalto

No recuerdo muy bien qué ocurrió, los sucesos trascurrieron demasiado rápidos, aunque podía oír gritos que eran acompañados del peculiar sonido de espadas de hierro chocándose entre ellas, las cuales por supuesto se mezclaban con el ruido que producían las olas al chocarse con el barco en el que me encontraba.

Trabajé meses para subirme a este barco con tal de complacer al coronel con las diversas comidas que preparaba, convirtiéndome obviamente en el cocinero del barco, puesto a que un simple campesino no podría pagar el trasporte de tal majestuoso transporte.

Yo deseaba llegar a un sitio donde se supone recibiría una cura para mi enfermedad, allí aseguraban que existían sanadores, pero obviamente no podía llegar a ese lugar por mis pies, sino que debía atravesar las peligrosas aguas marinas donde se rumoreaba que había piratas.

Creí que era un cuento fantasioso, además me encontraba dentro del poderoso barco de batalla que habían construido para ganarles a estos vándalos, sin embargo, olvidaron que combatían contra bestias insaciables con sed de sangre y riquezas.

Fuimos atacados en la noche, todo estaba demasiado oscuro, pero cuando los leves rayos del sol entraron por la cocina en donde me encontraba oculto, también lo hicieron ellos y antes de que sufriera el mismo final que mis anteriores compañeros, fui presentado al capitán con tal de que él decidiera mi destino.

A medida que me arrastraban en dirección a la cabina donde aparentemente se encontraba, podía ver como ellos eran los nuevos dueños de aquel poderoso barco, no sé cómo lo hicieron, sin embargo, fueron lo suficientemente audaces como para robar un barco y destruir el anterior que ellos poseían como un modo de ocultar evidencia.

Debo reconocer que tenían mejor aspecto de lo que se rumoreaba, nadie tenía una pata de palo, ni le faltaban los dientes, aunque cuando conocí al capitán me quedé aún más atónito, ya que no parecía peligroso, se podría decir que tenía una imagen normal, algo que no sé si me aliviaba, o si me preocupaba, pues los síntomas de mi enfermedad estaban regresando.

–Es el último sobreviviente, capitán ¿Qué hacemos con él? –preguntó uno de ellos.

–Yo digo que lo lancemos por la proa– comentó un castaño, riendo junto a varios sujetos que compartían su opinión.

El capitán me quedó viendo un largo instante, casi pensando mientras me analizaba, algo que sin duda me incomodaba muchísimo justamente porque me tenían de rodillas en el suelo.

–¿Dónde estaba? –preguntó aquel sujeto.

Su voz era profunda, incluso sonaba autoritaria, causando silencio entre todos sus hombres que ya no reían por aquel anterior comentario del castaño.

–En la cocina– respondió el castaño.

–¿Te ocultabas en la cocina o eras un cocinero? –me preguntó, mientras que yo no deseaba responder, de hecho, desvié la mirada.

–Deberíamos tirarlo por la proa– insistió el castaño.

–Desde que tiraste al último cocinero, eso ya no es gracioso– le habló el capitán con cierto enfado.

–Fue su culpa por cocinar esa mierda pastosa– le respondió el castaño.

Todos se mantenían reunidos fuera de la cabina del capitán, por ello como varios comentaban sobre lo ocurrido, aquel sujeto les pidió a sus hombres que me dejaran dentro de su nueva cabina, en donde obviamente me quedé a solas sin saber qué hacer.

Ya había estado antes en aquella habitación, es sin duda espaciosa y era el sitio mejor equipado de todo el barco donde incluso había una bañera, puesto que estaba destinada para poderosos políticos que viajarían en este sitio, sin embargo, supongo que los creadores de semejante magnificencia se sentirían decepcionados por saber que está en manos de piratas.

Como me quedé solo, decidí buscar entre los muebles algún arma con el que defenderme, encontrando al principio varios papeles y mapas, sin embargo, cerca de la habitación había un pequeño mueble de madera donde sobre su superficie había una fuente de fruta con una pequeña daga a su lado.

Obviamente no dudé en tomarla, esperando el momento más idóneo para utilizarla.

Podía escuchar al capitán de los piratas dar instrucciones, algo que me hacía saber sus planes para viajar y conseguir nueva mercancía. Aquel sujeto incluso los mandaba a buscar cualquier objeto de valor con tal de comprar más víveres en el futuro cuando encontraran una isla.

