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Capitulo 2 (Parte II)

Mas o menos una hora más tarde, una mujer extremadamente rubia ingresó a la habitación. La chica sobre la camilla mordió su labio inferior tras mirarla y pensar en que ella era una de esas típicas bellezas soviéticas de las que se presumía en libros y películas.

Esas que solo habían en Eslovaquia, La República Checa, Rumanía, Serbia y Rusia.

Por lo cual llegó a concluir automáticamente quién era ella; Vladislav habló de una Agafya Vólkova, quien era rusa, así que debía de ser ella.

Lucia frunció su ceño, se escabulló de su camilla y corrió hacia el médico forense al otro lado de la sala, quién estaba distraído de espaldas a la entrada. Lo hizo voltearse, casi al mismo tiempo en que se refugiaba tras de él, como si no se hubiese enfrentado a cosas peores ya.

Vladislav miró a la mujer aun en el umbral, quién solo sonrió y le miró por un momento para luego regresar su mirada concentrada a la chica adolescente que pretendía lucir inocente y asustadiza tras el médico.

―Señora.―El médico bajó la cabeza ante ella, a Lucia no le agradó demasiado el gesto, era como si la mujer fuera su reina y él un esclavo suyo.

―Me informaron sobre el apasionado e interesante suceso,―informó ella, sin dejar de mirar a Lucia―. Vi algunos vídeos de seguridad, estoy impresionada. Disculpen que no llegué antes, Rusia no queda a la vuelta de la esquina.

― ¿No está usted en Egipto, como de costumbre? ―comentó Vladislav, un comentario que, en aquel orden de jerarquía, parecía ser un atrevimiento.

―Soy una nueva madre, quise tener tiempo en casa ―agregó con orgullo.

―Felicidades, son buenas nuevas para mí.

―Fue completamente inesperado; pero dichoso. ―Lucia profundizó la marca de su ceño.

¿Cómo un bebé era inesperado?

Tenías nueve meses para enterarte de que estaba allí dentro. Lo sabía porque su madre había estado embarazada dos veces, ella estuvo allí en cada momento del embarazo de su madre y el nacimiento de sus hermanos. No le era para nada desconocido el proceso de alumbramiento.

La rubia sacó sus guantes y su abrigo, una vez hecho eso, se acercó a Vladislav, que a su vez se apartó para dejarle lugar a la mujer quién se acercaba a Lucia, no al médico.

―Dime, querida, ¿cómo te llamas? ―preguntó la mujer.

Ella miró a Vladislav insegura, casi pidiéndole que interviniera, pero él no dijo palabra.

―Luciana... ―dudó, se interrumpió porque en ese instante, justo un segundo antes de decir su apellido, Vladislav negó con su cabeza de manera sutil.

Ella lo entendió.

―Schneider ―mintió para completar.

―Hermoso.―alabó la chica con acento marcado y seguridad, una que Lucia sintió en sus huesos como hipocresía―. ¿De dónde sacaste esas habilidades para la lucha? ―preguntó.

Lucia miró a Vladislav de nuevo, asegurándose de que él no le diera señales sobre la respuesta que debía de dar o no.

―Mi padre, él me enseñó muchas cosas,―miró la manera en la que Vladislav pasó su dedo por la punta de su nariz y camufló una nueva negación de cabeza. El mensaje llegó a Lucia de manera clara―. Mis padres, eran granjeros, teníamos mucho ganado, habían, animales, animales salvajes, ladrones, teníamos que saber cómo defendernos.

No era una completa mentira, su familia tenía una gran cantidad de terrenos, su madre era agricultora, había vacas, pollos, cabras y ovejas siempre por todas partes. Así como también lobos, zorros y ladrones que querían llevárselo todo. Ese era el motivo por el cual su padre, luego de cada uno de sus viajes, regresaba a casa y dedicaba su tiempo a enseñarle el arte de la lucha y el manejo de armas.

"Nunca sabes cuando te verás obligado a necesitarlo", solía decir.

