Boss1
Boss 1
— No quiero que me vuelvas a tocar Darius, lárgate de mi vida de una puta vez... Si es que lo estás deseando tío, déjame en paz y encuentra una nueva diversión para tu potencia sexual — estaba en mi habitación, con la frente pegada al espejo de cuerpo entero que reflejaba mi imagen agotada, por soportar al único hombre que había en mi vida y que no era mío, porque quería cosas de mí, que yo no estaba dispuesta a darle. Así como yo quería otras tantas de él, que jamás me daría.
— Tú eres lo que deseo — murmuró con ronquera en la voz — por el día y por la noche, en todas las malditas horas del asqueroso día en que no estás, te deseo — estaba en bragas, deseando colgarle el móvil pero había aprendido a escuchar todo lo que decía hasta el final, pero mis pezones se erizaban como saludando a su jefe solo de escuchar su voz — pienso en tu cuerpo, soportando los embites del mío y no consigo que se me baje la polla bebé. Ven esta noche conmigo.
Llevaba dos horas, y mucho saldo de móvil, tratando de que entendiera que se había acabado. Que no podía más y que lo dejaba. En el fondo creía que él quería que yo tomara una desición así, porque no encontraba otro motivo para que un tío que me deseaba tanto, me follaba a todas horas y me perseguía constantemente, no quisiera ser mi pareja, que era todo lo que yo pedía.
Esta noche había una cena familiar y sabía que lo iba a ver, pero quería dejar zanjado este tema antes de enfrentarme al magnetismo sobrehumano que sentía cada vez que lo tenía cerca.
— Adiós Darius. Hemos acabado.
Colgué por primera vez en mi vida desde que lo tenía a él en ella. Era demasiado posesivo y controlador y me había enseñado todos los gustos exquisitos que tenía, y sabía muy bien, después de cuatro años juntos, lo que podía y no podía hacer para cabrearlo. Y esto, definitivamente lo volvería loco pero la presencia de nuestras familias me daría una cobertura para limitar su reacción a lo que había hecho.
Decidí restarle un poco de importancia a ese asunto o empezaría a llorar.
Estaba enamorada de él, como una tonta y lo peor era, que sabía que él también lo estaba de mí, pero no sé decidía a que todos supieran que estábamos juntos, ni a ser mi pareja y lo que eso conllevaría.
Estaba cansada de solo poder tenerlo en la cama y en sitios donde nadie pudiera reconocerlo, o a mí, en su defecto. Tenía treinta y seis años y yo veinte, aquello suponía un tremendo problema para él, aunque para mí era igual a nada. Yo lo amaba y lo hubiese hecho aunque tuviera noventa años. Me moría por ese hombre, como no creía que podría hacerlo por ningún otro.
Estábamos juntos desde que yo tenía dieciséis. Sí, había sido una locura, pero una locura legal. Esa era la edad mínima para una relación de ese tipo en España. Sin embargo, al día de hoy, él no llegaba a superar ese obstáculo que suponía mi edad.
Él era el hermano de mi cuñado, así como yo era la hermana pequeña de veinte años de la suya.
Estábamos emparentados por nuestras familias, y eso solo hacía más compleja nuestra situación según él.
— No sé cómo has tenido el valor de colgarme — levanté la vista y lo ví, detrás de mí en el espejo — pero me lo vas a explicar — le dió una patada a la puerta de mi cuarto y puso el seguro, cerrándola con violencia.
— Darius salte ahora mismo — yo caminaba hacia atrás y él hacia adelante, mirando mis pechos que saltaban ante sus ojos — gritaré.
— Por supuesto que lo harás — sus ojos verdes se habían oscurecidos y su boca roja y perfecta era en ese momento, una línea dura que destilaba un enfado monumental — de mi cuenta corre que lo hagas y recuerdes que tú eres mía y solo mía. Y que hasta que no seas capaz de no serlo, no te dejaré. No puedo estar sin tí, y tú menos sin mí. Ven aquí.
Me había alcanzado, y metiendo la mano en el elástico de mis bragas, tiró de mi cuerpo haciendo que se estrellara con el suyo.
