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Capítulo 02: La niñera

MICHELLE

Al despertarme, lo primero que he hecho es sentarme en el escritorio y escribir en mi diario. Lo tengo tan abandonado que lo último que escribí se me hace tan lejano. Mis sentimientos han mutado al punto que necesito colocarlos en estas páginas para poder contarle a alguien como me siento. Poder sacar mi angustia y mi desespero, tan profundos que me hacen hacer otra plana con el título: «El Príncipe es un idiota sin consideración que debería morir».

Su actitud no es nada caballerosa. De príncipe solo tiene el cargo porque su actitud es tan cobarde e histérica que preferiría sentirme atraída nuevamente por Thrall. Él se comportó como un imbécil conmigo; pero al menos, se hizo cargo de sus sentimientos y me pidió perdón por ser un canalla.

El Príncipe lo golpeo por ello; y ahora, él se está portando mucho peor que Thrall.

Es un cínico e hipócrita.

Cierro el diario, en el he depositado las últimas vivencias lamentables. Escribirlo me ha dejado con un mal sabor de boca; la tristeza ha retornado a mi endeble cuerpo. Suspiro agobiada, guardo el diario y me visto para salir a pasear a Izan. Estar con él me sube el ánimo.

Abro la puerta principal, en el portal veo sentado sobre los escalones a Thrall. En el patio lateral, Izan corretea frenéticamente, al parecer está jugando solo. El primero al escuchar el ruido de la puerta voltea a verme, se pone de pie y con una sonrisa de auténtica felicidad me estrecha entre sus brazos. Coloco mis manos en su espalda, aceptándole el abrazo.

Oh, no. Las lágrimas quieren salir de nuevo.

—¡Esta vez estoy seguro de que eres Michelle! —comenta emocionado en mi oído.

—Me atrapaste —río ante su chiste. He conseguido retener el llanto.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te fue con su alteza luego de que descubrió tu intercambio con Sera? —se aleja para verme, mantiene sus manos sobre mis hombros.

Eso es todo. Me quiebro. Mi rostro compungido no resiste más y se rompe en llanto. Me aferro a Thrall y lloro sobre su pecho.

—Hey —murmura. No tarda en encerrarme en sus brazos, me abraza fuerte. Eso solo hace que mi lloriqueo sea más desgarrador.

Estoy desolada por un amor maldito.

Thrall acaricia mi cabeza con delicadeza. Me sienta en la banca del portal y al lado mío se queda, con un brazo asiéndome hacia él y con el otro tomando mi mano temblorosa. Mi cabeza reside en el hueco de su cuello y él descansa la suya sobre la mía. Me calma, hasta que dejo de gimotear y las palabras salen más fluidas por mis labios. Le explico todo; le confieso mi amor por El Príncipe, le cuento su actitud rara conmigo a veces y los besos que me ha dado, algo énfasis en el último, el peor y más revelador beso. Thrall me escucha en silencio, no me interrumpe. No me juzga por lo que le estoy contando. No puedo ver su rostro mientras hablo; pero de algún modo, sé que ahora mismo debe tener una expresión triste. Sabe que mi dolor no puede detenerse; pero si empeorar porque cuando me vaya, este dolor no será nada comparado con aquel que me espera.

—Se ha comportado muy mal contigo. Ahora mismo tengo ganas de regresarle el puñetazo que me dio —aprieta los puños. Levanto la cabeza y lo veo temerosa.

—¡No hagas nada! ¡No quiero que sepa!

—Tranquila, no lo haré. Tú tienes que hacerlo —abro los ojos como platos mientras niego—. No puedes permitir que siga jugando contigo cuando claramente no tiene intenciones de formalizar nada. Es tan imbécil que tienes que decirle que pare para que entienda que no te gusta lo que hace —dice tajante.

—No es que no me guste… lo que pasa es que me confunde porque me da esperanzas —explico tímidamente. El rostro de Thrall se tensa.

—Eso no te ayudara. Aunque él sepa que te gusta no va a dejar de estar comprometido, ni dejara de ser de la realeza. Por lo que es mejor que él no se entere de tus sentimientos. Tú lo conoces más que yo y sabes que podría lastimarte si se enterara —una presión en el pecho me sacude. No quiero creer lo que me dice Thrall.

—Él ya no es tan malo —lo defiendo y siento vergüenza al hacerlo.

