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LAUREN
Los Angeles.
Todo es muy bonito. Árboles enormes, casas gigantes. Vivir aquí debe de costar mucho dinero, y pensar que no quería venir pero mi loca amiga me convenció, además, ella tenía que venir a hacer algo sumamente importante, no podía dejarla sola. En casa solo estoy con mi abuelo, mis padres murieron cuando tenía cinco años. Desde entonces hemos estado solos. Hoy estamos aquí por un día nada más. Qué mal. Quería ver cómo se mira ésta enorme ciudad de noche ¿Qué? No vengo a Los Angeles a diario. Hay que aprovechar.
—Yo entraré y tú me esperas aquí, ¿vale?
Asentí, deseándole suerte a Tara, mi mejor amiga. Ella vino a buscar a su papá, casi no lo mira, sus padres están separados es por eso que ella se escapa cada que puede para venir a verlo.
Miré cómo se perdía en un enorme edificio. Mientras, Jaime, el chófer que nos mandó el papá de Tara, me irá a mostrar el puerto de Santa Mónica. Estoy tan emocionada.
—Vamos, Jai. El puerto nos espera—le palmeé el hombro. Él solo sonrió y arrancó el coche. Iba sacando la cabeza por la ventana, quería sentir el aire en mi cara. Pero no me duró mucho la felicidad.
Auch.
Se me metió una basurita en el ojo. Genial. Siempre me pasa lo mismo. Me senté nuevamente y busqué un espejito en mi bolso. Al encontrarlo, con mi dedo, saqué la pequeña basurita que me hacía estorbo. Listo. Qué alivio, no me quiero quedar ciega antes de tiempo.
—Ya casi llegamos, señorita —avisa Jai.
Que formal.
—Dime Lauren, Jai, o Lau como mejor te parezca.
El sol estaba algo fuerte. Todo es hermoso. Jai se estacionó. Delante de nosotros estaba un coche igual al nuestro, bueno, al de Jaime. Le resté importancia saliendo del coche. Caminé por el muelle observando todo atentamente, quiero que este momento quede muy grabado en mi memoria.
Me acerqué y observé el mar. Como quisiera vivir aquí. Mientras caminaba observaba a mis alrededores, menos al frente. En eso, sentí cómo choqué con otra persona, me giré a ella de inmediato.
—Auch, ¿qué te pasa...?
Mi sorpresa, y la de la chica, fue mirarme a mí misma, porque ella, era idéntica a mi. Y eso me desconcertó como no tienen idea. ¿Eso es un espejo? ¿soy yo o ella es yo? ¿qué? Somos idénticas. Estoy parada frente a una chica igual a mí.
—Eres... —empecé diciendo, pero ella me interrumpió.
—Igual a mí —terminó mi frase. Si hasta en la voz nos parecemos.
¿Estoy soñando? Ella me observaba de pies a cabeza y yo hacía lo mismo. Quién iba a decir que tuviera una gemela. No me la creo. Parpadeé varias veces para estar segura.
—Soy Lauren —rompí el silencio, estrechándole mi mano.
Dudó.
—Yo soy Laura —respondió el gesto. Algunas personas que pasaban a nuestro alrededor nos miraban asombrados. Al parecer nunca habían visto a gemelas. Bueno... Chicas idénticas.
Laura se miraba fina, bien vestida, con clase.
—¿De dónde eres, Lauren? —preguntó, con algo de grandeza en su voz.
Fruncí el ceño.
—De Tennessee, ¿y tú?
—De aquí es obvio. —se cruzó de brazos, sus modales no eran tan lindos que digamos. Y eso no me gustó. Creo que no es tan amable como aparenta. De todas formas no tengo porqué aguantarla, sí, encontré a mi doble, increible ¿no? Pero esta chica es grosera. Me voy.
—Bueno, Laura, fue un gusto en conocerte —intenté seguir mi camino pero ella se interpuso.
—¿Porqué la prisa?
—Estoy disfrutando mis últimos minutos aquí, quiero aprovecharlos. —respondí irónicamente. Ella se cruzó de brazos. Es que en serio, hasta pareciera que me estoy viendo en un espejo. Increíble.
—Es impresionante el parecido que tenemos —murmuró mirándome de pies a cabeza.
Y ahora me siento incómoda. Me siento como si fuera un chango y las personas me estuvieran inspeccionando con curiosidad.
—Claro, la clase no es igual, es obvio —continua.
Enarqué las cejas ofendida.
—Que seas de buena familia no te da derecho a tratarme así —me defendí.
—Yo trato a las personas como yo quiero —elevó una ceja.
Es una pesada.
—No sé ni porqué sigo aquí —di media vuelta y empecé a caminar hacia el coche. Apresuré el paso al sentir que ella venía tras de mi.
