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Oblígame

No se iba. Le había pedido que saliera de aquí, que se alejara por dios bendito pero no se iba.

— Ya te dije que no quiero y tú no quieres que lo haga — insistía y su ronca voz, acompañó el caminar de su cuerpo hacia dentro del habitáculo dónde se encontraba el mío, y no se detuvo hasta que estuvo frente a mí, bajo el agua. No le importaba mojar su escasa ropa ni su divino cuerpo. No le importaba morder sus gloriosos labios mientras me miraba extasiado, ni le importaba que apenas nos conociéramos o la cantidad de palabras malgastadas que habíamos usado para engatusar al otro, negando cosas que eran más que evidentes. En ese momento, solo importaba el deseo. Las ganas...

— Adam vete— decía a ojos cerrados — no soy una cualquiera a la que te puedes tirar un momentico en un baño y mañana que me den. No quiero eso y no lo voy a permitir — ya tenía sus manos en mis caderas degustando la sensación de la piel de la zona y la repuesta que obtenía de mí, aunque nuestros cuerpos mantenían cierta distancia — ya me has visto desnuda, me has tocado, besado, hemos jugado, incluso tentado y algo más pero eso es todo. Déjalo así y salte. Tu y yo, no puede ser.

Mientras yo hablaba, sentía que trataba de puntualizar algo, que era como si me quisiera convencer a mi misma más que a él.

Sus dedos se divertían en mis caderas,  y mi cuerpo se derretía por él. Mi vista recorría cada gota que mojaba su terso torso y resbalaba por su piel haciéndome envidiar cada centímetro que tocaban. Centímetros que yo, quería saborear con mi lengua, por mucho que me negara a aceptar, en voz baja o incluso alta, pero me negaba a aceptar lo mucho que deseaba a ese maldito hombre que se veía bendito y se sentía de gloria.

Ahora sí, nos pegó de forma vertical y abrazó mi cintura con sus dos manos, uniendo sus dedos en mi espalda de lo grandes que eran y lo pequeña que se sentía mi cintura siendo rodeada por ellos, dejando que el agua lo mojara mucho más por todo su cuerpo y presionando su erección en mi bajo vientre.

— ¡Te deseo ! — mencionó de forma gutural encima de mis labios y mis senos se erizaron más aún, contra su tórax, sin mover sus manos, solo tuvo que alzar sus pulgares y conectó con mis pezones que se endurecieron mucho más, bajo aquel rápido tacto donde él movía los dedos de derecha a izquierda sobre ellos — es que te veo y me vuelvo loco. Quiero evitarlo, quiero no verte, ni tocarte, quiero apartarme pero me fascinas, me gustas, me interesas más de lo que quiero y puedo y me siento deslumbrado y encandilado al nivel, de no ver ni lo que estoy haciendo — subía sus manos por mi espalda, presionandome mucho más contra el y asombrandome con la sinceridad de sus palabras — vas a acabar con mi razón — aceptó pegando sus labios a mi oído y dejando que su nariz resbalara por mi mejilla y sus dedos continuaran el tortuoso trabajo — lo sé desde el momento en que te ví, pero no puedo alejarme. Me estoy volviendo loco por tenerte y por sacarte de dentro eso que te hace llorar. Quiero descubrir todos tus porqués y me encantaría, juro que me encantaría poder no hacerlo... Pero es que no puedo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas  entre sus palabras y se sentía tan sincero que asustaba.

— ¡Adam! — su nombre sonó a ruego, a súplica — aléjate de mí, no sabes lo que haces — traté de advertirle.

Acariciaba con su nariz mi cuello y sonreía en mi mandíbula travieso. Tenía un control de la situación que abrumaba. A pesar de decir que no quería hacerlo, se sentía como si supiera exactamente lo que quería hacer.

— Sé hasta lo que no sabes tú, pero eso no importa ahora — susurró confundiendome más de lo que ya estaba — Quiero tenerte — ronroneó restregando su mandíbula por mi mejilla y  cerrando mis ojos con ese gesto que le producía tanta excitación — . Déjame hacerlo. Dame tu cuerpo, déjame entrar en el, déjame darte placer — mordió mi barbilla suave pero sensual y gemí, no pude evitarlo — entrégate a mí. Dame todo de tí Eiza, joder, dí que sí. Déjate ir.

