CAPÍTULO 3. A ORILLAS DEL POZO
Tras la interpretación de la canción, se paró en el centro del escenario, dándole las gracias al público con una reverencia de cuerpo completo, eso generó otra explosión de aplausos, levantó sus manos diciéndoles adiós y salió mientras no dejaba de escucharse a la gente pidiendo otra.
“—¡Otra! ¡Otra! ¡Otra”
Era el grito eufórico y unísono del público, pidiendo de nuevo la intervención de Moisés, entretanto el chico ya caminaba tras el escenario, bastante nervioso, sentía sus piernas como gelatina, temía desplomarse en cualquier momento por la emoción. Allí, fue interceptado por el profesor Abreu para felicitarlo.
—¡Estuviste estupendo hijo! ¡Escucha a la gente! Está pidiendo otra intervención de tu parte, deberías volver a subir e interpretar otra pieza.
Al oír la propuesta, no pudo evitar sentir una explosión de miedo en su interior, no porque desconfiara de su propia capacidad, sino porque mentalmente se preparó solo para interpretar esa sola obra. Cuando el profesor le notó la expresión de duda, le habló con suavidad aunque con firmeza.
—Moisés hijo, nunca te olvides de este consejo, siempre debes estar preparado para los imprevistos, dispuesto siempre a interpretar esa pieza que la vida desee interpretes, pues nunca sabes, si es en ese momento cuando encontrarás lo que siempre has estado buscando, y donde tus sueños se vuelven realidad.
Animado por las palabras del profesor volvió al escenario, sentándose de nuevo en el piano, con el ritual de siempre, cerró los ojos, colocando la mente en blanco, dejó a sus dedos moverse libres por las teclas, convirtiendo las triadas en acordes, entre notas agudas y graves, acordes mayores y menores, interpretó un popurrí llanero para la delicia de los presentes, quienes al final no pudieron evitar ovacionar de pie al jovencito, quien a todas luces se perfilaba con un prometedor futuro en el campo de la música clásica.
Como bien lo aconsejó el profesor Abreu, debía estar dispuesto a interpretar la música y el ritmo exigido por la vida, y así fue, ese día entre los presentes estaba el director de una de las mejores academia de música de la ciudad capital, además de ser el director académico musical de la orquesta sinfónica del país, quien al escucharlo, se admiró de su talento, pensando enseguida en tenerlo entre sus estudiantes, pues le pareció tenía un futuro muy brillante, por eso decidió de inmediato contactar con el profesor.
Moisés terminó su presentación, sintiéndose profundamente emocionado, pues por mucho tiempo estuvo esperando ese momento, y aunque no estaba en uno de los grandes escenarios del mundo, por lo menos era el segundo más grande de la provincia.
Se despidió del profesor, lo esperaba la familia Rodríguez y sus hermanos muy emocionados, juntos caminaron al estacionamiento mientras charlaban.
—¡Hijo, estoy muy orgulloso de ti! —exclamó el señor Eusebio conmovido.
Para Eusebio, Moisés era como otro de sus hijos, estaba complacido de poderlo ayudar, de hecho había sido el único quien lo apoyaba y alentaba para no darse por vencido, era la única figura paterna que reconocía.
En ese momento sintió cuando un cuerpo chocó contra su espalda, abrazándolo a punto de hacerlo caer, para después carcajearse, no le quedó duda de quién se trataba, pues ella era así como un ventisca, alborotada, y a veces molesta.
—¡¿Qué haces Cristal?! ¿Por qué debes comportarte tan atolondrada? ¿Cuándo vas a empezar a madurar? —inquirió sin ocultar su incomodidad.
Sus palabras hirieron a la joven, quien enseguida lo soltó y corrió hacia la camioneta. Cuando Moisés subió a la batea del auto, ella estaba bastante enojada, sentada en un extremo. Moisés la ignoró por un momento haciendo un ademán de fastidio, se puso a conversar con los hermanos de Cristal.
La camioneta comenzó a devorar los kilómetros, entretanto Moisés esperaba que el enojo de la jovencita no durara más de cinco minutos, sin embargo, cuando vio transcurrir el tiempo, se dio cuenta de su actitud firme, empezó a preocuparse y para sacarla de ese enfurruñamiento, inició un juego con sus hermanos, el cual sabía a ella le gustaba.
—Chicos, vamos a jugar. Cada uno escoja un color de auto, los míos son los blancos —dijo mirando a Cristal, porque ese era siempre el color seleccionado por ella para jugar —quienes pierdan deberán hacer todos los oficios y tareas del ganador.