—¿Huyendo? Oye, espera...—me tomó del brazo para que la mirara. Nos detuvimos frente al coche de Jai.
—¿Qué?
—Discúlpame, no suelo ser así yo... No sé que me pasó. Me sorprendió mucho que seamos idénticas es todo. Además he tenido muchos problemas, ¿me perdonas? —me sorprende la rapidez con la que habló.
¿Se está disculpando? ¿Debo aceptarle las disculpas? Me quedé pensativa, cómo es que cambió de humor tan rápido.
—¿Si? —medio sonrió, pero me pareció que era una sonrisa sincera.
Ya qué.
—Bien, acepto tus disculpas —dije, sonrió y aplaudió como niña pequeña.
—Que lástima que no volverás a venir, hubiera sido divertido si caminamos por las calles de Los Angeles juntas. Y si vamos a mi casa... Oh, Dios, sería divertidísimo ver sus caras —su voz cambió de autoritaria a dulce. Sonreí al imaginarme la escena.
—Sí, sería divertido —admití. En eso mi teléfono sonó. Era una llamda de Tara. Contesté de inmediato.
—¿Tara?
—Amiga, tendrás que regresar sola. —habló al otro lado de la línea.
—¿Porqué? —fruncí el ceño.
—Mi padre me ha pedido que me quede esta noche con él.
—Entiendo... Bueno, si es así, no hay problema.
—¿No estás enojada?
—No claro que no. Diviértete.
—Lo haré. Y perdón, bai.
Colgó. Bueno, tendré que regresar sola. Miré a Laura quién estaba revisando su teléfono.
—¿Me pasas tu número? —cuestionó con una sonrisa.
Sería bonito mantener una amistad con ella. Estoy segura de que nos llevaremos muy bien. Le di mi número.
—Ahora me tengo que ir, Lauren, si vienes otro día por aquí me avisas, así podremos caminar juntas y platicar —se despidió.
—Ten por seguro que lo haré —le di una sonrisa de boca cerrada.
Ella caminó hacia su coche que por cierto es muy parecido al de Jai y se fue. Me adentré en el carro de Jai.
—Vamos a casa. —dije sin mirarlo.
Dicho eso arrancó. Es increíble que tenga una gemela. Si somos igualititas.
***
Minutos después Jai me avisó que llegamos... Lo cuál es raro porque me pareció muy rápido y la voz de Jai cambió. Observé a través de la ventana y no estábamos en mi casa, esto era una enorme mansión... Oh, Dios ¿dónde estoy?
—Jaime, ¿dónde estamos? —le pregunté sin quitarle la vista a la enorme casa. Ostias.
—¿Jaime? ¿quién es Jaime?
¿Qué?
Lo observé rápidamente. Él no es Jaime ¿dónde estoy? Dios, ¡Laura! ¡Nos equivocamos de coche! ¿ahora qué hago? En eso puedo observar que alguien sale de la enorme puerta principal, es un hombre alto, vestido de pingüino. ¡Ew! Quién usa esos trajes ya. Abrió mi puerta y me sacó de un tirón.
—¿Qué pasa? —cuestioné mientras éste me llevaba casi a rastras.
—Es tarde —murmuró. Entramos a la enorme casa y por dentro es aún más hermosa. Pero no estoy para elogiar la maldita casa ¡me están secuestrando, joder! Aunque no creo que Secuestrando sea la palabra adecuada para esto.
—¿Dónde me lleva? —intentaba zafarme. No hizo caso. Subimos unas escaleras y llegamos a una especie de habitación color rosa. Esta habitación es casi el tamaño de mi casa.
—Laura, llegas tarde, tus padres te han buscado desesperadamente —susurro mirándome.
¿Laura?
—No, discúlpeme, usted está confun... —interrumpió.
—Te dejaré aquí, vístete. La cena comienza en media hora.—dicho eso salió de la habitación dejándome anonada.
—¡Oiga, espere! Yo no soy... —azotó la puerta—...Laura.
Maldición, solo a mí me puede pasar esto, y ahora qué, tengo que contactar urgentemente a Laura y salir de aquí, no voy a fingir alguien que no soy, ¿y si se dan cuenta? ¡Me pueden meter a la cárcel por intrusa. No estoy para darme esos lujos. No señor.
Saqué mi celular y busqué cómo llamarla, mientras me dirigía a la ventana, apartando la cortinas con mi mano. Pero me detuve ¡maldición! No tengo su número, pero ella sí tiene el mío, se tiene que dar cuenta en algún momento y me va a llamar, o va a volver.
Solo tengo que respirar y esperar.
LAURA
—¿Donde vamos, Francisco? —pregunte, al ver que agarraba otro camino, uno completamente distinto al mío.
—¿Francisco? ¿Quién es Francisco, Lauren? —me dijo ese hombre.
