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El Peluche

Capítulo cuatro

¿Alguna vez han dormido en una cama grande, amplia y suave, con sábanas de lino y colcha para el frío?

Pues así es donde yo estoy acostada, pero a pesar de haber dormido mucho tiempo, siento que necesito algo y ese algo es un peluche.

Abro mis ojos de par en par, me levanto y camino hacia la puerta, tomo el pomo de esta y escucho un ruido estruendoso en dirección al baño. Mi corazón late rápidamente y la idea de que un fantasma ronde por el cuarto me pone la piel de gallina, abro cuidadosamente y salgo corriendo por los pasillos hasta llegar a las escaleras, bajo como alma que lleva el diablo y tranquilizo mi agitado corazón.

Siento que me va a dar un paro cardíaco.

Levanto la mirada. Ahora lo único que me calmara es un poco de comida.

Mis pies andan por si solos hasta encontrar la cocina y su radiante fachada de ricos. Tiro de la puerta y camino directo a la nevera, la abro y me encuentro con todo tipo de cosas deliciosas y otras no tanto.

¿Acaso aquí vive toda una familia como para tener un frigorífico de dos puertas lleno de comida?

¿Esto es el cielo?*

Claro que no, loca.-

Ya cállate, me enojas. *

Soy tú, lo recuerdas. -

Lo sé, pero la versión fea e inestable*.

A veces me pongo a pensar sobre el ¿por qué peleo con mi mente? si ella soy yo, solo que ahí adentro y fastidiosa y loca y...

Cállate ya y enfócate en la comida, luego en buscar un peluche.-

Sí, mamá*.

Saco un pan de pasitas, la mermelada de piña y un suculento jugo de naranjita. Preparo mi sándwich y me lo termino rápidamente, bostezo y mis ojos piden estar cerrados otra vez.

Junto mis cejas, cada vez que como me da sueño... Tal vez sea diabética.

Subo las escaleras con toda la pereza del mundo y a mi mente llegan vagos recuerdos de Wade. Creo que fui un poco dura, sobre todo porque el niño de último estaba desesperado por encontrarme.

Sacudo mi cabeza y toco madera otra vez.

¡Wao!

Si así de rápida puedo subir ciento cincuenta escalones solo por estar pensando en él, ahora como los subiré pensando en sus cuadritos ovalados.

Que sexy deberían verse.

Además, no son ciento cincuenta escalones, es solo para darle dramatismo a mi mente.

Me enfoco en buscar un peluche y entro en la primera habitación sin tanto éxito, nada solo una cama vacía; entro en la segunda habitación y nada, solo un cuarto lleno de juegos y una súper pantalla; entro a la tercera y encuentro un baño gigante, entro a la cuarta y veo a mi mamá dormida con Matías, entro a la quinta y...

Espera, ¿mi mamá y Matías así de acurrucados?

¿No estaré viendo mal?

Abro la puerta nuevamente y si, efectivamente ellos parecen un mafa y uno aquí con frío. Niego internamente y cierro la puerta despacio. Prefiero ir a las habitaciones del lado izquierdo, ese lado espantoso.

Camino a la primera y me encuentro un cuarto lleno de fotos y posters con una cama celeste en el centro de la habitación. Definitivamente este no tiene peluches.

Entro al segundo y veo una cama grande con una señora acostada. Junto mis cejas, creo que debe ser la ama de casa porque tiene el uniforme a un costado.

¡No la dejan descansar!

Cierro la puerta y voy a la tercera donde unas paredes rosas me hacen llorar, esto es tan chillón. Observo todo el lugar y mi vista se topa con distintos peluches.

Justo lo que quería.

Entro y jalo un perro gigantesco proporcional a mi tamaño. Salgo del lugar y camino en dirección a donde dormí mi primera siesta. Al llegar pongo mi oído en la puerta solo para percatarme de que no esté nadie y lo que escucho es el sonido de la calefacción hacerse notar.

Suspiro resignada. Abro la puerta y me fijo por todos los lados si hay rastros de alguna persona. No encuentro nada, puesto que lo otro tuvo que haber sido mi paranoia. Me encojo de hombros y camino hacia la cama, pongo el peluche en el lado izquierdo y yo en el derecho, lo abrazo y trato de quedarme dormida en una cama totalmente fría y algo desordenada.

¿Será que sudé antes y no me di cuenta?

Acomodo el peluche en el ángulo perfecto para volver a dormir y tan pronto como hago esto mis ojos se cierran.

...

Estiro mis brazos y siento algo suavecito y duro a la vez, se siente tan bien tocar esos huequitos y esas montañitas. Sonrío y paso mi mano varias veces, agarro el gigantesco brazo y me aferro a el.

Esperen.

¿Brazos?

¿Por qué esto tiene brazos grandes?

Junto mis cejas. Los peluches no tienen brazos, ni mucho menos son así de duros y con temperatura regularmente alta y mucho menos respiran.

¿Que respiran?

¡Que respira!

Abro los ojos de golpe y en un santiamén me tienen afuera de la cama. El grito que he dado seguro se ha escuchado por toda la casa despertando a todo el mundo. El sujeto da dos vueltas en la cama y cae al piso, me hago una bolita en la esquina de la habitación y escucho como abren la puerta, rápidamente corro hacia mi madre mientras veo a Matías en bóxeres mirando para todos lados.

—¿Qué te asustó Sara? —Elizabeth hace acto de presencia y me refugio en sus brazos.

Suspiro de miedo—Ahí... Ahí hay alguien—señalo el lado izquierdo de la cama y Matías se relaja.

