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Capítulo 2 La Cruda Realidad

Unos meses más tarde, después de otra noche de juerga, era aún de madrugada cuando Tony Treviño abrió los ojos, su cabeza palpitaba como si un rodeo completo hubiera pasado por ella, y su boca se sentía más seca que el desierto de Chihuahua.

— Ay, virgencita... —gruñó, cubriéndose los ojos con el brazo— pos' si esto es la resaca, prefiero la borrachera.

Se incorporó lentamente, cada movimiento enviaba ondas de dolor a través de su cuerpo, fue entonces cuando los recuerdos de la noche anterior comenzaron a inundar su mente, de nuevo el bar, otra chica, suspiró al recordarla, era realmente bonita.

— ¡Córrele, Tony! —se dijo a sí mismo, sacudiendo la cabeza— si tu amá se entera de tus aventuras, te manda a México más rápido que un cohete.

Con un esfuerzo sobrehumano, Tony se levantó de la cama y se arrastró hacia el baño, se miró en el espejo y soltó un silbido bajo.

— Pos' sí que te ves del carajo, Toño —murmuró a su reflejo— pareces nopal pisado por una manada de vacas locas.

Después de una ducha rápida y un cambio de ropa, Tony se sintió lo suficientemente humano como para enfrentar el día, así era la vida del rancho, madrugar todos los días, bajó a la cocina, donde el aroma del café recién hecho le dio la bienvenida.

— Buenos días, hijo —saludó su madre, Guadalupe, desde la estufa donde freía unos huevos— te ves como si te hubiera arrastrado un caballo salvaje.

— Buenos días, amá —respondió Tony, sentándose a la mesa y agarrando una taza de café— pos' ni te imaginas la noche que tuve.

Guadalupe lo miró con una mezcla de cariño y exasperación.

— Ay, m'ijo, ¿Otra vez anduviste de pingo? Ya te he dicho que un día de estos te vas a meter en un lío del que ni San Juditas te va a poder sacar.

Tony soltó una risa que inmediatamente se convirtió en una mueca de dolor.

— No te preocupes, mamacita —dijo, tomando un sorbo de café— tu Toño sabe cuidarse solito.

Guadalupe sacudió la cabeza, pero una sonrisa en sus labios.

— Eso espero, porque un día de estos...

Sus palabras fueron interrumpidas por un golpe en la puerta, Tony y Guadalupe intercambiaron una mirada confundida, era demasiado temprano para que alguien los visitara.

— ¿Esperamos visitas? —preguntó Tony.

— ¿A esta hora? Pos' no —respondió Guadalupe— ve a ver quién es, m'ijo.

Tony se levantó, maldiciendo internamente a quien fuera que lo obligaba a moverse más de lo necesario en su estado, arrastró los pies hasta la puerta, preparando su mejor cara de "no estoy crudo, solo cansado".

— Ya voy, ya voy —gruñó al escuchar otro golpe en la puerta— pos' ni que fuera el fin del mundo.

Abrió la puerta de un tirón, listo para enfrentar al intruso, pero se encontró mirando... la nada, confundido, se rascó la cabeza y bajó la mirada y sintió que el corazón se le detenía.

Ahí, en el umbral de la puerta, había una pequeña canasta, y dentro de esa canasta, envuelto en una manta azul, dormía plácidamente un bebé.

— ¡Ay, chihuahua! —exclamó Tony, dando un paso atrás— esto sí que no me lo esperaba.

Se agachó para examinar mejor la canasta, el bebé no podía tener más de unas semanas, junto al pequeño había un sobre, con manos temblorosas, Tony lo abrió y comenzó a leer:

"Querido Tony,

Sé que esto te va a caer como un balde de agua fría, pero no tengo otra opción. El bebé que tienes frente a ti es tu hijo. Sí, el resultado de aquella noche loca en el Rusty Spur. No puedo cuidarlo, y sé que contigo estará mejor. Por favor, cuídalo como sé que puedes hacerlo.

