Capítulo 2. ¡Nació una estrella!
Luis Carlos:
En Venecia, San Benito, diciembre de 1960
Hace cuarenta y dos años y cuatro meses nací en un pueblito de Venecia, llamado San Benito. Era una noche de baile, ron y devoción por el Santo Negro, que da nombre al poblado. Mi madre, María Reyes, había ofrecido llevar a mis hermanos mayores, Juan y Franco, a la procesión de este.
No obstante, ella comenzó a sentirse mal, sentía un dolor sordo en la espalda, como en el bajo abdomen y una sensación de opresión en la pelvis. Por la experiencia de sus dos embarazos anteriores, atendidos por su comadre y vecina, pudo identificar que había iniciado su proceso de parto…
«Tengo mucha secreción vaginal, dolor fuerte en la espalda y la presencia de las contracciones. Mejor le aviso a Rosalía», pensó mi madre, sintiéndose cada vez peor.
Ella, llamó a su comadre por la cerca medianera y le explicó los síntomas que estaba presentando. Esta le llamó la atención porque en ningún momento, desde que se dio cuenta de que estaba embarazada de su tercer vástago, quiso ir a un centro de salud para que le controlaran el embarazo:
—¡María! Por más que tenga experiencia trayendo niños al mundo, debiste controlarte para tener la certeza de que todo estaba bien —reprochó ella a su comadre.
»¡Este embarazo, ha sido más problemático e incluso mira cómo se te duplicaron los síntomas! —Añadió ella—. Me preocupa ese barrigón, porque tú no engordas tanto en tus embarazos —afirmó esta.
—¡Comadre! ¿Para qué iba a ir al médico? Seguro que me recetaría alguna medicina y no tenía con que comprar —aseguró esta, llevándose sus manos al bajo vientre y mostrando un gesto de dolor.
»Además, eso que gastaba en un pasaje para ir al Hospital, me hacía falta para dar de comer a Juan y a Franco —confesó ella, con tristeza, presentando una barriga descendida, que miró su vecina con suma curiosidad.
—¡Bueno! Termino de servir la comida a mis hijos, y ya voy. Entretanto, busco todo lo que necesito para sacar de una vez al bebé —declaró esta.
Y así fue, ese 27 de diciembre de 1960, siendo las diez de la noche, nací y solté un fuerte llanto, que retumbó en la humilde choza, donde vivía mi progenitora. Mi madrina, Rosalía, quien me trajo al mundo, celebró ese primer vozarrón de mi parte, emocionada:
—¡COMADRE! —Gritó ella— ¡Nació otro cantante! ¡Ha nacido una estrella! —Aseguró esta, asombrada del chillido agudo del bebé al salir por la vagina.
»¡Segura estoy! Este muchacho, con esa garganta lejos, ha de llegar —afirmó esta.
»¡El firmamento será pequeño, para escuchar su voz! —Sentenció, mirando con pesar a mi madre, quien estaba decidida a llevarme a una institución, para que fuera adoptado, porque ella no contaba con los recursos para criarme, según me contó mi madrina.
—¡Lástima, Rosalía! Que no podré disfrutar de esa voz, pero donde quiera que esté, rezaré para que San Benito, lo proteja y le ayude a triunfar —agregó mi madre, una mujer joven, bonita, humilde y de piel curtida por el sol.
Esta, cuenta con unos ojos color miel, embrujadores que fueron mi herencia y arma de seducción. Aparte, que heredé la hermosa y potente voz de mi abuelo, gaitero de corazón. Unos, cuarenta minutos después, mi madre aún se sentía rara, como si no le hubiesen sacado al bebé, puesto que las contracciones persistían.
—¡Comadre! —llamó mi madre. A lo que la partera, respondió, sin voltear, concentrada en mí.
—¡No, lo entregues! ¡Está precioso el bebé! ¡Estás a tiempo aun de echarte para atrás! —Suplicó—. Yo me hubiese quedado con él. Pero, sabes cómo está mi situación actualmente —aclaró la partera, contemplándome, puesto que le robé su corazón.
