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Capítulo 2

Bibi entra volando en la tienda, haciendo crujir las bolsas y espantando a los clientes, tanto por las compras como por su forma. Cuando me ve, camina rápidamente, golpeando con sus enormes tacones el suelo liso y resbaladizo, y se detiene a mi lado. ¿Cómo aguanta sin desplomarse? Yo ya estaría tirada en las baldosas, desparramada como un pollo asado.

- Lo tengo todo, Sally. Podemos irnos. ¿Qué haces aquí?

Gira la cabeza desafiante, dejándome ver los pendientes con las grandes piedras hasta los hombros. Chispas púrpuras y azules parpadean al incidir la luz. Teniendo en cuenta que se quedó mirando ropa interior, la compra me impresiona. Pero son chulos. Le queda bien. Sin embargo, todo le queda bien a Bibi, aunque no sea así. Convence a cualquiera de lo contrario.

- Es bonito -juzgo, apartándome de las pulseras y entregándole la bolsa de libros-. - Toma, porque ya me miran con recelo.

- ¿Quiénes? - Bebe me mira atónita.

Tengo que reconocerlo: el matrimonio, la seducción y todas las demás cosas que las mujeres desean pero no siempre pueden hacer con los hombres no la avergüenzan en absoluto. Así que es probable que un desconocido no la hubiera dejado sin teléfono y sin cita. Bibi también se habría casado con dos, si las leyes del estado de Texas lo permitieran.

Ya en la escalera mecánica que baja a la planta baja de la tienda, le cuento la pequeña aventura que es conocer a un pijo. Bebe silbó y miró a su alrededor como si dicho hombre estuviera emboscado en algún lugar, listo para aparecer con un gesto de mi mano.

- Lástima. Yo le habría mirado", dice finalmente. - Suena interesante. Delicioso, incluso. Por cierto, ¿te apetece comer algo? Estoy agotada de tanta compra. Puedes contarme todo sobre el hombre.

- No te vayas a pasear por todo El Paso buscando ropa", le digo a mi abuela.

Bebe resopla y me hace señas para que me vaya. "Usted no sabe una mierda, señorita", dice. No insisto. No soy una mujer como Dios manda: ir de compras me produce un efecto soporífero o ganas de volver a casa. No me importan las joyas, pero no me gustan mucho los trapos. Después de ir de compras, necesito curar sus nervios, como Bibi, soy completamente incapaz de hacer.

Vamos afuera. El invierno aquí es siempre... tal cosa. En general, suele hacer hasta calor y es normal, pero a veces el cielo está todo gris y entra el viento y te hiela hasta los huesos. El cielo está lloviendo algo asqueroso y superficial, el viento es bullicioso y el asfalto bajo los pies brilla húmedo, recordándonos que hace poco llovió aquí, que es mejor no meterse debajo.

Hoy el invierno ha decidido divertirse un poco, recordando que es invierno, y ha empezado a desbocarse, aunque no en toda su extensión, sino según un programa bastante desagradable e independiente.

- Quiero un dulce, tarta de fresa", declara Bibi.

- Por Dios, cariño", hago una mueca de dolor. - Aún falta una semana para el día de pago.

- Nos prometieron una prima, Sally. Además, nadie te obliga a comer por toda la tribu Cherokee. Y un café y un brownie no te van a servir de mucho. Venga, vamos.

- Depende de qué tipo de tarta... -empiezo, y luego dejo de hablar al mirar el lujoso coche negro en el que se sube mi última acompañante.

Bibi se da cuenta de que algo va mal. Se detiene y me mira con desconfianza. El hombre también parece intuir algo y se da la vuelta. Nuestras miradas se cruzan. Una sonrisa fugaz recorre sus labios, como si supiera que volveremos a vernos. Pero sólo dura una fracción de segundo. Luego se sube a su coche increíblemente hermoso, sangrientamente depredador y sexy, y se marcha.

- ¿Es éste? - se pregunta Bebe pensativa. - Si lo es, prepárate para retorcerte las bragas, amiga.

Paso unos segundos pensando en una respuesta mejor, pero sé que presumir es pecado, así que suspiro y digo lo siguiente:

- Mmmm.

Y las bragas también. Él sólo mira y yo ya estoy caliente.

Bebe silba:

- Oye, la próxima vez que vuelva a estar en la tienda de lencería, rueda por el suelo y saca la pierna. ¡Cuántos hombres guapos paseando y yo hasta las orejas de sujetadores!

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