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5

Después de desayunar decidimos cambiarnos, iríamos al bosque, en busca de ese misterioso lago. Decidí ponerme un pantalón azulon que se adhería a mi cuerpo, unas botas de algodón que llegaban casi a mis rodillas, una camisa de tirantes, luego otra camisa mangas largas y por último mi chaqueta. Peiné mi cabello, dejándolo suelto, para después ponerme mi gorro de lana. Es decir, me miro al espejo y parezco una niña.

Ni modo.

Salí al pasillo, ya que Thomas se había ido a cambiar a su cuarto y me detuve frente a su puerta ¿debería tocar? Quizás se está dando una ducha, o quizás se esta vistiendo justo ahora, o quizás no esta y yo estoy aquí de tonta. Tantas dudas me rondan en la cabeza, es decir, es Thomas, por Dios, no me tiene que dar vergüenza. Ya no es lo mismo que con Apolo.

Elevé mi mano y toque dos veces. Pasaron unos segundo hasta que abrió. Mi mirada pasó de su cabello mojado hasta su abdomen plano y desnudo, para detenerse en el inicio de la toalla que rodeaba la cintura.

Jo-der

Permítanme pensar esto: esta buenísimo.

Tragué grueso en el momento en que elevé mi vista a sus ojos rápidamente para evitar que mi mirada llegara más abajo. Thomas tenía una sonrisa cínica y satisfecha en su rostros.

—Y-yo... hmm... iba a... —me trabé. Genial. Concéntrate, Anne. Cerré los ojos y respiré profundo—. Thomas, quería ver si estabas listo pero veo que no así que te espero abajo —dije rápidamente para después girarme para irme, pero su mano tomó mi brazo, haciendo que lo mirara.

—Espera, pequeña, te puedes quedar —respondió—. Ya casi estoy listo.

Arrugue mi cara, escaneándolo. Era una proposición un tanto... tentadora.

—Estás en toalla —me limité a decir.

Se encogió de hombros restándole importancia.

—Ven, solo me cambiaré en el baño, si quieres —sonrió con suficiencia. Es un tarado, le encanta verme en situaciones que hacen que mi cara se torne de rosa. Agh. Si que sabe como hacerme sentir incomoda. Pero no, señor Thomas, no te daré el gusto.

—Bien —me zafé de su agarre y lo aparté de mi camino, entrando a su habitación. La habitación de Thomas era grande, tenía una enorme ventana que daba al bosque, era puro vidrio o lo que sea. Su cama era casi del tamaño que la mía, aunque creo que un poco más grande. Tenía una mesita de noche, frente a la cama había un enorme televisor.

—Me vestiré —me anúncio Thomas detrás de mi, quería girar pero no me atreví.

—Bien —fue lo que dije para después dirigirme cerca de la ventana, haciéndome la que observaba cada árbol. Ni siquiera pasaron ni dos minutos cuando él hablo:

—Ya puedes voltear.

Eso hice, pero fue un error. El condenado solamente llevaba unos bóxers ¡unos putos bóxers! Perdón por la mala palabra. Me cubrí la cara de inmediato.

—¡Thomas! ¡Estás en bóxer! —chille.

Escuché que se rió. Encima le divierto.

—Vamos, pequeña Anne, menos mal si no tuviera nada encima —respondió—Quita las manos.

No lo hice.

—No, gracias —negué.

—¿Sabes cuantas chicas matarían por tenerme aquí, justo ahora, en este estado? Y tú no lo aprovechas, pequeña. —dijo arrogante. Rodé los ojos.

—Lástima, no soy una de esas chicas —espete. Lo sentí caminar hacia mi, luego sus manos apartaron las mías con cuidado. Miré su rostros, tan impecable, como si fuera hecho con demasiado amor. Su nariz puntiaguda, sus labios no tan gruesos ni tan delgados, sus ojos azules. Sus cejas. Sus párpados. Todo de Thomas me gusta. Es que es tan guapo. Su cabello mojado está para atrás, cayéndole unos cuantos mechones en la frente.

—¿Terminaste de comerme con la mirada? —se burló.

