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Capítulo 2. Operación

Por Abigail

Nunca tuve novio.

No me interesó, nunca, algún chico.

No lo suficiente para que sea mi novio.

Muchos chicos me decían que era muy bella.

Tengo espejo y sé que lo soy, no soy extraterrestre, me gusta sentirme bonita, pero tampoco soy una mujer extremadamente coqueta.

Soy bastante alta, mido 1,68, soy un poco más alta que el promedio de la mayoría de las mujeres.

Mi cabello es castaño claro, o rubio oscuro, de chiquita era rubia y con los años se me fue oscureciendo, mis ojos son color celeste fuerte, a veces parecen turquesas.

Soy llamativa de cara, mi cuerpo también lo es, soy delgada, de cintura pequeña y linda cola, mi pecho es mediano, casi grande.

Tal vez por eso me visto normal, no uso muchas minifaldas y me maquillo poco.

No me interesa llamar la atención y creo que siempre termino por hacerlo.

No veo la hora de recibirme, ser doctora y poder mudarme a una casa, llevaría a mi madre conmigo, creo que eso es lo que soñé desde siempre.

Desde que falleció mi padre, quise ser médica para salvar vidas y cuando fui creciendo, se afianzó mi sueño, porque veía en las revistas, la admiración y el respeto que provocan los dueños de la casa en donde vivíamos.

También soñé siempre con sentirme libre y no tener que estar a disposición de terceros día y noche.

Felipe Davel respetaba nuestros horarios, pero Gonzalo no lo hacía, pedía cualquier cosa, sin importar el horario y desde que sale con esa odiosa mujer, está peor que nunca.

fuimos juntas, con mi madre, a hacernos los exámenes anuales correspondientes.

Cuando tuve los resultados, algo en mis valores no me gustó.

Como hacía tiempo que tenía fuertes dolores de estómago, les pedi que me hicieran una ecografía.

—Sos joven y tus valores sanguíneos no están tan mal como decís.

Me contestó el médico, bastante altanero.

—Por favor, hace bastante que tengo fuertes dolores de estómago y a veces me siento bastante inflamada.

—Debe ser que comés cosas que no corresponden y tomás alcohol en exceso.

—Disculpe, usted no me conoce, mi dieta es sana y no tomo alcohol.

—Todos los pacientes dicen lo mismo, tenés…

Se fija en la ficha médica, mi edad.

—Tenés 22 años recién cumplidos, no me vengas a decir que no hacés excesos.

—Le digo que no los hago y que me siento mal.

—Linda, cuando vas a bailar o salís, seguramente tomás de más y para ustedes, los jóvenes, eso no cuenta como exceso.

—Señor, no salgo, no voy a bailar y me cuido, estoy en cuarto año de medicina y entiendo perfectamente los valores sanguíneos y sé distinguir un dolor de estómago común, creo que lo que tengo son cálculos en la vesícula y quisiera corroborar si estoy en lo cierto.

—¿Qué medicina prepaga tenés?

Me pregunta, aun desconfiando de mis palabras.

—Trabajo como personal de servicio en la casa del doctor Felipe Daver, aunque allí soy administrativa y espero que con el personal común, de servicio, usted tenga más empatía, ya que prácticamente, todo el personal tiene estudios inferiores y pueden no saber defenderse.

En cuanto yo nombré al doctor Felipe, su trato cambió por completo.

Eso me molestó mucho más.

Me dió las órdenes para hacerme una ecografía y otros estudios.

Me cayó bastante mal ese médico y ya no me pareció tan buena la clínica, pero entiendo que por un médico mediocre, no puedo poner a todos en la misma bolsa.

Supongo que a partir de ahora, ese médico, el que me atendió a mí, va a ser más cuidadoso, porque no sabe si yo tengo confianza o no con los dueños de casa.

Le podría decir al doctor Felipe, pero, por ahora, solo tomé nota del nombre del médico clínico, en cuestión.

Luego, en la mansión, hablé con todo el personal y les pregunté sobre el trato que recibieron, nadie se quejó.

A lo mejor estoy exagerando, les pedí a todos, que me trajeran sus estudios y se los revisé personalmente, no quiero pasar por encima de un médico recibido y con experiencia, solo me molestó su trato para conmigo.

Es verdad que mis valores no estaban tan mal, aunque tampoco estaban perfectos y al ser joven, todo lo que decía el médico, podía llegar a ser cierto y también es verdad, que muchos jóvenes hacen descalabros con la comida y sobretodo con la bebida, sin embargo, ese no es mi caso, pero eso lo sabía yo y aunque me cueste reconocerlo, también es verdad que los pacientes, muchas veces, mienten.

De todos modos, revisé los exámenes médicos de todo el personal.

Estaba todo perfecto.

Me tranquilicé con respecto a ese médico.

Me hice la ecografía y por supuesto, yo no estaba equivocada.

