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Capítulo 8.

Maxine.

-¿Eso es todo? – me pregunta Trevor, que ha estado serio la mayor parte del día, ignorando nuestro pequeño incidente de la mañana.

-Creo que por hoy si es todo, estoy demasiado cansada – me tiro en mi cama y él me mira desde una distancia prudente, casi que no alcanzo a reconocer a este Trevor que se mantiene a raya – ¿Te pasa algo? – pongo mis codos en el colchón y me levanto ligeramente para poder verlo.

-No, yo también estoy cansado, me voy a dormir – suelta y me da la espalda de inmediato.

¿Qué demonios? Pienso, no entiendo sus cambios de humor, no entiendo como es capaz de convertirse en una persona completamente diferente en cuestión de segundos, eso me frustra y me irrita, sobre todo, porque sé que no tengo el derecho de reclamarle por absolutamente nada.

Yo suelto un bufido, me pongo en pie y voy a mi baño, allí me lavo la cara con agua fría mientras intento aclarar mis pensamientos, me lavo los dientes y me pongo el pijama.

Regreso a mi habitación, me hago espacio entre el montón de cajas tiradas y busco mi celular, cuando lo enciendo me doy cuenta de que no hay ningún mensaje, ni de Trevor, ni de Nick tampoco.

Apago las luces y me acuesto un poco decepcionada, pero intento dejar de ser una niña caprichosa y demandante, Nick no puede darme toda su atención porque ahora es un universitario ocupado, y Trevor tampoco puede darme su atención, porque realmente Trevor no tendría por qué darme su atención.

Ruedo en la cama y miro hacia la ventana que está en el lado izquierdo de la habitación, pienso en lo que sucedió esta mañana, pienso en el cuerpo de Trevor encima del mío sobre mi cama, sé que hubo un momento, sé que algo paso dentro de su cabeza y esa es la razón por la que ha estado actuando tan extraño, pero no puedo preguntarle porque ni siquiera yo misma soy capaz de explicar lo que sentí en el estómago.

-¡Ugh Trevor! – bufo, y entonces me cubro la cara con la almohada de plumas y grito fuerte.

Me cuesta quedarme dormida, en parte porque algo muy en el fondo de mi espera que Trevor entre en mi habitación en mitad de la noche, no sé para hacer que, o porque, solo espero verlo, pero eso nunca sucede, y yo no tengo de otra más que dormirme.

Esta noche extrañamente no tuve pesadillas, no hubo ningun sueño que me hiciera levantarme agitada en la madrugada. Quiza se deba a que mi cabeza estaba demasiado ocupada pensando en Trevor como para dar espacio a nada más.

Me levanto temprano, con los primeros rayos del sol y me dirijo a la cocina, el día de hoy tenemos que viajar hasta la universidad del norte de Arizona y no quiero que se nos haga muy tarde, sobre todo, porque Trevor es quien va a conducir y no confió demasiado en él.

-Buenos días – digo con el ceño fruncido, en mi cocina está la imagen más extraña que esperé ver jamás.

Mi madre está cocinando algo muy parecido a los pancakes y Trevor está sentado en la isla de mármol en medio de la cocina, comiendo y hablando animadamente con Rachel ¿De qué me perdí? – pienso, sintiéndome en la dimensión desconocida.

-Hola, cariño – chilla mi madre emocionada.

Trevor no me saluda ni se detiene a mirarme, solo sigue comiendo sus malditas fresas, parece que ha decidió que no existo, pero yo no se lo voy a hacer tan fácil, asi que me siento a su lado en la barra.

-¿Quieres pancakes?

-Supongo que si – contesto, llevándome una fresa grande del frutero a la boca – ¿Desde cuándo cocinas?

-El hecho de que no me guste hacerlo no significa que no puedo hacerlo – suelta mi madre, casi como un trabalenguas.

-¡Aja! – asiento, todo esto me sigue pareciendo demasiado extraño, pero decido ignorarlo.

Me meto la fresa en la boca, solo hasta la mitad, y la muerdo lentamente porque siempre he tenido debilidad dental y no deseo un calambre en los dientes, me tomo mi tiempo con la fruta, dándole mordiscos pequeños y chupándome todo el jugo de ella, hasta que me doy cuenta de que Trevor me está mirando fijamente.

Yo ruedo mi cabeza a un lado y lo observo de la misma forma en que él lo está haciendo, Trevor no tiene una sonrisa en su rostro, no tiene esa expresión divertida que suele caracterizarlo, por el contrario, el hombre me mira atentamente con sus ojos penetrándome en el alma.

-No hagas eso – me dice, como un orden más que como otra cosa.

-¿Hacer qué? – abro los ojos porque no entiendo a lo que se refiere.

Él no me responde, pero agarra la fresa a miedo comer y me la quita de los labios.

-Que tu seas un adolescente precoz que no es capaz de ver a una chica comiéndose una fresa no significa que yo debo dejar de comérmela – lo reto, y tomo otra fresa del frutero.

El traga saliva y niega con la cabeza.

-Te lo estoy diciendo como una advertencia, Maxine, no me provoques si no estas dispuesta a hacer algo al respecto – dice bajito, acercándose a mí, y esta vez soy yo quien tiene que tragar saliva porque de repente siento la garganta seca.

Mi madre hace desayuno como para diez personas y nosotros lo comemos juntos, halamos un poco, o bueno, mi madre y Trevor hablan un poco, porque entre él y yo se ha desencadenado una tensión que no sé cómo describir, solo sé que se siente extraño, como si ambos supiéramos que queremos algo del otro, algo que no somos capaces de pedir.

Algo que sé que no debemos pedir.

Me hago la nota mental para alejarme de él, para apartarme físicamente tanto como me sea posible, evito incluso rozar su rodilla debajo de la barra.

-¿Lista para terminar de empacar? – me pregunta Trevor después de que mi madre nos dejara solos para irse a trabajar.

-Supongo que si – susurro.

Trevor se pone en pie y extiende su mano derecha hacia mí. Yo la miro con atención y la acepto, poniendo mi mano que es mucho más pequeña, sobre la de él.

Trevor sonríe y de inmediato una corriente eléctrica atraviesa mi espina dorsal.

¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! – pienso.

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