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Capítulo 4 Papá.

Jade estaba en la sala del hospital recordando las últimas palabras de su padre, mientras Magnolia lloraba y la culpaba por la muerte de Isaías, debía alejarse de esa mujer, esa que, si llevaba su sangre, pero que era la responsable del dolor más grande que la joven sentía.

Camino bajo la lluvia, sin rumbo alguno y mucho menos preocupándole las altas horas de la noche que eran, solo camino, lejos del hospital, lejos de su hogar, escapando del dolor, por alguna extraña razón no fue con Javier, quería estar sola, en ningún momento se preguntó quién sería su verdadero padre, ella ya tenía un padre, Isaías Renger, quien acababa de morir, en sus brazos, llamándola hija.

De pronto sintió un fuerte agarre en su brazo y ser jalada hasta chocar de frente con un hombre, lo miro por un momento, se veía enojado, sus ojos verdes brillaban aún bajo el manto de la noche, era más alto que ella y tendría unos cuarenta y tantos años, su cabello era castaño claro, casi rubio, pero había ciertos rasgos de su cara que la hacían recordar a alguien ¿pero a quién?

— Me estas escuchando niña. — dijo ofuscado el mayor y solo entonces Jade se dio cuenta que le estaba hablando, aun sujetándola del brazo.

— No, y suélteme, ¿Quién se cree para…? — Jade quedo en silencio al ver a su alrededor un grupo de hombre con trajes y armas.

— Sal de tu burbuja niña, el mundo no es para gente que vive en las nubes, lárgate de aquí, ahora. — Jade había llegado al lado este del vecindario, sabía que no debía estar allí, nadie decente iba a ese lugar, abandonado incluso por los Constantini, el clan que manejaba Chicago.

— Señor Derek, está todo listo para ingresar. — informo uno de los hombres y Jade entendió que si estaban en ese lugar con armas no era nada bueno.

— ¿Quien dijo que quiero estar en este mundo? — murmuro la joven liberando su brazo del agarre de aquel hombre que por alguna razón se le hacía conocido.

La joven regreso sobre sus pasos siendo observada por Derek Bach más de la cuenta, tanto, que sus hombres se dieron cuenta. Y si un Bach quería algo, lo tenía.

¿Quiénes eran estas personas? Los más poderosos del continente y quizás del mundo, ser un Bach era estar en la cima del mundo.

— ¿Quiere que vaya por ella, señor? — pregunto uno de sus custodios.

— ¿Para que quisiera yo una niña? Vamos a trabajar.

Era conocido por todos que la familia Bach estaba bajo una maldición, durante siete generaciones solo nacieron varones, cuando al fin nació una niña la cuidaron como si de su mejor joya se tratara, pero fue ese mismo cuidado y sobre protección los que provocaron que Kimberly Bach perdiera uno de sus mellizos, naciendo así solo Lucero, parecía que la maldición de que no nacerían niñas en la familia se había roto, pero comenzó otra, nadie de la familia podía tener más de un hijo y algunos como Derek tenían peor suerte, ya que él ni siquiera había podido tener un hijo, desde hacía 21 años que lo intentaba, al pasar el tiempo cada una de sus novias lo termino abandonando, hasta que conoció a Rosita Zabet, la joven que fue adoptada por la familia del magnate de joyas Amir Zabet, se había enamorado a primera vista de esa jovencita y a pesar de que ella no lo sabía y estaba con su primo Vincent, Derek haría todo para cuidar de ella, amándola a la distancia y cerrando de esa manera las puertas del amor, aun así el hombre se preguntaba porque a él se le había arrebatado el derecho de tener descendencia, aunque su madre siempre le aseguró que lo más probable era que en su juventud hubiera dejado embarazada a alguna de sus tantas acompañantes de una noche que tuvo, prefería creer que no era así, pues la lista era larga y en la mayoría de los casos ni siquiera recordaba el nombre de sus amantes de antaño.