Saqué turno con el mismo médico, lo hice para demostrarle que yo tenía razón.

Luego, yo me iba a atender con otro profesional, él no me caía bien.

Me trató mucho mejor que la vez anterior ¿Tengo que reconocer que no me había tratado mal?

Por ahora me guardo esa opinión.

—Tenés una sola piedra que es de tamaño mediano, se puede incrustar en un conducto, es operable, tenías razón y te pido disculpas.

Me gustó mucho más su actitud.

Me dió las órdenes para realizarme los exámenes prequirúrgicos.

Terminé charlando amigablemente con el médico.

Aunque yo todavía tenía un pero…

Cuando tuve todos los resultados, me derivaron a un cirujano.

—Es una operación normal, rápida, te vamos a hacer la cirugía con el método de laparoscopía, prácticamente no te quedan cicatrices.

Me dijo el cirujano.

Me pareció que era bastante jovén para operar.

Me volví insoportable, lo sé, pero es como que presiento algo, o tal vez es solo el miedo a una operación, aunque estoy a dos años de recibirme de médica y conozco el procedimiento.

No es que quiera saber más que los médicos.

Solo tengo miedo y no puedo encontrar una explicación lógica, porque la operación es sencilla, casi de rutina.

Llegué a la mansión y le conté a mi madre que tenía fecha para la operación, ella sí tenía miedo, traté de ocultar mis temores y darle ánimo.

Cuando me reuní con el contador, le expliqué mi situación, por lo que quedamos en vernos recién a los 15 días, me deseó suerte.

Tenía turno para operarme tres días después.

Al día siguiente me desperté con un fuerte dolor, era tan fuerte, que sentía que me atravesaba el cuerpo, nacía en la boca del estómago y seguía hasta mi espalda.

Si no sabría que tengo esa piedra, hubiera pensado que era un infarto, por lo que suelen explicar los pacientes y los estudios sobre el tema, los dolores son similares.

Le pido a mi madre que me acompañe al médico.

Llegamos a la clínica y pedí ver al médico que me había atendido, se asombró de verme, porque ya me había derivado al cirujano y me tenían que operar en dos días.

Realmente no tenía tiempo de buscar un profesional que me cayera mejor y él ya sabía de memoria mi historia clínica.

Me atendió bastante rápido.

Me dejó recostada en la camilla de su consultorio y llamó al cirujano que me iba a operar.

Me revisaron entre los dos.

Inmediatamente me hicieron una ecografía y quedé internada, me iban a operar de urgencia.

Traté de tranquilizar a mi madre.

Le dije que le avise a María, que es la mucama que le seguía en rango a mi madre.

Me llevaron al quirófano, hacía bastante frío allí.

Yo estaba con un dolor intenso, como me dijo el cirujano, tenía el calculo biliar, bloqueando el conducto de salida y ya tenía una infección colangitis ascendente y si no me operaban en ese momento y el cálculo se depositaba en el páncreas, puede, por su tamaño, bloquear la salida al intestino delgado y todo podría derivar en una pancreatitis.

Escucho al cirujano, hablar con su asistente y con la instrumentista.

—Quedate tranquila que va a salir todo bien.

Me dice el asistente del cirujano.

Es un equipo de gente jovén.

Mientras esperan que me haga efecto la anestesia, me hablan para distraerme, pero yo los estoy evaluando a ellos.

Sé perfectamente los riesgos de la operación y reconozco que son mínimos, pero nuevamente me invade un miedo atroz, que me domina por completo.

Todo comienza a fallar, hasta donde yo sé.

Porque la anestesia no me hacía efecto y decidieron aplicar otra dosis en lugar de esperar.

Se me cerraron los ojos y ya no me enteré de nada.

—Linda...linda, despertate, ya pasó todo.

Me dice una voz masculina.

Me costó abrir los ojos.

—¿Estás bien?

Me pregunta alguién.

Quiero hablar y no puedo, no me sale la voz.

Trato de no desesperarme, porque al darme anestesia general, me tuvieron que entubar y al hacerlo, mis cuerdas vocales están sensibles y una de las posibles consecuencias es que mi voz no salga como es debido o que tarde en poder hablar, el efecto dura algunas horas.

De todos modos, sigo nerviosa.

Abro los ojos, lo hago con mucho esfuerzo.

Veo más personas que cuando comenzó la operación.

Entre las personas que no estaban antes, distingo a Gonzalo Daver, quién me mira por un segundo y luego aparta la mirada casi con indiferencia.

Se dirige a los cirujanos que estaban inicialmente.

—Quiero la historia clínica de la paciente y el detalle de todo lo sucedido, lo quiero en 30 minutos en mi consultorio.

Mira a un enfermero o camillero, en este momento no sé bien que es.

—Con usted voy a hablar luego.

El hombre, también muy joven, no replica nada y baja la cabeza.

Gonzalo Daver sale por la puerta sin volver a mirarme.

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