— Devuélvemela — ordenó como tantas veces que me decía, que mi boca era suya y él solo me la prestaba cuando no estuviera para usarla.
Tenía un poder sobre mí, que yo misma le había dado, y que hacía que me controlara hasta por teléfono.
Días atrás habíamos estado, las amigas de mi hermana y yo, en una isla de sexo como despedida de soltera de Sussi, y allí, incluso allí me mantuvo controlada y me folló una noche entera, cuando fue en un yate hasta las afueras del mar, ha reclamar lo que era suyo y no podía estar más de tres días sin tener. Estaba loco, y yo lo estaba más todavía por él.
— He dicho que me la devuelvas — recalcó cuando notó que yo solo miraba como él se perdía en el roce de mi piel abdominal.
«Te odio»... Pronuncié esas palabras que me obligaba a decir para no confesarle mi amor en voz alta y le devolví lo que tanto me pedía.
Parecía un animal hambriento que por fin se alimentaba después de tanto tiempo. Me devoraba los labios, magullandolos con su intensidad y gruñiamos en la boca del otro como los desesperados adictos que éramos.
— Te necesito — rugió metiendo una mano entre mis nalgas y alzandome con su fuerza descomunal.
Clavé mis talones en sus nalgas vestidas de jean oscuro y tiré de su pelo para aferrarme más a su boca con la mía.
Fue dando traspiés conmigo encima, de una pared a otra, empujándome contra todo lo que podía hacer que colisionaramos más.
Con él siempre era brutal el sexo. Era un dominante, que no podía conseguir mi sumisión en la cama y se volvía bestial, tratando de controlar sus impulsos y los míos.
Perdía los estribos fácilmente, porque quería ir a sitios donde yo no le permitía llegar.
— ¿Entiendes ya que no se ha acabado? — preguntó justo en el momento en que había roto mis bragas por debajo y se había metido hasta el fondo de mí, subiendo mis manos por encima de mi cabeza y presionando nuestras pelvis en soberbias acometidas.
Casi sentía que hacía equilibrio sobre sus caderas, porque sus manos estaban entrelazadas con las mías y solo mis piernas y sus penetraciones profundas y continuas me mantenían anclada a sus caderas.
Mordió mis pechos, grité mordiendo mis labios sonando más a gruñido escandaloso mientras me dejaba ir, en un climax animal, que solo él podía provocarme y que nadie más que yo, dejaba que así fuera.
Contando desesperada las embestidas que me daba, rezando internamente para que no acabaran, pensaba lo lejano que se sentía enese momento cualquier posibilidad de prescindir de esto. De él. De nuestra bizarra relación.
Salió de mí con la misma velocidad en la que entró y me giró en el aire como si yo no pesara nada en sus brazos. Pegó mi pecho a la pared y haciendo que mis piernas lo abrazaran hacia atrás, me penetró furioso y veloz.
— Dime que vendrás esta noche a mi cama para que pueda calmarme y no me sigas hiriendo con tus amenazas bebé.
Mis manos raspaban las paredes, mientras las suyas seducían mis pechos y su boca lamía mi cuello, haciendo que olvidara el molesto hecho de que me estaba llamando bebé, cuando sabía que lo odiaba porque marcaba la maldita diferencia de edad que tanto nos alejaba.
Mis nalgas chocaban con la parte alta de sus muslos, cada vez que bajaba sobre su miembro, buscando la profundidad de su embestida. Gritaba, él jadeaba y ambos nos mirábamos de forma incómoda pero intensa y nuestra.
— Devuélvemela...
Una palabra y me obligaba a besarlo.
Su lengua entraba poderosa en mi boca y mis dientes la arañaban con histeria por ponerme al borde de oro orgasmo y darse el atrevido tiempo de esperarme para corrernos juntos.
Así cargada de espaldas en sus caderas cómo me tenía, caminó conmigo por la habitación y mientras apretaba mis pechos y yo tiraba de su pelo, nos detuvo frente a mí cama y me bajó las manos al colchón, para follarme como un loco de aquella manera incómoda pero exquisita.
