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CAPÍTULO 4. DESEO DE ESCAPAR LEJOS

Moisés observaba la escena con incredulidad e incluso con un poco de curiosidad, nunca había tenido sexo con ninguna chica, porque la única mujer quien le importaba era Jazmín, por ello estaba guardándose para el momento de estar junto a ella. Hizo una mueca de burla dirigida así mismo, mientras una mezcla de rabia, enojo, decepción se desataba en su interior.

El primer impulso fue enfrentarlos y reclamarles, pero luego la prudencia hizo acto de presencia. Ella no tenía ninguna relación con él, a veces le coqueteaba, manteniéndolo interesado y haciéndole creer que le importaba, aunque a decir verdad no tenía ningún derecho a cuestionar su comportamiento, era libre de hacer cuanto y con quien quisiera, a pesar de ello, no dejaba de dolerle.

Por eso en un intento de escapar, hizo un menor ruido, no obstante, la pareja lo escuchó, dirigiendo de inmediato la vista hacia él, en un principio hicieron amago de ocultarse, mas cuando vieron se trataba de él, ambos soltaron una carcajada.

—¿Qué pasó Moisés te gusta lo que ves? —preguntó con burla Federico, el hijo de los Barboza, mientras continuaba penetrando a la chica.

—Es un placer para mí —comenzó a decir la chica cubriéndose la boca con la mano, fingiendo un gesto de sorpresa, en un claro indicio de burla—. Ser observada por el mejor pianista de todos los tiempos, el extraordinario, único e inigualable “Muerto de hambre, iluso, Moisés Reyes, el Pianista” —soltando una risotada, mientras el chico solo la observaba de manera impasible.

»¡Ay Moisés! ¿En verdad creíste que podías tener una oportunidad de tener una relación conmigo? Pensándolo bien, puedo hacer una excepción por una sola vez. ¿Quieres unirte a nuestra fiesta? Así te darás cuenta cuanto te aprecio —pronunció con sarcasmo —¡Ven! ¡Ven aquí chiquito! Seguro eres virgen, ven para enseñarte cómo usar ese instrumento entre tus piernas —. De nuevo ambos, estallaron en grandes carcajadas

Moisés los vio con profundo odio y les respondió.

—No gracias, prefiero pagar a una puta en el pueblo, total creo que no habría ninguna diferencia —. Dicho eso se dio la vuelta, deshizo el camino andando corriendo a la casa, sintiendo como el corazón se le partía en millones de pedazos.

Cuando estaba llegando a la casa, Cristal venía en su búsqueda y corrió a saludarlo.

—Moisés te andaba buscando, quería que me acompañaras a recoger ciruelas en los árboles de doña Ramona, ella medio permiso. Tiene muchas frutas maduras, pero están muy altas, papá no me va a dejar subir, dice que una señorita no puede estar haciendo esas cosas ¿Me ayudas? —preguntó la chica con una sonrisa emocionada.

—¡Busca a tus hermanos! ¿Por qué tienes que estar fastidiándome a mí cada dos por tres, si los tienes a ellos? ¡Déjame en paz Cristal! —pronunció con amargura.

Sin embargo, la jovencita quien lo conocía lo suficiente, se percató de su tristeza, algo le había sucedido, para estar en ese estado de enojo.

—¿Qué te pasa Moi? ¿Por qué estás molesto? ¿Quién se metió contigo? —preguntó la chiquilla con curiosidad.

—¡Nadie Cristal! —explotó rabioso. Al ver el rostro sorprendido y dolido de la chica, decidió bajar la guardia con ella—. Solo soy un idiota enamorado, de una mujer, la cual nunca pondrá la mirada en mí.

Dicho eso continuó rumbo a la casa, dejando a Cristal parada en el camino con el ceño fruncido, sin poder entender, porque de repente Moisés decidió asumir su realidad con Jazmín.

—Moisés hijo ¡Ya llegaste! —exclamó doña Lucinda, preocupada por la expresión en el rostro del hijo.

El joven se quedó observándola por un momento.

—No puedes oponerte. Dejarme ir a la capital. Si don Eusebio me ofreció su ayuda yo la acepto —expuso Moisés con determinación. Tomando asiento en una de las sillas de la mesa del comedor.

—Ese señor si es lengua larga, ya te fue con el chisme, ese va a necesitar cuando se muera dos urnas, una para su cuerpo y otra para su gran lengua —expresó la mujer bastante molesta.

—Don Eusebio no me dijo nada. Cuando vine a traer los víveres yo los escuché a los tres discutiendo sobre mi —defendió el joven al hombre.

—¿Ahora te dedicas a estar de chismoso oyendo tras la puerta? —lo riñó su madre.

