Capítulo 5. Descubriendo a Aby
Por Gonzalo.
Me desperté más relajado.
Desayuné tranquilo, estaba María sirviendo mi desayuno, no me gustaba que me sirviera cualquier mucama.
Me encerré en mi despacho y cuando estaba allí, el personal sabía que nadie me podía interrumpir.
Se pasó la mañana bastante rápido.
Almorcé algo de pasada, sin salir de mi oficina, estaba realmente atrapado en el caso que estaba estudiando.
Nuevamente había apagado mi celular, para que nadie me interrumpa.
Ví dos posibles formas de operar a ese paciente, estaba calculado las posibles consecuencias de cada operación.
Escucho que golpean en la puerta de mi despacho, estoy por echar a quién se haya atrevido a hacerlo.
Antes, digo que pase, no sé porque lo hice, entra Teresa, con lágrimas en sus ojos.
—Disculpe doctorcito.
Suele llamarme así y es la única que lo hace, se lo permito porque lo hace con mucho respeto y hasta con cariño y cuando estamos solos.
—¿Qué sucede?
—Mi hija…esta mañana le dieron el alta, la operaron de la vesícula, está casi desmayada y con mucha temperatura.
Recordé a la chica que terminé operando yo, también su operación fue de vesícula ¿Será la misma?
Sería mucha coincidencia si es ella.
El apellido de la chica que operé, era el mismo que el del marido de Teresa.
Tomo mi maletín médico, mientras le indico que me lleve con su hija.
Camino en silencio, detrás de Teresa, pienso en la chica de la operación, si es ella, debe tener alguna infección, cuando le estaban pasando la cánula con la cámara, la lastimaron, hasta le detuve un sangrado.
Nuevamente me indigno con los imbéciles que creen que salvar a alguién puede ser algo ocasional, cuando es al revés, solo se pierde un paciente cuando ya no hay nada que la medicina pueda hacer.
—Mi hija es la que lleva la administración de la mansión y se reúne todas las semanas con el señor White.
Me dice entre lágrimas.
Llegamos al sector en donde están las habitaciones del personal de servicio, nunca había estado en ese sector de la casa, a pesar que me crié allí.
Entré a una habitación, no muy grande, tenía una cama de una plaza, un pequeño sillón, un escritorio, pequeño, en el que había una computadora y varios libros, no miré demasiado, solo vi a la paciente.
Era ella, la chica que casi muere en manos de esos indeseables.
Me angustié pensando en su padre y en que ella sería el segundo miembro de su familia que iba a morir estando yo presente.
No comprendo el dolor que siento, soy médico y aunque no me guste perder pacientes, estoy preparado para hacerlo, claro que lo de esta chica hubiera sido totalmente injusto, por qué era evitable.
Estaba desvanecida.
Tenía la temperatura muy alta.
—La voy a revisar.
Teresa sale de la habitación, dándome el lugar para que revise a su hija.
Ella apenas reaccionaba, con su ayuda, le saqué la parte de arriba del pijama que tenía puesto, le tenía que revisar las heridas.
Eran pequeñas, pero a través de ellas, quería corroborar en donde estaba la infección, aunque lo sabía perfectamente.
Le bajé un poco los pantalones de pijama, arriba de la ingle, o mejor dicho, apenas abajo del ombligo, porque allí, había otra inquisición.
Esa herida estaba bien, la infección se produjo en la que estaba debajo de su pecho.
Al revisarla, recordé al infeliz que se estaba tocando mientras la miraba.
Le miré el pecho.
Me asombré de mí mismo, al pensar en lo perfecto que era.
Estaba con una paciente y nunca había dejado de ser profesional, pero en ese momento, me encontré casi deleitandome mientras la miraba.
No me gustó lo que me produjo verla, no supe por qué.
Busqué en mi maletín un antibiótico bastante potente, quería cortar la infección, para bajar la temperatura.
—Linda, te voy a dar una inyección para cortar una infección, pero antes te tengo que escuchar los pulmones ¿Te podés sentar?
Ella intentó sentarse, lo hizo a medias, la ayudé y al tener que tomarla en mis brazos para ayudarla a sentarse, de nuevo sentí un sobresalto, ahora más notorio que antes.
Más notorio para mí.
Mi cara era impasible.
La escuché con el estetoscopio, le medí la saturación, estaba en el límite, aunque sus valores pueden llamarse normales para los 40 grados centígrados de temperatura.
La ayudé a vestirse, lo hice con toda corrección.
Nunca ayudé a desvestirse y vestirse a un paciente.
Lediun antitérmico, también inyectable.
Esta chica estaba casi desvanecida, tenía poca reacción y me sentía comprometido con su salud, por dos motivos, uno es a causa de los cirujanos que la atendieron en mi clínica y otro es por el recuerdo de su padre.