Salí de mi trance.

—Pff ya quisieras —reí nerviosa.

Su mano acarició mi mejilla, enviando una corriente eléctrica por todo mi cuerpo. Olvide que estaba en bóxers a pocos centímetros de mi. Él se acercó para susurrarme algo al oído.

—¿Quieres que te bese? —su aliento chocó en mi piel, empecé a sentir un cosquilleo en esa zona que hizo que mis piernas se debilitaran.

Lo quería, si.

—Si —respondí en un susurro. Thomas dejó un beso mojado en esa zona, para después pasar por mi barbilla hasta llegar a mis labios. Pero ahí se detuvo.

Lo miré, sus ojos tenían una chispa de diversión y lujuria.

—Si te beso, pequeña Anne, no podré parar —susurró.

¿Y quien te esta diciendo que pares, joder?

—No me importa —renegué entre dientes—. Cállate y bésame.

Sonrió satisfecho. Se inclinó hacia mi, rozando sus labios con los míos, me está torturando lo sé. Quería acortar la distancia pero no quería parecer una urgida. Mis ojos estaban cerrados, esperando por el beso. Sentí la punta de su lengua rozar mi labio inferior. Una oleada de calor me invadió todo mi cuerpo ¡bésame! ¡Solo bésame!

—Thomas —murmuré para que se diera prisa.

Y entonces pasó: me besó. Sus labios hicieron contacto con los míos, me sentí completa en ese momento, como si hubiera llegado a mi lugar. Mi boca tembló un poco pero la estabilicé, la mano de Thomas pasó a mi cintura, atrayéndome más a él. En cuanto nos pegamos así, sentí eso en mi abdomen. Lleve mis manos alrededor de su cuello, atrayéndolo más a mi. El beso al principio fue lento, excitante, suave; pero después se fue intensificando mas hasta convertirse en un beso urgido y salvaje.

Mis labios hacían sincronía con los suyos. Thomas chupó mi labio inferior y se me escapó un gemido. La mano de Thomas bajó a mis glúteos, apretándome una nalga. Me estremecí.

—Te quiero comer, pequeña Anne —me dijo entre el beso—. No me cansaré de repetirlo.

Me encaminó hacia la cama, haciendo que me sentara para después caer de espaldas con Thomas encima de mi. En ningún momento rompimos el beso. No quería. Necesitaba tener sus labios en los míos. Eran como mi droga. Eran adictivos. Acaricié su espalda con mis manos, dándole unos pequeños apretones de vez en cuando.

Thomas llevó una de sus manos por debajo de la camisa, acariciándome mi panza, subiendo un poco más hasta llegar al comienzo de mi brasier. Ahí se detuvo.

Oh, Dios, era una sensación tan profunda y nueva que lo necesitaba. Jamás pensé que diría eso pero bueno, Thomas me hace hacer cosas que nunca pensé hacer ni sentir. En eso el recuerdo de aquella noche cuando él me tocó, cuando me hizo llegar al paraíso me invadió. Sentí tantas ganas de volverlo a sentir con el... pero antes...

—¡Thomas, estamos listo! —la voz de Will nos hizo que detuviéramos el beso, pero sin separar los labios. Lamentándonos. —Sólo tu y Anne faltan, los demás están caminando ya.

—Mierda... —murmuró más para sí mismo.

Sonreí divertida.

Palmeé su espalda para que se quitara de mi.

—Es la segunda vez que nos interrumpen —se despegó de mí para verme. Sonreí como tonta.

—Lo siento, creo que es el destino —me burlé, aunque yo también estaba lamentándome por dentro. Thomas gruñó, pero se levantó de mi, cogió un pantalón y una camisa de su maleta, se vistió rápidamente y se pasó su mano por el cabello, desordenándolo un poco.

—La tercera es la vencida —me dijo, guiñándome un ojo.

Me levanté de la cama, acomodándome mi gorro.

—Quizás —respondi.

Thomas se puso sus zapatos y se echó una loción que la reconocí al momento, era su aroma.

