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Capítulo 2 Visiones.

El clan Neizan era la mafia más importante de rusia, eso era indiscutible, al igual que el manto de misticismo que los cubría, no solo por estar un paso delante de sus enemigos, también era el hecho de que nunca nadie le pudo demostrar delito alguno, todo el mundo conocía sus rostros, ellos no necesitaban de las sombras para protegerse, claro que no, cuando tenían el don de la videncia de su lado, algo que les daba la ventaja sobre sus enemigos, pero que también causaba un gran peso para el líder del clan, quien era consiente que el futuro no siempre se podía cambiar, él era solo un observador, Neri Neizan, mejor conocido como el vidente, cargaba con más secretos que cualquier otro ser humano, ¿Quién dijo que ver el futuro siempre es bueno? En especial cuando este no se muestra completo o no se puede cambiar.

— Lukyan, debes dejar de tentar tu suerte, que te pegues una enfermedad de trasmisión sexual sería el menor de tus problemas siendo quién eres. — los Zafiros que su madre tenía por ojos brillaban con frialdad y el rubio solo pudo asentir con la cabeza, incapaz de decir media palabra.

— No debes preocuparte por eso amor mío. — la voz de Neri hizo girar a su esposa, quien solo sonrió al verlo. — Tu hijo embarazara a la correcta, lo acabo de ver, seremos abuelos muy pronto. — la sonrisa del rubio líder del clan se extendió aún más que la sonrisa de su esposa.

— Mmm, creo que tus visiones ya no son lo que eran padre. — rebatió casi con desespero Lukyan de 28 años. — Aun soy joven para casarme. — explicó guiñándole un ojo al mayor, esperando como siempre la complicidad de su padre, para hacer enojar a su madre, pero obteniendo de respuesta un rostro triste del mayor, algo que preocupo tanto a su esposa como a su único hijo y sucesor de la mafia Rusa.

— Eso es algo que no puedo negar… no te casaras pronto, o al menos… tu madre y yo no lo veremos.

— Padre…

No importo cuanto suplico el sucesor, ni las miradas nerviosas de Zafiro Zabet, su esposa, Neri Neizan ya no dijo más nada. Sin embargo, la información de la visión que el jefe tuvo se esparció como pólvora en el clan, la muerte blanca seria padre muy pronto, y eso era un alivio, cada clan mafioso tenía sus normas, leyes no escritas, pero bien aprendidas, sin importar lo descabelladas o absurdas que pudieran parecer, debían cumplirse, fue por ello por lo que muchos de la familia Neizan estaban emocionados ante aquella visión, si la muerte blanca tenía a su primogénito, ellos al fin podrían formar su familia.

Solo habían transcurrido un par de semanas, y el rubio había pasado de tener sexo desenfrenado sin protección, a llevar más de diez cajas de preservativos con él, aunque incluso teniendo protección, se había sumido en una abstinencia sexual autoimpuesta, no, no queria ser padre, mucho menos tener esposa, aún estaba asombrado con el giro que había tenido la vida de sus primos, Horus Bach, Pedro Sandoval y Giovanni Santoro, el trio que no solo eran padres, también se habían casado… con una misma mujer, el ruso no comprendía aquello, y aunque la dulce princesa era una digna mujer y la poligamia no era problema en su familia, en su clan, esas cosas no estaban permitidas.

— ¿Serias capaz de compartir una mujer como tus primos? — Lukyan giro a ver a Alek, primo por parte paterna, mientras los otros lo eran por el lado de su madre, hábiles asesinos, mafiosos y sicarios.

— Sabes muy bien que no, en nuestro clan la traición y el engaño está prohibidos, además… soy demasiado posesivo. — rebatió mostrando una sonrisa, pero también regalándole una mirada dura.

Alek era hijo de un primo de su padre, era familia, pero no por eso podía bajar la guardia con él, aunque lo considerara su amigo, todos eran remplazables, porque todos tarde o temprano querían lo que era suyo, lo sabía, lo había visto, y es que el joven Lukyan, compartía el mismo don que su padre y su difunta abuela rusa, la videncia.

