Capítulo 1
Acomodo de nuevo en su lugar el tirante del vestido que se me deslizó en el hombro. La picazón que causan estas malditas lentejuelas me está matando.
—¿Hace calor o solo eres tú, pequeña?— pregunta coquetamente el hombre en cuyo regazo estoy sentada.
Miro a los demás hombres que rodean la mesa y entiendo que lo hace para lucirse. Es ahora cuando debo ser cuidadosa para responder, los mafiosos rusos se cabrean cuando le hacen un desplante frente a los demás.
Presiono disimuladamente mi trasero contra su entrepierna endurecida y le sonrío mostrando todos los dientes.
—Por lo que siento... creo que soy yo.
Los otros presentes ríen y hacen comentarios morbosos sobre mi respuesta. Cuando el asunto queda olvidado me ordenan traer más bebidas, y agradezco mentalmente porque me puedo alejar aunque sea un minuto de esos pedazos de mierda que están jugando póker.
—¿Noche pesada?— pregunta Tamara cuando me acerco a la barra.
—Demasiado— admito de mala gana.
Tomo una bandeja y pongo en ella tres botellas de cristal con vodka, whisky y coñac.
—Ese tipo tiene como cincuenta y es feo— le cuento. Por supuesto, nadie puede escucharnos.
—Oye, por lo menos no tiene dentadura postiza. No sabes lo que me pasó...
Suelto una carcajada. Ya me puedo imaginar...
Desde ese día hace seis años, cuando Tamara se sentó a mi lado en el terminal de autobuses, no nos hemos vuelto a separar. Emprendimos una travesía juntas; cuando llegamos a Phoenix no duró ni una hora y nos montamos en otro autobús. Se volvió un juego para nosotras: llegar a un destino y comprar un nuevo boleto para la primera ciudad que se nos apareciera en la mente. Cuando a ambas se nos acabó el dinero, nos tocó caminar y pedir aventones.
Disfrutamos y nos divertimos tanto, pero finalmente nos cansamos. Hicimos una parada en Miami y conocimos a un montón de gente que nos cayó bien; conseguimos algo de dinero y rentamos un lugar, así que decidimos quedarnos.
Tuvimos la suerte de encontrar empleo en el mismo sitio, un club nocturno no tan conocido que más bien es la guarida camuflada de toda la mafia rusa de la ciudad.
Nuestro trabajo, en teoría, es ser camareras demasiado cariñosas vestidas como zorras baratas. Cada noche atendemos a hombres peligrosos con poder que, si se sobrepasan, no podemos darnos el gusto de insultar o rechazar. Para ser sincera, lo único que nos diferencia de cualquier prostituta es que no nos dejamos penetrar... en la gran mayoría de los casos.
Tamara y yo nos volvimos mejores amigas. Durante todo el tiempo que viajamos nos conocimos perfectamente una a la otra. Aunque fue difícil, hace unos años logramos sincerarnos completamente y contarnos con exactitud la razón por la cual nos fuimos de casa.
—Alec te está mirando— me informa y yo giro hacia la dirección que me apunta. Alec me hace una señal para que vaya.
—¿Qué querrá ahora?— murmuro más que todo para mí misma.
Llevo la bandeja y sirvo los tragos. En la primera oportunidad que tengo, me alejo y busco a Alec por todo el club. Lo encuentro en un pasillo estrecho y oscuro que casi nadie sabe que existe debido a que queda cerca de los baños inservibles.
—Necesito un favor— no es necesario que le pregunte cuando me habla.
Sonrío coqueta y juego con los botones de su camisa.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál es?
Alec es la mano derecha del jefe de aquí; es latino y demasiado ardiente. Somos amigos con derecho. A mí no me desagrada la idea de tener algo serio con él, pero me dejó bien en claro que no le gustan los compromisos la primera vez que nos acostamos. Su verdadero nombre es Alejandro, pero por la pronunciación alargada todos lo llaman Alec.
—Me urge conseguir dinero— dice. Mi sonrisa se borra de inmediato.
—Pierdes tu tiempo, amigo. No tengo nada.
—No tu dinero— me aclara.
Lo miro confundida.
—Explícame.
—Mira, me están vendiendo una mercancía de alta calidad a precio de costo. Ganaré un montón de plata con esa droga, prometo llenarte los bolsillos si me ayudas en esto.
Ruedo los ojos.
—No entiendo un carajo. Dime ya que quieres que haga.
—Sé que hoy te toca a ti cerrar el local— continúa —. Cuando todos se vayan, roba efectivo de la caja fuerte de Viktor.