No prestaba atención a lo que hacía. Solo a lo que decía y sentía, porque estaba demasiado rendida a él. Estaba en una nube de deseo que empañaba mi cordura. No podía pensar con mucha claridad, sus manos, su boca, sus palabras que trataban de convencerme me nublaban el juicio. Pero en algún momento, conseguí reunir valor y pronunciar...

— ¡Detente! — le advertí, más bien le supliqué. Sonó a súplica y supo a ruego.

—¡ Oblígame !...

Nos miramos como sopesando lo que hacíamos y sobre todo, lo que haríamos.

Sus ojos fueron a mis labios y mis labios fueron humedecidos por mi lengua que lloraba por meterse en su boca que se contrajo en gesto de rendición.

Supe desde el momento que me tocó, que me rompería el alma, pero mis instintos fueron apartados por mis lujuriosos deseos y me dejé llevar.

Más bien, lo obligué a tomarme. Me en enzarcé en su cuello y tiré de él hacia mí, perdiendo los pocos estribos que me quedaban.

Me fundí a su boca. Enredamos nuestras lenguas furiosas y calientes, luchando por someter a nuestra voluntad.

Me abrazó la piel con su calor y de un solo movimiento sin retorno, me encaramó a su cintura, tomando mis piernas con sus manos y obligandome a cerrarlas a su alrededor. Me tiró a la pared de cristal de la ducha, chocamos gruñendo en aquel furioso beso y comenzó a hacerlo  más desesperado para ambos  y con demasiada pasión. Explotamos juntos.

Era una locura, pero una demasiado suculenta como para negarmela. Tiré de su pelo, prendiendome a él, magullando sus labios con mis dientes. Estirando su piel hasta oírlo decir dentro de mí mordida...

— Sé que quieres lo mismo que yo — dijo tomando aire entre nuestros alientos desbocados y le dejé escapar de mi boca para escuchar la cadencia de su voz — sé que lo vas a seguir queriendo y te prometo nena — deslizó su mano por mi espalda y metiendola entre mis nalgas, deslizando su palma por mi raja y abriendo la piel de la zona,  llevó sus dedos hasta mí entrada y no demoró en hundir dos dentro de mí, subiendo mi cuerpo con su invasión — que cuando quieras quiero.

Lo tomé del pelo y me lancé nuevamente a su boca. Me mordió los labios él, en esta ocasión, me estrujó la lengua y chupó sin descanso hasta gritar en ese beso, lo mucho que me deseaba.

Me estaba masturbando tan rápidamente  desde atrás que me subí un poco más sobre él, buscando que entrara profundo en mí y aprovechó ese momento para besar mis senos y morderlos a su antojo. Ni los fríos azulejos lograban bajar mi calor corporal.

Grité mi orgasmo en una mordida a su hombro y recosté mi frente en él, cuando sacó sus dedos de mí. Los llevó a su boca y chupó ardientemente, pasandolos luego a la mía, que repetía su acción.

— ¡Quiero que me folles tú a mí, duro! Quiero y quiero mucho contigo  — dijo de una forma tan directa que me sentí sonrojarme.

Pero cuando se quitó la bermuda, soportando mi  peso con una sola mano y la dejó caer al suelo, sacando antes un preservativo que comenzó a enroscarse en el miembro con un control de todo impresionante, sentí miedo de su exigencia a que lo follara duro.

— Tranquila nena, que no te va a comer — dijo sacándome de allí, notando mi temor y mojando el suelo con nuestro escurrir mientras me llevaba hasta la encimera del lavabo — soy yo, quién te comerá toda, Eiza, puedo asegurarte que nunca te olvidarás de mí.

Yo no hablaba, no podía. Estaba hirviendo por él. Mi respiración gruesa y acelerada me controlaba los latidos desbocados del corazón.

Me tomó de la cintura y me acomodó en la encimera. Pasó sus manos por mis muslos, mirando cada movimiento que hacía y la respuesta de mi cuerpo, hastq que  me recostó sobre el cristal del espejo, toqueteando mis pechos por el camino.

Me levantó las piernas y mordió su boca, mientras me abría más. Sus palmas estaban bajo mis muslos, y la imagen debía ser grotesca pero tremendamente sexual.

