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1

KENDALL

Allí viene la maestra. El timbre anunciando la entrada a clases había sido tocado, así que todos mis compañeros empezaron a entrar. Maya entra contoneando sus caderas y se sienta dos asientos adelante que yo. Paul también entra pero este se sienta en el asiento delante de mí. Me sentí incómoda con eso.

Peiné mi cabello con los dedos y me relajé.

—Buenos días, espero que todos hayan preparado su canción —nos empezaba a decir. Dejo de respirar por un momento cuando la escuché decir eso.

Sos golpecitos en la puerta hacen que la maestra deje de explicar.

—Disculpe, maestra Patricia, —la llama el director— El chico nuevo está aquí.

—Está bien. Gracias.

Alguien entra. Es un chico que camina con aires despreocupados y con expresión aburrida, no dice ni buenos días ni nada solo se sienta en el asiento a la par mía. Me remuevo nerviosa en mi lugar pero me compongo.

—Está bien, ¿quién empieza? —pregunta ella. La clase empieza a murmurar y a quejarse de no haberse preparado.

—Profesora, pero usted no nos dijo qué día cantaríamos. Nadie pensó que sería hoy.

—Desde el momento en que dije que cantaríamos ustedes se tendrían que preparar. ¿Nadie lo hizo?

Todos niegan.

—Hagamos algo entonces, ¿quieren para mañana?

La clases duda.

—Es la ultima oportunidad. El puntaje de cantar es de 50 puntos.

Me sorprendo. Era la mitad de la calificación.

Como nadie dice nada ella toma eso como un sí:

—Para mañana entonces, vamos a la clase.

Saco mi cuaderno y mis lápices. Por hoy me salvé, así que tendría que hablar con ella después de clases por mas difícil que sea para poder decirle que mejor me haga un examen con todo lo que quiera pero que no me pase a cantar.

—¿Estás bien?

Me sorprendo al escuchar la voz del chico a la par mía. Lo miro: tiene cabello negro, despeinado, sus ojos son negros y su tez es blanca. Usa una chaqueta negra y pantalones negros. Es el chico más oscuros que haya conocido.

—S-sí —respondí con torpeza.

—¿Segura? Estás apretando mi abrigo —me dice. Fue allí donde me di cuenta de que mi mano estaba apretando su manga del abrigo.

Vergüenza.

Quito mi mano como si la hubiera puesto en fuego y me disculpo:

—L-lo siento —quería esconderme debajo del asiento hasta que terminara la clase. Ni siquiera me di cuenta en qué momento lo tomé del abrigo. Dios, tengo que aprender a controlarme más.

—Haremos una dinámica —habla la profesora— con su compañero que tienen a la par harán un poema, algo que sientan en este momento. Y lo pasarán a recitar aquí, al frente.

Dejo de respirar otra vez y tosí dos veces. Eso me pasa cuando me falta el aire por mucho tiempo. Definitivamente este año no será nada fácil.

—Tienen 40 minutos para poder pensar con tranquilidad —la profesora se paseaba de un lado a otro con una regla en la mano hablando con mucha tranquilidad, como si lo que estuviera diciendo estuviera muy ensayado. La maestra Patricia usaba zapatillas, un pantalón hasta un poco más abajo de sus rodillas y una camisa mangas largas en color beige. Ella era delgada y su pelo era amarillo, brillante.

—No puede ser —musité un poco alto, me arrepentí al segundo.

—Bueno, creo que me tocará hacer el trabajo contigo —me dice el chico, sintiendo que me mira.

Le doy una mirada rápida pero aparté mi cara de inmediato. Sus ojos eran... no podía sostener la mirada en ellos.

Lo único que hice fue asentir. Tomé un lápiz de grafito y me preparé para escribir algo, pero ese chico que aún no sé cómo se llama me miraba y eso me ponía nerviosa.

—¿Necesitas algo? —le pregunto mirándolo a fin.

—¿Te gusta Taylor Swift? —me pregunta.

—No —miento de inmediato.

—Lo digo por tu lápiz de Taylor Swift y tu cuaderno —comenta.

Tonta.

—Pasa que ese día llegué tarde a la librería y ya habían sólo cosas para niños así que... lo importante es escribir y tener en qué hacerlo, ¿no? —medio mentí. Me gustaba Taylor Swift y además que nadie había notado mis cuadernos y lápices por eso no había tenido problemas.

—Sí, eso es lo más importante —me sigue la corriente, no parece muy convencido. Más bien parece que se burla de mí.

—Si quieres puedes ver para otro lado y dejarme hacer el poema yo sola.

—El trabajo es para los dos.

—No te ofendas pero... ¿sabes hacer poemas? —se lo pregunté por cómo vestía, parecía un chico que no le gustaban las cosas cursis ni nada de eso, parecía alguien que se inclinaba más por lo rockero.

—No sabías que no hay que juzgar a una persona por su apariencia —forma una sonrisa en su cara.

Sentí algo cuando hizo eso.

—Pueda ser. Hazlo tú entonces.

—El trabajo es para los dos —repite.

El chico me estaba empezando a exasperar. Rodé los ojos y me relajé.

—Está bien. Haz una parte tú y después las unimos.

—Como quieras.

Por más que pensaba y pensaba no me salían las palabras. Mi mente pensaba en otras cosas y se distraía con facilidad. No sé por qué me pasaba esto hoy pero no me gustaba.

—Está bien. El tiempo acabó. Empezaré a pasar lista y conforme a la lista pasarán a decir el poema aquí.

Miré mi cuaderno. Estaba vacío. No había nada.

Genial.

Miré al chico, quien me miraba.

—¿Y? —me inquiere.

No supe qué decir así que no le contesté.

Escuché cómo el chico suspiró y puso una hoja encima de mi cuaderno. Había un poema allí. Él lo había hecho por los dos, me sorprendió bastante en realidad.

—Kendall Amethyst.

El corazón me empieza a latir más rápido al escuchar mi nombre, odiaba ser la primera en la lista. Siempre yo de primera. Y eso pasaría si mañana cantaría, pero no lo haría.

—Vamos, Kendall, es tu turno —me dice el chico a la par mía.

No quería.

No quería.

No quería.

Cuando tomé la hoja y me puse de pie, el timbre fue tocado. Sentí un enorme alivio al ser salvada por la campana. Todos empezaron a meter sus cosas en sus bolsos y a salir.

El chico se levantó y se fue.

Metí mis cosas a la mochila y esperé a que todos se fueran para poder hablar con la profesora. Me acerqué a ella con un poco de temor.

—Kendall, ¿cierto?

Asentí.

—¿Se te ofrece algo?

—Yo... quería pedirle un favor —me siento chiquita a la par de ella— Es sobre cantar mañana.

—¿Tienes dudas? —se cruza de brazos.

—Es solo que... no sé hacerlo y... me preguntaba si podría hacer un examen en vez de cantar —le dije por fin.

La profesora me sonrió con algo de ternura y negó con la cabeza.

—Lo siento pero no puedes, es crucial que todos canten, de eso dependerá un proyecto que estoy haciendo. Vamos, puedes hacerlo, que no te ganen los nervios. —ella toma su bolso y se va del salón dejándome sola y muerta de miedo por mañana.

Tendré que fingir estar enferma, no me queda de otra. Me enganché la mochila al hombro y salí en busca de mi almuerzo.

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