CAPITULO 5
21 de Noviembre de 2015
El miedo es mi mayor obstáculo en la vida, aunque no siem-pre fue así. Quisiera ser la misma niña intrépida que trepa hasta lo alto de un árbol; la que saltaba desde lo alto del columpio; la que alzaba la mano en clases, siempre de primera; la delegada de clase; la que organizaba las obras de teatro; la coordinadora del grupo de debate.
Pero el miedo fue haciéndose parte de mí mientras fui cre-ciendo, y no como producto de mi madurez y pérdida de niñez, sino como producto de mi falta de seguridad, que no sabía que te-nía.
Con el pasar del tiempo, mis inseguridades me cohibieron y me cohibí por vergüenza. La vergüenza repercutió en mi autoestima y mi autoestima arruinó mi confianza. Y cuando ya no tuve con-fianza ni seguridad, solo tuve baja autoestima, incertidumbre y ver-güenza. Así me hice miedosa.
El miedo me abrazó por completo, deje que mis metas se perdieran en el día a día. No seguí planeando mi postgrado, tampo-co me importó cambiarme de ese trabajo mediocre, donde juré que solo estaría unos meses y sin embargo, ya llevaba 3 años atendiendo el teléfono y jugando Solitario en la computadora.
Deje de ejercitarme y me alejé de mis amigos. Pero nada de eso importaba, porque estaba con Dominic. “Gimnasio ¿para qué? A mí me gustas así, gordita”, y por eso tenía ya 15 kilos de más. “Ese trabajo está bien, porque no ocupa mucho tiempo nuestro” me decía; y así pasaron los 3 años. Y no continúe con mis estudios por-que implicaba muchas horas de “nosotros”; por esa misma razón, y algunas otras, tampoco ya tenía amigos…
***
Febrero 2012
—De verdad que no entiendo. ¿Es que ya no me amas como antes? — Aunque Dominic había empezado la frase gritando, y terminó con una voz de súplica; una súplica de que no le partiera el corazón. Era la misma discusión de siempre.
—No pienses eso por favor. Claro que te amo, tú sabes que te amo. — Le dije mientras tomaba su rostro entre mis manos. — Nunca lo pongas en duda amor, eres lo más grande que tengo.
— Pero entonces explícame. Ya casi no salimos, en las no-ches siempre tienes que estudiar algo, los fines de semana estás can-sada. No hemos hecho nada juntos en mucho tiempo. — Insistió. — Pensé que cuando terminaras ese diplomado, por fin podríamos irnos de vacaciones como hemos soñado, ¿y ahora quieres un post-grado? Eso significa otros 3 años de no tenerte sola para mí. Te quiero solo para mí. ¿Acaso no entiendes que te amo tanto, que solo quiero estar a tu lado?
Sus palabras me derritieron el alma. Dominic tenía una gran habilidad para desnudar su alma y corazón conmigo con las pala-bras exactas. Y la verdad es que tenía razón, no teníamos tiempo para nosotros. Ir a un cine, era algo logísticamente complicado, en-tre mi trabajo, mis amigas y el Diplomado, no imagino con el post-grado que necesita muchas horas de estudio.
— Lo sé. Es lo mismo que me pasa a mí. Te extraño tanto cuando no estás conmigo. Es solo que el profesor Ponce dice que esa especialidad sería ideal para mí, y las clases comenzaran pronto. Me puede ayudar a inscribirme aunque ya pasó el periodo y me ayudará con el examen.
El catedrático August Ponce, fue mi profesor por varios años en la universidad y en distintas materias, era especialista en Contabilidad Tributaria, una rama de la contabilidad que siempre me ha apasionado, por lo que sentarme a hablar con él por horas so-bre los impuestos y tributos era una de mis actividades favoritas, incluso si esas discusiones se habían reducido a nada elegantes con-versaciones por correo. Él siempre ha estado pendiente de mi pro-greso educativo y ahora que coincidimos en el diplomado, como profesor — alumna otra vez, no hizo otra cosa que incentivarme a seguir en el postgrado, donde el también dará clases.