Con cariño,

Sarah"

Tony sintió que el mundo daba vueltas a su alrededor, ¿Un hijo? ¿Él? ¿El eterno soltero y mujeriego del condado?

— ¡Amá! —gritó, su voz sonó más aguda de lo que le hubiera gustado— ¡Creo que necesitamos más café!

Guadalupe apareció en la puerta, secándose las manos con un trapo de cocina.

— ¿Qué pasa, m'ijo? Parece que viste un fantasma.

Tony se hizo a un lado, revelando la canasta con el bebé, Guadalupe soltó un grito ahogado.

— ¡Virgen Santísima! —exclamó, llevándose una mano al pecho— ¿Qué es esto, Antonio?

Tony tragó saliva, sosteniendo la carta como si fuera una bomba a punto de estallar.

— Pos... parece que te he convertido en abuela, amá—dijo con una risa nerviosa— ¡Sorpresa!

Guadalupe miró del bebé a Tony y de vuelta al bebé, luego, sin decir palabra, se acercó a la canasta y tomó al pequeño en sus brazos con una ternura que contrastaba con la mirada fulminante que le lanzó a su hijo.

— Antonio Treviño —dijo con una calma que presagiaba tormenta— más te vale que tengas una buena explicación para esto.

Tony se pasó una mano por el cabello, su mente trabajaba a mil por hora.

— Pos verás, amá... ¿Te acuerdas de aquella vez que te dije que iba a un rodeo en San Antonio?

Guadalupe entrecerró los ojos.

— ¿El de hace algunos meses? Sí, me acuerdo.

— Bueno... —Tony se rascó la nuca, evitando la mirada de su madre— pos' resulta que el rodeo era más bien en el Rusty Spur, y en lugar de montar toros, pos'...

— ¡Antonio! —lo interrumpió Guadalupe, su voz era una mezcla de shock y desaprobación.

— ¡Perdón, amá! —se disculpó rápidamente— es que, pos'... una cosa llevó a la otra, y...

Guadalupe levantó una mano para callarlo.

— Ahórrate los detalles, m'ijo, ya me hago una idea.

Miró al bebé en sus brazos, que comenzaba a despertarse, sus ojos, grandes y curiosos, se abrieron, revelando un color café idéntico al de Tony.

— Ay, Toño —suspiró Guadalupe, su enojo dió paso a una resignación cariñosa— siempre supe que un día de estos tus aventuras te iban a alcanzar, pero esto...

Tony se acercó, mirando al bebé con una mezcla de miedo y fascinación.

— ¿Y ahora qué hacemos, amá? —preguntó, su voz era apenas un susurro— yo no sé nada de criar chamacos.

Guadalupe lo miró, una sonrisa se formó lentamente en sus labios.

— Pos' vas a aprender, m'ijo, porque este chamaquito es tu responsabilidad ahora.

Tony tragó saliva, sintiendo que el peso del mundo caía sobre sus hombros.

— Pero amá, ¿Cómo voy a...?

— Nada de peros —lo interrumpió Guadalupe— ya te metiste en este lío, ahora te toca ser hombre y hacerte cargo.

Tony miró al bebé, que ahora lo observaba con curiosidad, por un momento, se perdió en esos ojos que eran un reflejo de los suyos.

— Pos' ni modo —dijo finalmente, extendiendo los brazos para cargar a su hijo por primera vez— bienvenido al rancho, chamaco, tu papá es medio sonso, pero te prometo que voy a hacer mi mejor esfuerzo.

El bebé hizo un sonido, como si entendiera y aprobará las palabras de su padre.

Guadalupe observó la escena con una mezcla de orgullo y preocupación.

— Ay, Toño —dijo, sacudiendo la cabeza— tu vida acaba de cambiar para siempre.

Tony asintió, sin apartar la mirada de su hijo.

