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3. Eres el sustituto

Mónica Russo tosía de manera desmesurada en el baño de su habitación. Sus pulmones dolían y al retirar su mano miró con miedo como leves motes de sangre permanecían en su palma. Estaba tosiendo sangre.

Observó su reloj y luego escuchó la puerta cerrarse, Aleksander había regresado.

Él lanzó su portafolio al sofá y luego buscó con la mirada a su tía. Era su única familia ahora.

Todo el día pensó en la oferta de su padre, pero desde luego que no aceptaría la propuesta de ese maldito.

—Tía, he regresado —informó en voz alta pensando en que tal vez estaba en su habitación.

Al escuchar la voz de su sobrino, abrió el grifo e intentó ganar tiempo para limpiarse el líquido rojo. Estaba desesperada y tenía miedo, había que tener miedo cuando las cosas involucraban sangre.

—¡Estoy aquí, voy enseguida querido! —gritó y su voz sonó un poco ronca. Minutos más tarde salió rápidamente de la habitación.

—¿Tía, estás bien? Mírate, estás pálida.

—Estoy bien, no te preocupes, son tonterías tuyas. ¿Tienes apetito? Supongo que tuviste un día agitado.

Aleksander la miró, no estaba para nada seguro que ella estaba bien, además, su voz salía con un tono grueso que le preocupó.

—No tengo apetito.

«Y ninguno de los dos tiene dinero», pensó con tristeza.

Ella se aclaró la garganta.

—Tienes que comer Alek, no puedes dejar de alimentarte como se debe —dijo la mujer—, pediré comida a nuestra vecina, he tenido un día ocupado. Puedes ir a darte un baño mientras tanto.

A juzgar por cómo lo miró supo que no podría darle un no como respuesta. Inmediatamente asintió en dirección a su tía e hizo lo que le dijo. Poco después de salir, la busco.

—Tía, ¿ha llegado la comida?

Antes de que pudiera poner un pie en la cocina, escuchó un plato caerse al suelo y hacerse pedazos. Rápidamente fue al lugar sólo para descubrir a Mónica en el suelo respirando agitadamente. Parecía que apenas y podía obtener aire.

No dudo en sacar su teléfono y llamar a la ambulancia mientras intentaba que ella reaccionara. Miró un ligerísimo hilo de sangre resbalar por su boca y eso le preocupó.

—¡Tía, por dios! ¡Despierta!

Ella no reaccionaba, no había forma de que lo hiciera. Lo único que dominaba el aire era el sonido de sus pulmones luchando por aspirar aire.

La ambulancia llegó minutos y Aleksander no pudo hacer más que tomar un saco tres veces su talla y marcharse tras su tía con desesperación.

En el hospital, los segundos se convirtieron en minutos y cada minuto su presión aumentaba. Una hora más tarde hubo noticias.

—Familiares de Mónica Russo.

—¡Soy yo! Su sobrino —exclamó de inmediato poniéndose de pie—. ¿Qué pasa? ¿Todo está bien con ella?

El médico se aclaró la garganta y luego miró los papeles. No tenía buenas noticias.

—Lo siento mucho, aún necesitamos algunos estudios para confirmarlo, pero todos sus síntomas dictaminan que es cáncer. Cada vez que tose sus pulmones liberan sangre, además le cuesta respirar, haremos los estudios pertinentes pero la situación no es prometedora.

No tardaron demasiadas horas en confirmar lo que ya esperaba, una muy mala: su tía tenía cáncer de pulmón en segunda etapa. El tratamiento era sumamente costoso, jamás lo lograría sin dinero. Ellos no conseguirían un préstamo, nadie sería tan estúpido para regalarles dinero.

Nadie excepto su desgraciado padre.

Pensó en la muerte de su madre, quien luchó por vivir pero la pobreza les alcanzó. Tuvo que pagar las deudas con tres trabajos y sin dormir, y ahora su tía... No podía dejarla morir también cuando estaba en sus manos ayudarla.

Se trago su orgullo para sacar su teléfono y la tarjeta que Bruno había dejado. Marcó su número y luego le llamó.

—Dile a mi padre que lo haré, pero solo si me garantiza que obtendré lo que necesito.