—Si es así, ¿porque te sigue haciendo daño? El Príncipe no es ningún idiota. Él debe saber que besarte te ha descolocado. Dices que en todo el viaje de regreso no se hablaron. Él debe estar muy consciente de que estás molesta, por tanto, debe saber que esperabas que ese beso fuera el inicio de algo más —deja en evidencia todos mis pensamientos.

—Él podrá ser muy inteligente y calculador; pero cuando se trata de temas amorosos es tan despistado que quisiera meterle un puñete. Por su cabeza debe rondar la idea de que estoy brava porque me beso y que al decirme que lo olvidara me quito un peso de encima. Una que otra vez insinuó que yo estaba interesada en él; pero nunca fueron en serio. Solo lo hacía para hacerme sentir incomoda. Así que estoy a salvo, él no sospecha de mi amor no correspondido —explico pacientemente. La última parte me da ganas de volver a llorar.

—¿Por qué dices que es amor no correspondido? —pregunta sorprendido.

—Porque lo es. Él ama a Selene.

—No sé si la ame; pero es obvio que tiene interés por ti y no solo por ser la llave de Sortelha —apoya el codo sobre la parte superior de la banca y me observa divertido.

—¿Qué dices? No es así —sentencio.

—Vamos, Michelle, ¿es en serio? —me mira como si hubiera dicho una estupidez—. El Príncipe te beso porque le gustas, un tipo como él tan antipático jamás haría algo como eso solo por molestarte. Es tan atravesado que no le gusta que lo llamen por su nombre, ni que lo toquen o le llevén la contraria. En cambio cuando está contigo, todo eso se le olvida. A mi cada vez que me ve me fulmina con la mirada, por un lado porque nos odiamos mutuamente y por el otro porque no me perdona haberte lastimado cuando paso lo de Ainhoa. No te conté; pero cuando nos atrapo a Sera y a mí, se enfureció al saber que ibas a sacrificarte por Sera, nos dio un sermón a ambos por, según él, aprovecharnos de tu bondad. Eso sin mencionar, que Ainhoa me dijo que estaba desesperado por localizarte, el hecho de que lo dejaras olvidado le sentó pésimo —confiesa Thrall. Mi corazón se retuerce, no puedo creer todo lo que me cuenta.

—Eso no quiere decir que yo le guste. Puede ser una preocupación normal por alguien que siempre ronda alrededor tuyo —comento con pesimismo. Thrall bufa harto.

—El Príncipe no es el único despistado. Tú tampoco quieres ver los hechos; pero bueno, si quieres salir de dudas solo te queda preguntarle; aunque lo más seguro es que lo niegue.

—¡No me pondré en ninguna situación incomoda con él nunca más! —gruño exasperada.

—No lo hagas. De los dos tú serás la más lastimada —mueve el tronco de su cuerpo hacia mí para quedar de frente. Su rostro se torna serio—. Prométeme que hablaras con él.

—Está bien… —titubeo.

Thrall me abraza y yo apoyo mi cabeza en su hombro para descansar de mi enredo amoroso. Las lágrimas se han secado en mis mejillas, espero no tener los ojos rojos.

—¿Cómo te fue con Ainhoa? —cambio de tema. Thrall me muestra una sonrisa triste.

—Más o menos. Decidimos seguir juntos, le perdone el engaño y ella me dijo que sería honesta conmigo de ahora en adelante. Le pedí que no me temiera y le asegure que no podía odiarla por ser noble porque la quería demasiado —sus ojos brillan al confesar su amor—. Me pidió tiempo para contárselo a su familia. Me aseguro que no sentía vergüenza por estar con un granjero; pero que su abuela podía ser estricta con el tema, dado lo acontecido con su padre. Además de que quiere que ella entre en sociedad y ya no puede evitar más el tema por lo que la hace visitar las casas de sus amigos nobles. Últimamente, no la veo mucho. Se la pasa codeándose con esos ricos para satisfacer los caprichos de su abuela. Me pregunto si no se dejara influenciar por ese mundo. Puede que incluso le guste. Después de todo, es un mundo que yo no le puedo ofrecer —dice cabizbajo.

—No digas eso, ella te quiere de verdad. Si le llegara a gustar ese mundo no quiere decir que se vuelva insoportable. No todos los nobles caen mal; mira a Sera, ella te agrado —digo para subirle el ánimo. Thrall hace una mueca poco convincente.

