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2, Maya

Los días más largos de mi existencia son cuando me piden que haga horas extras… después claro de mi turno de cuarenta y ocho horas. Me voy a una de las salas de estancia para el personal y me recuesto sobre uno de los sillones de fondo. En cuanto me recuesto el sueño me engulle y me abrazo de los encantos de mi dulce Morfeo.

—Por favor no la despiertes —murmura Linda a otra persona.

—Tengo que hacerlo, ella pidió que le avisáramos si el paciente despertaba —responde Camille con firmeza.

—No tiene dormida ni medía hora, deja que descanse —Linda puede ser muy terca, pero sé que Camille también.

—Chicas, las puedo oír —les contesto sin abrir los ojos— díganme que ha pasado.

Mi voz modorra delata mi cansancio. Abro solo un ojo y las encuentro sentadas frente a mí en la mesita del café.

—Pobre mesa… —menciono divertida— si no van a decir nada, déjenme dormir.

—El paciente ya despertó, Maya.

La voz de Camille suena preocupada, eso no está bien. Me levanto de una incorporándome para levantarme, pero la voz de Linda me frena en seco.

—Espere, lo hemos sedado de nuevo —por su reacción es claro que no quería decírmelo ella.

—Les pedí tácitamente que en cuanto se despertara me lo hicieran saber —el enojo aflora en mí cuando alguien más se mete con mis pacientes, y esta vez no es la excepción—. ¿Quién les pidió que lo sedaran de nuevo? Y lo más importante, ¿por qué?

Linda hizo intento de querer hablar y no lo logró, mejor le cedió la palabra a Camille.

—El paciente comenzó a gritar, estaba confundido y estresado. Claramente, no sabía dónde se encontraba o mejor dicho, no estaba muy feliz de saber “donde estaba” —hizo una pausa para señalar su alrededor. El doctor Greyson iba despertando de su descanso cuando lo escucho muy alterado, fue él quien pidió que lo sedáramos.

—Ok, ¿cuánto tiempo estará así? —inquiero.

—Al menos dos horas más —informa linda con preocupación en sus ojos.

—ahora bien, ¿Qué más ha pasado mientras yo dormía? —termino esto último con un bostezo que las contagia y me imitan.

—Greyson ha pedido la presencia del psiquiatra para una evaluación. Estará aquí a primera hora.

La voz de Camille es un poco chillona pero siempre es muy amable, sabe ganarse la confianza de los pacientes y siempre logra causarles una gran sonrisa aun cuando les esté pinchando una vena para extraerles sangre. En cambio, Linda es la personificación de melancolía, ella suele ser más reservada, pero todos sabemos que tiene un gran corazón. Si no fuera enfermera, seguro sería una gran poeta, escribe unos versos preciosos.

—De acuerdo, chicas. Todo bien entonces, ahora sí espero que me llamen en cuanto despierte —las señalo a ambas con el dedo para enfatizar—. Nada de que está dormida, descansaré un poco más por el momento. Si surge cualquier cosa me despiertan antes.

Me recuesto en el sillón de nuevo y pongo mi brazo sobre mis ojos, las chicas lanzan comentarios en respuesta a lo que les he pedido, pero ya no les hago caso, simplemente dejo que la marea del sueño me lleve hasta lo más profundo y me permita retomar fuerzas.

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Desperté antes que cualquiera del equipo viniera a hacerlo, algo muy dentro de mí me inquietaba y no me dejaba dormir tranquilamente. Por lo general, cuando me tomo un descanso caigo rendida como piedra. Hoy no. No pude ni siquiera dormir una hora completa; sin embargo, lo poco que dormí me basta para recargar energía y terminar los turnos.

Camino al tiempo que me estiro para quitarme lo entumecido, me dirijo por inercia a la isla de enfermeras y busco mi bitácora de pacientes. El hospital está lleno por causa de las bajas temperaturas invernales Además claro de todos los casos, además de gripe que recibimos; tomo la carpeta y avanzo tranquilamente por el corredor que me lleva a la sala de urgencias.

«Doctora Hart se solicita en el área de observación» El sonido de los altavoces rellena el pasillo y nada más oír hace que me dirija de inmediato al lugar donde me solicitan.

No puedo describir de alguna forma la ansiedad que siento por saber el estado de uno de mis pacientes. Saber que estuvo a punto de morir dos veces y que la segunda vez estuvimos a nada de perderlo, me hace rememorar una parte de mi vida que en verdad no deseo revivir. Por ello me he prometido a mí misma no involucrarme personalmente más de la cuenta.

Entro a la sala de observación y encuentro al paciente aún dormido, sin embargo, hay cierta concurrencia a su alrededor. El psiquiatra, el doctor Greyson, Camille y Linda. Todos se giran a verme en cuanto notan mi presencia.

—Doctora Hart —saluda Greyson bajando el historial del paciente—, es un gusto que por fin se nos una.

—Greyson, chicas —regreso el saludo sin mencionar al psiquiatra, ya que no le conozco—, Psiquiatra. Disculpen la tardanza, no sabía que había cierta cita para reunirnos.

