CATEDRALES EN EL DESIERTO
La tormenta de arena fue brutal y despiadada, lo arrastró más de cien metros del lugar de donde intentó protegerse y en varias ocasiones vio muy cerca la muerte zarandeándolo de un lado a otro y tirándolo contra el suelo como un trapo. Digamos que corrió con suerte ya que el resto de la caravana desapareció por completo. Cuando logró sobreponerse de la feroz embestida ya era más de medio día y el sol arremetía con fuerza. El fenómeno que empezó ya entrada la tarde del día anterior duró toda la noche y los cogió desprevenidos. No lograba explicarse como estaba vivo y como pudo resistir la fuerza de la tormenta que lo tuvo a su merced golpeándolo con violencia. Y las bajas temperaturas de la madrugada que empezaban a calar en sus huesos, quizás era tanta la adrenalina que no sintió el frío inclemente que arreciaba. O como estuvo semienterrado en la arena esta lo protegía de las desgarradoras heladas. No tenía otra explicación.
Se irguió como pudo, el cuerpo le dolía como si le hubieran dado cien azotes consecutivos, uno tras otro. Tenía rasguños de las piedras en los brazos y en las piernas, pero estaba intacto. Todo en él era un andrajo, pero respiraba y seguía vivo. El sol de mediodía era intenso y no había una nube que le diera sombra. Miró a su alrededor, solo tenía ante sí arena y silencio. Se sentía completamente solo en el universo. Grito, pronunció el nombre de todos los que venían en la caravana y nadie contestó. Pronunció el nombre de Alá suplicándole que enviara a uno de sus ángeles a rescatarlo y nada. Nada de nada…
La boca se le secaba, los labios se je partían, la piel se le ponía más áspera y reseca de lo que ya la tenía. Lo que más le angustiaba era no saber qué dirección tomar, adónde ir, la tormenta había modificado el paisaje en un chasquido de dedos. Como estar encerrado en un capsula sin una puerta de salida.
De pronto divisó algo tirado a unos metros de donde se encontraba. Para su suerte era una bota de agua y algunas prendas de vestir esparcidas más adelante. Pensó que le estaban indicando adónde debía dirigirse y siguió la línea imaginaria de las cosas tiradas y ya no encontró nada más todo quedo enterrado, hombres y camellos. A unos doscientos metros divisó un gran peñasco saliente en medio de la arena, le proporcionaría algo de sombra mientras decidía que hacer, camino hacia allá para protegerse, el calor era despiadado. Se sentó a la sombra y bebió un sorbo de agua.
No tenía idea de cuánto tiempo le quedaba de vida, ni en que momento súbito vendría la muerte por él, pero pensó en no darse por vencido. Sentado bajo el peñasco y observando el inhóspito paisaje, observó la palma de sus manos detenidamente como si ellas tuvieran la respuesta y no vio ninguna alternativa de sobrevivencia.
Su nombre era Abdel Amin y era hijo de uno de los mercaderes que viajaba en la caravana rumbo a Damasco, llevaban más de una semana viajando por el desierto y era la primera vez que emprendía un largo viaje por el Sahara. Su padre le había indicado que en casos extremos siguiera la ruta de la tres Marías, tres estrellas que aparecen en el cielo nocturno y pertenecen a la Constelación de Orión.
Ya estaba entrada la tarde y pronto anochecería, la temperatura bajaría a menos de cero centígrados a medida que las horas transcurrían y podría aprovechar ese lapso para caminar un poco. Seguiría la ruta de occidente, allí donde se oculta el sol. El paisaje era tan distinto y al mismo tiempo monótono, completamente diferente al que había visto apenas hace unos días. Se abrigo lo mejor que pudo con las prendas que encontró tiradas y empezó a caminar. Tal vez encuentre un oasis pensó o algún demonio me salga al encuentro. Pero en lugar de eso se topó con una gran montaña de arena.
El viento empezaba a soplar fuerte y los andrajos que le cubrían no le daban suficiente abrigo, se dispuso a trepar la montaña y ver que había detrás. Le tomó más de una hora llegar hasta la cumbre. La noche ya se hacía eminente y en el cielo se podían divisar las estrellas, eso le daba algo de claridad. Al mirar al otro lado vio enormes peñascos saliendo de la arena, por lo menos tendré un lugar donde guarecerme del frío pensó.