—No es ser chismoso escuchar, cuando es el propio futuro el que está involucrado —. Al darse cuenta de su tono y de que con su madre se conseguían más cosas con la miel, en vez de hiel, bajó el tono—. Déjame ir mamá, por favor, no quiero seguir en este pueblo. No sabes cuán grande es mi deseo de escapar lejos en este momento. ¿Vas a dejar a tu hijo quedarse aquí con un corazón roto? —preguntó.

Lucinda entendió las razones de sus palabras, porque sabía del enamoramiento de Moisés hacia Jazmín, también de las andadas de esta y de que esa relación jamás podría prosperar, por eso necesitaba a su hijo lejos de esa mujer, hasta terminar con ese enamoramiento.

Suspiró con frustración, pues tenía una lucha interna, por una parte no quería dejar ir a Moisés, pero luego de la marcha de los dos hombres, no pudo dejar de pensar en lo equivocado de esa decisión, «quizás estoy poniendo obstáculos en el camino de mi hijo, tal vez él si está llamado a hacer un exitoso pianista», pensó, para luego tomar una decisión.

—Después de todo, no tenemos nada que perder, aunque sí mucho que ganar. Está bien Moisés, aceptemos la ayuda de don Eusebio. Te dejaré ir a la capital para que hagas tu formación como pianista.

El joven emocionado se levantó de donde hasta hacía un momento estuvo sentado, con un gran salto, abrazó a su mamá, se sentía profundamente conmovido por esa decisión.

—Ya verás, un día no muy lejano, cumpliré esa promesa que te hice cuando se nos cayó el techo de la casa de bahareque —. La madre solo movió afirmativamente la cabeza, entretanto los recuerdos de esa trágica noche y la siguiente la inundaron, recordando a su pequeño, las lágrimas no tardaron en aparecer, el dolor era profundo, lacerante, como si le encajaran filosos objetos, no solo en su corazón, si no en su alma.

—Él nunca podrá estar aquí para disfrutarlo —expresó la mujer en tono melancólico.

*****

Ese mismo día Moisés en compañía del profesor Abreu y con la ayuda de don Eusebio, abordó un autobús con rumbo a la capital, solo se despidió de su madre, hermanos y el padre de Cristal, pero del resto prefirió no despedirse de nadie. Mientras iba alejándose observó con un poco de nostalgia el paisaje, preguntándose cuanto tiempo tardaría en regresar y lamentando no haberle dicho adiós a su mejor amiga.

El tiempo fue pasando, Moisés comenzó a prepararse en el principal conservatorio de la ciudad, donde le fue otorgada una beca. También inició sus presentaciones con la sinfónica más importante. Seis meses después de llegar participó en el concurso “El mejor Piano del país” ejecución en el nivel II, dirigido a jóvenes entre quince a veinticuatro años de edad, obteniendo el primer premio, del dinero obtenido destinó un tercio para su madre, otra parte para sus gastos y el otro tercio para ahorrarla.

Un año después de su estadía en la capital, motivado por sus profesores se presentó en el concurso de una beca para acceder a cursar estudios en una de las mejores escuelas de música del mundo Manhattan School Of Music, en la ciudad de Nueva York, para formarse en la especialidad de música clásica, y cuando resultó ganador no se lo podía creer, era el sueño de cualquier talento joven.

El organismo financiante, se encargó de la visa, gastos, estadía. Su madre viajó a la ciudad capital a despedirlo, junto con los esposos Rodríguez.

Cuando los vio llegar, salió a saludarlos abrazándolos, emocionado se quedó observando, buscando a Cristal, pero no la vio.

—¿Cristal dónde está? —preguntó deseoso de ver a la chica alegre y juguetona, a decir verdad la extrañó mucho, aprendiendo a valorar su compañía.

—¡Lo siento! —exclamó don Eusebio —. Ella prefirió no venir, aunque te envía sus saludos y deseas sigas obteniendo éxito en cada paso que des.

Ante la noticia sintió un leve vacío y decepción en el corazón, esperó verla, para conversar y hacerle saber cuánta falta le había hecho. Ese día los cuatro fueron a almorzar juntos, porque el vuelo lo tenía previsto a la media noche. Lo consumían las ganas de preguntar por Jazmín, sin embargo, no encontraba la forma de hacerlo sin que su madre no lo reprendiera.

—¿Cómo está toda la gente del pueblo? ¿Los Arzolas, Barbozas, Munich? —un tenso silencio se hizo en la mesa, por más intentos de simular, todos se dieron cuenta por quien quería preguntar y la mamá le respondió en tono molesto.

—¿Aún te atreves a pensar en esa mujer tan superficial y cabeza hueca? Si tu deseo es saber de ella, sigue siendo la misma antipática, sinvergüenza buscándose encaramarse en cualquier palo —expuso su madre en forma despectiva.

—Lo siento mamá, era una pregunta general, no es porque estuviese interesado en saber de ella —expresó en tono inocente, no obstante, su madre no creyó en ese pretexto y lo observó por unos segundos sin poder ocultar el enfado.

