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Se sentía frustrado, no quería que ella lo viera en esas condiciones. Movió las ruedas para poder desplazarse, y se acercó al gran ventanal. Se había caído un par de veces en la silla giratoria.
Por ese motivo necesitaba la silla de ruedas. Aunque le gustaba estar en esa alta silla, sintiéndose poderoso, y aún con sus piernas funcionando.
Aunque sea en su mente.
No era así, solamente quedaba parte en la ilusión.
Miró hacia el exterior, le gustaban los días nublados, seguramente estaba a punto de llover.
Le gustaba antes caminar bajo la lluvia; ahora podía recordar eso. Se mordió los labios, y le dió un fuerte golpe a la silla de ruedas.
—¡Maldició..! —protestó.
Por otro lado Briana estaba entre medio de tantas hojas, que se perdió. No podía llegar a comprender, quién podría guardar tantos archivos en un solo lugar tan pequeño.
Estornudó, le daba alergia la tierra, y ese lugar ni siquiera disponía de una ventana.
Salió envuelta en tantas carpetas, su rostro desapareció detrás de las mismas.
Al llegar a su pequeño cubículo, dejó todo ahí.
—¿Te asignaron un poco de trabajo..? —preguntó sarcástica Melisa.
—¡Cállate..! —le ordenó.
—¿No quieres que te ayude..? —dijo divertida.
—Me encantaría pero el jefe, me ordenó que solamente yo puedo ver estas cosas.
—Entonces te deseo suerte, te traeré un café.
Meli se puso de pie, desapareciendo por el pasillo. Briana puso los ojos en blanco y abrió la primera carpeta. Una gran polvadera, salió dispersa de la misma; al igual que humedad.
—Voy a morir ahogada —protestó.
Cuando ya iba por la décima carpeta, se puso de pie, quería preguntarle acerca de algunos números que no podía llegar a comprender.
Eran demasiado extraños. Al parecer, habían sacado dinero de la empresa, sin siquiera justificación. Dió un leve golpeteo a la puerta, pero como no tuvo respuesta, la abrió.
—Señor, aquí tengo esta carpeta y no puedo llegar a comprender los números y... —se quedó en silencio, nunca en su vida hubiera esperado ver a su ex esposo en una silla de ruedas.
Sus ojos salieron como platos, y el mismo se encontraba mirando por la ventana.
Se veía calmado, incluso a pesar de estar en esa posición, se había se veía poderoso y muy atractivo.
Su cabello, algo largo lo hacía ver aún más varonil.
—¡Te dije que golpees la puerta, y que esperes! —gritó de pronto su esposo.
—L-lo siento, pero como no respondió yo...
—No puedes hacer nada bien Briana, solamente te pedí una cosa, que cada vez que vengas golpees la puerta y que no abras por nada del mundo y ingresas igual ¿Acaso quieres que te despida? ¡pues lo haré! ¡Estás despedida!
Brianna abrió los ojos sorprendida, sin haber esperado nada de eso. Solamente quería advertir acerca de unos números raros, y le paraba esto. —No por favor, no puedes volver a ser injusto conmigo. Yo no hice nada y...
—Sí, desobedeciste mis órdenes, ahora ve a recursos humanos. Voy a enseguida para anunciar que estás despedida.
"¿Qué haré con Emma?"
—N-no, no puede hacer esto.
—Claro que puedo, y no me interesa tu vida, ni siquiera lo que hagas. Ahora vete.
Briana con los ojos llorosos, dejó caer las carpetas y salió corriendo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a llorar. No le importaba que la vieran de esa manera, se sentía tan desprotegida nuevamente.
¡Por la misma persona!
De nuevo ella había depositado su confianza. Y de nuevo la dejaba así.
Odiaba su suerte, odiaba a Eduardo. Lo que no podía llegar a comprender, a pesar de sus y tristeza.
¿Por qué está en silla de ruedas?
¿Acaso había tenido un accidente?
En cuanto llegó a recursos humanos, la gente, la miró con una nostalgia desmedida.
—Lo lamento tanto Briana.
—¡Soy una estúpida! ¿Cómo.... cómo puedo.?
—Tranquila, solamente te puedo decir una cosa y es qué...
—No, me siento mal, siempre me pasan estas; siempre me dejan de lado —comentó con dolor Brianna.
—Tranquila, encontrarás algo mejor.
Briana, tardó una hora en esperar que todo pudiera llegar a procesarse, finalmente salieron por la puerta cabizbaja, sin saber muy bien qué hacer. Al menos tenía dinero, pero nada más. Ya no tendría un trabajo estable.
Lo tenía hace un mes, ahora ya no podría ahorrar para poder comprar una cuna para su bebé.
Sigió llorando mientras caminaba, lo hizo en forma lenta y pausada. De nuevo esa sensación de que alguien la vigilaba, pero no le interesó.
Se encontró enfrente de su piso, e ingresó.
—¡Tiene fiebre..! —comentó la voz desesperada su madre.
Abre los ojos sorprendida, quitó las lágrimas.
—¿Qué? ¿Por qué no me has llamado?
—No me has entendido el teléfono Briana ¡estaba por ir a tu trabajo! Ya le preparé las cosas por favor llévalas, está muy mal.
—Ahora iré... —comentó nerviosa, sintiendo que su cuerpo temblaba.
Estamos un día entre sus brazos, y simplemente bajó las escaleras a paso veloz. Llegó hasta la parada de taxis, y estiró la mano, pero ninguno se frenaba. Estaban todos ocupados.
A lo lejos, un hombre, abrió la boca con sorpresa, al ver a su ex esposa con una bebé tan pequeña. Desesperada, estirando el brazo, ningún taxi pudiera llegar a frenar.
—P-por favor, que alguien me ayude —dijo y se quebró.
Dejó caer sus rodillas al suelo, aún con su bebé en sus brazos y lloró amargamente.
—Yo te llevo —comentó una voz conocida y a levantar la vista se encontró con su exmarido, con el vidrio bajo y en una limusina.
—No me interesa subirme a ese auto contigo —dijo con rencor.
—¡Está bien! —dijo subiendo el vidrio.
Brianna de pronto reflexionó y dijo:
—¡No, espérame! ¿puedes llevar al hospital..? —¿Quién es esa niña..?
—Es mi hija —comentó con la voz queda. Él la miró con sorpresa.
—Sube al auto.
—Gracias —comentó y simplemente desapareció de la calle para subirse a ese vehículo.
Su corazón latía con prisa, en parte, no esperaba que él pudiera llegar a escucharlo y menos comprenderla.