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Capítulo 4: La Doble Vida: El Precio de la Ficción

El Silencio Después de la Explosión

El búnker estaba envuelto en un silencio tan espeso que era casi agresivo. El eco del beso del día anterior resonaba en cada rincón, una prueba innegable de que la disciplina de Daniel se había roto primero, y la de Elara, justo después. Solo el peso de lo no dicho se suspendía en el aire como una amenaza invisible.

Elara lo encontró en la sala de control. Pantallas encendidas, códigos deslizándose como serpientes digitales. Daniel estaba inmerso en la revisión de datos, su rostro una máscara de fría concentración. Era su fachada de espía, la misma que usaba para esconderse de sí mismo.

Ella no dijo nada. Caminó lentamente, sintiendo cómo cada paso reverberaba en el suelo. El beso no había sido un error; había sido una rendición. Y ahora, ambos intentaban reconstruir sus muros, ladrillo por ladrillo.

—¿Todo en orden? —preguntó Elara, su voz neutra, casi profesional.

Daniel no levantó la vista. —Los sistemas están estables. No hay anomalías.

Pero ella no preguntaba por los sistemas.

Elara se acercó, deteniéndose a pocos pasos. —¿Y tú? ¿Estás estable?

Daniel cerró los ojos por un segundo. Cuando los abrió, su mirada era la de un hombre que había perdido el control y lo lamentaba. —Estoy intentando serlo.

El silencio volvió a instalarse, pero esta vez era frágil. Como el momento exacto en que dos almas deciden si reconstruirse… o romperse del todo.

—El plan se mantiene —dijo Daniel, sin levantar la vista. Su voz era plana y monótona, despojada de toda emoción.

—¿Y el error? —preguntó Elara, acercándose a la mesa. Se obligó a sonar tan fría como él, a pesar del calor que aún sentía en sus labios.

Daniel finalmente levantó la mirada. Sus ojos grises eran ahora trozos de hielo, su rostro, una perfección estoica que ocultaba el pánico.

La Apariencia del Control

Elara lo observó en silencio. Las palabras de Daniel eran precisas, estratégicas, calibradas para neutralizar el temblor que aún vibraba entre ellos. La lógica era su escudo. La atracción, su amenaza.

—¿No fue real? —retó Elara, sintiendo un dolor punzante que venía de la fractura invisible entre lo que se siente y lo que se permite sentir.

Daniel se giró hacia ella, el rostro endurecido por la disciplina. —Todo lo que hacemos aquí es real en el contexto de nuestra misión. Pero está al servicio de la venganza. No hay tiempo para sentimientos, Elara.

La palabra venganza cayó como un cuchillo. Era el recordatorio de que todo lo que compartían estaba contaminado por un propósito mayor.

—Fulgencio ya ha notado nuestra ausencia —añadió Daniel, retomando su tono operativo—. Hoy tenemos que hacer nuestra primera aparición pública.

Elara asintió. La misión exigía máscaras, pero su alma pedía verdad. Mientras se preparaba para enfrentar al mundo como parte de una pareja fabricada, sabía que el verdadero peligro no era Fulgencio. Era la posibilidad de que, en medio de la actuación, se perdieran a sí mismos.

El Teatro Público: La Primera Actuación

La primera parada fue un café exclusivo, el patio de juegos de la élite de Fulgencio. Al entrar, las cámaras se encendieron. Daniel tomó la mano de Elara. Ella se apoyó en su brazo como si fuera su única ancla. La actuación era perfecta.

—Te están observando —susurró Daniel, manteniendo su sonrisa de amante—. Toca mi mano. Haz contacto visual.

—Lo sé —replicó ella, su voz baja y seductora.

Ella deslizó su mano sobre el brazo de Daniel. Su pulgar rozó intencionalmente el borde de la herida vendada.

—¿Te duele? —preguntó ella, refiriéndose a su hombro.

—La herida es la menor de mis preocupaciones. Lo que hiciste con el beso, eso duele más —respondió él. Su sonrisa no vaciló, pero sus ojos la perforaron con una intensidad dolorosa.

Elara sintió un escalofrío y retiró su mano lentamente.

En ese momento, una de las socias de Fulgencio, Vivian, se acercó a su mesa.

—¡Elara, querida! No sabía que habías vuelto. Y tú debes ser Daniel, el nuevo... ¿guardián?

Daniel se levantó con una sonrisa encantadora. —Un placer, Vivian. Soy más que un guardián. Soy la razón por la que Elara ha vuelto a sonreír.

Elara se levantó y se unió al acto, deslizando su mano por la espalda de Daniel. —Daniel es mi roca, Vivian. Y mi única verdad en este mundo de mentiras.

Vivian se retiró con una expresión de envidia y chisme. La actuación había funcionado. Fulgencio recibiría el mensaje: Elara está ocupada, enamorada y fuera de su alcance emocional.

