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Capítulo 5

Respiro hondo y espero unos segundos, apretujada contra la pared, antes de volver a asomar una pequeña parte de mi cara. Ninguno parece haberse dado cuenta, están absortos en sus papeles.

Descarto la maldita idea de espiarlos, se nota que me aburro exageradamente. Subo a pasos rápidos hacia mi habitación y devuelvo la llamada a Jess, que solo quería saber si iría esta tarde al parque. Quedamos en vernos en una hora.

Decido ponerme los auriculares con Melendi, creo que hace años que no escucho algo que no sea de él. Me pongo sus discos una y otra vez, a veces, creo que es el único que me entiende. Ahora diréis que estoy loca por creer que sus canciones hablan de mi vida, pero así las siento.

Cuando estoy alegre, triste, enfadada, deprimida... siempre, y digo siempre, encuentro una canción suya adecuada para ese momento. En mi entorno más cercano nadie sabe que lo escucho y me siento de esta manera y, por el momento, prefiero que siga siendo así. Creerían que soy sensible, o alguna de esas cosas que no quiero aparentar.

— ¿Victoria? — Papá llama un par de veces a la puerta — Voy al trabajo, vamos, te acerco a natación.

— Te he dicho que voy sola, papá — Estoy tumbada boca arriba y, por supuesto, sin ninguna intención de ir — Todavía es pronto, iré andando.

— De acuerdo — Oigo como suspira aunque la puerta de madera tapa todo contacto visual entre nosotros — Esta noche me cuentas cómo ha ido tu primer día.

No le contesto y, me conoce tan bien, que no espera mi respuesta. Se aleja por el pasillo y pronto oigo como cierra la puerta de casa. Estoy sola y, al parecer, me he vuelto a librar. Papá no tiene porqué enterarse de que no he ido hasta que no hable con el director, y para eso tienen que pasar al menos otros tres meses, hasta que encuentre otro hueco en su apretada agenda de abogado.

Cuando llega la hora a la que he quedado con Jess en el parque, cojo todo lo necesario y me dirijo hasta allí. Donde están esperándome. Me saludan todos excepto Ivi, que ni siquiera me mira cuando me siento junto a él.

— ¿Sigues enfadado? — Le pregunto, poniendo una mano sobre su hombro, que no tarda ni dos segundos en quitarse de un brusco movimiento. Si, parece que está enfadado y cuando adopta ese carácter es mejor dejarlo.

Charlamos de tonterías mientras él se mantiene callado. Pienso que si hubiera ido a esas estúpidas clases de natación, ahora seguramente estaría dentro del agua, no haciendo nada más que agotarme, y sonrío recostándome en el banco.

— Me voy — Ivi se hace oír entre nuestras carcajadas, levantándose.

— ¿Dónde? — Lo miro con el ceño fruncido.

— ¿A ti que te importa? — Contesta de mala gana, mirando a los demás — Nos vemos mañana. — Se despide con la mano y veo cómo se aleja, montando en su lata por coche.

Sigo con los demás, Jess se va también unos minutos después y, dado que Míca y Nico tienen algo que ni ellos mismo saben, prefiero dejarlos solos e irme también.

Es pronto, está empezando la primavera, cada vez hace mejor tiempo y tengo menos ganas de encerrarme en casa. Deambulo por la ciudad sin ningún rumbo, llegando a la zona de tiendas, de bares, al instituto... hasta el polideportivo de la parte de atrás, donde sé que se encuentra la piscina aunque nunca la he pisado.

Llego hasta allí, donde oigo gritos de alegría de chicas, órdenes del que supongo que será el entrenador y algún que otro pitido. El buen ambiente parece reinar ahí dentro y, por un momento, siento envidia de no tener gente con la que divertirme de esa manera, sin alcohol de por medio. Sin terminar borracha la mayoría de los días.

