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Capítulo 5

La mañana siguiente me despierto con un hambre de mil demonios. Era de esperarse, puesto a que lo único que comí el día anterior fue el aperitivo que dieron durante el vuelo.

Como creo que hace la mayoría de personas, al despertarme -además de quedarme un buen rato en la cama estirándome y reuniendo energía para levantarme- voy al baño para cepillarme y hacer mis necesidades. Luego, entrando a la cocina veo una nota sujeta con un imán en la nevera.

«Buenos días.

Espero que hayas dormido bien. Te dejé café y un emparedado de atún dentro del sartén que está sobre la estufa.

Tengo horas extras de trabajo y no he podido hacer la compra de comida de la semana, ¿podrías, por favor, hacerla tú? Hay un supermercado a cuatro cuadras. Dejé una lista y dinero en la mesa donde está colocado el teléfono.

Asegúrate de que no se equivoquen al darte el cambio.

W. W.»

Hago bola el papel y lo arrojo a la basura. Tomo agua, desayuno y voy a bañarme para alistarme y salir para el supermercado no sin antes, claro, tomar la lista y el dinero que dejó Wendy.

Me toma poco menos de una hora volver al departamento con las manos repletas de bolsas. Por suerte Wendy recordó dejarme también una copia de las llaves.

Organizo las compras en el que imagino es su lugar, y después sin nada más que hacer, me siento en el sofá y enciendo el televisor.

A los segundos una sensación de culpa me invade. No debería estar de ociosa cuando ella me dejó quedar a duras penas.

Pienso y busco algo que hacer para ayudarla, como lavar los trastes o trapear el piso. Pero nada, todo está reluciente.

De pronto, se me prende el bombillo.

¡Haré la cena!

Una pizca de esto, y una pizca de aquello. Es tan divertido, me siento toda una chef. Espero que me salga bien.

—¿Qué huele así?— pregunta Wendy cuando llega, en la noche.

Me quedé dormida inmediatamente después de dejar el pollo en el horno y cuando desperté, estaba comenzando a echar humo. Gracias a Dios todopoderoso que ninguna alarma contra incendios se activó.

—Este... nada— contesto —¿Tienes hambre? Compré en McDonald's con el dinero que quedó de la compra en el supermercado, espero que no te moleste.

Ella pone su bolso en el sofá.

—Para nada, vengo hambrienta.

—Comamos, entonces.

—¿Me estabas esperando para comer?

—Sí.

Nos sentamos en la barra de la cocina y cada una desenvuelve su respectiva hamburguesa.

—¿Cómo estuvo tu día?— pregunto al cabo de unos minutos para romper el incómodo silencio.

Wendy responde al terminar de tragar.

—Bastante pesado. Hay mucho trabajo acumulado y la mayoría de personas con las que trabajo son ese tipo de gente que no puede caminar y mascar chicle al mismo tiempo, ¿comprendes lo que te digo?

Asiento.

—Sé a lo que te refieres. ¿Sabes? Comenzaré a buscar empleo para ayudarte con los gastos mientras esté aquí.

—Eso me caería como anillo al dedo, porque el casero piensa aumentar la renta.

—¿En tu trabajo habrá alguna vacante?— pregunto —No fui a la universidad, pero sé hacer algunas cosas.

—Déjame pensar...— Wendy pone un dedo en su mentón —¡Ah, sí! La chica que sirve el café está de reposo médico por dos semanas. No habrá problema si comienzas mañana mismo; yo soy la encargada de encontrar una suplente.

—¡Genial!— digo emocionada —¿En qué empresa trabajas?

—G&N Games, desarrolla juegos móviles. Es muy popular, ¿no has escuchado sobre ella?— pregunta extrañada.

—No. Hace mucho que no tengo un teléfono inteligente.

El último que tuve fue el que usaba en mi adolescencia. Ahora, tengo un modelo antiguo que sólo puede llamar y enviar mensajes de texto.

—Forbes hizo un artículo sobre nuestro CEO el mes pasado— me comenta —. A solo tres años de crear la empresa, ha amasado una gran fortuna. Y eso que tiene nuestra edad.

—¿Enserio tiene nuestra edad? ¿Es guapo? ¿Cómo se llama?— le pregunto con excesivo interés, atrapando la pajilla entre mis labios para beber un sorbo de refresco.

—Ni te imaginas lo bello que es— responde con una sonrisa —. Su nombre es Andrew Van Der Pelt.

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