Capítulo 05: La familia de Ainhoa
MICHELLE
Me regreso a la cabaña con Izan, antes hacemos una breve parada en el puesto de caramelos. Cumplo su antojo, es mi manera de pagarle que me acompañara. Con él todo es más fácil, nadie se puede enfurecer con un niño cerca y no me veo en la penosa situación de ser abordada sola.
Es un truco infalible.
Ha caído la noche, la luz de la luna ha mantenido alumbrado el camino del tétrico bosque. Izan y yo lo recorremos sin distraernos. No quiero mirar una rama y confundirla con una punzante garra o ver rostros maléficos en las hojas de los árboles.
Apresuramos el paso, subimos los peldaños de madera del vestíbulo y entramos. El delicioso olor de la cena preparada por la Señora Amelia es atrapante, percibo las especias rociadas sobre las deliciosas viandas. La cena esta lista y servida.
—Mamá, mira los dulces que te gustan —le muestra su nueva adquisición.
—¿Michelle te los ha comprado?
—Sí, y solo te daré a ti.
—Gracias, mi niño; pero si los demás quieren debes compartir.
—Pero, mami.
—Sin quejas y te lo comes después de la cena, no quiero que salgas con que estas lleno.
—Está bien —responde sacando el labio inferior.
Izan es un consentido.
La Señora Amelia se asoma por la escalera.
—¡Thrall, baja a comer! —vocifera, puedo jurar que la casa tembló con su rugido.
El Señor Robert entra por la puerta principal, coloca su sombrero en el parador de la esquina y me saluda tan cordialmente como suele hacerlo. Me pregunta como estoy mientras toma asiento, yo le doy plática, a la vez que me meto un bocado por la boca.
Aparece Thrall con Ainhoa, me toma por sorpresa, creí que a estas horas ya estaría en su casa. No me molesta, siempre y cuando no me ataque. Aunque por lo visto, su problema familiar la tiene tan preocupada que no repara en mi existencia. Parece una oveja perdida escondida detrás de Thrall. No puedo evitar soltar una pequeña risa, la cual, disimulo con tos.
Finalmente, todos se han reunido para comer. La cena transcurre amenamente, le cuento a la familia Larios anécdotas de mis viajes, solo las partes divertidas y llenas de acción que tanto emocionan a Izan. Prestan atención a mi plática, escuchar sobre otros reinos los pone de buen humor, sobre todo al Señor Robert, quien hace competencia con Izan para ver quien hace más preguntas, ambos son apaciguados por la Señora Amelia, ella siempre tiene que ser la jueza de la familia.
Ainhoa permanece callada, todo apunta a que sigue deprimida; a pesar de los intentos de Thrall por animarla.
Tocan la puerta, nos giramos a mirar el picaporte, una visita a estas horas es inusual. Les rezo a todos los dioses para que no se trate del Príncipe, ese hombre es capaz de aparecerse hasta en mis sueños.
Thrall se levanta y abre la puerta. Hace acto de presencia la señora de bucles rojizos que vi en la fiesta de Rivas, los demás la miran extrañada mientras ella deslumbra la noche con su ostentosa belleza.
—¿Mamá? —Ainhoa se pone de pie súbitamente.
—¿Es tu madre? Mucho gusto, soy Amelia Larios, la madre de Thrall —extiende la mano, la madre de Ainhoa se la estrecha y entra a la casa.
—Victoria Solarte, encantada —se presenta con mucha educación.
—Mamá, ¿Cómo me encontraste y que haces aquí? —refunfuña rudamente.
—Hice mis averiguaciones y me trajeron hasta esta cabaña, el lugar donde debe vivir el chico con el que te ves —echa una mirada rápida a Thrall, su rostro no deja visto su opinión sobre él—. Vine a buscarte, es tarde y tu abuela debe estar preocupada.
