Capítulo 5
- Seré muy honesto, serás el secretario del dueño de todo, perdón, me refiero al dueño de todo y puede ser un poco complicado, eres el decimotercer secretario solo este año.
No puede ser tan malo, he convivido con gente mucho peor que "complicada".
- Entonces seré el último contratado en años. - Ella vuelve a reír.
- No eres el primero en decir esto, pero ten paciencia, ¡ya no puedo hacer entrevistas! Los espero aquí a la misma hora, si pueden lleguen antes de lo solicitado.
Firmé algunos contratos y me sorprende el monto del salario, no es posible que paguen tanto solo por aguantar a un tipo complicado, solo me podría haber ganado la lotería. Compra una cama, allá vamos.
- ¡Muchas gracias señorita Soares, estamos muy agradecidos y bienvenidos al bufete de abogados de Beauchamp!
- Se lo agradezco... - Me quedo en silencio para que pueda decir su nombre.
- Sabina.
- Te lo agradezco Sabina, no veo la hora de empezar.
- Si fuera tú, no lo celebraría, hay una razón por la que el salario es tan alto.
- La gente ya no me asusta, ya no.
- Me gustaste. Nos vemos mañana, no llegues tarde.
Salgo de allí súper emocionado, por fin voy a salir del fondo, y todavía hay gente que dice que el dinero no da la felicidad, quizá sean idiotas.
Voy al mercado y compro algunas cosas, me alegro de haber conseguido un trabajo, mis ahorros ya se estaban acabando. Llego a casa y pongo las cosas en el fregadero.
- Sereio, tu madre consiguió trabajo, tendrás una nueva casa y una novia.
Pobrecito, ese acuario estaba estrecho, esto será lo segundo que voy a comprar.
Las cosas parecen estar funcionando en mi vida, y eso es extraño, normalmente nada sale bien, lo que me hace pensar que no merezco ser feliz, no merezco estar aquí.
Las palabras resuenan en mi mente todos los días "no puedes tener a nadie a tu lado, alejas a todos y es tu culpa que estés solo" todos dicen olvidar el pasado como si fuera fácil, como si dependiera de Yo, como si no hubiera luchado contra esto todos los días de mi vida, ¡y es agotador y la gente no lo cree! Lo peor no es morir, es no vivir y tener que respirar. Hice esto durante mucho tiempo y es como si cada vez que mis pulmones se llenan de aire, muero un poco por dentro y no tengo a quién acudir. El silencio siempre ha sido mi grito más fuerte.
Con el tiempo aprendes a aceptar la soledad. A nadie le gusta estar solo, la gente que dice que le gusta nunca ha estado realmente sola, es imposible que le guste, pero es obligatorio aprender a aceptarlo, a aguantarlo. No te apegues a la gente, porque un día se irán y estarás destrozado... otra vez. Pero al menos aguantas la soledad y eso es lo que te mantiene con vida por un tiempo, pero termina matándote poco a poco.
Apenas pude dormir esa noche, el pasado es siempre la peor pesadilla. Cuando logré dormir ya eran las cuatro de la mañana, o sea, solo dormí dos horas, porque ya a las seis ya me levantaba.
Me puse el uniforme, que era un traje negro con el logo de la empresa, me recogí el pelo en una cola de caballo y un poco de maquillaje básico para quitarme el look de Zoomb que tengo.
Pido un taxi, todo lo que necesitaba era café para que pareciera uno de esos clichés neoyorquinos, pero estoy arruinado, así que eso es para la próxima vez.
Trago fuerte antes de entrar a la empresa, contengo la respiración y me voy.
- ¡Buenos días, señorita Soares! - Dice Sabina acercándose a mí.
- Buenos días, puedes llamarme Any, me siento vieja, tenemos casi la misma edad.
- Eso es bueno, a mí también me pareció extraño, pero las últimas secretarias pensaron que era malo, así que no quise arriesgarme, y a Kevin tampoco le gusta. Pero les presentaré la empresa y les explicaré cómo funciona desde aquí.
- DE ACUERDO.
Me mostró todos los pisos y departamentos de la empresa, donde se encontraban la imprenta, el departamento de recursos humanos, la cafetería, y me contó las cosas malas de algunos empleados. Finalmente me mostró dónde estaría mi oficina, que estaba al lado de la oficina del jefe, en el piso cincuenta y cinco, es decir, el último. El edificio era realmente muy alto.
Mi habitación era normal, tenía un escritorio, un cuaderno sobre la mesa, unas alacenas y una ventana con una vista increíble, se podía ver toda la ciudad de Nueva York.
- Vale, ahora ya sabes casi todo lo que hay aquí, tus funciones, dirá el señor Beauchamp, al fin y al cabo eres su secretaria.
- ¿Donde esta el? - Pregunto, porque todavía no he visto a este "jodido jefe", como dice Sabina.
- Los martes llega un poco antes del almuerzo, sobre las once y media.
- Entiendo, pero ¿qué hago hasta que llegue?
