Capítulo 7
Cada viernes, después de salir de clases, todas las chicas nos reuníamos en el estacionamiento para que Jacky nos llevará a su casa y de esa manera, realizar los planes del fin de semana. Pero al contrario de las otras veces, ésta vez no dije nada. Por la sencilla razón de que mi fin de semana ya había sido planeado por mi madre.
Aun así, eso no evito que estuviera escuchando las sugerencias de mis amigas.
—Podemos ir a la playa—sugirió Albina, pero Jacky empezó a negar.
—Ni lo sueñes. Aun no me recuperó de la quemadura de sol que me di—dijo nuestra rubia amiga mientras mostraba su hombro enrojecido. Todas hicimos mueca de dolor.
—Y si vemos eso—dijo de repente Michí. La quemadura quedó olvidada al instante para voltear a ver a Michí por su tremenda sugerencia. Ninguna podía creer lo que había dicho. Era obvio que sabíamos sus gustos, pero someter a todas a verlo, eso ya era avaricia de parte de ella. Sinceramente habíamos quedado mudas.
Jacky fue la primera en salir de la sorpresa.
—¡¿Quieres ver porno?!
—¿Qué? ¡No! —aseguró Michí sorprendida, pero parecía pensarlo un momento, como si se estuviera planeando seriamente la idea, lo que nos hizo reír. Incluso Mayte sonrió un poco—, bueno tal vez, pero no hablaba de eso, eso. Hablaba de la película de terror. La de Stephen King. ¡Por Dios, chicas! La primera vez que hablo en buen plan y lo malinterpretan.
Todas nos reímos por la cara de inocente que puso Michí. Pero, ¿realmente que esperaba? En ella, esa expresión solo significaba peligro inminente. «Las iba a extrañar éste fin de semana, sin duda alguna», pensé mientras bajaba la mirada.
—¿Estás bien, Joha? —preguntó Mayte de repente, haciendo que todas nuestras amigas me miraran con atención.
La miré, sonriendo un poco.
—Sí, ¿por qué preguntas?
Mayte no mostró escepticismo, pero si preocupación en su rostro.
—Me he dado cuenta que desde hace rato que te ves distraída, eso sin contar que no has dicho nada—se detuvo—, lo que lo hace todavía más extraño ya que eres la que aporta más ideas cuando hacemos estás reuniones.
Las miré y todas asintieron estando de acuerdo con Mayte. «Era hora de decirles»
—No puedo estar este fin con ustedes.
— ¿Qué? ¿Por qué? — preguntó Albina, mirándome con el ceño fruncido.
—Mi madre visitará a la que será su suegra, y obviamente tengo que ir.
Todas asintieron entendiendo.
—Así que conocerás a la abuela, ¿eh? —dijo Michí, bromeando. Pero su comentario me hizo acordarme la razón del porque me sentía nerviosa y asustada por ésa visita. Aun no debía de tener miedo. La verdad es que así me sentía. ¿Por qué lo hacía? O sea, no es como si realmente fuera mi abuela. ¿Qué más me daba si tampoco me quería o veía algo mal en mí? Había vivido sin el amor de una abuela toda mi vida. No es como si fuera hacer una gran diferencia ahora. Así que estar aterrorizada por un simple rechazo de una completa desconocida no debía dejarme temblando. Pero, aun así, eso había pasado cuando mi madre me había comunicado que íbamos a pasarnos ése fin de semana en la casa de ésa señora.
—Calla, Michí. Esto es serio. Mira como la dejaste con lo que dijiste—amonestó Mayte.
—Lo siento, nena—dijo Michí, sonando culpable—, no era mi intención lastimarte.
Levanté la vista, y observé sus expresiones de inquietud. Querían consolarme, pero no sabían que decir. Porque realmente no sabían la razón de mi estado.
—Tengo miedo chicas de ella. —confesé en voz baja. Sus expresiones mostraron confusión. Así que, tomando aire, empecé a explicarme—: Por la mamá de Horacio. Sé que suena absurdo. Pero es que ustedes saben cómo es la relación de mis abuelos y está visita me hace recordar lo que no tengo.
—Lo sabemos, nena. Y entendemos cómo te sientes—dijo Jacky con suavidad—, no es necesario que te expliques, corazón.
—Tengo que decirlo—declaré—, tengo que sacar esto de mí.
Las chicas se acercaron para darme el consuelo que necesitaba. Jacky colocó un brazo en mis hombros y me recosté sobre ella mientras que Albina peinaba mi cabello, una forma de alentarme a seguir hablando. Por su parte, Michí se arrodilló para que pudiera verme más de cerca y mostrarme sonrisas de motivación. Y Mayte tomó mi mano para hacerme sentir segura.
Lagrimas empezaron a brotar de mis ojos. «Maldita sea, las amaba demasiado. No había nadie más que me entendieran más que ellas. Eran como mis hermanas»
—Nunca le he dicho esto a mi madre, pero recuerdo las veces que sus padres le decían que su vida hubiera estado mejor si no me hubieran tenido—susurré con dolor—, no se imaginan lo mucho que he anhelado tener a alguien que me consienta cuando mi madre me reprendía. Pero en vez de eso, solo obtuve dos personas que deseaban mi muerte apenas supieron de mi existencia.
Sollocé.
—Los odio—continué—, pero al mismo tiempo, quiero su amor.
Levanté la vista para ver a las chicas, y las encontré limpiándose las lágrimas. Cuando las vi, fue que me di cuenta que también estaba llorando conmigo.
—No los necesitas—dijo Jacky—, Ellos son los que se pierden al conocer una persona maravillosa como tú, Joha.
—Lo sé—respondí—, pero no puedo evitarlo. Y ahora con ésta visita, es como una semilla de esperanza que ha florecido dentro de mí. Quiero agradarle. Siempre he deseado tener una abuela que me quiera, que me defienda de mi mamá, pero no la tuve o, mejor dicho, no quisieron conocerme. Eso es lo que más me duela de todo. Que ni siquiera me dieron una oportunidad. No me la dieron.
Lloré por el dolor que sentía. Nunca había tenido el amor de un padre, pero había tenido el de una madre, pero el de una abuela, eso nunca lo había sentido. Sentí que las chicas me abrazaban, y eso solo hizo que llorará más fuerte. Podía sentirme que me sacudía. Pero, aun así, ellas no me soltarán, continuaron sosteniéndome. Podía haber pasado horas, y ellas no se alejaron. Ni buscaron decir nada más. Se quedaron conmigo.
Lloramos por un rato más, hasta que los sollozos de todas se calmaron. El hablar de esto con las chicas hizo que el dolor disminuyera poco a poco.
—Anhelar una abuela—dijo Albina, sonriéndome con suavidad—, es algo normal. No tienes que sentirte mal por eso.
—Y tampoco estás sola—continuó Mayte—, tu madre y nosotras estamos contigo. Siempre.
Que Mayte me dijera eso, fue lo que me hizo darme cuenta lo mucho que me querían. Sonreí.
—Gracias, chicas. Las quiero mucho.
Jacky sonrió, y apretó su abrazo.
—Nosotras también, nena, siempre estaremos para ti.
—Lo sé—contesté—, es solo que lo de la visita me puso así.
Ellas asintieron entendiéndolo, y Michí enfrente de mí mostró una sonrisa traviesa.
—Demuéstrale tu carisma a esa señora, si no le gustas, le hacemos huelga en su casa.
—Ay Michí—dije, pero, aun así, me reí. Lo que provocó que todas las demás lo hicieran igual. Sin embargo, ellas tenían razón en una cosa. Ellas siempre estarían para mí, al igual que yo siempre estaría para ellas.