—Es solo el Alp... Wade—suelto a mi madre y abro mis ojos tanto como puedo.

¿Escuché bien?

Wade, aquí.

—¡¡¡¿AQUÍ?!!! —grito tan fuerte que todos se tapan los oídos. Escucho voces detrás de nosotros y veo a la señora que vi dormida junto a una joven más joven.

No mira, una joven vieja.-

Cállate, enfócate en lo que pasa.*

Bien.-

Mi mamá fulmina a Matías con la mirada, volteo a ver a los demás mirar al frente y bajar un poco su compostura.

¿Por qué esta gente es así de rara?

Giro mi cabeza y veo a un Ricky Ricón mirando al frente sin camisa, solo en pantalones de dormir.

¡OMG!

SIN CAMISA, SIN CAMISA.

Parece uno de esos modelos sexys y atractivos con un montón de músculos y me atrevería a decir que cualquiera puede notar que estoy babeando por él. Regresando mi vista del infinito y más allá, lo veo sonreír y negar tan arrogante, definitivamente ya me cae gordo.

No mira te cae flaco.-

—Matías, ¿por qué metiste a Sara a dormir en el cuarto de Wade? —mi madre adopta un mando de protección y seguridad ante mí —Es que no tienes moral, ¿qué te pasa?

—Si, pero como tú me hablaste de que a ella no le gusta el rosado no la pude meter en el cuarto de Emilie, además el otro era de nana Spirit y tampoco la pondría a dormir allí—dice masajeando su sien.

—Sí, pero que hay de las de el segundo piso ¿También están ocupadas? —resopla. A veces pienso que cuando hace eso parece un caballo.

—No te entiendo. Si la dejo abajo está mal; aquí, está mal; en otro lado, está mal; entonces, ¿qué quieres que haga Elizabeth? no puedo hacer magia, sabes— la observa a los ojos y se va del lugar.

Miro a mi madre haciéndose la fuerte, la tomo del brazo—Mamá agarremos nuestras cosas y vámonos, no tengo ni la menor idea de que hora son, pero llegaremos a casa—ella asiente y sale del cuarto con todos los demás detrás y solo quedamos él y yo.

El ambiente se siente tenso. Lo observo y suspiro sin decir una palabra, busco mi vestido en el baño y me quito todo lo que tenía puesto, lo pongo en la ropa sucia del lugar y salgo de ahí con su mirada encima de mí, cierro la puerta y me dispongo a caminar hasta llegar a las escaleras donde me encuentro a una Elizabeth con el vestido puesto y sus tacones en las manos.

Bajamos en silencio hasta llegar a la puerta que ella abre. Salimos de aquel lugar tan hermoso y precioso y no sé porque se me viene Wade a la cabeza, sus cuadritos ovalados y sus musculosos brazos.

Te gusta.-

¿Eso? Jamás*.

Mi madre toma de repente mi mano y se aferra a mi brazo—Ya no estés así, sí. Vamos a casa y dormiremos en el sillón, si las dos cabemos ahí—ella asiente.

Como si fuese un rayo, a mi cabeza llega aquella frase de ella cuando estaba peleando con Matías—Mamá, ¿cómo sabías que ese era el cuarto de Wade? —interrogo achicando mis ojos tratando de ver su oscuro interior.

Suspira —No es la primera vez que voy a esa casa, es la última tal vez, pero por el momento no la pienso pisar más.

Junto mis cejas ¿Desde cuando acá mi madre viajaba cuando mi padre estaba fuera?

Que raro.

Sacudo todo tipo de mala idea y me doy cuenta de que solo faltan unas cuadras más y llegamos a nuestra casa.

¿Es que tan cerca vivimos que ni sentí haber caminado?

—Vivimos a ocho cuadras de ellos y tenemos que dormir porque mañana te inscribiré en el instituto para que seas feliz de nuevo, por suerte que estás en tu último año y en el segundo trimestre—suspira, damos la última vuelta a la esquina y ahí, en el centro de todas las casas, al final esta la de nosotras.

—Mamá, ¿qué hora es? —pregunto y ella busca su teléfono móvil en el bolso de mano.

—Son las tres y treinta de la mañana, prácticamente hoy tienes que ir a la escuela.

Llegamos a la entrada y subimos los tres escalones para llegar a la puerta, mientras ella abre me pongo a pensar sobre que sería de la vida del señor Alcibíades ese que supuestamente es mi papá y que juró proteger a mi mamá, pero termino haciéndole daño.

Ese cobarde qué estará haciendo.

—Sara, entra, tienes que dormir, porque sino te quedarás dormida por la mañana —volteo y entro, rápidamente subo las escaleras de dos en dos y corro hacia mi cuarto donde me quito todo y me baño tratando de quitarme ese olor, salgo y busco entre las cajas un pijama.

Debes comprar pijamas mejores, no eso.-

Observo cautelosamente el pijama de flores toda vieja y arrugada.

*Es mi cuerpo, mi comodidad, así que tu cállate.

De acuerdo.-

Me la pongo y corro hacia abajo donde veo a una Elizabeth dormida en el sillón, subo nuevamente a mi habitación y busco una colcha, entre las cajas de electrónicos encuentro mi teléfono móvil y bajo, llego al sillón y camino hacia donde se apagan las luces, bajo el interruptor y vuelvo hacia mamá, me acuesto y estiro la sabana para las dos, le tiro la pierna encima y ella la acepta gustosa.

Tal vez soy algo rara con ella, pero así nos tratamos, nos queremos y entendemos. Me abraza y cierro mis ojos hasta perder la razón.

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