—Lo que sea, te dará lo que sea, siempre y cuando juegues el papel. —La voz de Bruno sonó sorprendida pero no le hizo preguntas—. Entonces, si has tomado la decisión, debo llamarte, señor Salvatore de ahora en adelante.

En ese momento, su vida dio un giro radical y nunca volvería a ser la misma. Iba a demostrarle a su padre que podría ser más que un hijo bastardo y a la par, salvar a lo único que le importaba, Mónica, su tía y familia.

...

Al día siguiente de pactar aquella propuesta, Aleksander renunció a su trabajo. Se despidió de su vida y de los pocos amigos que logró reunir, quienes eran tan miserables como él mismo.

Fue al hospital con su tía, para despedirse. Estaba furioso por haber caído en el chantaje, pero debía hacerlo.

—Tía, gracias por todo lo que has hecho por mí, te agradeceré siempre. Cuando vuelva, todos los que nos miraron con desprecio lo lamentarán —prometió el joven, con una mirada de férrea determinación.

Ella sonrió, acariciando su mejilla.

—Desearía estar sana y no darte estos problemas, hijo. Lo siento —susurró con cansancio, estaba delicada de salud.

—No te preocupes por nada, recibirás los mejores tratamientos en cuanto logre conseguir mis primeros millones.

Dicho esto, se dirigió a la salida del lugar, en donde lo esperaba una lujosa limosina. Su ropa era una lástima; una camisa con muchos hoyos, un pantalón de dormir tres veces su talla sujeto por un pedazo de tela y tenis con la suela despegado.

Su aspecto hacía huir a la gente que le miraba, no importaba que la ropa estuviera limpia, daba asco de solo mirarlo.

—Suba, su padre le espera. —Bruno le abrió la puerta.

Disfrutó de aquél viaje, ya que era la primera vez que se subía a un auto. Toda su vida viajo ya sea a pie o bus. No tardaron en llegar a la zona más prestigiosa de Roma, cada mansión era más imponente que la otra.

Cuando llegaron, le temblaba el cuerpo.

—Vamos, está en el despacho.

En tanto puso un pie en el jardín, observó como la misma servidumbre le fruncía la nariz con asco. Incluso a sus ojos, él no era más que una minúscula basura. Aún así, se mantuvo con optimismo.

Entró al despacho de su padre, el cual estaba lleno de lujos. El sofá de cuero, el escritorio de parota e incluso un candelabro con cientos de cristales daban luz a la estancia. Se respiraba el despilfarro del dinero.

—Así que eres tú. Ven, deja que te vea —exigió con tono demandante su padre, sentado como una roca.

Se acercó lentamente, sin titubear. Su aspecto solo podía ser culpa suya, debería darle vergüenza mirar a su hijo en esas condiciones.

—No cabe duda que lo único que tienen en común tú y Asher, es mi sangre. Me dan arcadas solo de verte, pero tendrás que servirme.

—¿Quieres que sea tu marioneta?

—Primero que nada, llámame, padre —sintió repugnancia de solo pensarlo—. Asher me llamaba de esa forma y tú debes hacerlo igual. Voy a encargarme de arreglar todo para que pueda preparar tu entrada a la empresa. Nadie debe saber que eres un hijo ilegítimo. Perdí a mi hijo, pero no perderé mi empresa.

—¿Piensas que todo el mundo se traga las mentiras?

—Todo el mundo se traga las mentiras del que tiene el poder y yo lo tengo. Diremos que desde pequeño estuviste en un internado en Suiza, estuviste lejos de la vida pública porque deseabas ser pintor, pianista, me importa poco lo que se escoja, sin embargo, la muerte de tu hermano cambió los planes y ahora tienes que ocupar su lugar. La prensa lo creerá, me ocuparé de que así sea. Debes aprender a comportarte como el hijo de un magnate.

—¿Quieres que aprenda etiqueta? Eso es demasiado.

—Es lo mínimo, no deseo que nos hagas pasar una vergüenza en alguna cena—explicó con un gesto pensando en lo penoso que sería aquello. No había nada más importante para Pietro que lo que la gente pensara de él—. Hay otra cosa, mi esposa, estará insoportable al principio, pues no desea que estés en la casa por obvias razones, sin embargo, debes ganártela, porque deberán aparecer en público como madre e hijo.

