Capítulo 3
La casa está muy caliente y el olor a enchiladas picantes es abrumador. La tía Conchita está de pie junto a la ventana y fuma su invariable puro cubano. Lleva el pelo castaño y rojizo recogido en un nudo descuidado.
Su bata escarlata, manchada de sangre, oculta la figura chic y los encantos que son la fantasía más ardiente de todos los hombres de sesenta años. Las endebles zapatillas con lazos brillantes apenas le cuelgan de los pies. Cómo consigue caminar con ellas sin tropezar es un misterio para mí.
El gran monstruo rojo, el gato Pussy, está sentado en el alféizar de la ventana, entrecerrando los ojos y lamiéndose la pata mojada en nata. Es físicamente incapaz de comer ordenadamente. Necesita empaparse de pies a cabeza para sentirse feliz y bien alimentado. Y luego para hacer felices a los demás.
Sin embargo, la querida tía no tiene nada fino en casa. Excepto a mí.
Desde que llegué aquí desde un pequeño pueblo de las afueras del estado, las cosas han estado patas arriba. Nuevo trabajo, nueva casa, nueva ciudad. No es que no hubiera estado antes en El Paso y me pareciera extraño, pero... vivir no es como visitar. Sin embargo, me gustaba la ciudad. Era tan... calurosa, apresurada y, sin embargo, no llegaba al frenesí de los millennials.
- Aquí tienes, bonita", observa la tía Conchita. - Fría, hambrienta y con una mirada salvaje. Madre de Dios, ¿qué le pasa al bebé?
Me miro ansiosa en el espejo. No, parece bastante civilizada. ¿Qué estará tramando?
Tiene muy buen aspecto para ser invierno. Ese blanco es bastante decente chaqueta, bufanda, pantalones. No, estoy bien vestida.
- Lávate las manos y ve a la mesa.
- Bebe y yo...
- ...comimos como si la tía Conchita no supiera cocinar. "Pero hay que saber comer", la tía Conchita terminó la frase por mí y apagó el cigarrillo en el cenicero de cristal. - "Yo no sé nada. Ven a la mesa, Sally.
Prudente, decido que sólo un loco discutiría con una tía española, me desnudo rápidamente y me dirijo al baño.
Bueno, digamos que me equivoqué un poco con lo de española. Sus antepasados llegaron aquí desde Sevilla hace un par de generaciones. Desde entonces, ha habido indios, brasileños, americanos e incluso un sueco errante. En definitiva, un maravilloso y terrorífico cóctel de naciones. Por eso no merece la pena pelearse con una mujer así. Es peligroso para la salud y los nervios.
Sin embargo, ella adoraba a sus parientes, así que no era cuestión de mudarme. ¿Nuevo trabajo? Estupendo. ¿Una sobrina? Estupendo. ¿Vivir un poco, comer un poco?
Estupendo. Quiero decir, ¡para! ¡¿Qué, poco?!
La cocina de la tía Conchita es realmente increíble.
Por eso necesito toda mi fuerza de voluntad para no comer por la noche y mantenerme en forma. Aun así, no sirve de nada ponerse en la impresionante forma de mi tía cuando yo soy... muchos años más joven que ella.
Las enchiladas, rociadas con salsa, llegan ante mí en cuanto me siento a la mesa. También el pan fresco y un vaso de cerveza.
La tía Conchita se sienta enfrente.
- ¿Qué tal? ¿Estáis contentos Bibi y tú con la excursión? - me pregunta, sacando una revista de debajo de la cara desnuda de Coño y mirando pensativa la primera página. Muestra a un hombre guapo semidesnudo con pantalones de cuero y una expresión tan descarada que no necesita pantalones.
Fascinada por la deliciosa cena y las enchiladas ardientes que se deshacen en mi boca, no respondo inmediatamente. Sólo después de beberme una excelente cerveza helada (¡a la tía le encanta la cerveza!) respondo por fin:
- Estoy bien. Bibi ha gastado mucho dinero y ha encontrado la tranquilidad.
- El dinero y la tranquilidad son cosas inseparables, Bonita", dice la tía Conchita en tono de advertencia. - Muchos hombres, por no tenerlo, nos reprochan nuestro amor al dinero, pero a mí me parece que no tiene nada de malo.
- Bueno...
Miro pensativa la rebanada de tortita que tengo en el tenedor.
- No es que me guste el dinero. Se trata más bien de lo que se puede comprar con él.
La tía Conchita sonríe escéptica y hojea una revista.
- Vaya, vaya. Dime, vieja y enferma, que amar el dinero no es bueno.
- No comer nada es malo", tarareo alegremente. - ¡El cuerpo sufre! La comida es sagrada. El dinero también.
Pussy abre su ojo amarillo, suspira desafiante, se vuelve de espaldas a nosotros, mostrándonos lo que no pudo castrar.
- Y además -explico pensativo-, hoy he conocido a un hombre...