Ella permaneció seria por un par de minutos, causando inquietud en Moisés, no obstante, luego de un tiempo, se paró emocionada.
—¡Yo juego! ¡Yo juego! Los míos son los blancos —expresó sin dejar de sonreír.
Su sonrisa tranquilizó a Moisés, porque a decir verdad no le gustaba verla por mucho tiempo molesta, a pesar de discutir mucho, él la quería y aunque sus enojos con ella duraban más tiempo, los de Cristal hacia él no, porque ella era de fácil contentar.
—Entonces haremos pareja en este juego, ¡Porque los blancos son míos! —exclamó el joven en tono determinante.
Ubicándose detrás de Cristal abrazándola, mientras la brisa golpeaba sus rostros y batía sus cabellos. Él cerró los ojos disfrutando de esa extraña, pero agradable sensación.
Al día siguiente, Moisés se levantó temprano, contándole a la madre emocionado como le había ido en la presentación, sus hermanos a su lado compartían también la alegría.
—Mamá, me hubiese gustado estuvieses allí. Mientras tocaba sentía como una especie de adrenalina recorriendo mis venas. La gente aplaudía eufórica, les gustó, se sintieron emocionados al escucharme tocar —hablaba haciendo gestos con sus manos para conferirle mayor fuerza a sus palabras.
Sin embargo, la madre no mostró ninguna impresión ante el relato, manteniéndose sería, dura, había sido así desde la muerte de Juan Elías.
—¿Acaso piensas eso nos va a dar para alimentarnos? Pisa tierra niño. Jazmín y la gente del pueblo tiene razón, eso es una pérdida de tiempo, deberías más bien dedicarte a trabajar y hacer mandados, voy a hablar seriamente con Don Eusebio, ya basta de seguir alimentando tus fantasías.
»Ya estuvo bueno, no te quiero ver tocando el piano. Voy a hablar en la casa grande para que te prohíban entrar allí. Y ahora ve a hacer las compras —ordenó molesta
—Mamá por favor, no puedes hacer eso. Sabes cuánto significa la música para mí, ha sido mi sueño desde niño. No puedes comportarte de manera injusta —recriminó a su mamá.
—Eres casi un hombre Moisés, date cuenta, ¡La vida nunca es justa! —manifestó la mujer en un tono pétreo.
—No pienso hacerte caso, si no es en la casa grande, será en otro lugar, pero jamás voy a renunciar a la música, es mi vida y no me importa quién se oponga —dicho eso salió rabioso, tirando la puerta a la salida, mientras escuchaba los gritos de su progenitora llamándolo.
Tomó la bicicleta que le regaló Don Eusebio, cuando le compró unas más grandes a sus hijos y terminó dándole esa, aunque ya le quedaba un poco pequeña, no tenía problemas en usarla. Empezó a peladear molesto, no entendía porque su madre debía oponerse a sus deseos, cuando debería estar orgullosa al verlo trabajar por lograr un sueño.
En el recorrido hacia el pueblo la rabia fue apaciguándosele, no le gustaba discutir con su mamá, porque no quería agregarle más preocupaciones, sabía cuánto sufría por la muerte de su hermano, sintiéndose aún culpable por lo sucedido, al igual como se sentía él, eso sería un momento que nunca como familia terminarían por superar.
Se dirigió al principal abasto del pueblo para hacer la compra de algunos víveres, en su recorrido vio a un grupo de personas reunidas y no pudo evitar escuchar, la risa y burlas.
“—Ahora cree que por presentarse en la plaza de toros de La pascua, será un pianista famoso —expuso una mujer soltando una carcajada.
—Si ya él está imaginándose en escenarios de Europa— segundo otro.
—Pobre iluso, terminará trabajando de peón en la hacienda de los Munich o en cualquier otra —eso provocó una algarabía general.
Moisés apretó los dientes en un gesto de molestia, por mucha ganas de insultarlos, no podía ir peleándose con la gente por todo el pueblo, solo le quedaba demostrarle con hechos su equivocación.
Mientras compraba en el abasto, el murmullo comenzó a escucharse, se habían parado en frente de la puerta a decir palabras ofensivas, no obstante y aunque por dentro estaba dolido, con ganas de arremeter contra todos, mantuvo con firmeza su decisión inicial, no iba a dejar provocarse.