—No pienso regresar a esa casa, ella no me acepta y no quiero vivir bajo sus órdenes —espeta decidida. Victoria la observa con tristeza. Ainhoa da pasos inseguros hacia su madre. En el momento que la tiene en frente su rostro se aligera—. Mamá, podemos empezar las dos solas, de nuevo, en Sirkans. Levantaríamos la granja de papá y todo sería como antes.
—Ainhoa, la granja ya no existe. Tuve que venderla para pagar las deudas; aunque regresemos a Sirkans nuestro hogar ya no está allí. Por eso nos vinimos a vivir con la abuela. Sé que ella a veces puede ser difícil; pero te quiere, nos quiere y está intentado llevarse bien contigo. Dale una oportunidad —acaricia la mejilla de su hija.
—Ella no me da una oportunidad a mí —murmura rencorosa—. Apenas le conté mi desagrado por seguir frecuentando a los de su círculo me ataco y me maltrato por escoger a un chico humilde como novio. No permitiré que me arregle la vida, si tengo que huir como tú lo hiciste lo haré, mamá, ¡No dudaré! —exclama a punto de llorar, eso la hace menos convincente.
—Ainhoa, las cosas son diferentes ahora, no tienes que irte como lo hice yo. En ese tiempo tu abuela era muy estricta y yo me sentía sofocada. Me fui por amor y no me arrepiento; pero me hubiera gustado poder compartir tu nacimiento con ella, que crecieras con tu abuela y no la conocieras siendo ya adolescente —arruga las cejas, su rostro perfecto no es opacado por la tristeza de su alma—. La abuela quiere cambiar, por eso nos buscó, después de tanto años logro vencer al orgullo. Fue una coincidencia que apareciera justo cuando murió tu padre; y a la vez, fue un alivio poder ver a mi madre de nuevo tras haber perdido mi esposo, el hombre por el que abandone mis lujos, mi vida de noble y que me regalo un precioso hogar, cálido y amoroso. Una familia, a ti… —acuna el rostro de Ainhoa, el cual, ya está empapado en lágrimas. Los ojos dorados de Victoria se aguan; las gotas se deslizan por las pecas de las dos mujeres de cabello de fuego—, Quiero que atesores esos recuerdos; y que, de ahora en adelante, podamos tener una nueva familia junto con la abuela.
Ainhoa encierra los brazos en la espalda de su mamá, lloriquean las dos, apoyándose en el regazo de la otra. Admiro la escena maternal, desearía poder resguardarme en el pecho de mi mamá, el único lugar seguro de todo el planeta. A mí también se me aguan los ojos, pensando en mi familia y en lo mucho que los extraño. Nunca había pasado tanto tiempo sin verlos, la espera ha sido eterna y angustiosa. Espero realmente poder reunirme con ellos.
Lo primero que haré será abrazar a mi mami.
—Victoria, ¿quisiera unirse a nuestro festín? hay comida de sobra —invita la Señora Amelia, ella siempre de hospitalaria.
—Oh, no quiero molestar —se limpia la cara.
—Para nada, ya le sirvo un plato —se acerca a la olla.
Victoria repara en Thrall, él se quedó de pie durante toda la conversación que ella tuvo con Ainhoa.
—Soy Thrall, mucho gusto —dice apenado. Por fin puede conocer a la mamá de su novia.
—Gracias por cuidar de Ainhoa. Eres un chico muy lindo —lo toma de la mano, su sonrisa es cautivadora.
—¡Mamá! —chilla sonrojada.
Todos ríen, incluso yo.
Victoria es un sol, tan radiante y vivaz que su condición de noble no te intimida, al contrario, te persuade a hablarle. Me recuerda a Sera o a Selene, simplemente te dejas llevar por su simpatía.
Tocan la puerta otra vez, de seguro ahora sí es su alteza, quien viene a colgarme por lo acontecido en la tarde.
La Señora Amelia es la que abre, ante nosotros aparece La bruja mayor, la abuela. Toda encopetada, con la cabeza en alto mostrando su linaje aristocrático, está acompañada por cuatro guardias que protegen sus cuatro frentes.