Al final lo fueron a despedir en el aeropuerto, hizo una videollamada antes de partir, a sus hermanos y los hijos de don Eusebio, contando con poder conversar con Cristal, mas ella se negó a conversar con él, alegando tener un fuerte dolor de cabeza, sin embargo, Moisés no la creyó.

A la hora pautada partió del país con una gran nostalgia, pero con una maleta llena de sueños, no pudo evitar el leve temblor en el cuerpo cuando sintió despegar el avión.

Era una mezcla de emoción y tristeza. Se sostuvo con fuerza de los posa brazos, mientras el corazón le golpeaba con fuerza, fue inevitable ser inundado por los recuerdos del pasado. Desde el mismo momento cuando tocó un piano por primera vez, siempre supo que debía ir tras sus sueños y eso estaba haciendo, cada día sentía que estaba más cerca de lograrlo.

Cuatro años después

Luego de cuatro años de estudios y preparación en el Manhattan School Of Music, regresó al país. Decidió viajar al pueblo de sorpresa para ver a familiares y amigos. Durante ese tiempo sus cambios físicos habían sido muchos, aunque siempre fue alto, terminó creciendo varios centímetros más, el cuerpo de adolescente desgarbado, ahora tenía músculos, porque dedicaba también un par de horas diarias al entrenamiento físico, mas no por razones estéticas, sino por mantenerse saludable. El cabello castaño, ahora se lo dejaba crecer, lo peinaba de lado, la piel ya no estaba dorada por el sol, por eso la tonalidad era más clara haciendo resaltar más sus ojos verdes.

Bajó del autobús y caminó con el par de maletas para salir del pequeño terminal de pasajeros, podía irse a pie, para recorrer las calles del pueblo las cuales había extrañado, mas con un par de maletas no era conveniente, por lo cual esperó un taxi.

Estaba aguardando con tranquilidad, cuando vio detenerse en frente de él una camioneta Toyota Corrolla Cross, del año. Se mantuvo serio, porque no tenía ninguna amistad con alguien quien tuviera semejante auto. Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula al ver salir de allí con una sonrisa a la mismísima Jazmín Munich, no pudo evitar recorrerla de pies a cabeza, estaba tan bella como siempre.

Ataviada con un vestido corto, ajustado a las curvas del cuerpo como un guante, el cabello largo y tacones altos, bastante fuera de lugar para ir por el pueblo, pese a ello, no pudo evitar sentir la reacción de su cuerpo. De inmediato su pene se irguió emocionado dentro del pantalón, creyendo tendría pelea. Porque definitivamente los senos de la mujer eran demasiado voluptuosos, los tenía a la vista y por un par de segundos, los imaginó tenerlos en el rostro mientras los saboreaba hambriento con su lengua.

—¡Diablos! —exclamó tratando de buscar una posición para hacer menos visible el problema entre sus piernas. Antes de poder hacerlo, la mujer estaba a su lado.

—Hola, guapo, ¿Necesitas ir a alguna parte? ¿Estoy a la orden para lo que quieras? —preguntó la chica con coquetería, inclinándose más para dejarle mejor vista hacia sus senos.

Era hombre, no pudo evitar posar la mirada entre sus pechos, en vez de en el rostro, dado el ofrecimiento de la mujer.

—Se me ocurren varios asuntos en los cuales puedes ayudarme —respondió levantando las cejas en un gesto de lujuria y con una sonrisa dejando ver sus perfectos dientes, provocando interés en Jazmín.

La mujer lo recorrió observándolo con deseo, manteniendo mucho más tiempo en su mirada.

—Tus ojos me parecen haberlos visto antes, pero no creo, ninguno de los hombres de bien de este pueblo tiene tu porte y mucho menos los muertos de hambre de aquí —manifestó la mujer en un gesto de desprecio —¿Cómo te llamas?

Sus palabras produjeron incomodidad en Moisés, haciéndole recordar lo hueca que siempre había sido esa mujer, sin embargo, el deseo por ella era mayor, por lo cual hizo caso omiso de sus palabras, no obstante, quiso restregarle en la cara su identidad, pensando en divertirse a costa de ella.

—¿En verdad no me recuerdas Jazmín? —preguntó sonriendo, entretenido.

Ella hizo un puchero en un gesto de coquetería, entrecerrando los ojos como si estuviese recordando.

—No, nunca te he conocido, porque un hombre como tú sería difícil de olvidar —respondió recorriéndolo de nuevo de pies a cabeza sin perder detalle.

—Pues sí, te lo voy a recordar —expresó extendiendo su mano en un gesto de galantería, aunque con un de sarcasmo —. Soy uno de los muertos de hambres de aquí. El extraordinario, único e inigualable “Muerto de hambre, iluso, Moisés Reyes, el Pianista”.

“No guardo rencor, pero tengo buena memoria”. Anónimo.

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