— Debo ir a ver a tu prima, la gran sombra de Italia tiene un nuevo negocio que proponer, pero regresare mañana a primera hora. — informo el castaño y Lukyan solo asintió.

— Haz llegar mis saludos tanto a Estefanía como a la santa. —pidió recordando a su prima Alejandra, una santa en todo sentido, hasta que se tocaba a su familia, entonces la rubia liberaba el diablo que llevaba dentro.

— Lo hare y para que no me extrañes, deje una habitación en el hotel casino a tu nombre y unas lindas chicas dispuestas a entretenerte en mi ausencia.

No respondió al comentario de su primo, pues no pensaba ir, trataría de escapar a la visión de su padre, no se veía cambiando pañales, aunque si podía imaginar a una mujer leal a su lado. Con ese pensamiento sus ojos se cerraron, fue solo un momento, uno que cambiaría su vida.

El cabello negro brillaba bajo la luz de la luna, su piel pálida también era apreciada por la débil luminiscencia que se filtraba en aquella habitación, su aroma, el más exquisito que alguna vez sintió, la suavidad de su cuerpo y la forma en la que se estremecía cuando al fin rompió la delgada fibra que dejaba saber que tan pura era esa mujer.

Despertó sudado y agitado, maldiciendo el no poder ver su rostro y mucho más, odiando la ausencia de la suavidad de ese cuerpo bajo el suyo, pero al menos sabia donde la encontraría.

— El hotel casino. — susurro para él mismo.

Sin perder tiempo fue al lugar, casi ríe al ver los pétalos esparcidos en el piso de la habitación y las estúpidas velas, no, Lukyan no era romántico en absoluto pero… esa mujer, su mujer, se merecería eso y mucho más, estaba a punto de encender la luz, luego de pedir a todas las mujeres, que su primo Alek había contratado, que se marcharan del lugar, solo esperaría por ella, le haría el amor y luego la castigaría por vender su virginidad, porque… las leyes eran claras, las mujeres solo eran tomadas por voluntad, nunca se forzaría a una mujer en su clan, la pena a eso era la muerte y luego que su cuerpo sea comido por cerdos; pero antes de llegar al interruptor, la puerta se abrió, dejando ver una silueta delgada, pequeña y un poco temblorosa.

— Si estás aquí. — dijo en una mezcla de felicidad y vergüenza la joven.

Su piel se erizo de solo escucharla, su miembro viril se alzó como una lanza que hubiera sido convocada para una batalla y la razón se escurrió como gotas de lluvia de su ser.

La mejor noche de su vida, eso pensó, aunque era quedarse corto, porque pretendía tener muchas más noches con esa mujer, de la cual aún desconocía no solo su nombre, también su rostro, no por gusto, por supuesto, pero luego de amarla como lo hizo, el cansancio los hizo sucumbir a ambos, un sueño profundo y tranquilo, como el que nunca tuvo, hasta que su don, lo llevo al mismo infierno.

Estaba en nueva York, en un lugar que conocía a la perfección, el olor a gas era más fuerte en la planta alta, provocando que corriera con desespero, aun sabiendo que llegaría tarde.

— No. — dijo en un susurro incapaz de gritar como deseaba hacerlo, y es que el dolor le había arrebatado hasta el aire de sus pulmones.

Sin pensar en su acompañante, solo se puso de pie y comenzó a caminar mientras se vestía en el camino, corrió por el vestíbulo del hotel casino, al tiempo que marcaba con desespero el número de Hades, el afamado asesino que era como su tío y que vivía en el mismo terreno que sus abuelos Amir Zabet y Candy Ángel.

— ¿Diga? — la voz que en un principio era somnolienta, cambió radicalmente cuando volvió a preguntar, pues era sabido que las llamadas de Rusia a esa hora no eran por cosas buenas. — Lukyan ¿Qué sucede? — la muerte blanca lo apodaban, pero en ese segundo se sentía como un niño miedoso a perder a quienes más amaba.

— Los abuelos… hay una fuga de gas en el pasillo de su habitación. — logro decir sintiendo que el corazón se le detenía, sintiendo la impotencia de haber perdido mucho más que sus abuelos esa noche.

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