— Mi profesor dice, mi profesor dice — Dominic se burla haciendo caras grotescas y gesticulaciones innecesarias. — Ese pro-fesor lo que quiere es meterse en tus pantalones, no en tus libros. Si de verdad te quiere ayudar, te puede ayudar el próximo semestre. ¿O es que no abrirán más las clases para el Postgrado?
Me atrae hacia él y me envuelve en sus brazos.
— Solo te pido 6 meses. 6 meses para nosotros. ¿Es mucho pedir? — Susurran sus palabras en la nuca—. “Siento que estamos separándonos. Sabes lo importante que es la comunicación en la re-lación, tú misma me lo dices. Me da miedo, que sin poder invertir en nosotros terminemos perdiéndonos”.
Sabe que mi nuca es un punto débil en mí y sabe que me vuelve loca la sola idea de perderlo. Pero estando acurrucada en sus brazos, mientras me da pequeños y suaves besos en mi cuello, no me importa que me esté manipulando.
Todas las relaciones son una cuenta bancaria mutua, donde cada quien debe hacer sus depósitos y evitar hacer retiros. Mientras más depósitos, la relación se fortalece; mientras más retiros, la rela-ción se debilita. El saldo rojo es mortal para una relación.
— No quiero perderte. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que sigas amándome, pero debes dejarme. No puedo enamorarte de mí todos los días, si sigues poniendo cosas en el me-dio de nosotros.
Recuerdo, sin que él diga nada, aquella vez que declinó un buen ascenso, solo porque quitaba demasiadas horas nuestras. Solo teníamos 8 meses juntos, pero él ya estaba dispuesto a comprome-terse con la relación. Siempre ha hecho sacrificios por nosotros.
—Solo te pido 6 meses — Insistía. — Solo eso, haré que valgan la pena.
— Está bien. — Terminé concediendo. Él vale la pena por sí solo.
— ¡Te amo!— Su sonrisa me deslumbra. Me gusta eso de él, aunque de él me gusta todo. Está feliz y cuando él es feliz, yo lo es-toy. No quiero perderlo, no sé qué haría sin él. El solo hecho de imaginarme no tenerlo en mi vida, de estar sola, hace que tiemblen mis cimientos.
— Seis meses…— aviso con rostro serio—. Me inscribiré en el próximo semestre.
Nunca me inscribí. Nunca nos fuimos de vacaciones.
* **
21 de Noviembre de 2015
Quizá si no hubiese dejado que el miedo ingresara en mi vi-da, no me hubiese consumido el terror de la soledad. Y si la sole-dad no me aterrara, no me hubiese quedado con Dominic después de ese primer golpe. Pero estaba tan asustada de estar sola, que me quedé, más del tiempo que debía, más del necesario, más del permi-tido, más del sensato.
Sin miedo hubiese terminado mi carrera; sin miedo hubiese ido a la boda, de la que fue hace unos años mi mejor amiga; sin miedo podría escalar el gran árbol de la vida, y vivirlo. Si he de te-ner alguna meta en la vida, debería ser vivir. Estudiar, leer, tener amigos, viajar. ¡Viajar! Como quisiera viajar por el mundo…
Pero ese es el problema con el miedo. Consume tus esperan-zas, sueños y metas; destruye tu sensatez, tu orgullo y tu vida. Y cuando eso pasa, cuando te das cuenta que la lucha que debes hacer ahora es más difícil que nunca, y no tienes ánimos ni fuerza para lu-charla y ganar. Entonces aparece una botella en una mesa, rogándo-te que la bebas, y cuando acabas la botella y logras conciliar el sue-ño por primera vez en mucho tiempo, la botella se convierte en tu mejor amiga.
Y aunque tuve mucho tiempo sin ver a mi amiga la botella, cuando menos la necesité, o quizás cuando lo hice, es la única que queda a mi lado; está a mi lado a pesar de estar sentada en el acanti-lado de un faro con la sangre de otra persona sobre mí.