Con los medicamentos que le inyecté, se suponía que dentro de las próximas 12 horas ya tenía que comenzar a mejorar.
Eso en cuanto a la infección, con respecto a la temperatura, tendría que mejorar inmediatamente, claro que como la infección seguiría hasta que el antibiótico le surta efecto, la fiebre iba a volver.
Salí un poco más tranquilo que cuando entré a esa habitación.
Pero estaba turbado, porque nunca había mirado, como hombre, a una paciente, lo hice siempre como médico.
Todo es por culpa de ese enfermero que se tocó cuando la vió.
Hablé con Teresa y la tranquilicé.
Le dejé un antifebril, para que se lo suministre cada 6 horas.
—Mañana, cuando pase por acá, la vuelvo a ver.
—Muchas gracias doctorcito, tuve mucho miedo que le sucediera algo.
—Es normal que surjan infecciones luego de una operación, no se preocupe, es controlable y dentro de dos días, va a estar perfectamente.
Vuelvo a mi oficina, la que tenía dentro de la mansión.
Ya no me pude concentrar en el caso que estaba estudiando.
Solo podía pensar en esa chica, la hija de Teresa.
Soy responsable de lo que suceda dentro de cada una de las clínicas de la que mi padre y yo somos dueños.
Nunca había sucedido tantos errores humanos, unos tras otro y con las consecuencias, que estos acarrean.
El remate, aunque no influyó en la salud de la chica, fue ese imbécil tocandose.
Le dije al jefe de cirugía de esa clínica, que lo veía al día siguiente a primera hora, quería saber como teníamos a esos médicos trabajando con nosotros.
Es evidente que hay que ser más cuidadoso al contratar al personal médico, a todo el personal en realidad.
Esa noche, pasé por mi segundo departamento, no el que conoce Ruth, lo hice con una mujer que suelo ver a veces.
Necesitaba liberar tensión y esa mujer era una fiera en la cama, sin embargo, algo me seguía molestando, no la pasé tan bien como solía hacerlo.
Al día siguiente me reuní con el jefe de cirugía, que ya estaba al tanto de todo.
Le dije que nunca más quería tener personal mediocre en la clínica, que dependía de él y que su puesto no estaba comprado.
No fui demasiado agradable, pero no había lugar para ser simpático.
Realmente seguía furioso.
Le pedí que revisara todos los casos que ese equipo médico había atendido y que lo hiciera a conciencia.
No puedo estar en todo, de eso soy consciente y hay temas de los que se tendría que ocupar la gente que está contratada para ese fin, mi tiempo vale oro.
Al medio día ya me estaba llamando Ruth, quedé en verla a última hora, teníamos una cena con unos amigos.
Amigos de ella, por supuesto.
Con cierta ansiedad, llegué a la mansión.
Le atribuí a que era por la salud de la joven y la responsabilidad que sentía por su salud.
Apenas llegué, Maria ya me estaba sirviendo el almuerzo.
Cuando terminé de almorzar, le pregunté a Maria por Teresa, quien se presentó ante mí casi inmediatamente.
Le pregunté por su hija y le dije que la iba a revisar y que le iba a aplicar nuevamente otra inyección con antibiótico.
Nuevamente me acompañó hasta la puerta de la habitación de su hija.
Teresa golpeó la puerta y abrió inmediatamente.
Me dejó el paso y yo entré.
Me encontré con que Abigail, así se llama la hija de Teresa, tenía un mejor semblante y estaba incorporada entre almohadones, en su cama, leyendo un libro.
Se ruborizó cuando me vió.
—Buenos días doctor, lamento que tenga que venir a verme.
Me dice tímidamente y con bastante culpa.
Le sonrío.
Es evidente que no tiene idea que casi se muere en manos de esos infelices.
—No te preocupes, vine a auscultarte y a aplicarte una inyección que contiene antibiótico, es más rápido que si te lo suministro vía oral.
—Creo que tengo buena cicatrización.
Me comenta sin sostenerme la mirada.
—Permitime revisarte.
Ella deja sobre su mesita de noche, el libro, mis ojos siguen sus manos y me asombro al ver que el libro es de una materia de medicina.
Corre el acolchado.
Se baja apenas el pantalón del pijama.
Me siento en el borde de su cama.
Le saco las vendas y noto, como efectivamente, la herida ya está bastante mejor.
—Sacate la parte de arriba, así te reviso la herida que nos trae problemas.
Su cara pasó a ser un color rojo granate.
Ella no se sacó la remera del pijama, solo se la levantó, pero realmente era incómodo para mí, revisarla con la ropa puesta.
—Sacatela, por favor.
No tenía corpiño, porque le debía molestar en la herida.
Sin hacer otro comentario, la reviso.
Debo confesarme que traté de ignorar su timidez y también su desnudo.