Alek se tragó el nudo de ira, de nada le serviría enojarse antes de conseguir el dinero para su tía enferma.

—Claro, soy una copia barata —aceptó con humillación.

Pietro Salvatore asintió satisfecho.

—Es bueno que lo sepas. Ahora, vas a ir a la ciudad por algo de ropa. Tenemos que sacarte ese miserable aspecto de una vez por todas, Bruno va a contarte todo lo que necesitas saber; largo de aquí —espetó, con un ademán de mano.

El castaño obedeció y salió lentamente del lugar.

—Le mostraré su habitación, para que al volver inmediatamente se arregle. En la noche, vendrá su prometida a visitarlo.

—¿Tan pronto? —se asustó Alek.

—Cuanto antes pongamos en marcha el plan, más pronto podrán casarse. Vamos.

Una vez le mostró donde sería su dormitorio, que casualmente estaba en el último piso y en el último cuarto del pasillo, salieron rumbo a la ciudad. Llevaba una gorra y lentes que Bruno le dió para pasar desapercibido.

Al entrar a una boutique, una dependienta corrió inmediatamente para empujarlo fuera y gritarle:

—¡Largo de aquí, vagabundo! Aquí solo puede entrar gente con clase. No hay limosna para ti.

Aleksander no se imaginó que por su vestimenta lo echaran, pero mejor se alejó a la siguente tienda. Bruno le esperaba en el carro, le había dado una tarjeta de débito regular.

Entró, pero esa vez mostró la tarjeta y lo dejaron pasar, con recelo.

—Más vale que no sea robada —advirtió la dependienta.

Reviso algunas ropas, Bruno le dijo en qué talla pedir y cómo pedirlo. Antes de entrar a probar, unas chicas ahí lo vieron.

—Qué asco, parece que ahora cualquier vagabundo puede entrar —escupió con asco la señorita.

—Tranquila, Camille, él no vale nuestro tiempo —dijo su compañera—, mejor vamos a comprarle la ropa a nuestros esposos.

Al pasar por su lado, lo empujó con un hombro. Él no estaba preparado, así que se quedó mirándolas con los ojos muy abiertos.

«¡Esas mujeres están locas!», pensó sorprendido. Sin embargo, lo dejo pasar. ¿Qué importaba? Ellas no le conocían de nada. y las palabras no podían hacerle daño, así que siguió su camino sin más.

—Para que entiendas tu lugar en este mundo, maldito muerto de hambre —se rió la chica llamada Camille.

Suspiró. Ya comenzaba a entender que aunque las personas tuvieran mucho dinero, les faltaba bastante humildad y educación; cosa que él, aún naciendo pobre, sí tenía. Las observó irse, compadeciendo a sus esposos por tener que soportarlas.

Un rato después, salió con ropa y zapatos nuevos, además de un reloj y perfume. Debía darle la mejor impresión a su futura esposa. Se dió el mejor baño de su vida y se vistió con la ropa ya lavada, era la más costosa que jamás había tenido la oportunidad de ponerse.

—La señorita Rebecca es una joven sumisa, no hace dramas y haría lo que fuera por darle orgullo a su familia, así que se casará contigo —explicó Bruno, colocando bien su corbata—. De ti dependerá que todo salga bien, recuerda: eres el hijo de Alessia y Pietro, pero fuiste criado en el extranjero, tu vida pasada ya no existe. Ahora eres el futuro heredero del Corporativo Salvatore.

Al llegar la noche, esperó pacientemente en el living a su prometida. A las siete en punto, ella entró. Cuando lo vió, caminó a su lado con determinación.

Era hermosa.

—Hola, soy Rebecca Leroux. Tu prometida —saludó, siendo directa.

—Mucho gusto, soy Aleksander Salvatore; ya sabes, el...

—Sustituto —completó ella con amargura—, el esposo sustituto, un repuesto por la muerte de tu hermano.

Tragó saliva. ¿Ella también iba a despreciarlo? ¿Qué podía esperar de su futuro si incluso su esposa lo miraba por debajo de su estatus? No podía permitirlo.

Ahora era un Salvatore, y comenzaba a entender las ventajas del apellido.

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