Cinco o seis entradas en mí después, ambos nos corrimos respirando con dificultad.
Sin un solo minuto de recuperación, salió de mí y me sentó a horcajadas sobre él, manejandome como siempre hacía sin pasar o parecer que pasaba algún trabajo para hacerlo.
Odiaba y amaba que fuera tan fuerte.
Era enorme, y demasiado fuerte para alguien pequeña y menuda como yo.
Nos miramos a los ojos, verdes los de ambos y pegué nuestras frentes ralentizando mi respiración antes de hablar, mientras metía mis dedos en su pelo semi largo y negro azabache.
— ¿Por qué me haces esto Darius?, ¿Por qué no me sueltas de una vez y nos probamos estando solos? — chasqueó su lengua y besó mi nariz, acariciando mis espalda desnuda — quizás eso nos ayude a dejar intensa locura en la que vivimos hace cuatro años.
— Te necesito.
— Y yo te odio.
Respiré largo, y luego lo besé rendida otra vez a su maldito encantó caprichoso que dominaba todo de mí.
Me fuí a levantar de encima de él, que aún tenía la ropa puesta y el jean enroscado en los tobillos, cuando me detuvo y me recitó en mis labios...
— Te necesito Becca y sabes lo que quiero decir. Yo te necesito.
Pronunció aquellas palabras separandolos cuidadosamente, para hacer notar lo mucho que me quería, como si yo no supiera lo que significaba.
— Múdate de aquí y vivamos en paz bebé. Hazlo de una vez y atrévete a ser mía.
Lo empujé y se dejó.
Me levanté, sacando las bragas rotas de mi cintura y dejándolas en el suelo me fuí al baño a lavarme los restos de semen.
— Tú y tu actitud de mierda me obligan a seguir viviendo con mis padres — le respondí mientras me cambiaba las bragas y buscaba en mis perchas ropa para bajar a cenar una vez que estuve limpia y el perfectamente vestido — si me mudo solo te daré la oportunidad que te falta de vivir conmigo como si fuéramos amantes de algunas noches de escape de anodinos matrimonios que ni siquiera tenemos Darius y ese límite no pienso cruzarlo y lo sabes.
— Es una solución.
— Es una mierda más, de las muchas que sugieres para no enfrentar lo que sientes y tus malditos miedos.
Nuevamente estábamos discutiendo el mismo punto del que no sabíamos salir. Era sinceramente agotador repetir una y otra vez aquel mal guión perfectamente aprendido a lo largos de los años que llevábamos juntos.
Me puse finalmente un vestido strapless, negro y pegado a mi cuerpo, haciendo una curva cruzada entre mis piernas, dejando libre a la vista, la cima de mis muslos.
Unas sandalias de cuña y unas pocas prendas, antes de maquillarme para bajar.
— No sabes como te necesito.
— Tienes razón Darius — caminé por su lado yendo hacia la puerta y abriéndola para que saliera o volveríamos a empezar porque como había dicho, eso formaba parte de un guión más que ensayado — no lo sé.
Sus pozos verdes me miraron con aquella manera tan suya de hacerlo y sentí que la barbilla se me estrujaba queriendo hacer un puchero preludiando el llanto que no dejaría escapar, por lo que apreté mis labios y él, que me conocía tanto, pasó su dedo por ellos y tomando mi mandíbula me pegó a su boca dejando que sus labios abrazaran los míos y después de eso, afirmó — ¡Sí lo sabes!
Mis párpados cayeron sobre sus bases, encerrando mis lágrimas dentro de mis ojos. Mi pecho iba desbocado y no hacía nada por controlarlo.
Nos amabamos de una forma tan intensa, que nos hacía sentir enfermos del otro y ni siquiera nos atrevíamos a pronunciar esas palabras en voz alta por miedo a destrozarnos del todo si no podíamos seguirnos teniendo.
Darius así lo había decidido en su momento y yo lo había aceptado hasta la fecha.
— Dime que no estás enamorada de él, por favor...