Capítulo 3: La Coreografía Prohibida: El Primer Error
La Resistencia y la Disciplina
Elara despertó con la certeza de que el búnker no era un refugio, sino una celda para dos. La noche había sido larga; su mente revivía el momento en que Daniel la levantó y la pregunta sobre el amor. Se obligó a recordar: esto es una farsa. La disciplina era su armadura.
Se sentó en el borde de la cama. El colchón era suave, las sábanas de lino, pero el aire olía a control. Daniel dormía aún, su respiración medida, como si el mundo no se hubiera fracturado entre ellos. Elara lo observó, preguntándose cuántas versiones de él existían.
La disciplina era su única defensa. Cada gesto, cada palabra, cada silencio era calculado. Se aferraba a sus rutinas como a un ritual sagrado: estiramientos, duchas frías, filosofía estoica. No era amor lo que Daniel quería. Era sumisión.
Al entrar en la sala de entrenamiento, Daniel ya estaba allí, impecable, revisando las colchonetas. Su hombro vendado le daba una apariencia de vulnerabilidad que ella se obligó a ignorar.
—Buenos días, prima ballerina —dijo Daniel sin mirarla—. Hoy no entrenamos la fuerza. Entrenamos el amor.
Elara se puso a la defensiva. —¿Crees que fingir amor se aprende con flexiones?
Daniel se giró, su expresión dura. —Fingir amor es más difícil que el combate cuerpo a cuerpo, Elara. En la batalla, sabes quién es el enemigo. En el amor, el enemigo eres tú misma. Y Fulgencio es un experto en encontrar el punto débil emocional.
El Pas de Deux del Engaño: La Prueba del Contacto
El entrenamiento comenzó con la simulación de la vida pública.
—La mano —ordenó Daniel—. Entrelaza tus dedos con los míos. Como si tu vida dependiera de ello.
Elara lo hizo. El contacto no fue incómodo, fue familiar. Sus manos se ajustaban perfectamente, una sincronía que databa de años.
—Mal —dijo Daniel, deteniéndose bruscamente—. Tus dedos están tensos. Piensas en la venganza. Piensa en el pacto. Piensa en la noche que viene y en cómo tu cuerpo ansía mi protección.
Él la obligó a practicar el "abrazo de bienvenida", el "beso en la mejilla" y el "mantenimiento del contacto visual en el tumulto".
—Cuando Fulgencio nos vea, nos rodeará su gente. Su objetivo es romper nuestra concentración. —Daniel simuló un empujón fuerte—. ¡Reacciona!
Elara se tambaleó. Daniel la sostuvo por la cintura antes de que cayera. La atrajo hacia su pecho, su cuerpo fuerte como un ancla. Sus narices casi se tocaban.
—¡Reacción! —siseó Daniel—. En lugar de alejarte, tienes que acercarte más. Haz de mi cuerpo tu refugio. Haz que el contacto sea instintivo, no aprendido.
Elara intentó respirar. —Me estás pidiendo que ignore la verdad —susurró ella.
—Te estoy pidiendo que la transformes. En este momento, no soy Daniel, el espía. Soy tu obsesión. Si sientes miedo, tradúcelo en necesidad.
El Umbral Físico: La Lucha por la Intimidad
Daniel cambió el entrenamiento. Era el desarme íntimo.
—Vamos a practicar el desarme íntimo. Si estás en el coche, y un agente te ataca desde atrás, tienes tres segundos.
Daniel la tomó por detrás, su brazo rodeándole el cuello en una llave de judo. Elara aplicó la técnica, logrando liberarse y girarlo. En la siguiente repetición, Daniel la empujó contra la pared. El golpe fue seco. Daniel la acorraló.
—¿Por qué esa furia, Elara? —preguntó Daniel, sus ojos brillando con una mezcla de ira y algo más profundo.
—Soy la bailarina que va a destrozar a Fulgencio. No soy tu trofeo —escupió ella.
—Te equivocas. Ante el mundo, sí lo eres.
Daniel acercó su mano a la muñeca de ella. En lugar de sujetarla, deslizó su pulgar sobre el pulso. El toque era suave y deliberado, un pequeño gesto que revela cuidado disfrazado de control. Elara sintió cómo su pulso se disparaba, traicionándola.
—Tu pulso miente —susurró Daniel.
—Tú mientes —replicó ella.
Daniel tomó su barbilla y la obligó a mirarlo. —Sí, miento. Miento sobre mi vida, sobre mi pasado, sobre por qué volví. Pero no miento sobre una cosa, Elara. —La pausa fue un abismo—. No miento sobre el peligro que corres.
Esa declaración, despojada de cinismo, golpeó a Elara. Ella vio el dolor en los ojos de Daniel, un atisbo de la carga que él llevaba. Él no solo la usaba; la protegía a pesar de sí mismo.
La Coreografía Prohibida (El Primer Beso Real)
El entrenamiento terminó con la respiración entrecortada de ambos. Daniel se alejó para tomar agua. Elara se quedó en el centro de la sala, vibrando con la mezcla de agotamiento y frustración.
—Una última prueba —dijo Daniel, volviendo con la botella.