La manera fija de mirarme el sexo me ponía muchísimo. Saboreba sus labios con su lengua y terminaba por morderlos sin dejar de verme tan intensamente, que me dió vergüenza y quise cerrar las piernas, pero me lo impidió.

— Nunca me niegues el placer de mirarte — exigió duro — Eres perfecta y muero por probar como te sientes por dentro. Cómo me aprietas y me forras la polla con tu canal hecho para mí. Serás mi perdición y joder, que me perderé con gusto.

Se arrodilló frente a mí y hundió su cabeza entre mis piernas, apretando demasiado mis muslos con cada lamida que me daba. Era enloquecedor y delicioso el tacto de su rasposa lengua entre mis pliegues. Sus dedos separaban mis labios para que su boca se amoldara perfecta a mi sexo.

Mordía mis muslos en cada descanso que tomaba y aprovechaba para mirar la respuesta que le daba mi centro, con sus dedos me abría mucho más los labios para volver a saborear lo que había dentro, como si fuera suyo y yo no pudiera impedir que lo hiciera.

Los gemidos a ojos cerrados y los jadeos roncos de ambos, era todo el sonido que había en el baño, una vez que cerró la llave del agua.

Lo tomé del pelo para detenerlo y no me hacía caso, era un loco deambulando por mi cuerpo. Y yo solo podía mover la cabeza de un lado a otro sintiéndome perdida en su boca.

— ¡Adam para por dios bendito! — ya no sabía ni lo que quería. Mis piernas abrazaron su cuello y su garganta gruñó.

— ¡Oblígame! — aquella palabra era como un desafío entre los dos.

El sabía que no podía obligarlo a nada, porque era imparable. Era un hombre demasiado caliente. Verlo te daba ganas de que te follara hasta matarte y su carácter gritaba bien alto, que no había nadie que lo obligara a nada en esta vida.

No lo visualizaba a los pies de nadie, ni bajo ningún mandato. Sin embargo, ese mismo hombre que lucía invencible, estaba arrodillado dándome un placer que me terminó arrastrando hacia el segundo orgasmo más espléndido de mi vida.

— ¡Joder nena, sabes a paraíso! — y solo eso dijo, cuando se levantó del suelo, me abrió las piernas y sin temor a nada, se hundió dentro de mí, sin previo aviso, hasta tocar el cuello de mi útero, sacándome un grito de placer extremo — y te sientes como el puto cielo. Es que creo que he muerto y eres dios que me recibe Eiza, no podré no hacerlo de nuevo. Seguiré necesitando esto, una, y otra y otra vez.

Yo no hablaba. El se robaba todas las frases. Mi mente estaba en un completo caos, que mi cuerpo era incapaz de ayudar a controlar. Era suya para lo que quisiera y la sensación de aquel hombre dentro de mí, no me dejaba más opción que entregarme.

Trataba de aguantar la presión que suponía tenerlo tan profundo, por el tamaño y el grosor de su pene, sin embargo, era la manera de embestirme la que me hacía delirar.

Tiró de mis muslos y me arrastró hasta el borde, dejando mis nalgas a punto de escapar de la encimera y tomando impulso hacia atrás, se metió hasta el fondo de mí, endiabladamente.

— ¡Adam, maldito seas! — me dí un golpe en la cabeza cuando me dejé caer contra el espejo.

El no paraba de entrar y salir de mí. Casi no podía moverme, era como si quisiera tomar algo que yo ni siquiera le daba. Estaba descontrolado y me asustaba su forma de hacérmelo. Apoyó una mano contra el espejo y entraba y salía de mí desesperado y veloz.

— ¡Adam, joder! — sentía que lloraría. Había un punto en dónde noté que perdía el control y se iba a no sabía dónde, ni cómo traerlo de vuelta.

Estaba desbocado. Furioso por algo que no sabía que era y en algún punto dejé de disfrutar para empezar a asustarme.

Se lanzó a mi boca y traté de besarlo y soportar su ritmo furioso. Acaricié su rostro y me quitó las manos, me las apresó en la espalda y me miró a los ojos, ese momento justo, dónde no sabía que demonios pasaba, le dijo las cosas suficientes como para hacer que se detuviera dentro de mí, de un solo golpe. Desconcertado. Mirándome perdido.