—¡Comadre! —Volvió a llamar mi madre, con desgarro.
Al voltear Rosalía, la observó cómo se retorcía de dolor, con una nueva contracción. Ella, me acostó en el otro catre que se encontraba en esa humilde habitación y se apresuró cuando vio el coronamiento de la cabeza, de otro bebé, que se asomaba por la abertura vaginal.
Mi madrina asombrada actuó rápidamente. Ellas, se encontraban solas porque Franklin, el hermano de mi mamá, había salido con mis dos hermanitos mayores para ver la procesión del Santo Negro, San Benito de Palermo.
La partera no imaginó que su amiga y vecina, en vez de estar embarazada de un solo bebé, tenía dos, los cuales trajo al mundo esa misma noche del Santo Negro. Estos eran idénticos, salvo que el segundo bebé, era moreno, claro y traía una marca rojiza entre la mandíbula y el cuello del lado derecho.
—¡Como el desgraciado de su padre! —Gruñó María, en voz alta, al ver la mancha en el niño.
Luego, guardó silencio para evitar que mi padre fuese identificado. El argumento fue que se trataba de un hombre casado y habitante del mismo barrio. Ella, a nadie, le quiso informar el nombre del padre de sus hijos.
—¡Comadre! ¡Esto es una bendición de Dios! Pienso que San Benito de Palermo está aquí contigo, ¡no regales a tus hijos! ¡Por favor! ¡Como sea entre todos en el barrio te ayudamos! —Rogó mi madrina, sintiendo una profunda tristeza.
Ella, sudaba, agotada por el día de trabajo tan arduo en el hospital y luego, atender este doble parto, terminó sumamente cansada. Esta dejó rodar unas lágrimas de emoción, al ver el par de gemelos, hermosos, sanos, idénticos, salvo que uno iba a ser más claro que el otro.
—¡Esto es un verdadero milagro, María! Necesito llevarte al hospital para que te examinen y constaten que no te quedó nada más adentro —exclamó está preocupada, ante esa situación porque se había hecho muy de noche.
»E igualmente, necesito que examinen a los gemelos. ¡Comadre! —Suplicó esta— no los lleve a ese centro, por favor, ¿quizás para qué los trajiste al mundo?
—Si voy al Hospital, va a ser más difícil dar a estos en adopción —aclaró mi madre, obstinada, sin escuchar las súplicas de su comadre.
»En el centro, la trabajadora social, está esperando que le lleve un niño. Ella se encargará de gestionar todo, para que la familia rica que lo quiere, lo presente como suyo —explicó, está aferrada a entregar a uno de los niños.
»Esto me dificulta más la situación, Rosalía. No tenía para criar a uno, menos voy a tener para sacar adelante dos más —manifestó, angustiada.
—¡Amiga! Tengo una prima que nunca ha podido ser mamá. Ella estará encantada de quedarse con tus hijos. Dame tiempo para hablar con esta. A pesar, que vive en Granada, se encuentra de visita aquí en Venecia —expuso esta.
—¡Será mejor! Porque de no, debo buscar rápido otra familia a quien entregar, el otro niño —razonó mi madre, en voz alta— ¡Por esto, no debo ir al hospital! —Aseguró, moviendo su cabeza de un lado a otro.
—¡María! ¿De veras, no te duele desprenderte así de tus hijos? —Cuestionó la partera anonadada, al ver cómo su comadre estaba decidida a entregar los dos niños.
Mi madre había hecho las gestiones para que una familia pudiente adoptara a su hijo. Jamás paso por su mente que serían dos, por esta razón, le costó tomar una decisión. En todo caso, al amanecer del día siguiente, se levantó bien temprano con uno de los niños en brazos y se lo entregó a la trabajadora social.
Mientras el otro, siguiendo los consejos de su vecina y comadre, lo entregó a la prima de esta, quien no había podido tener hijos. Ella, era una persona humilde, pero muy cariñosa, que vivía en el país vecino, Granada…