—¡¿Te volviste loco?!— Alec me pide que baje la voz con un gesto —No puedo hacer eso, Viktor me cortaría la garganta— digo esta vez más bajo.
—Sé lo que te digo, Eleanor. Viktor nunca se enterará. Solo me tienes que dar el llavero con las llaves de todas las puertas, yo haré el trabajo sucio si es eso lo que te da miedo.
—Mmm... no lo sé. De todos modos, ¿no necesitas tener la clave de la caja fuerte?
—Así es, yo la tengo. No he robado el dinero yo mismo porque Viktor siempre anda atrás de mí. Esta es la oportunidad, casi se desmaya de lo borracho que está.
Lo pienso un momento.
—Me convenciste, pero más te vale que me des mi parte.
Alec asiente. Me despido de él luego de escuchar las indicaciones que me da.
Todas las camareras tenemos un día en la semana en las que nos toca cerrar, contabilizar las ganancias de la noche y limpiar y dejar todo acomodado. Por lo mismo quedamos encargadas de las llaves y de abrir la noche siguiente. Hoy es mi turno.
Continúo con mi labor hasta que se hacen las tres de la mañana y comenzamos a guardar todo. Me despido de Tamara, que se va a nuestro piso, y también de las otras chicas. Alec se va con Viktor y sus escoltas, entonces quedo sola ordenando todo el desastre.
Cuando acabo, le escribo un mensaje de texto a Alec para que sepa que ya puede venir.
—Dame las llaves— me ordena cuando llega.
Algo indecisa se las entrego. Si alguien más se entera de esto estoy muerta.
Vamos hacia la oficina de Viktor, que es el dueño del club y figura más poderosa de la mafia, y Alec la abre con una de las llaves. Hago ademán de pasar con él pero me detiene.
—¿Qué pasa?
—Quédate vigilando.
A regañadientes le hago caso y me quedo afuera esperando, mirando a los lados. ¿Qué diablos se supone que debo vigilar si estamos solo él y yo?
—¿Listo?— le pregunto cuando sale minutos después.
—Listo— sonríe y me da las llaves —. Gracias, muñeca.
Niego —Ningún "gracias, muñeca". Cumple con lo que prometiste.
Llego a casa a eso de las cinco y media de la madrugada. Me desmaquillo y desvisto hasta quedarme en ropa interior. Voy a orinar y luego me acuesto al lado de Tamara. Dormimos juntas en una cama matrimonial porque vino con la casa y no tenemos dinero para otra.
Nos despertamos unas horas después del mediodía. Tamara sale por algo de comida pero yo decido no acompañarla debido a un fuerte malestar.
—Deberías tomar algún medicamento...
—Si lo hago me dará sueño durante la noche.
—¿Acaso piensas ir a trabajar?— me pregunta Tamara incrédula.
No tengo el menor deseo de discutir con mi amiga terca, así que sigo su consejo de faltar. Me dice que dirá que me siento mal y que abrirá el club por mí, por ende le entrego las llaves.
Cuando Tamara se va me preparo una sopa después de tomar una pastilla y regreso a la cama.
—¡Despierta Eleanor!
Abro los ojos lentamente y veo a Tamara sacudiéndome. Al parecer me quedé profundamente dormida y ella ha llegado de trabajar.
—¡Viktor está furioso contigo! ¡Dijo que abriste su caja fuerte y le robaste! ¡Ha mandado a todos sus hombres a encontrarte!
Me levanto enseguida.
—¡¿Qué?!
—¿Eso es verdad?— pregunta Tamara.
—Sí— confieso —. Bueno, no.
—¿Qué?
—Le abrí la puerta de su oficina a Alec para que entrara a robarle— explico.
—¡¿Alec?! ¡Ese mal nacido fue el que te acusó!
No lo puedo creer. Estoy metida en un gran lío.
—¿Sabes si tomó mucho dinero?
—¿Dinero?— bufa —¡Eleanor, Viktor cree que le robaste las escrituras de La Burra y se las entregaste a Kovanov!
La Burra es una fábrica abandonada en la cual Viktor almacena su mercancía y armamento. Kovanov es su peor enemigo, y si Alec le dio las escrituras significa que es un traicionero que se unió al otro bando. El problema aquí es que Viktor cree que fui yo, y ahora me quiere sacar el pellejo.
—¿Y ahora que demonios haré?— comienzo a llorar.
Tamara pone sus manos sobre mis hombros obligándome a verla.
—Tienes que irte, Elle.
—¿Irme?— pregunto —¿Pero a dónde, si no tengo ni un centavo?
Ella suspira y cierra los ojos antes de responderme.
—A Denver, con tus padres.