Esperaba la gente desistiera al no ver interés por debatirlos, sin embargo, todos sus planes se derrumbaron cuán castillos de naipes, cuando llego Cristal al abasto y al darse cuenta de las ofensas propinadas a Moisés, terminó molesta y comenzó a debatirlos.
—¡Estúpidos! Son unos ignorantes vean muy bien a Moisés ahora porque después solo lo verán en la televisión o revistas. Vamos a ver quien terminará burlándose de él —agregó con fiereza.
—¡Estúpida tu niña! Solo ustedes en tu familia, creen que un pobre zagaletón como este será capaz de llegar famoso, eso no va a pasar de La pascua, le tocará a los caballos —decían burlándose.
—¡Ya cállense! —exclamaba lo jovencita indignada.
—De paso Moisés es un cobarde, no se atreve a defenderse, deja a la mocosa para que lo haga —exclamó otro de los presentes.
—¡Yo si lo defiendo! Porque…—no pudo continuar sus palabras porque Moisés la tomo del brazo sacudiéndola.
—¡Cállate! No necesito me defiendas —espetó furioso—. En cuanto a ustedes, diviértanse como le parezca, dejémosle todo al tiempo, al final este es quien le dará la razón a quien la tenga.
Dicho eso pagó la cuenta y sin soltar a Cristal volvió a discutir.
—¿Por qué siempre debes terminar armando un escándalo de todo? ¿Por qué no piensas antes de actuar? Te dejas llevar por tus vísceras, espero un día no muy lejano llegues a madurar.
Dicho eso la soltó, subiéndose a la bicicleta completamente enojado se marchó. Había tenido que luchar contra sus impulsos de enfrentarse a la gente y hubiese salido en apariencia indemne, si no es por culpa de Cristal quien siempre terminaba mintiéndose en las cosas que no le importaban.
Media hora después llegó a la casa, estaba el profesor Abreu conversando con Don Eusebio y su madre.
—Es una buena oportunidad para él, irse a la capital le permitirá formarse en las mejores escuelas, ese ha sido su sueño —decía el profesor Abreu.
—No puede ser egoísta, todos los padres queremos lo mejor para nuestros hijos —agregó Don Eusebio.
—Ustedes no entienden, eso significa un dinero que no tengo. No pudo dejar de alimentar a mis otros hijos para mandar a Moisés a la capital a estudiar —señaló la madre, pensando al mismo tiempo, si estaría haciendo bien.
—Yo le cubro los gastos a Moisés, no se preocupe por ello —respondió Don Eusebio, quien quería el muchacho estudiara.
—Ya usted ha hecho mucho por nosotros, no podemos seguir abusando de su confianza. Lo siento, pero no —declaró la mujer con firmeza.
Moisés no entró a la casa. Terminó escondiéndose cuando vio al par de hombres salir con semblantes derrotados. Al verlos marcharse, entró a la sala en completo silencio, por lo cual su madre no pudo escucharlo, dejó la bolsa de víveres en la mesa. Entretanto se debatía, entre reclamarle o no por querer cercenarle de esa manera las oportunidades de tener un mejor futuro.
Salió de la casa, aunque no quiso irse en bicicleta, prefirió caminar hasta el pozo, con la intención de irse a bañar, porque a esa hora del día el lugar siempre se mantenía solo. Mientras caminaba, no podía dejar de repetir en sus pensamientos la conversación de su mamá con el profesor Abreu y Don Eusebio, no entendía las razones por las cuales ella se había negado de manera rotunda a la ayuda, más aún cuando esa era una oportunidad única, la cual podía impulsarle en su carrera musical.
Cuanto más lo pensaba más molestia sentía, se internándose en la densa vegetación, decidió caminar aguas arribas para bañarse en las pozas más altas. Apartaba las ramas de un lado a otro para evitar ser golpeado o arañado en el rostro. Cuando de repente escuchó unos jadeos, en un principio pensó era alguna persona o animal herido, por eso preocupado, siguió el sonido para saber quien lo provocaba.
Al llegar al sitio, quedó inmóvil, frío, casi a punto de desmayarse de la impresión de ver allí a orillas del pozo, a jazmín, la chica a quien amaba, completamente desnuda, acostada mientras el hijo mayor de los Barboza estaba entre sus piernas, desnudo, entrando y saliendo de su cuerpo con frenéticas acometidas, mientras en el denso silencio se escuchaban lo choques de sus pelvis y los gemidos gozosos de ambos.
“La verdad es dura, incomoda, pesada, lastima, y hiere, pero cicatriza más rápido que la mentira”. Autor desconocido.