Apostando todo
Años atrás.
Fallen dejó a Axel y Sasha en sus respectivos aposentos después de pasar horas intentando que se comportaran como cachorros decentes. Su padre había dado órdenes explícitas de que no quería nadie dentro de la mansión esa noche y al no poder sacarlos a ellos, los habían confinado en sus habitaciones antes de que el sol se ocultara.
Sus hermanos menores adoraban sacarlo de quicio y que los regañara, llamando su atención en todo momento. No podía negar que eran adorables cuando hacían eso y siempre terminaba sonriendo y dándoles un beso en la coronilla de la cabeza. Tremenda niñera estaba hecha, a falta de una madre y casi de un padre, era la única persona para entregarle afecto.
Salió de la alcoba del menor de ellos y se dirigió al suyo. Estaba agotado. Lidiar con los problemas de su manada, que eran pasados por alto por su hermano mayor, con quien apenas intercambiaba palabras, su padre y la crianza de sus hermanos le habían sacado más de una cana en su cabello color chocolate. Apenas acababa de cumplir la mayoría de edad, sus primeros 50 años, pero se sentía como si hubiera vivido 200.
Suspiró y cerró la puerta tras de sí. Se quitó la chaqueta de cuero respirando aliviado de poder descansar, cuando recordó que había dejado unos papeles importantes en el estudio y los necesitaría esa noche. Volvió a salir y caminó por el gran pasillo recibiendo la fría brisa nocturna al solo estar cubierto con una camisa y no era recomendable volver ahora por la chaqueta, si su padre se enteraba que estaba merodeando, sea por lo que sea, de seguro se molestaría.
Un pequeño llanto llego a sus oídos. Era débil, muy lejano.
Miró su alrededor y no pudo oler nada ni a nadie, la mansión estaba totalmente desierta. Volvió a oír el llanto y lo siguió intrigado.
¿De dónde provenía?
¿Otro nuevo cachorro en la manada?
No estaba informado de que alguna loba estuviera a punto de dar a luz. El incesante llanto lo llevó hacia el interior de una cueva escondida en las catacumbas en la parte más austera de la mansión. Vaciló un momento ante de entrar, aunque terminó ingresando solo algunos metros, no era posible que nadie estuviera en aquel lugar abandonado.
La voz de su padre hizo eco a lo lejos y no estaba solo. Se adentró sigilosamente un poco más, deteniéndose cuando el camino comenzaba a ser más difícil de seguir. Algo no estaba bien. El olor a humedad era tan intenso que nublaba su sentido del olfato, a pesar de todo había algo allí que lo atraía. Tendría que preguntarle a Ryan que era aquel lugar. El Comandante era un lobo que había estado demasiado tiempo en la familia, estaba seguro que no había ningún misterio para él. El llanto se hizo más intenso cuando se escuchó el chirrido de lo que debía ser alguna puerta abandonada a lo lejos.
Los sonidos retumbaban en las paredes, llanto, jadeos, gritos, Pudo detectar la fragancia por decirlo de alguna forma, de sangre. Su cuerpo se agitó y sus garras comenzaron a salir sin comprender por qué. Un impulso de entrar, seguir avanzando y descubrir que estaba más allá de la oscuridad era tan intenso que lo aturdía. Había algo que lo llamaba, que lo instaba a proseguir.
Pasos se escucharon en el fondo y se escondió detrás de una piedra, ocultándose lo mejor posible, salteando tierra sobre su cuerpo para ocultar su olor. El alfa de la manada salió de atrás de unas piedras, seguido del doctor de la manada. En sus brazos, un cachorro recién nacido.
***
Actualidad
Fallen olfateó el aire en medio del bosque. Nada, no había nada. Ni rastro de otros individuos. La duda, la incertidumbre y la rabia florecieron en su interior. No podía creer que hubiera sido engañado. Caminó sigilosamente con alguna esperanza de que no fuera así, porque si no más de una vida estaría condenada. Había apostado todo en este ataque, la libertad de su madre, de su manada, de su familia.
A lo lejos las ramas crujieron y él se puso en alerta. Los cuatro lobos a su espalda se miraron entre sí y erizaron el lomo.
Entre la oscuridad de la noche, donde la luz de la luna apenas penetraba el frondoso techo de hojas, una figura grande y majestuosa hizo su presencia.
Los cinco lobos de la Manada Gris dieron un paso atrás inconscientemente. El animal ante ellos imponía respeto con cada centímetro de su ser. Su pelaje muy negro resplandecía a pesar de perderse en la oscuridad, su estatura se destacaba por encima de la media, los músculos se marcaban en sus gruesas patas y pecho, dos orbes plateados refulgían en la poderosa cabeza que lo diferenciaba de cualquiera de su especie: Dante, alfa de la Manada de Plata, era simplemente, impresionante.
Fallen bajó sus orejas y cola en un acto involuntario de sumisión, a pesar de ser un príncipe y de destacarse por estar entre los más fuertes de su manada, no se podía comparar con el lobo frente a él. Ni siquiera se había sentido tan intimidado cuando tuvo que interceder y pelear con su padre para que no matara a Sasha, aquel fatídico día que no estuvo de acuerdo con la voluntad paterna. Se estremeció solo de recordarlo, su padre le había desgarrado la garganta, no una herida mortal, pero si lo suficientemente grave para dejarlo en cama por varios meses. A pesar de su rápida recuperación, la cicatriz en su cuello era la marca viviente del ¨cariño¨ de su padre.
Dante avanzó. A su espalda, las pisadas se hicieron más sonoras. Un conjunto de al menos 50 lobos, aparecieron.
Fallen sintió en su interior las emociones agitarse.
Esa noche el mundo de la Manada Gris sería estremecido.