—No es que piense que va a cambiar. Es solo que puede que se acostumbre a una mejor vida y que nuestros paseos por el pueblo les resulten aburridos comparados con visitar las grandes haciendas de la burguesía y los muchos juegos aristocráticos que deben tener. Ella debe practicar buenos modales, ser una dama recatada y admirable. Temo perder la relación que tenemos. Temo perder lo cotidiano; un simple paseo por el bosque, riendo y jugando será algo muy vulgar para una chica con clase —comenta decaído. Apoya la espalda sobre el respaldar y pierde la mirada en el horizonte vasto.

—No dejes que tus pensamientos te dominen. Si te sientes así habla con ella, dile lo que te preocupa —le aconsejo. Él sigue admirando el paisaje.

—No estoy seguro de querer tener esa conversación. Recién nos arreglamos y ya estamos de nuevo mal. También nos tenemos que ver a escondidas, en el bosque o aquí en mi casa. A veces, tenemos caminatas por la parte humilde del pueblo donde nadie la podrá reconocer. Es así desde que entro en sociedad y toda la nobleza habla de la nueva nieta de la señora Sassan, «Una chica preciosa de cabellos anaranjados y sonrisa cautivadora» —imita la forma de hablar de la nobleza. Yo me echo a reír por el parecido tan atinado.

—Te has sacado el premio mayor —lo molesto. Él ríe sinceramente, retornando su mirada a mi persona.

—Me alegra que mis penurias te diviertan. Es mejor verte risueña que verte apagada —su comentario me saca otra sonrisa.

—¡¿Michelle, ya nos vamos al parque?! —aparece extasiado Izan mientras jadea compulsivamente—. He estado corriendo por el patio para lucir cansado. Le diré a Billy Bern que venimos de entrenar poderosos conjuros mágicos. Los demás niños me respetarán más que a él y seré su nuevo líder —comenta ambiciosamente. Thrall y yo lo miramos perplejos.

—¡Izan, te dije que dejaras de mentir tanto! Si sigues sin hacer caso le diré a mamá que andas más mentiroso que antes —Thrall lo amenaza. El rostro compungido de Izan me causa pesar.

—¡No! ¡No le digas a mamá! ¡No inventaré nada! ¡Lo juro! —súplica penosamente. Se aferra al torso de su hermano mayor llorando sin parar.

—Si no te calmas entraré y se lo diré —Izan lo suelta de inmediato y se limpia la cara.

—Ya… —musita débilmente. Intenta no volver a ponerse a llorar.

—Iré contigo, no me fio de Izan. Puede ser muy manipulador con su llanto falso —coloca los brazos como jarras.

¿Era falso?

Izan chasquea la lengua al notar que su hermano se dio cuenta de su actuación.

Los niños pueden ser tenebrosos.

***

Llegamos al parque, mi santuario, aquél donde llore toda una tarde. El solo recuerdo hace que mis mejillas se sonrojen. Afortunadamente, nadie me vio. Eso me haría llorar ahora mismo. Debí lucir tan lamentable, me avergüenza tanto ese capítulo de mi vida. Lo peor vino después cuando El Príncipe me encontró y tuve que fingir que estaba como si nada, tuve que esconder mi rostro en las sombras de la noche para que él no se percatara de mi estado tan doloroso.

—¡Allí esta Billy Bern! —Izan me jala por la mano hasta donde están unos niños de su edad jugando.

El niño pecoso de apariencia engreída y cabellos dorados se me queda viendo con altanería; ahora entiendo porque es el líder. Los demás niños paran de jugar y se sumergen curiosos en la nueva escena. Thrall se sienta en una banca cercana, observa fijamente a Izan para que el entienda que no puede mentir en su presencia. La presión psicológica que le oprime a su hermanito es sorprendente; esta debe ser su manera de disciplinarlo.

—Billy, he traído a La maga poderosa, ahora no puedes decir que soy un mentiroso —se vanagloria. El entusiasmo se le nota en toda la cara.

—¡Te has traído a una chica cualquiera! Ella no puede ser la chica que ayudo al sabio a detener la guerra. Mírenla, es enana y simplona; y debe ser más débil que nosotros —vocifera Billy Bern y me doy cuenta que odio a todos los chicos de cabello rubio.

Me acerco al niño petulante que me insulta y aprieto mi mano sobre su cabecilla amarilla. Él intenta huir; pero mi agarre lo mantiene clavado al suelo.

—Si te congelo, ¿Me creerás? —pregunto tenebrosamente. Le copio la cara inexpresiva al Príncipe para lucir más espeluznante.