- Oh, ya no lo sé, solo quédate ahí fingiendo estar ocupada porque ahora me tengo que ir. Si me necesitas, soy el jefe del sector comercial, solo presiona el número trece en el teléfono de tu escritorio y te atenderé.
- Está bien, gracias Sabina.
- Una cosa más, frente al jefe está la señorita Hidalgo, él es un poco neurótico con la interacción personal entre los empleados.
- Está bien, entonces señorita Hidalgo. -- digo en tono burlón.
- Nos vemos en el almuerzo, señorita Soares. - Ella suelta una carcajada y entra al ascensor.
- Bien, ahora, ¿cómo hago para fingir que estoy ocupado? - Me pregunto.
Camino por la habitación, voy a beber agua, configuro mi computadora portátil con el correo electrónico de mi empresa, me paro junto a la ventana y doy unas vueltas más por el sector.
Cuando estoy en mi oficina, solo veo la sombra de un hombre entrando a la sala principal, imagino que es el jefe, mi cuerpo se congela.
Fabiola, ¿qué dijiste sobre tener miedo de la gente? - Pienso para mí.
- No tengo miedo.
Suena el teléfono y me asusto. Respiro hondo y respondo.
- Hola... quiero decirle "buenas tardes", secretaria del señor Beauchamp, ¿a quién le gustaría? - digo tratando de calmar mi voz.
- ¡Mi habitación ahora! - Dice con rudeza y cuelga el teléfono.
Vaya, ni siquiera para decir hola o buenos días. Sólo puedo ser un idiota, ya me han dicho cómo es, todavía esperaba un buen día. Pero ahora enfrentémonos a la bestia.
-digo levantándome y yendo hacia la puerta y llamándola.
- ¡Entra en!
Tan pronto como abro la puerta.....
Y me encuentro cara a cara con Sabina.
- Puede que estés loco, pero a mí me encantó.- Dice riendo.
- ¿escuchaste? - pregunto avergonzado.
- ¡Se enteró toda la compañía! - Señala el micrófono encendido, que tiene uno similar en cada piso.
Me da vergüenza, no fue suficiente que me despidieran el primer día. ¿Pero quieres saberlo? No me arrepiento de nada de lo que dije, debería habérselo dicho en la cara.
- No me importa, ya me había despedido, ¿qué puede hacer?
- ¿matarte? No dudo de nada. - Dice en tono irónico, creo.
- Primero mataré a ese pequeño Playboy. - Pongo una cara un tanto psicópata, lo que la hace reír.
- Ahora ve a empacar tus cosas, soy yo quien va a hablar con él.
dice y luego entra a la habitación.
Todavía no puedo creer que dije eso, pero bien hecho, nadie le dice que sea idiota, he escuchado muchas mierdas de gente igual o peor que él y ¿sabes qué? Ya estoy harto, tal vez así se ponga en su lugar.
MALDITA, solo se me olvidó un detalle, ¿qué voy a hacer ahora? Ya envié currículum y nada. Prefiero preocuparme por eso más tarde, será mejor que empaque mis cosas.
No había mucho que llevar, sólo algunos documentos y mi bolso.
Bajo al piso quince, Recursos Humanos, para firmar unos documentos sobre mi renuncia.
- buen día. - Entra al ascensor un chico alto, de piel oscura y ojos verdes.
- buen día. - Digo tratando de ser amable después de lo sucedido.
- ¿Eres nuevo aquí? Nunca te vi. - Pregunta amablemente.
- Soy nueva, o mejor dicho lo era, me voy.
- Déjame adivinar... ¿la secretaria de Kevin? - Dice en un tono como si fuera obvio.
- ¿Cómo lo sabe?
- Esto sucede más de lo que piensas. - Dice con una ligera risa. - Pero dime, ¿cuál fue el motivo?
- es una larga história.
Pronto se abre la puerta del ascensor.
- Puedes decírmelo entonces, yo también voy a RRHH.
- Lo conocí antes de que me contrataran, en un café, y...- Me interrumpe.
- Espera, ¿entonces eres la chica del café?
-¿Ya conoces la historia?
- ¡Y cómo lo sé! Me contó esta historia basada en el odio, ahora se explica por qué la despidieron.- Dice riéndose pero no le veo humor.
- No tiene ninguna gracia, pero le dije muchas cosas en la cara, no puede despedirme dos veces.
- ¡Dios mio! ¿Que dijiste?
- No lo recuerdo, estaba nerviosa, sólo sé que le dije que se la metiera de esa manera ridícula que me llamaba por el culo.
Él comienza a reír y le salen lágrimas, pero yo solo lo miro seriamente.
- no te rías. No eres tú quien va a vivir debajo del puente.
- Esta bien perdón. - Dice recuperando el aliento. - Sólo puedo imaginar su cara después de que dijiste eso.
- no hizo ninguna mueca, pero se puso rojo. - Ahora soy yo el que se ríe.
- fue un placer... - espera que diga mi nombre.