Aquel momento, a pesar de estar más que exitada con él dentro, me supo a ira, a furia más que nada.

Tratamos de calmarnos. El respiraba demasiado agitado y yo no entendía porque se había descontrolado tanto.

Y a pesar de todo, quería que volviera a hacerme sentir en la gloria. Era demasiado fuerte para el sexo, pude ver en esta pequeña demostración.

— ¿Te he lastimado? — me preguntó soltando mis manos, de manera arrepentida. Bajando tanto la voz, que lo reconocí de vuelta de dónde sea que se hubiera ido.

— Has parado a tiempo.¿Que te pasa? — pregunté, sintiendo su miembro latir dentro de mí. Haciendo que mi cuerpo no lograra dejar de encenderse más todavía. Si es que eso era posible.

— Eres demasiado Eiza, lo siento. Me dejé llevar y son demasiadas cosas. Perdóname — fue a salir de mí y lo apresé con mis piernas.

— ¿Crees que puedas intentar seguir más tranquilo? — propuse negándole el dejarnos a medias.

— Nunca me ha pasado esto follando — colocó sus manos en mis muslos, liberando así las mías de mi espalda — si es verdad que soy bastante brutal en la cama y no cualquiera puede hacerlo conmigo, pero estoy enfadado contigo, joder. Prefiero dejarlo y hablarlo en otro momento, déjalo así. Lo siento.

No entendía que podía hacerlo sentir tanta furia en este momento. Y evidentemente, él no quería decírmelo pero lo importante es que pudo parar, que en el fondo me tenía a mil y que ambos queríamos más. Él decía que no, pero los latidos cavernosos de su miembro decían lo contrario. Y mi contraída vagina suplicaba por más.

— ¿Por qué dices que soy demasiado?— pregunté, moviendome con él, empezando otra vez el juego y soportando la delicia que me provocaba aquel movimiento que yo misma estaba propiciando, tratando de que siguiera de una manera menos bestial, pero definitivamente quería seguir. Nadie nunca me había hecho sentir así y desde luego, quería más.

— No hagas eso — suplicó cerrando los ojos y yo sabía que se refería al ritmo lento, que estaba tratando de imponer para seguir.

— ¡Oblígame!...

Se metió a mi boca. Era imparable. No podía frenarlo, no quería.

Me levantó por las nalgas y me empezó a embestir fuerte, pero con menos brutalidad que antes.

Me aferré a su espalda. Me colgué de sus labios y me subí sobre él, siendo yo ahora la violenta. Tirándole del pelo. Comiéndome su boca y saliendo con fuerza a encontrar cada embestida que me daba.

Nos había llevado hasta la cama, sin dejar de acometer contra mi sexo en todo el camino, mostrando su tremenda fuerza y me dejé caer sobre él cuando llegamos al colchón , sintiéndolo tan dentro que sentí dolor. Pero quería más.

Quería que doliera. Quería sentirlo hasta el fondo. Estaba loca... y loca, quería quedarme.

— Sabía que serías demasiado y me atreví a probarte — lo seguía montando con ímpetu. Con voracidad, clavando mis uñas en su pecho haciendo fuerza para cabalgarlo lujuriosa — somos perfectos juntos. Seremos la destrucción del otro y puedo jurarte que me dedicaré a serlo —  sus juramentos me hacían sentir demasiado suya, sentirlo muy mío y con aquella velocidad impuesta por ambos, llegamos entre sus palabras enigmáticas al orgasmo.

Un orgasmo que nos quitó el aliento. El pecho de uno chocaba con el del otro, de tan cerca que estabamos y de tan fuerte que nos habíamos tomado. Se había sentado, dejando que lo sintiera aún duro dentro de mí.

— No entiendo lo que dices — logré decir, y la verdad no quería saber si estaba entendiendo lo que en realidad entendía.

— ¿Tengo que obligarte a dejar de mentir?

Sus palabras me asustaron. Me sentí en una cuerda floja, de la que no creía que podría salir ilesa.

El no podía saber de mis planes. No creía que supiera el porqué de mi existencia en su vida.

Era demasiado pronto y demasiado nada lo que había hecho, como para haberme auto delatado.

Pero había una manera de saberlo. Aunque esa manera fuera un riesgo más...

— ¡Oblígame!

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