Camille y Linda ríen por lo bajo al notar mi humor negro. A Greyson y al psiquiatra no les parece mi comentario pues pensaban que me rendiría a sus pies. El psiquiatra tengo entendido es nuevo y ya muchos se rinden a sus “encantos”. La verdad yo no sé qué hace aquí, es relativamente muy joven para haber obtenido el puesto más alto en el área de psiquiatría… aunque todos sabemos que es por su relación yerno—suegro con el director del hospital.

Le doy un rápido vistazo y compruebo los murmullos del personal, es un nerd lelo con corbatín y chaleco de abuelito.

Por otro lado, esta Greyson, el insufrible médico internista de treinta y tantos… Su nivel de experiencia en el ramo médico es equivalentemente proporcional a su falta de empatía para con sus compañeros y sus pacientes. Digamos que es como una alcantarilla, un mal necesario. Además de su ineficacia para elegir adecuadamente una camisa que convine con sus pantalones, el doctor Greyson es poseedor de una de las sonrisas más coquetas “según las enfermeras y pacientes” de todo el lugar. Yo no lo creo así.

—No hay problema —señala el psiquiatra—, también voy llegando. Me presento, soy William Kent.

El nombre lo reconozco al instante que sale de sus labios y de inmediato me cae bien. También me rindo a sus encantos…

—William Kent —recalco—. Como el escritor.

Afirmo, no pregunto, ya que estoy cien por ciento segura de ello.

—Le conoce. Ya veo —sonríe— soy predilecto lector de toda su obra.

Quiero confirmar que yo también, pero Greyson nos interrumpe.

—Basta de plática, estamos aquí por algo más importante. —Señala al paciente en la camilla que yace con sueros y monitores conectados—. Díganos que encontró, Doctor Kent.

Kent se siente un poco avergonzado, pero de inmediato se recompone, yo por mi lado lo ignoro y tomo la carpeta del paciente y reviso todo el historial desde que fue ingresado para chequear sus signos y las anotaciones de las enfermeras.

—El paciente fue ingresado sin ningún nombre. Sin embargo, el amigo que le encontró ya ha proporcionado todos sus datos. —Nos extiende una tableta para que leamos, a lo que me adelanto y la tomo primero, provocando molestia en «el mal necesario»—. Hasta el momento lo que sabemos es que su esposa falleció hace unos meses, lo que considero sea la potencial causa de sus acciones.

Comienzo a leer los datos del paciente, lo cuales no arrojan mucha información, pero al menos si la necesaria para comenzar una charla con él.

Se llama Milo Hope, tiene treinta años, su fecha de cumpleaños es el veintitrés de mayo y según los estudios sanguíneos no presenta ninguna enfermedad grave. Además, claro del bajo nivel de hemoglobina a causa de la reciente hemorragia. De ahí en fuera es una persona de apariencia saludable.

Kent sigue explicando y lanzando teorías sobre el estado del paciente, pero, en cambio, yo me acerco a observarlo más de cerca. Un día atrás lanzamos teorías entre el personal de mi equipo sobre la identidad del hombre y también sobre la posible causa que lo orilló a quererse quitar la vida. De todo el personal que hizo sus suposiciones, nadie y eso me incluye, logró ni por cerca adivinar la verdad.

Milo… es un nombre muy extraño y original.

—Doctora Hart —Camille requiere mi atención por lo bajo—. Le hablan.

—Sí, tiene razón. Es necesaria la terapia lo más pronto posible.

Apenas si oí la palabra terapia y sin saber de qué hablaba realmente, respondí para que no noten mi leve distracción.

—De acuerdo, entonces despertémoslo —anuncia, Kent para luego quitarme la tableta de las manos—. Les advierto que quizás pueda presentar un leve periodo de desorientación, pero les aseguro que esta vez no reaccionará como hace rato.

—Adelante —les ordeno a las chicas.

Linda se acerca para inyectar la solución en el catéter, mientras que Greyson toma lugar, por un lado, del paciente. Al notar su intención me molesto, pues no es él su médico de cabecera, sino yo.

—Greyson, deberías retirarte. Es mi paciente —suelto sin más. Directa y tajante tal como él.

—Lo dudo, fui yo quien lo recibió en el cambio de turno.

Su mirada desafiante me hace hervir la sangre, estoy a punto de responderle cuando Milo comienza a reaccionar.

—Permiso, aquí ninguno de los dos ayuda. —El psicólogo nos hace una seña de que nos quitemos de la cabecera y le demos el lugar a él.

Tiene razón, aquí el experto en tratar esas situaciones es él, no yo. De todas formas, si me quedo después dirán que estoy muy implicada personal y emocionalmente con la situación del paciente. Hago de trizas corazón, pero sé que es lo correcto.

—Iré a dar la primera ronda del día. Con su permiso.

Me despido de todos justo cuando el hombre en la camilla abre los ojos, es un breve momento en el que su mirada se cruza con la mía y puedo admirar el azul del cielo que se refleja en ellos. Y luego de eso me retiro de esa sala dejando atrás a mis compañeros y a un hombre con el propósito roto.

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