—Mamá, ¿Me has seguido? —cuestiona Victoria desde la mesa. La ha atrapado llevándose un pedazo de pollo a la boca.
—¡Por supuesto! ¡Saliste de noche sin soldados! ¡¿Quieres que tu pobre madre tenga un infarto?! —entra a la casa junto a sus hombres.
Otra dramática, eh.
—Quería venir sola a recoger a Ainhoa, no quería molestar a la familia de su novio.
—¿Novio? —pregunta sorprendida. Se avecinan problemas.
—Abuela —se pone de pie, llamando la atención de todos. Camina hasta Thrall, quien copia su acción, ambos enfrentan a La bruja mayor—, él es mi novio, Thrall Larios, lo quiero y mamá lo ha aceptado. Si no te gusta…., pues lo siento, no dejaré de verlo —titubea, su brazo se ancla al de Thrall.
La bruja mayor aprieta el ceño, analiza a Thrall de pies a cabeza; luego su vista recae en la casa, en los muebles y en las personas que están disfrutando una cena que a su parecer debe ser nada comparada con los grandes banquetes que se debe dar.
—No tienes por qué dejar de hacerlo, lo que hagas con tu vida privada no me concierne. No insistiré en encontrarte prometido; pero debes asistir a las reuniones de sociedad y frecuentar a mis conocidos —ordena con altivez.
La bruja mayor ha desistido para sorpresa de todos, tal vez Victoria tenga razón, con tal de no perder a su nieta es capaz de aceptar a un granjero como su novio.
Puedo ver la sonrisa de satisfacción de Victoria, parece que Ainhoa exagero toda la situación y su abuela no es tan cerrada de mente como hace unos años.
La misma nieta no puede creer que su abuela haya ignorado su noviazgo con Thrall, incluso viendo que vive en una cabaña perdida en el bosque, alejada de la civilización. El semblante de Ainhoa rápidamente cambia de felicidad a intranquilidad, tiene algo que todavía la preocupa.
—No quiero entrar en sociedad —notifica tímidamente.
—¡Ainhoa! Quiero formarte como una señorita con modales, agraciada y fina. Tu madre recibió dicha formación a tú misma edad.
—¡Pero no me gusta!
—Ainhoa, solo serán un par de meses. Es para que sepas cómo comportarte en reuniones sociales, no tienes que mantenerte refinada todo el tiempo. Puedes seguir siendo tú, como lo has estado siendo —la tranquiliza Victoria, su hija no luce convencida.
—Es como dice tu madre, es un entrenamiento que te beneficiara, podrás codearte con mis conocidos sin pasar vergüenza; y no te preocupes, que no te obligaré ni a ti, ni a tu madre a acompañarme tan seguido a hacer mis visitas. Lo haré ocasionalmente, no quiero ser un infortunio en sus vidas —dramatiza, me recuerda a la Reina.
—Mamá, no lo eres. Podemos buscar actividades para las tres, ¿verdad, Ainhoa? —comenta Victoria, minimizando el berrinche de su mamá.
—Sí… —responde a regañadientes. No tiene de otra que aceptar las clases de refinamiento.
—Siéntese, señora, coma con nosotros —la Señora Amelia sirva un plato rebosante de comida y lo coloca sobre la mesa. Luego se dirige a los guardias—. También hay para ustedes, pero tendrán que comer parados.
—No me queda… —pronuncia La bruja mayor y es interrumpida por Victoria.
—Mamá, toma asiento —dice aun sonriente. Eso ha sido una orden.
Que miedo.
Hace caso y se sienta a comer, al principio se ve incomoda; pero intenta disimularlo, corta el pollo con los cubiertos y toma agua con el dedo meñique levantado. En ningún momento baja su barbilla, su esfuerzo por mantenerse como una dama de alta alcurnia le da frutos. Me causa gracia sus movimientos tan perfectos y pulcros.
Ese entrenamiento de refinamiento debe ser infalible.