Lo que Lucía no contó era que su padre no era solamente un granjero, él era un hombre misterioso y ella sabía que tenía una profesión peligrosa. De pequeña su madre solía decirle que su padre era un policía; pero Lucia tenía ciertas dudas sobre la certeza de aquella afirmación. Aun más luego de que la persiguieron por el bosque y se encontró con su padre quien llevaba un cuchillo ensangrentado y manchas de esparcimiento en su ropa.

Desde aquel momento, su inseguridad nació y se hizo cada día más grande hasta aquel fatídico momento en que una de las tantas mafias del mundo secuestró a su familia, la torturó a ella y a su madre y asesinó a sus hermanos.

Si su padre tenía cuentas con la mafia no debía de estar del buen lado de la ley.

―Podrías sernos de mucha utilidad, Luciana.

― ¿Útil para qué?

―Nuestra compañía entrena a los mejores espías del mundo, formamos sus habilidades, su carácter, su fuerza y trascendencia. Con tu talento podrías llegar a ser una de las mejores en la historia de nuestra empresa. Después de mí, claro está,―rio, sonrió y movió su cabello.

La chica puso los ojos blancos en su interior, no porque tuviera miedo de ofender a la mujer sino porque quería ver a dónde llevaba esto.

― ¿Eso que tiene que ver conmigo?

―Podrías trabajar para nosotros ―anunció la rubia―. Puedo prometerte el mundo si así lo quieres, solo debes darnos una sola cosa.

― ¿Que es eso?

―Lealtad absoluta ―respondió―. No tienes nada que perder, mucho que ganar, tendrás dinero por montones, joyas, la mejor ropa, los mejores autos, los mejores hombres, aseguraremos esa belleza juvenil que tienes ahora, te llenaremos de talento invaluable. No tendrás que hacer nada por ello, tu solo chasquearás tus dedos y lo tendrás en ese instante.

―Es una estafa ―aseguró Lucia cruzándose de brazos.

Agafya sonrió divertida, le encantaba la actitud de esa chica.

―No, claro que no. No será sencillo al principio, irías a un campamento en Egipto, entrenarías duro, conocerás a personas que odiarás, será una tortura. Es un fuerte sin salida en el que solo sales bajo dos condiciones: siendo el mejor o muerto; sin contar con que quizá no sobrevivas hasta al final del entrenamiento.

―Ahora suena real.―Lucia sonrió con sarcasmo provocando una risa de encanto en Agafya, quien se hallaba oficialmente encantada con la adolescente.

―Eres tan dulce ―expresó―. ¿Nos harías el honor de unirte a nuestra compañía?

Lucía echó su boca de lado y lo pensó por un momento.

Había sido electrocutada, baleaba y torturada por la mafia, intentó suicidarse saltando de un edificio de diez pisos que dejó su cuerpo simulando ser una coladera; no fue la primera vez que intentó acabar consigo misma.

Así que no era como si su vida tuviera algo de valor para ella ahora mismo; a veces solo luchaba porque necesitaba desahogar sus frustraciones de alguna manera, ya que la muerte no estaba de su lado. De modo qué si la mafia o el suicidio no logró acabar con ella en aquel punto, tentar al destino una vez más se sentía como un paseo por la playa.

Casi como un burla.

Si llegaba hasta el final, no estaría mal tener una vida cómoda de paso. Definitivamente era mejor que estar en custodia del gobierno hasta la mayoría de edad, no ganaría nada y al final solo saldría de su orfanato numero mil para vivir en la calle. De modo que sí, ella ya no tenía nada que perder.

La adolescente miró a Vladislav y sonrió.

―De acuerdo ―aceptó ella.

― ¡Magnifico! ―celebró la mujer, se irguió de su asiento y volteó para mirar al médico― Vladislav, empaqueta a la niña y envíala a Egipto mañana a primera hora ―ordenó, tomó sus cosas y salió de allí.

El médico solo puso su mano en el hombro izquierdo de Lucia y le dio un apretón.

Podría estarla enviando a un viaje directo a la muerte.

O a ser una huella en la historia de la humanidad...

Una leyenda.

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