1. Pròlogo
Había una vez un niño que nació en el seno de un clan de lobos, donde la manada no era ordinaria. En lo más profundo del bosque, existía una familia cuyo líder era el rey de los lobos. Junto a ellos, convivían humanos que habían llegado a un acuerdo para coexistir como una manada. El líder de esta manada era temido y respetado tanto por sus propios aldeanos como por los vampiros que amenazaban la tranquilidad de sus tribus. Aquel rey había sido agraciado por la diosa Luna, quien lo bendijo con la certeza de que su linaje no se extinguiría y que él reinaría sobre la manada —White Fang— con felicidad y tranquilidad.
Pero no todo era felicidad en la manada; las constantes disputas por el poder y la enemistad prevalecían como lluvias invernales. El Rey vampiro Lucían Andreu Black estaba decidido a acabar con la vida de esos lobos que no le permitían cazar a sus posibles aperitivos, quienes eran los pocos humanos que quedaban en ese pueblo. En aquel lugar, la vida monótona era sumamente difícil y sacrificada, con el constante invierno que azotaba a los aldeanos. Esto hacía que todos temieran convertirse en alimento para aquellos seres despiadados que emergían cuando el sol se ocultaba tras las montañas.
Pronto estalló una sangrienta guerra entre los caminantes de la sombra y los lobos de la manada White Fang. Ambos bandos estaban decididos a poner fin de una vez por todas a lo que los atormentaba día tras día; ser los únicos dueños y amos del Yukón. La esposa del Alpha de la manada, Yamileth Casanova, fue puesta bajo protección junto a su pequeño hijo, el futuro rey de los lobos. Lo crucial era asegurar la seguridad del niño, ya que en él residía el porvenir de sus manadas.
En medio de aquel extenso bosque rebosante de vida, se libraba una de las peores guerras entre dos seres mitológicos sobrenaturales. Solo uno de ellos saldría victorioso, y los caminantes de la sombra demostraban ser más veloces y poderosos. Pronto sucumbieron en ese bosque algunos lobos de sangre pura, al igual que los vampiros, quienes se dividían en dos grandes facciones, los vampiros de sangre pura y los no puros. Los vampiros de sangre pura eran más fuertes, capaces de soportar los intensos rayos del sol; eran hábiles y poseían distintos dones. En contraste, los vampiros de sangre mestiza eran humanos transformados o convertidos, creados para servir a sus amos. Eran incapaces de procrear y extender sus linajes como sus creadores.
Un grupo de vampiros localizó a la reina de la manada White Fang, pero sus verdaderas intenciones no eran capturar a Yamileth, sino acabar con su vida y la del recién nacido. Aquellos leales al alfa harían lo que fuera necesario para preservar el linaje del rey Kiel Wolf. La prioridad no era proteger sus propias vidas, sino la del niño que guiaría en el futuro a la manada.
Lucían Andreu luchó ferozmente contra su peor enemigo de tantos años. Por caprichos del destino, el Rey Alpha cayó en batalla, exhalando su último aliento sobre los fríos suelos, tiñendo aquel bosque rebosante de vida con un tono carmesí. Durante unos preciosos minutos, el rey de los lobos aspiró el inconfundible aroma del lugar donde había visto crecer a muchos de los futuros guerreros que protegerían su manada.
Mientras el rey y protector de los bosques agonizaba, el rey de los vampiros dejó claro que él era el único dueño de esas tierras y de sus habitantes. Todos los humanos que vivían en armonía con los lobos perdieron a sus leales guardianes. A partir de ese momento, estarían a merced de los vampiros, y solo la gracia y el coraje de cada individuo determinarían quién sobreviviría y quién no.
Yamileth, la reina de la manada, fue asesinada por aquellos hombres despiadados, dejando al niño solo y desprotegido. Un joven de espíritu fuerte quedó en pie y se atrevió a huir con el niño para salvar sus vidas, la del futuro Alpha. Sin mirar atrás, el joven corría desesperadamente para escapar de una muerte segura.
Solo quedaba confiar en el destino; solo él y la diosa Luna, en quienes creían firmemente, serían capaces de moldear el futuro del niño con dones especiales, regalados por la gracia de sus ancestros y de la misma Diosa del renacimiento. Pero en esas tierras místicas, nada era eterno; el niño llevaría una vida compleja. La frialdad en su corazón infundiría temor en quienes cruzaran su camino.
Una luz brillante descendió del cielo, única e inexplicable, visible desde lejos. El joven lobo que había tenido el valor de huir con el niño estaba herido pero consciente de lo que ocurría a su alrededor. Estaba decidido a proteger al futuro Alpha de sus enemigos, incluso si le costaba la vida.