Antes lo hacía, cuando mamá todavía estaba aquí. Recuerdo a Alicia, la que era mi mejor amiga y con la que ahora no tengo ningún tipo de relación aunque nos cruzamos cada día por los pasillos y coincidimos en alguna que otra clase. Me alejé de ella, o ella se alejó de mí… fue hace tanto tiempo que ni siquiera me acuerdo.

Sigo dando vueltas hasta que empieza a anochecer y decido irme a casa. Es la hora a la que llega papá.

— Hola Victoria — Saluda sonriente cuando me ve entrar por la puerta, parece que está de buen humor para variar — ¿Qué tal el primer día?

— Eh... bien papá, bien — Contesto, deseando que no me pregunte nada más — Voy a irme a la cama, estoy cansadísima.

— ¿Y tu bolsa? — Me mira de arriba a abajo con el ceño fruncido.

— Me la he dejado allí — Es lo primero que se me ocurre decir, buscando las palabras adecuadas — Ya sabes... he salido charlando con mis compañeras y ni siquiera me he acordado.

— ¿Y el entrenador? — Está empezando a desconfiar y no sé cómo voy a poder salir de esta — ¿Cómo ha ido con él?

— Es simpático y... estricto — ¿Estricto? Bueno, espero que me crea. Voy a la nevera, de donde cojo un par de salchichas crudas y me las como — Pero en serio, papá. Vamos a dejar el interrogatorio para otro día, estoy demasiado cansada.

Asiente, siguiéndome con los ojos mientras cojo una última salchicha y me la voy comiendo de camino a mi habitación, donde está la bolsa de natación intacta. Cuando cierro la puerta la miro sin saber el motivo, me agacho junto a ella y saco el bañador, que ahora no me parece tan ridículo, simplemente es un poco... soso.

¿Y si lo intento? No, no me veo haciendo eso, ni bueno, haciendo nada. De todas maneras decido probarme todo el conjunto y me miro al espejo, viéndome más rara que nunca. No me pega, yo no soy esta Victoria, si no una completamente distinta que no necesita algo así, ¿o sí?

Me lo quito, tirándolo al suelo, enfadada conmigo misma por mi indecisión.

— ¿Victoria? — Papá viene de nuevo a la puerta, pongo los ojos en blanco, soltando el aire por la nariz antes de contestar.

— ¿Qué quieres, papá? Te he dicho que iba a dormir.

— Solo quería decirte algo — Siento su mano sobre el pomo de la puerta — ¿Puedo pasar?

— Pasa — Accedo para que esto acabe cuando antes. Cuando está dentro me mira — Dime.

— Estoy orgulloso de ti, hija — Saca su peculiar sonrisa, la sincera, esa que le hace arrugas bajo los ojos — Gracias por haber ido hoy, es importante para mí.

Esas palabras son mucho peores que si me hubiera reñido, o gritado. Cada una de ellas me golpea el pecho, haciendo que me duela. Aprieto los ojos e inspiro con fuerza. No pensé que me haría tanto daño mentirle a papá de esa manera, aunque ya lo hubiera hecho alguna vez.

Debo decirle la verdad, debo hacerlo. No estoy del todo perdida, a veces, quiero ser la Victoria de antes, esa que abrazaba y besaba a sus padres en medio de la calle sin importar quién pudiera estar mirando. Ahora soy de otra manera, poniéndome un escudo para no sufrir lo que ya he sufrido con la marcha de mi madre, es demasiado doloroso para pasar por algo así de nuevo.

— No es nada, papá — Digo por fin, tras mi debate interno — De hecho, me ha gustado.

Asiente mientras la sonrisa no se le borra de la cara, hace tiempo que no sonreía de esa manera.

— Descansa — Susurra, comenzando a cerrar la puerta.

— Tu también, papá — Me recuesto, tapándome con la manta hasta la barbilla y girándome para el lado contrario de la puerta, creo que simplemente porque no aguantaría la mirada de papá tras haberle mentido de esa manera — Hasta mañana.

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