—Michelle, no le sigas la corriente a un niño —Thrall posa su mano sobre mi muñeca.

—Apártate —ordeno. Lo único que se mueve son mis ojos que le dicen que me suelte. Thrall me hace caso y se coloca detrás de mí.

—Adelante, no me das miedo —presume Billy. Percibo el temblor en su orgullosa declaración.

—Ah… Que niño más valiente tenemos aquí. Entonces, ¿Te congelo? Me das permiso, ¿Verdad? —musito taciturna. El niño me desafía con su mirada destellante—. Despídete, Billy Bern, cuando te descongeles toda tu familia habrá muerto. Qué lástima.

Y entonces, avisto el verdadero terror en su angelical cara.

—¡¡¡DETENTE!!! —grita tan fuerte que me deja sorda. Llora mientras el líquido mucoso sale de su nariz—, ¡Perdóname! ¡Perdóname! ¡Te creo! ¡Oh, eres magnífica, Jefa! ¡Tan poderosa y bonita! —se mueve hacia los niños, mi mano se relaja y suelta su cabeza—, ¡Izan no miente! ¡Él jamás lo hace! ¡Se los juro! —vuelvo a depositar mi mano en su cabeza—. ¡¡¡Kya!!!

—Buen niño, me agradas —lo acaricio sonriente. Billy pone los ojos en blanco y se desmaya. Lo atrapo en mis brazos, confundida por su extraña reacción.

—¡Billy! —exclaman los niños al unísono.

—Creo que me he pasado un poco —me rasco la mejilla.

—¡Te pasaste! —Thrall me juzga molesto.

—Billy Bern es insoportable. Alguien debía darle un escarmiento —me excuso y hago una mueca con la boca.

—Asustaste a todos los niños —echo una mirada alrededor y descubro las miradas de temor en sus rostros. Incluso Izan parece que estuviera a punto de llorar.

—Perdón por ser tan travieso —gimotea.

—Lo siento, espero que me perdonen con esto —eleva el brazo al cielo y dirijo mi magia hacia un lado vacío del parque.

Creo una estructura de hielo con toboganes y puentes como los que hay en los parques recreativos de mi mundo. Los niños se impresionan, sus ojos chispeantes se olvidan de mi maldad hacia Billy. Todos salen corriendo a montarse en el juego nuevo, se entretienen tan alegremente que siento regocijado el corazón.

Billy abre los ojos, su desorientación dura un segundo porque al instante se aleja de mí. Él se pone a la defensiva, retrocediendo lentamente.

—Lamento haberte asustado. No pensaba congelarte, era solo un pequeño susto —bato las manos hacia abajo para restarle importancia—. Ve a jugar con los demás niños —le sonrió, en mi mejor intento por llevarnos bien.

—No me digas que hacer —comenta soberbio con la quijada contra el pecho.

—¿Qué? —pregunto en tono molesto. Billy corre hacia mi creación.

—¡Muérete, fea! —me saca la lengua y se jala el párpado inferior.

—¡Regresa aquí, maldito chiquillo! —me ofusco. Ese niño no aprendió la lección. Thrall me detiene posando su mano sobre mi hombro.

—No le hagas caso. Después de todo, Billy Bern es un niño insoportable —repite mi oración como un guiño gracioso. Me calmo al entender que no puedo perder la cordura por culpa de un niño malcriado de siete años—. Oye, es increíble lo que puedes hacer con tu magia, has creado ese juego sin ningún esfuerzo.

—Las piedras hacen todo el trabajo, yo solo soy la receptora —me encojo de hombros.

—No te desmerites, controlar tanto poder no es nada fácil. Debes estar orgullosa —me elogia con tanto frenesí que me incomoda.

—Gracias, Thrall. Siempre me dices cosas que me levantan el ánimo —digo apenada con una curvatura leve en mis labios.

—Para eso estoy —sonríe ampliamente.

La compañía de Thrall me hizo olvidar por un breve momento la melancolía que me invadió los últimos días. Es una alegría tener un amigo como él que busca la forma de que me reponga de la tristeza. Es bueno tenerlo cerca, de alguna forma, ambos nos ayudamos a distraernos de nuestros problemas amorosos.

—¡Thrall! —una voz estrambótica retumba en los troncos de los árboles. Al girarme para localizar la raíz, veo a Ainhoa corriendo hacia nosotros, tan desesperadamente que su melena zanahoria ondea apasionada contra el viento.

Aquí vamos de nuevo.

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