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Una sombra imborrable

Luego de que Abel cenó, regresó a su habitación. Se recostó en su cama y comenzó a repasar uno a unos los versículos que emplearía en su primera misa como sacerdote. Estaba exhausto por el viaje, por lo que terminó quedándose dormido con la biblia sobre el pecho.

Serena aguardó algunos minutos, escuchó la puerta del cuarto de su hijo cerrarse, tomó su móvil y le regresó la llamada a Jerónimo. El arrogante hombre miró la pantalla y al ver que se trataba de ella, dejó que sonara varias veces. La morena insistió un par de veces más, estaba ansiosa, angustiada y deseosa de ver a su amante. Moría de ganas por correr a sus brazos y entregarse a él, nuevamente. Finalmente le atendió:

—Jerónimo, mi amor, disculpa. Olvidé decirte que Abel llegaba hoy, estábamos cenando, por eso no pude atenderte.

—¿Eso quiere decir, qué no vendrás esta noche? —su tono de voz era displicente.

—Puedo ir si tú me lo pides, pero debo regresar antes de que Abel se dé cuenta. —contestó ella, angustiada.

—No puedo creer que debas esconderte de tu hijo para hacer lo que se te antoje.

—Es mi hijo, debo darle el ejemplo. Así como para ti no es conveniente que sepan que soy tu amante, para mí tampoco.

—¿Sabes qué? Mejor no vuelvas, no me interesa ya estar contigo. —respondió con firmeza.

—No, Jerónimo, no me hagas esto. Yo voy ahora mismo si lo deseas, pero no me dejes. —El hombre sonrió ufano al ver que Serena era capaz de todo por estar con él.

La mujer se quedó esperando su respuesta, una respuesta que nunca llegó. Se levantó y fue hasta la habitación para cerciorarse de que su hijo estuviese dormido.

—¡Abel! —tocó suavemente la puerta. Al ver que no respondía, supo que éste ya se había dormido. Sigilosamente abrió la puerta, le apagó la luz y se dispuso a salir de su casa.

Minutos después estaba frente a la lujosa mansión. Iba a tocar el timbre cuando la puerta se abrió repentinamente, por segunda vez se cruzó con Salvatore, quien al verla allí a esa hora, se imaginó a lo que iba.

—Buenas noches, Serena.

—Salvatore, no pensé que estuvieras aquí. Es un poco tarde.

—Sí, así es. Igualmente me pregunto qué haces aquí, a esta hora.

—Vine por una bolsa de ropa que olvidé en la tarde. —El apuesto hombre aplanó sus labios, no podía ocultar el desconcierto que le provocaba ver a Serena a merced del arrogante y déspota Jerónimo Caligari.

—Hasta pronto —dijo ella y entró a la mansión. Sabía cuál era el camino directo que debía seguir para no ser vista por los empleados.

Serena subió apresuradamente las escaleras, abrió la puerta del dormitorio de su amante y se dispuso a esperarlo. Lo más seguro era que estuviese en la biblioteca, aquella hipótesis tomó fuerza cuando recordó que Salvatore era el administrador de la empresa ferroviaria de Jerónimo y si estaba saliendo a esa hora, era porque había estado trabajando con él.

Lo que menos esperaba, era la sorpresa que el CEO tenía preparado para ella. Cuando la mujer escuchó sus pisadas aproximándose a la habitación, comenzó a desvestirse y meterse debajo de las sábanas. Jerónimo entró y la miró fijamente, se acercó a la cama, desanudo el mandil de seda dejando que ella disfrutara de su atlético cuerpo y su abdomen definido. La tomó del cabello y tiró de él con fuerza, obligándola a levantar el rostro.

—¿Qué hiciste al irte de aquí, Serena? —preguntó con hostilidad.

—Te dije, Jerónimo. Fui a mi casa, Abel regresó de España hoy.

—¿Crees que soy tonto? Sé que te fuiste en el auto con uno de mis empleados —jaló au con más fuerza su cabello.

—No, eso no fue así. Él sólo me hizo el favor de llevarme a casa. ¿Cómo crees que me puede interesar un hombre como él, tiene la misma edad de mi hijo.

—De la misma forma en que te metiste conmigo. Soy más joven que tú.

—No tanto como él, no puedes pensar que me revuelco con cualquiera. Suéltame por favor.

—Tú a mí no me das órdenes —dijo sujetando su falo con su otra mano y colocándole frente al rostro de la mujer— Vamos, hazlo.

Ella abrió ligeramente sus labios y él la obligó a abrir aún más empujando su miembro dentro de su boca. Serena se sentía humillada al ser tratada como una vulgar prostituta por su amante. Durante el tiempo que llevaban juntos, ella siempre quiso ser algo más que una distracción para él, pero esas nunca fueron las intenciones de Jerónimo. El arrogante hombre sólo disfrutaba de su cuerpo y su experiencia para luego usarla con cualquier mujer joven y bella.

Serena hizo todo lo posible por verlo jadear de placer, mas él parecía inmutable ante las caricias orales de la morena. De pronto, él se retiró de ella, le apartó el rostro y la miró con repulsión.

—Estoy perdiendo el interés en esto, Serena. Creo que ya no me divierto estando contigo. —las palabras de rechazo hieren profundamente a la morena.

—No, Jerónimo. Debes estar bromeando.

—¿Cuándo me has visto bromear? No necesito de esas artimañas para decir lo que pienso. ¿O me crees un pendejo comediante?

—No, no he dicho eso. Por favor, dame una oportunidad. Haré lo que me pidas, sólo no me dejes, Jerónimo. No sabría que hacer con mi vida, sin ti.

—Entonces, harás lo que yo te diga —pregunta y ella asiente, segura de que nada le importa más que estar con él.

Jerónimo la toma del brazo, y sale de la habitación directo a otra de las habitaciones contiguas ubicadas en la planta alta de la lujosa mansión. Ella se cubre sus pechos, él abre la puerta cerrada con llave, y la empuja dentro de la habitación. Serena obseg a todo aquel lugar con asombro. ¿Qué significaba todo aquello?

—¿Qué es esto, Jerónimo? —preguntó confundida.

—Es mi cuarto del placer ¿no te agrada? —respondió él con una sonrisa perversa.

—N‐no lo sé —respondió tartamudeando— nunca había visto un lugar como este.

—Claro, es lógico a tu edad, no existían cosas como estas. —Ella aplana los labios, intentando no develar su más terrible secreto.

Serena siente como su corazón comienza a latir con fuerza, un nudo en la garganta y las lágrimas a punto de desbordarse ante aquel escenario. Claro que ella había visto algo como aquello, apenas tenía catorce años cuando Antonio la llevó a un lugar como ese; su pasado comenzaba a dar vueltas como una ruleta rusa. Estaba de regreso en el infierno, cuando finalmente pensó que ya había escapado…

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