No sé qué edad tendrá, parecía joven, pero no debo dejarme llevar por su apariencia, seguramente es un sujeto al que debo aprender a temer, ya que no creo que sea capitán por ser un sujeto amable.

Cuando él entró a la cabina, yo me encontraba en una esquina con las manos en mi espalda para ocultar la daga. Aquel sujeto pelirrojo me miró de pies a cabeza mientras se acercaba, sus ojos de un tono grisáceo me miraban con atención, al menos durante un instante.

Sus ojos se centraron en la botella de licor que había sobre la mesa, este tomó una copa de plata y con total tranquilidad se sirvió dándome la espalda. Creí que era mi oportunidad para atacar, era un acto cobarde de mi parte atacarlo por la espalda, pero mi única meta era escapar.

Por supuesto que no funcionó, nosotros forcejeamos y sin mayor complicación me arrebató la daga mientras me miraba con cierta burla.

–Quitarle un juguete a un niño es más difícil– comentó mofándose de mis habilidades, las cuales eran nulas comparadas a las suyas– ¿Qué esperabas hacer luego de asesinarme? –preguntó– hay alrededor de 60 hombres armados allá afuera que desean lanzarte por la proa ¿pensabas que pasarías desapercibido? –continuó preguntando, mientras observaba el filo de la daga– eres sin duda muy inocente.

–Al menos me llevaría a uno– comenté, haciéndolo reír.

–¿Prefieres morir antes que trabajar para mí? –preguntó con diversión.

–¿Me pagarás? –pregunté, sabiendo perfectamente la respuesta.

–No, pero podría dejarte vivir– respondió.

–Prefiero morir antes que vivir rodeado de delincuentes– comenté desviando la mirada, pero sabía perfectamente que me estaba mirando casi con ternura.

–¿Qué edad tienes? –preguntó, sin embargo, no respondí– ¿cómo te llamas? –continuó preguntando– ¿Cuál era tu papel en este barco?

No deseaba responder, sé que me arriesgaba a ser lanzado a las frías aguas del mar, pero al menos moriría pronto y no estaría trabajando como un esclavo para piratas desalmados.

–Eres muy lindo…–susurró aquel sujeto, ganándose enseguida mi atención.

–Decirle eso a otro hombre es inmoral, e inapropiado– le aseguré haciéndolo reír.

–Me acabo de robar el barco de un político ¿no crees que ya he demostrado lo inapropiado e inmoral que puedo ser? –me preguntó, dejándome sin palabras– eras cocinero ¿verdad? –insistió– quieras o no, ahora serás el cocinero del capitán– agregó.

–Pero…

–Hagamos un trato– me interrumpió– si tus habilidades en la cocina me desagradan, te lanzaré por la proa como tanto quieres, aunque te aseguro que en el mar hay cientos de criaturas que te comerán vivo y hasta jugarán con tu lastimado cuerpo antes de dejarte morir.

Decidí guardar silencio, mi piel se erizó por el miedo de imaginar una muerte como esa, pensaba que moriría de hipotermia, pero no había pensado en las criaturas marinas que habitan las profundidades del océano.

–¿E-Ellos no me harán nada? –pregunté en un tono temeroso, refiriéndome a sus hombres.

Aquel sujeto me sonrió y negó con la cabeza en contestación a mi pregunta, algo que me motivó para aceptar su propuesta. Parecía que le gustaba la idea de conseguir un cocinero, ya que, una vez hecho el trato, salió conmigo posicionándose cerca del timón con tal de avisarles a sus hombres que yo sería el nuevo cocinero, algo que aún no estaba confirmado, pero parecía que él estaba convencido de que le gustaría lo que yo prepararía.

Claro que, al mismo tiempo en el que les avisaba, les advertía que, si alguien entraba a la cocina sin su autorización, sería castigado. Eso me daba más confianza para ocultarme de aquellos agresivos hombres, aunque sabía que tendría que salir.

La cocina está muy lejos de la cabina del capitán, prácticamente debo atravesar todo el barco para llegar allí, ya que la cocina está bajo la proa, mientras que la cabina del capitán está bajo la popa. Por suerte aquel sujeto también mencionó que no podían lastimarme, aunque seguía teniendo miedo.

Como él me estaba mirando, decidí caminar a la cocina, sabiendo perfectamente que sus hombres no me harían nada justamente porque él estaba allí, aunque igualmente me sentía intimidado por las atentas miradas de todos.

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