Abracé a mi única amiga, la botella, la abracé fuerte y lloré en silencio. Una sola pregunta amenazaba con hacerme frente, pero la evitaba a toda costa.
Me fui rodando hacia un costado hasta que me acosté y me hice un ovillo. Abrí los ojos y contemplé el faro. En algún momento tuvo que ser blanco, pero el mar lo había vuelto amarillento. Las franjas rojas eran rosadas y sus bordes no estaban uniformes, por-que faltaban pedazos del friso. Sin embargo, seguía siendo impo-nente. No sabía si funcionaba, pero sirviese o no, tenía mis respetos, por seguir de pie ante ese mar despiadado que día a día lo golpeaba, arañaba y resquebrajaba, y esto no era una metáfora de mi vida, porque el permanecía de pie y yo estaba tirada; no había punto de comparación. Él dio la lucha y yo la perdí.
Mi estómago me sacó de mis pensamientos. Tenía hambre, y mucha. No estaba lista para lanzarme, pero tampoco lo estaba para levantarme. Mi hambre solo seguiría aumentado y aumentando; mi-ré a mi alrededor buscando mi cartera y allí estaba.
Una parte de su correa se asomaba por un costado del faro. Con la mayor flojera posible me estiré lo suficiente para alcanzarla y traerla hasta mí. Como buena gordita, siempre tengo galletas y go-losinas en mi cartera, escondidas en su bolsillo interno, para evitar el bochorno de que salieran volando y tal como había pasado, las per-sonas me lanzaran esa mirada de “por eso es que estas así”. Fui di-recto a ellas. Tenía una galleta de chocolate y un paquete de chi-clets.
Devoré la galleta. Había pensado en degustarla poco a poco, pero el hambre pudo conmigo. El sabor del chocolate acarició mi boca y dilató mis papilas gustativas, y no pude evitar recordar a mis abuelos. “No hay postre malo con chocolate, ni comida mala con tocineta” solían decirme; ella era especialista en preparar dulces y mi abuelo en probarlos; él especialista en hornear, y mi abuela en comerlo; se equilibraban. Ninguno está en este mundo ya.
Mi abuela se fue primero y con eso la casa perdió la alegría; mi abuelo se envejeció tanto y tan rápido desde su partida, que sus últimos días parecía un niño. Cuando Marco, su mascota, un perico como de mil años falleció, mi abuelo se convenció de que mi abuela lo vendría a buscar, así que todos los días se ponía sus mejores ro-pas, se arreglaba, se perfumaba y se despedía de nosotros. Quizás la abuela sí lo vino a buscar, porque tan solo una semana desde que Marco falleció, mi abuelo no pudo levantarse de la cama, y sus úl-timas palabras fueron “vieja viniste”.
Ahora que no estaban en este plano, ¿podrían verme? ¿Me vieron anoche? Quizás ya no estarían orgullosos de su nieta. Y si por casualidad aún lo estaban, después de anoche dudo que lo es-tén.
Me quedé pensando en mis abuelos un rato más, pues sus ocurrencias solían robarme muchas sonrisas a pesar de tantos años sin ellos. Pero cuando bajé la guardia, mi mente arremetió.
— ¿Y si lo maté? — Dije casi en un murmuro sin poder re-frenar el impulso de decirlo en voz alta.
¡Listo! Ya. Lo pensé. Lo dije.
¿Y si lo maté? — Repetí está vez para mis adentros.
Las probabilidades eran altas; pero ¿y si no? Si no lo había matado, entonces con seguridad el sí me mataría, así que quizás no eran tan mala idea que hubiese tenido la iniciativa. Irónico que era lo que los últimos días más me reprochaba, la iniciativa.
No bien lo había pensado cuando me sentí peor persona, si es que ese sentimiento era posible.
No podía haberlo matado… ¿o sí?