—Listo, vamos —llegó donde mi. Le preguntaría que porqué no usa abrigos si hace mucho frío pero era un hombre lobo. Ellos no sienten frío. Me cogió de la mano, salimos al pasillo donde no había nadie. Al salir de la casa los demás estaban allí, esperándonos. Al vernos levantaron las manos como diciendo ¡al fin! Y empezaron a caminar. Carolina me hizo seña de que nos acercáramos.

—Ven, Anne, tu te vienes conmigo —me cogió del brazo llevándome lejos de ellos —Kayler tiene que hablar algo con Thomas.

Giré la cabeza a Thomas, el solo asintió y me guiñó un ojo. No tenía ni idea de que podrían hablar esos dos pero tampoco quería preguntar. Solo seguí a Carolina hacia los demás ya que iban un poco adelantados.

—Este lugar es increíble —escuché la voz de mi hermano.

—Ya quiero ver el lago —ese fue Gregory.

—En nuestra cuidad no se ven estas cosas —comentó Carla, mirando para todos lados.

—Si, la mayor parte del tiempo es soleado —le siguió Vane.

—Yo tenía muchos años de no venir —murmuró Ale, iba adelante nuestro.

—Si no fuera porque la mamá de Carolina nos invitó aquella vez no conociéramos nada de esto. Ya que Carolina es tan buena persona que pensó que gastaríamos gasolina si veníamos.

—Estoy justo detrás de ti, William —murmuró Carolina.

Will se giró y le sonrió divertido.

—Lo se —respondió para luego volver a su posición normal. Escuché risitas por parte de los demás.

—Déjalo, solo deja que esté solo —me dijo Carolina—. Le daré un buen susto.

Lá miré interrogante.

—¿Cómo cual?

Ella sonrió con malicia, y no me gusta para nada esa sonrisa. Significa que hará algo que no debe.

—Ya verás, Anne, ya verás.

Y así pasamos todo el camino, hablando, bromeando hasta que me dolían las piernas ya. Solo escuchaba por parte de los demás:

—¿Ya llegamos?

—Joder, sí que es largo.

—Me duelen los pies ya.

—¿Porqué no vinimos en auto?

—Porque estamos en el bosque, duh.

—No aguanto más.

Y si, aguantamos. Hasta que mis ojos visualizaron agua a lo lejos, y corrimos a la orilla. Ahí estaba el enorme lago. Una parte congelada y la otra no. Es decir, es como si no lo estuviera. Más allá se miraba una cascada. Era lindo.

—¡Me quiero meter! —dijo mi hermano.

—Ni se te ocurra, he, ha de estar hondo —me limité a decir. Además no conocíamos esta zona, y mi hermano puede ser un poco aventurero. Pero no me gustaría que le pasara algo.

—Está bien, hermanita, solo a la orilla —me lanzo uno beso. Le rodé los ojos y miré a Carolina.

—¿Sabes? Tengo el presentimiento de que este es el territorio de Rafael. —murmuró.

—Imagino que si —me crucé de brazos.

Giramos la cabeza atrás de nosotras en busca de Kayler y Thomas pero no estaban. Fruncí el ceño y la miré.

—¿Donde está Kayler y Thomas? —le pregunté.

—No lo se, venían detrás de nosotras.

Pero no, no estaban, es como si hubieran desaparecido desde un rato y nosotras hasta ahora nos dábamos cuenta. Los demás estaban entusiasmados, quitándose la ropa y lanzándose al agua.

—Carolina, algo anda mal, lo sé —dije.

—Espera... —me miró—... Anne, puedo sentir a Rafael... lo siento.

—¿Que? ¿Cómo? —inquirí, ella iba a responderme pero su mirada pasó de mi a detrás de mi. Me di la vuelta dudosa. Ahí venían ellos. Una manada entera de lobos, saliendo del bosque, mirándonos amenazantes. Y lo peor es que no estaba ni Kayler, ni Thomas, ni Apolo y ni Connor. Y lo más peor, peor, es que estaban mi hermano, mi primo y las amigas de Carolina. Y ellos no sabían nada de esto.

Y lo que más me asustó de esta situación: es que esa manada de enormes lobos no se miraban felices.

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