El Límite de la Ficción: Escena de la Cocina

De vuelta en el búnker, la energía de la actuación se disolvió en un agotamiento silencioso.

Elara se dirigió a la cocina gourmet, un santuario de mármol y acero. Necesitaba la familiaridad de la rutina. Comenzó a preparar la cena, tarareando una pieza musical clásica. El olor a hierbas frescas y aceite caliente llenó el aire.

Daniel, agotado por mantener su fachada y el dolor de su hombro, entró silenciosamente, atraído por el sonido de su voz y la calma. Ella no se percató de su presencia.

Daniel se acercó por detrás. Su cuerpo se movió con la precisión de un depredador, aunque su intención era puramente afectiva. La abrazó por la espalda, su cuerpo fuerte contra el de ella, y Elara sintió el golpe de la sorpresa y la electricidad. Daniel no soltó el agarre, sino que besó la nuca de ella, ascendiendo suavemente hasta el lóbulo de su oreja.

—Te ves... en paz —susurró Daniel, su voz grave y baja.

Elara detuvo su movimiento con el cuchillo. La tensión era asfixiante. Daniel la hizo girar lentamente para que se enfrentaran. La observó fijamente, con los ojos de un hombre que había renunciado a su disciplina. La atrajo más hacia él, buscando sus labios.

Elara cerró los ojos, sintiendo el conflicto interno. Apenas a unas pulgadas de rozar sus labios, ella se soltó con un movimiento brusco y limpio, su entrenamiento de ballet y combate regresando como un reflejo instintivo.

—¡Basta, Daniel! —siseó Elara, su voz baja y firme—. No te aproveches de nuestro trato. No quiero hacer lo que te venga en gana.

Daniel se quedó inmóvil, su rostro congelado en la decepción y el asombro. Había cruzado la línea.

—No me estoy aprovechando. Estoy... practicando —replicó él, su voz apenas un gruñido.

—Practicar es con límites. Esto es un abuso de poder. Recuerda, Daniel. Soy tu socia en la venganza, no tu... trofeo de guerra.

​La Frágil Verdad y la Promesa

​Daniel retrocedió, su semblante recuperando la frialdad del espía. Pero la máscara se le cayó rápido.

​Elara notó que estaba pálido, y su mano se aferraba inconscientemente a su hombro vendado. El vendaje estaba empapado en sudor y sangre.

​—Tu hombro. Lo tocaste y reaccionaste con dolor en el café. No fue actuación. —La voz de Elara se suavizó. El cuidado genuino primó sobre la rabia—. Deja de fingir que eres invencible, Daniel. Si te caes, el plan se cae.

​—Tienes razón. No lo está. La herida está infectada. No puedo permitirme una baja ahora. —Su voz era baja, una confesión de vulnerabilidad.

​Elara le miró a los ojos. —El beso fue tu debilidad, Daniel. No tu hombro.

​Él no negó la acusación.

​—Necesitamos hacer esto funcionar —dijo Daniel, y su voz estaba teñida de urgencia. Tomó las manos de Elara, ya no para controlarla, sino para establecer una nueva tregua—. Necesitas confiar en mí. Y yo te he dado demasiadas razones para no hacerlo.

​Daniel tomó una respiración profunda. —Elara. Hay algo que debo aclararte ahora mismo, antes de que este fuego cruzado nos consuma. Lo de Zúrich... Ximena...

​Elara sintió una punzada helada, como si Fulgencio Dávalos acabara de inyectarle veneno en el alma. El nombre de la mujer que creía su esposa era la mayor barrera entre ellos, más impenetrable que las paredes del búnker.

​—No. Ahora no. Si lo haces, podría ser una mentira más para manipularme. —Elara se soltó—. Primero, me curas la herida. Después, me das la verdad. Y solo si es creíble, podemos hablar de avanzar.

​Ella no esperó su respuesta. Con una autoridad que no le había mostrado antes, Elara se dirigió a los gabinetes de la cocina.

​—Muévete. Necesito alcohol, gasas esterilizadas y antibióticos. Tú diriges la venganza, yo dirijo la sanación. A partir de ahora, el cuidado de tu cuerpo será mi dominio. Es mi condición para que el pacto continúe. Si no puedes confiarme tu vida física, ¿cómo voy a confiarte mi alma?

​Daniel se quedó paralizado, observándola. Había esperado resistencia, furia o incluso más deseo, pero no la fría e innegociable disciplina de una prima ballerina convertida en enfermera militar. Elara había tomado el control de la situación, invirtiendo la dinámica de poder.

​—Está bien —cedió Daniel, con un asentimiento rígido—. El alcohol está en el botiquín del baño principal. Traeré lo necesario.

​Elara lo había puesto a prueba. Le había ofrecido una oportunidad para la verdad. La doble vida era insostenible.

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