—¿Quién eres tú?... ¡No lo toques, si le haces daño, juro que te mataré! —expresó aquel joven con voz entrecortada por el dolor que sentía, impidiéndole hablar de manera continua. En cambio, aquel ser misterioso dirigió sus ojos hacia el joven, quien protegía al bebé con su cuerpo.
—¡No haré daño a tu Alpha!... Debes mantenerte vivo para proteger el legado de la manada White Fang —aquella mujer extendió su mano hacia el joven para que una energía extraña emanara de sus manos. El joven lobo estaba tenso, observando lo que aquella hermosa mujer estaba haciendo. Las palabras y preguntas que tenía para ella no podían salir de sus labios; en cambio, solo sentía que estaba mejorando y que sus heridas se estaban curando rápidamente.
—Pero... ¿Cómo es que mis heridas están...? —se animó a preguntar mientras veía que sus heridas se habían curado de manera sorprendente.
—¡Joven Leuke!... ¡Recuerda que depende de ti que este niño sea el salvador de los cuatro reinos! —aquella mujer desapareció de la vista de aquel lobo después de pronunciar aquellas últimas palabras. En medio de aquel bosque, se encontraban dos lobos que se habían librado de una muerte segura. El lobo beta no entendía a qué se refería cuando la mujer misteriosa dijo que el bebé que tenía en sus brazos era la esperanza de los cuatro reinos. Pensaba que se referiría a los humanos, a los vampiros y sus aliados que aún se encontraban vivos o escondidos.
Lo cierto es que muy pocos seres sobrenaturales sabían de la existencia de otros seres inmortales. Cada uno tenía sus propios ideales y reglas para coexistir sin que los demás seres supieran de su existencia. Aquella guerra traería graves consecuencias a la tierra. Cuatro reinos, por más extraños que parecieran, estaban destinados a enfrentarse entre sí desde la aparición de aquella mujer. Nadie supo nada de aquellos dos niños desde entonces.
Los vampiros se apoderaron de los territorios del antiguo Alpha, esclavizando a las pocas personas que habían sobrevivido. Algunos eran mantenidos con buenos alimentos para convertirlos en bancos de sangre. Todos aquellos que se oponían eran sentenciados a muerte.
Durante años, los caminantes de las sombras gobernaron despiadadamente, tomando lo que deseaban y segando vidas sin consideración por los que no eran indispensables. El tercer reino estaba al tanto de las atrocidades que se estaban cometiendo en la tierra. En el reino celestial habitaba un gran líder, amo y señor celestial.
El rey de los cielos conocía lo que ocurría en la tierra, pero no podía intervenir a menos que su reino fuera afectado. Muchos de sus seguidores, como generales y guerreros celestiales, no estaban de acuerdo con ser solo espectadores. Para ellos, permitir que esos seres cambiantes tomaran una parte importante del reino era inaceptable.
La diosa y guardiana Lunar tomó la atribución de actuar por su cuenta, siendo la única con acceso a las hojas reales del destino. Sin embargo, el destino del niño nacido bajo el brillante cambio lunar no estaba destinado a morir aún; era de suma importancia para ella velar por su seguridad.
Después de haber desobedecido al Dios de los cielos, aquella guardiana recibió su castigo, el cual era el más alto precio que podía pagar un celestial por haberse revelado contra su rey. Fue desterrada del cielo y sellado su poder, para luego ser enviada al sueño eterno. Sin embargo, las súplicas del aprendiz fueron escuchadas. Agni había pedido que ella fuese enviada como un ser humano a la tierra, que sus recuerdos fueran borrados y que su energía fuese sellada con una marca de nacimiento lunar.
El gran líder de los cielos, después de escuchar la súplica humilde del joven guerrero, decidió acceder al desesperado pedido del aprendiz y de la Diosa del renacimiento.
Mientras estaba expuesta al enojo del líder Agamenón, ella solo escuchaba cómo sus aprendices intentaban salvarla de una condena a muerte.
—¡Guardiana Lunar!... Serás enviada como un humano a la tierra. No recordarás nada de tu vida pasada y no tendrás la capacidad de usar tus poderes. Pero según las leyes, primero deberás pasar por las siete tribulaciones antes de reencarnar en la tierra —todos en aquel salón real estaban asombrados por el duro castigo que le habían impuesto a la guardiana celestial. Desde entonces, nadie supo nada de ella ni del destino que tendría en la tierra. Su aprendiz, como los demás, no sabía si ella había logrado atravesar las tribulaciones a las que fue enviada.