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Ajuste
3
¿Por qué le habían robado su vida? –pensaba Estefanía, su espalda desnuda recostada contra las piedras de su mazmorra. De tantas niñas en su pueblo, en los campos, en la montaña, en la ciudad, ¿Cuál había sido la razón para ser precisamente ella y su hermana las destinadas a caer en manos de aquellos abominables hombres? No habían sido niñas malas, de pronto algo rebeldes, sobre todo en su caso, pero jamás habían llegado a irrespetar o a desobedecer a sus padres, a sus maestros o a sus superiores. Era un castigo inmerecido, aplicado con crueldad y sevicia; una condena a estar muertas en vida, a padecer hasta el último día de sus miserables vidas. No toleraba a ser humano alguno desde su llegada a aquel horrible sitio, con la excepción de Vartar, aquel atractivo muchacho contratado como capataz, aunque mejor calificado para servir como líder espiritual o consejero sentimental, en caso de haber tenido la oportunidad, y no como hombre encargado de dar órdenes, vigilar y castigar. Pero de nada servían las cualidades cuando era uno más, entre los cientos de hombres a su alrededor, con gustos incompatibles a los de la mayoría de los hombres. Vartar podía ser el único ser rescatable en varios kilómetros a la redonda, pero jamás podría llegar a ayudarla, especialmente si quería tratar de lucirse y llegar a conquistar al hombre de sus sueños, Gagadel, aquel de cabellos blancos, quien seis años atrás, las había atado a la cuerda halada por su caballo para traerlas hasta aquel sitio. Pero Gagadel tenía demasiados admiradores en aquella nación de hombres homosexuales y era poco el tiempo sobrante en su agenda para dedicar a Vartar. En realidad, las pocas acciones con mérito de agradecimiento, por parte de ella hacia el joven capataz, consistían en haberle informado acerca de su hermana y de no haber hecho de la crueldad una de sus cualidades, como sí lo habían hecho el resto de capataces durante aquellos años. Enterada por él, sabía de los trabajos y de la vida de Valentina, de su inigualable belleza y de sus enormes ganas de volverse a encontrar con su gemela. . Siempre le habían resultado curiosas las palabras de Vartar; no entendía muy bien como un homosexual podría tener esa opinión acerca de las mujeres. Pero un día, cuando lograron abordar el tema por breves minutos, él le explicó como los hombres homosexuales tenían cierto tipo de debilidad hacía lo estético, lo bello y lo sobresaliente. . Estefanía no podía negar lo afirmado por el capataz: gracias al extenuante trabajo, pero a una alimentación relativamente buena, la gran mayoría de las esclavas podía agradecer el ser dueña de una buena figura y de tener los elementos necesarios para cuidar y mantener su belleza, incluyendo aceites producidos por los sacerdotes y los cuales, al ser aplicados sobre la piel, la protegían de los fuertes rayos del sol. Tampoco faltaban potajes hidratantes, medicinales y la atención de un médico cuando alguna esclava enfermaba.
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