Entonces lo miré ¿como me había llamado? ¿Lauren? ¡No puede ser! ¡Y ese no era Francisco! Lauren y yo nos equivocamos de coche, ¿ahora qué? Si embargo no estaba tan asustada que digamos, Lauren estaba en mi casa, mis padres no se preocuparían, pero no se como actuará Lauren ni que les dirá.
Saqué mi teléfono celular y lo revisé, lo había puesto en silencio para que mis padres no me molestaran. Ni siquiera le había dado mi número a Lauren, busqué su nombre en mis contactos y, al encontrarlo, me debatí en su llamarla o no, me salí de las llamadas y me fui a los mensajes. Le enviaría uno.
Esta es una buena oportunidad de tener un respiro y conocer otras cosas, en mi casa era una presa y me sentía asfixiada. Sé que está mal lo que voy a hacer pero no tendré otra oportunidad otro día.
Para Lauren:
Hola, Lauren, soy Laura, hasta ahora me di cuenta de que me equivoqué de coche. Solo espero que no sea tarde y no hayas dicho nada en mi casa, sé que lo que te diré no te gustara pero me gustaría que cambiáramos por unos días aunque sea. Solo quiero algo de paz y en mi casa no lo tengo. Prometo buscarte y llamarte. Y no te preocupes, no haré nada para ponerte en evidencia.
El mayordomo te ayudará con lo que sea necesario. Confía en él.
Y perdón.
Lo envié.
Frederick era mi único amigo en esa enorme casa, es obvio que se dará cuenta de que no soy yo. Pero no la delatará. O eso espero.
—¿Está todo bien, Lauren? —me preguntó el chofer. Y ni siquiera sé cómo se llama.
—Eh... Sí, no hay ningún problema —reí— Solo estaba bromeando, quería ver tu cara al decirte Francisco en vez de... —me detuve en seco mirándolo para ver si me decía su nombre.
Noté que me dio una mirada rápida por el espejo retrovisor.
—¿Jai? —inquirió.
—Sí, Jai.
¿Y cual era el seudónimo de Jai? ¿Jairo? ¿Jailed? Ash.
—Llegaremos en media hora —me aviso.
—Gracias, Jai.
Ya quiero ver cómo es Tennessee. Conocer nuevas personas y por fin dejar de obedecer órdenes. Eso quiero.
Una hora después estábamos llegando a un pueblo, era rústico, habían muchos árboles y pasto. Era soleado y bastante casual. Me gustó desde el primer momento en que lo miré, era increíble. El coche de Jai se estacionó en una casa pequeña. Era color madera, pequeñas escalerillas en la entrada y un mini corredor. Supongo que aquí vive Lauren, ¿no? Salí del auto con cautela mirando todo a mi alrededor.
—Gracias por traerme, Jai —me despedí de él. Me sonrió y se fue. Me giré a la casa. Avancé con sigilo, subiendo las escaleras, rechinaron un poco, hasta creí que se caerían. Al llegar a la puerta, me sudaban las manos, no puedo creer lo que voy a hacer. ¿Y si tiene mucha familia? ¿Y si se dan cuenta? Aparté esos pensamientos locos de mi cabeza y elevé mi mano, tocando dos veces.
Segundos después la puerta se abrió, un señor de mayor edad había abierto la puerta, y al verme, sonrió de oreja a oreja.
—¡Lauren, volviste! —exclamó, abrazándome.
Me quedé estática, pero tenía que actuar.
Sonreí.
—Sí, estoy aquí —dije, dándole unas palmaditas suaves en la espalda.
—¿Pero porqué no abriste con tus llaves? —preguntó al separase de mi, mirándome amenazante—. No me digas que las perdiste, Lauren ya van cinco copias que saco con esas.
Abrí los ojos del asombro, Lauren no es muy cuidadora que digamos.
—No sé dónde las pude haber dejado —me rasque la nuca pareciendo estar pensativa.
¿Qué era este señor de Lauren? ¿Su abuelo?
—¿Y esa ropa? —cuestionó mirándome de pies a cabeza—. ¿Vanesa te la ha comprado? —me miró.
—Sí, me la... Compró—respondí no tan segura.
—Pero no te quedes ahí parada, hija, ven y cuéntale a tu abuelo qué tal el viaje a esa enorme ciudad, anda, apúrate.
Entonces es mi abuelo.
Pasé, cerrando la puerta tras de mí, en eso se escucharon ladridos, y una bola de pelos se acercó y se me lanzó encima moviendo la cola alegremente. Un perrito, siempre quise tener uno. Y Lauren lo tenía. Al menos él no me había desconocido.
Me agaché a él y lo acaricié, definitivamente esto es lo que siempre quise tener, alguien que me pregunte mi día, alguien que me quiera. Y un perrito. Lauren tiene todo lo que siempre quise.
Y eso me llenó un poco de envidia.
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