Esa noche Derek Bach estaba trabajando, la banda que manejaba esa zona había tenido la brillante idea de ayudar al mafioso conocido como la sombra italiana en tratar de secuestrar a Rosita, era su responsabilidad mostrarle que con un Bach nadie se metía y menos con la mujer que él amaba. Lo que Derek Bach desconocía es que esa noche por destino o casualidad había salvado la vida de su hija, quien se dirigía a la línea de fuego de la banda.

Mientras Jade caminaba de regreso a su hogar descubriendo que nada es perfecto, el vacío que dejo Isaías esa noche no lo podría llenar con nada en el mundo.

Esperanza Ledezma siempre se destacó por su sentido de justicia, no sabía si aquello se debía a lo que su madre Camila Adams de Ledezma había sufrido por culpa de su madre y el psicópata de su mejor amigo, o si era por la crianza que tuvo, fuera lo que fuera, la joven pelirroja siempre tuvo en claro lo que queria hacer de grande, atrapar a los malos y encerrarlos, llevaba tres años investigando a Loan Zhao, y había llegado a una conclusión.

— Jefe, este joven no tiene nada que ver con el tigre blanco, puede que sea hijo de Sug-Zhao, pero definitivamente él no tiene nada que ver con su organización, más que cargar con el padre que le toco.

— Bien, si tú lo dices, así debe ser, eres mi mejor agente, será mejor que des por terminada la misión y te tomes unas vacaciones, o tu prometido hará una huelga fuera de mi oficina. — Esperanza suspiro con pesar, queria mucho a Valentín, era el mejor amigo de Teodoro, su primo, pero aún no estaba lista para dar el siguiente paso, aunque hacia dos años que estaban prometidos.

— Si, vera jefe, queria hablar con usted de un tema…

— No te enviare a ninguna misión, mira Esperanza, te aprecio, eres mi mejor agente, pero si tienes algún problema con Valentín, debes solucionarlo, no puedo seguir siendo tu chivo expiatorio. — estaba atrapada, debió saber que su jefe se daría cuanta.

— No tengo ningún problema con el agente Flagler.

— Claro, es muy normal llamar por su apellido a la persona con la que estas a punto de casarte.

— No es eso, es la costumbre. — mentía, no solo a su jefe, a ella también. — En fin, seré breve, necesito que apruebe una última misión o en su defecto que haga la vista gorda de mi ausencia, porque definitivamente de todas formas lo hare. — la línea quedo en silencio por unos minutos, hasta que al fin su jefe suspiro derrotado, la conocía demasiado bien.

— Dime que pasa.

— Necesito ir a Colombia, debo atrapar a la emperatriz.

— ¡¿Que?! — el superior no pudo evitar gritar, Esperanza le estaba pidiendo demasiado.

— Agustina Scott se atrevió a jugar con Lucero Bach, ella toco a mi amiga y pienso entregarle su cabeza como obsequio en su boda.

— ¿Es un pedido de los Bach? — pregunto emociono, y no era para menos, los Bach casi no debían favores, más bien todo el mundo les debía a ellos.

— No, claro que no, es algo que yo quiero hacer, es mi mejor amiga. — en parte era verdad, aunque también era un pedido de Liam Bach, el padre de Lucero no se quedaría tranquilo luego de que la emperatriz arruinara la vida de su hija.

— De acuerdo, pero todo será extraoficial.

— Claro jefe, ahora mismo dejo todo listo, envíen al equipo de contención, terminare esta noche con Loan Zhao.

Y así lo hizo, Esperanza Ledezma salió de aquel restaurante sabiendo que había roto el corazón de un joven inocente, había hecho tan bien su trabajo, que el pobre Loan se había enamorado realmente de ella, por un segundo se preguntó si se sentiría tan mal como en ese momento si terminaba con Valentín, pero quito ese pensamiento de su mente, no le podría hacer eso al agente Flagler, ella le había dado su palabra y la cumpliría, aunque no lo amara, se casaría con él, solo que antes iría por LA EMPERATRIZ.

Lo que Esperanza no sabía, era que esa mujer cambiaria su vida, al igual que lo había hecho con Lucero Bach.

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