La puso sobre la mesa. Se acercó a Elara y la tomó de la mano, pero esta vez, no fue una orden. Fue una súplica silenciosa.
—Tienes que ser capaz de creerme. Y yo tengo que ser capaz de creerte. No como amantes que fingen, sino como almas que se encontraron de nuevo bajo las ruinas. —Su voz era un susurro ronco, confesional.
Daniel la miró, la distancia entre ellos desapareciendo. Elara se dio cuenta de que él no estaba actuando; le estaba pidiendo permiso para ser real por un momento. La grieta en el muro.
—Estoy cansado de las mentiras, Elara —confesó Daniel.
Elara sintió que el aire cambiaba. ¿Podía confiar en esa grieta?
—Si vamos a dejar de luchar, Daniel, que sea para encontrar lo que aún queda en nosotros. No para fingir paz.
Él asintió.
Daniel no le dio tiempo a responder. Se inclinó. El beso fue tan inevitable como la caída de Fulgencio. No fue la prueba fría, sino un asalto emocional que la tomó por sorpresa. Sus labios se encontraron, y la descarga eléctrica fue instantánea, una explosión de años de sentimientos reprimidos, dolor y deseo. La mano de Daniel fue a su cintura con la fuerza de la necesidad.
El beso fue largo, desesperado. Rompió toda disciplina.
Cuando Daniel se separó, ambos estaban jadeando. El rostro de Daniel, justo antes de que el muro volviera a levantarse, mostraba un terror profundo.
—Eso... —susurró Elara—. Eso no estaba en el contrato.
Daniel la soltó, su mano temblando visiblemente. Se giró hacia la puerta.
—No. No lo estaba —dijo Daniel, su voz ronca y más áspera que nunca. Se detuvo en el umbral—. Ese fue nuestro primer error, Elara.
La Noche de Aislamiento
Daniel salió de la sala, dejando a Elara sola, temblando. Ella se tocó los labios, que ardían con la cicatriz de ese primer beso no fingido.
El entrenamiento había terminado, pero la guerra personal acababa de comenzar. Elara se obligó a caminar hacia su habitación, pero la disciplina se había roto. Su mente ya no podía concentrarse en la filosofía estoica. Ahora solo había caos. La verdad de su cuerpo había superado la lógica de su mente.
La ruptura del protocolo fue inmediata y audible. El sonido de una puerta corredera de acero, antes silenciosa, se deslizó con un clic autoritario. Daniel no había ido a dormir; se había encerrado en su propia ala del búnker. Su miedo a la intimidad, a la verdad revelada por el beso, era tan grande como su necesidad de venganza.
Elara se quedó en la sala, sintiendo el aislamiento. Si él la había besado para probarla, ella había fracasado estrepitosamente. Pero si él la había besado porque no pudo evitarlo, entonces ambos estaban condenados. Ella no podía tener el corazón de un hombre que se encerraba de miedo ante sus propios sentimientos.
Decidió contraatacar el aislamiento con actividad. En lugar de dormir, se dirigió a la zona de vestidores, el único lugar lleno de color y aparente frivolidad en la fortaleza. Daniel había llenado el vestidor con ropa de diseñador, el uniforme de su nueva fachada social.
Elara se dio cuenta de la ironía: Daniel le había ordenado fingir amor, pero le había negado la intimidad física para hacerlo. Ahora, ella debía prepararse para mostrarse al mundo como la amante perfecta de un hombre que había huido de ella.
El Vestuario como Arma
Elara eligió un vestido de seda escarlata. No era la inocencia blanca de su tutú; era la armadura de la mujer que había renacido de las cenizas de su padre. Este no era un vestido para un baile; era un uniforme de combate social.
Mientras se probaba el vestido, sintió el poder. Ya no era la bailarina vulnerable. Era la actriz principal en una obra donde Fulgencio era el espectador y la muerte era el telón.
Revisó su reflejo. El escarlata era audaz. La disciplina no estaba en el corazón, sino en la superficie. Ella debía ser tan impenetrable como las paredes del búnker.
Recordó el microchip de su padre. La única forma de encontrar el equilibrio era fusionar la venganza de Caleb con el dolor que Daniel le había causado. Su amor por Caleb era el escudo, su deseo por Daniel era la espada.
"Si vamos a creerlo, Daniel, lo creeré mejor que tú," se prometió a sí misma frente al espejo, practicando la mirada de adoración que él le había ordenado. La mirada era profunda, intensa, cargada de una posesividad que haría que Fulgencio se mordiera la lengua.
El entrenamiento había terminado, y había revelado dos verdades: Daniel era vulnerable al amor, y Elara era vulnerable a Daniel.
Con la adrenalina aún fluyendo, Elara regresó a su habitación. No durmió; planificó la siguiente etapa. Mañana saldrían de la celda. Mañana pondrían a prueba la coreografía prohibida frente al mundo. Y la primera misión de Elara sería desestabilizar el control de Daniel, tal como él intentaba desestabilizar el imperio de Fulgencio. Ella no sería solo su amante fingida; sería la variable que él no pudo codificar.