— Pos' sí, amá —respondió con una sonrisa torcida— parece que mis días de vaquero loco se acabaron, ahora soy... ¿Un vaquero papá?

Guadalupe se rió, a pesar de la situación.

— Eso parece, m'ijo, eso parece.

Tony, el eterno soltero, ahora tenía la responsabilidad más grande de su vida en sus brazos.

— Pos' a darle, que es mole de olla —murmuró para sí mismo, meciendo suavemente al bebé— bienvenido a la familia, Junior, lo acunó entre sus brazos, lo llevó hasta su cama y ahí los dos se quedaron profundamente dormidos, dejando por un rato de lado el trabajo.

Y así, Tony Treviño dio sus primeros pasos en la paternidad, sin saber que las aventuras que le esperaban serían más locas y gratificantes que cualquier noche de juerga en el Rusty Spur.

Un par de horas después, los llantos del bebé despertaron a Tony Treviño de su sueño. Se incorporó de golpe, desorientado y con el cabello revuelto.

— Ay, caray —murmuró, frotándose los ojos— pos' ¿Qué no es muy temprano pa' andar armando semejante escándalo, chamaco?

Arrastrando los pies, Tony se levantó, el bebé lloraba a todo pulmón, su carita estaba roja por el esfuerzo.

— Ya, ya, m'ijo —dijo Tony, levantando al pequeño con cuidado— no te me alborotes, que vas a despertar hasta a las vacas del rancho.

En ese momento, Guadalupe apareció en la puerta, con una mirada de diversión en los ojos.

— Buenos días, papá primerizo —saludó con una sonrisa— ¿Cómo amaneciste?

Tony le lanzó una mirada de súplica.

— Pos' como si me hubiera arrollado una estampida, amá, ¿Cómo le hacen los chamacos pa' llorar tan fuerte?

Guadalupe se rió, acercándose para examinar al bebé.

— Ay, m'ijo, pos' así son los bebés, y parece que este tiene los pulmones de su papá.

Olisqueó al aire y arrugó la nariz.

— Y también parece que alguien necesita un cambio de pañal.

Tony palideció.

— ¿Cambio de pañal? Pos' ¿No puedes hacerlo tú, amá? Yo no sé nada de esas cosas.

Guadalupe negó con la cabeza, una sonrisa maliciosa apareció en sus labios.

— Nada de eso, Antonio Treviño, ya te dije que este bebé es tu responsabilidad, así que ándale, a cambiar pañales se ha dicho— afortunadamente la madre del niño había dejado un bolso con lo necesario, serviría en lo que iban al pueblo a hacer las compras.

Tony tragó saliva, mirando al bebé como si fuera una bomba atómica.

— Pos' ni modo —suspiró— a darle que es mole de olla.

Con movimientos torpes, Tony llevó al bebé hasta la mesa que habían improvisado como cambiador, Guadalupe observaba desde un rincón, mordiéndose el labio para no reír.

— Bueno, ¿Y ahora qué? —preguntó Tony, mirando al bebé con una mezcla de confusión y temor.

— Pos' quítale el pañal sucio, limpia bien y ponle uno nuevo —instruyó Guadalupe— no es ciencia de cohetes, m'ijo.

Tony asintió, respirando hondo, con cuidado, comenzó a desabrochar el pañal.

— Ay, virgencita de Guadalupe —exclamó, arrugando la nariz— ¿Pos' qué le dieron de comer a este chamaco, amá? ¡Huele peor que el corral después de la temporada de lluvia!

Guadalupe no pudo contener la risa.

— Ándale, no exageres, termina de una vez.

Tony siguió con su tarea, haciendo muecas y comentarios cada vez más coloridos.

— ¡Híjole! Si esto fuera música, pos' sería una sinfonía del infierno, ¡Qué barbaridad!

Pero de repente, se quedó paralizado, abrió los ojos enormemente , asombrado.

— Eh... amá —llamó con voz temblorosa— creo que tenemos un problemita.

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