Y decidió darse prisa para descender la montaña. Pero algo llamo su atención y era la forma de las enormes rocas que tenía ante sus ojos. Eran formas muy estilizadas y aunque la noche no dejaba apreciarlas nítidamente se dio cuenta de que no se trataba de formaciones naturales, con más razón se apresuró en bajar para tener una idea más clara de lo que tenía ante él. Pese a que los pies se le hundían cada vez que daba un paso logró bajar en zigzag o haciendo malabares hasta la base de la pendiente. El panorama que se mostraba ante él era de vestigios de construcciones muy antiguas que seguramente fueron descubiertas con el paso de la tormenta. Por Alá, pensó, mi padre jamás me hablo de esto.
Recorrió cerca de trescientos metros antes de llegar a la primera edificación. Tenía la forma de un templo egipcio muy antiguo, todo construido en roca sólida, pero se veía casi en ruinas. A unos metros más adelante vio otra edificación que tenía como dos ninfas sosteniendo unos dinteles. Era solo la fachada de enfrente, todo lo demás estaba derruido. Siguió caminando contra el viento que soplaba y el frío que le calaba los huesos, más adelante vio un templo no tan alto como los anteriores, pero mejor conservado, tenía en la entrada la escultura de un león en actitud amenazante. El acceso al interior estaba despejado. Ahí podré guarecerme y protegerme del frío dijo para sí y se dispuso a trepar los escalones para llegar al interior del recinto.
Cualquier lugar era mejor que permanecer a la intemperie. Jamás había escuchado de la existencia de ese lugar así que le pareció sorprendente su descubrimiento, ni siquiera los beduinos lo mencionaban. Estaba totalmente vacío, las losas eran de piedra lisa. Y aunque la oscuridad era total, sintió el alivio de un lugar cerrado y a pesar que el miedo le invadía decidió penetrar unos pasos más adentro. Pudo ver que había una habitación muy grande que parecía un adoratorio con una escultura de una diosa en el fondo en la que solo quedaba en pie las tres cuartas del cuerpo. Siguió caminando a tientas y encontró una habitación más pequeña, era más acogedora y creyó que no estaría mal pasar la noche ahí, Se sentó en el piso, tomo otro sorbo de agua de la bota de cuero que traía y se puso a investigar lo que tenía en frente.
La pequeña habitación tenía pinturas en sus paredes algunas estaban descascaradas por el paso del tiempo, se veían personas jugando con animales en medio de la floresta y todo iba a dar hacía una puerta en una esquina que obviamente Abdel no había notado. Tenía una puerta de madera bastante corroída, atravesaba por una viga de lado a lado. Le picó la curiosidad y se acercó a ella, estaba tan vieja la madera que le dio la sensación de que con un soplo podía venirse abajo. Lo que llamó su atención fue que a través de las rendijas podía ver una leve luz y oír lejanamente el leve trinar de unos pájaros. ¿Estaré alucinando? Pensó. Creo que el hambre y el frío me están volviendo loco. Aun así, se animó a ver que jugada quería hacerle el destino.
No tenía nada que perder, quitó la viga despacio y suavemente como para que nadie oiga lo que estaba haciendo y luego empujo la puerta y se oyó un grotesco crujido al hacer el movimiento. La ligera luz que vio al principio se hizo un poco más intensa. Noto que había unos escalones que descendían y se dispuso a bajar por ellos. Se oyó un estrepito y la puerta se cerró detrás de él abruptamente.
Dio unos pasos hacia adelante y lo que vio en el espacio que tenía ante sus ojos lo dejo perplejo y aturdido. Era una hermosa ciudad con calles relucientes y empedradas, con jardines llenos de árboles y vegetación abundante. Gente caminando de un lado a otro, vestidos como en otro tiempo que lo miraban extrañados, se acercó a una fuente para tomar agua y lavarse la cara.
No sé dónde estoy ni a qué lugar he llegado, pero sé que esto es mejor que morir en el desierto sediento y asfixiado de calor. Y siguió caminando a ver que encontraba.