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Capítulo 16

—¿Se merece mis disculpas? —preguntó Lucía con una sonrisa leve.

Obviamente, su expresión era muy normal, pero desprendía desprecio y burla.

—¡Lucía!

Enrique apartó la mano de Fabiana y la llamó con una mirada siniestra.

Lucía sostuvo su vino tinto y miró con altivez a las tres personas en el suelo; sonreía, pero no había rastro de risa en sus ojos.

—Veo que el señor Enrique realmente necesita que le laven los ojos, ella... —continuó, señalando a Fabiana—, es una hija ilegítima, nacida de una amante, la culpable que mató a mi madre, y ahora está acaparando a mi padre y mi casa, así como el estatus de la hija de los Nores y mi prometido... Aun así quieres que yo, la víctima, le pida perdón. Enrique, ¿de verdad eres tan tonto?

Al oír eso, Fabiana, que se apoyaba débilmente en los brazos de Enrique y derramaba lágrimas, se estremeció de rabia.

Por semejante insulto, la cara de Enrique se puso fea y parecía querer comerse a Lucía en cualquier momento.

—Lucía, eres una loca, nunca sabes reflexionar sobre ti misma y solo culpas a los demás de tus errores. No te mereces el favor de nadie, ¿cómo puedes ser tan descarada?

En cuanto las palabras de Enrique salieron de su boca, varias mujeres volvieron a intervenir.

—El señor Enrique tiene razón, señorita Lucía, antes de acusar a la señorita Fabiana y al señor Enrique, ¿podría explicar los escándalos?

—Algunas personas realmente no tienen conciencia de sí mismas y no miran lo que han hecho antes de culpar a los demás.

—Un mal nacimiento se puede perdonar, pero con un mal carácter, es normal acabar sin nada.

Lucía examinó con la mirada fría a los que hablaban, todos eran amigas íntimas de Fabiana, eran las chicas de la alta sociedad. Los celos eran la naturaleza de una mujer, especialmente cuando una persona notoria aparecía de repente con una imagen resplandeciente. El gran desequilibrio psicológico era suficiente para despertar la malicia en el corazón de una.

Tendrían tantas ganas de arrancarle la máscara que la dejarían hecha un asco, y la verían convertida en alguien tan patética y ridícula como decían los rumores que era. ¡Así era como Lucía debía ser retratada en sus mentes!

Ellas se colocaron detrás de Fabiana y miraron a Lucía con desdén y desprecio.

—¿Soy una desvergonzada, o es que ustedes son demasiado asquerosas? —se rio Lucía con burla.

Ladeando la cabeza, con sarcasmo en sus ojos, acusó en una voz suave pero fría.

—Como mi prometido, estuviste con Fabiana en mi cumpleaños, estuviste con Fabiana cuando estuve enferma, y seguiste con Fabiana cuando me pasó algo. Siempre estuviste ahí para ella, pero nunca para mí. Le has regalado tanta ropa, bolsos y maquillaje, ¿qué me has regalado a mí?

Fabiana alardeaba todos los días delante de Lucía de los regalos que le había hecho Enrique, lo que hacía que Lucía estuviera siempre deprimida y no tuviera ni un día de verdadera felicidad.

Los ojos de Lucía se volvieron gradualmente fríos como el hielo; su sonrisa revelaba un atisbo de indiferencia. 

—Mi prometido se pasa todos los días con mi hermana; sin embargo, me acusa de ser una inculta y de no tomar la iniciativa para dejar mi puesto de novia. Enrique, pregúntate a ti mismo si estás capacitado para acusarme de esto.

Enrique se sonrojó ante la mirada de ella y se sintió algo de culpa.

Fabiana tenía cara de pánico, los ojos enrojecidos y parecía como si la hubieran agraviado mucho.

—No es así, Lucía. El señor Enrique y yo somos inocentes, no te hemos hecho nada malo...

Enrique miró los moretones en el cuerpo de Fabiana, la culpabilidad desapareció en un instante y dijo enojado:

—¡No pasó nada entre Fabiana y yo! ¡Ella es una señorita gentil y amable, no como tú!

—Prefiero encontrar a cualquier hombre al azar que a ti, lo que demuestra lo mal novio que eres —la mirada de Lucía se volvió extremadamente fría mientras sonreía.

—¡Fuera!

La cara de Enrique se torció.

—Como si yo tuviera tantas ganas de entrar a tu familia...

Lucía le miró sonriente, luego se dio la vuelta y se marchó.

Fabiana observó la espalda de la joven y una sonrisa de suficiencia se curvó en sus labios.

Al ver esta escena, Enrique se quedó helado un momento y, antes de que pudiera reaccionar, se oyó un grito furioso en su oído.

—¡Enrique!

Enrique levantó la vista y vio la cara de enfado de la señora Fraga. Tras el impulso, reaccionó de repente, y su rostro se puso un poco rígido.

La señora Fraga temblaba mucho por la ira. «Solo llegué un poco tarde, y Enrique cayó en la trampa de Fabiana, ¿cómo puedo tener un hijo tan estúpido?»

—¡Ve a disculparte con Lucía! —dijo la señora Fraga fríamente, señalando en la dirección en la que se había marchado Lucía, y miró con rabia a Enrique.

La sonrisa de Fabiana se congeló. Quería abrir la boca para decir algo, pero la mirada fría de la señora Fraga la detuvo. 

—Señorita Fabiana, Enrique y Lucía van a casarse, ¿le parece apropiado que usted esté en brazos de su prometido delante de ella?

El rostro de Fabiana palideció instantáneamente mientras se paraba temblorosa en su lugar, asustada y soltando la mano de Enrique.

—Lo siento, señora Fraga, no fue mi intención...

Enrique la miró con lástima y volvió la cabeza hacia Lucía, gritando con cierta impaciencia:

—¡Lucía, para!

En los últimos años, pasara lo que pasara, Lucía se daba la vuelta si se lo pedía Enrique.

Pero esta vez, Lucía caminó con determinación y no miró atrás ni siquiera cuando oyó la voz de la señora Fraga reprendiendo a Fabiana. El rostro de Enrique se fue nublando poco a poco.

La señora Fraga vio cómo Lucía se alejaba cada vez más, como si viera desaparecer el veinte por ciento de las acciones que habían estado en sus manos.

Enseguida, ella fue implacable, levantó la mano y golpeó a Enrique con fuerza.

Se oyó un fuerte golpe.

Antes de que Enrique pudiera reaccionar, recibió una fuerte bofetada en la cara.

La cabeza de Enrique se giró hacia un lado y una huella de palma apareció claramente en su cara.

Fabiana no fue la única que se quedó helada, toda la sala del banquete se quedó atónita por la repentina bofetada.

Después de castigar a Enrique, la señora Fraga corrió tras Lucía apresuradamente.

—Lucía, te he ayudado a escarmentar a ese cabrón. Sé que todo es culpa suya, así que por favor, dale otra oportunidad...

La señora Fraga fue tras Lucía e intentó agarrarle el brazo, pero ella lo evitó.

Lucía miró a esta mujer con cara indiferente y una mueca de desprecio.

—Señora Fraga, su hijo es escoria, no lo querré nunca más…

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