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Él te observa, de lejos, pero
De cerca...
Camila subió las escaleras todavía sosteniendo la mano de su hermana. Quería llegar a su aula de inmediato.
—Aguarda, Camila, ¿qué te ocurre? —intentó zafarse Nicole—. ¿Porqué actuaste así? —quiso saber, soltando su mano y quedándose de pie.
Camila la miró, respiro profundo, pensando en que quizás ella tenía razón, no debió de actuar así, ni si quiera conocía a ese chico como para querer huir de él. Pero fue como un impulso que no pudo evitar.
—Mira, Nicole, no tengo tiempo de explicaciones... —empezó diciéndole, en el momento en que la campana empezó a sonar anunciando la entrada a clases—. Solo ve a clases, ¿si? Nos vemos a la salida.
Sin decir más, Camila caminó por el pasillo buscando su aula. Los demás chicos empezaban a entrar al colegio. Algunos con prisa y otros en forma despreocupada. Camila encontró su aula al final del pasillo, entró, habiendo unos cuantos chicos adentro y buscó una silla en una esquina, a la par de una enorme ventana que daba al bosque.
Los demás chicos empezaron a entrar, notó a Carmen entre ellos, ella le sonrió, sentándose a la par suya.
—¿Estas bien? Creo que no entendí muy bien qué pasó allá afuera. —comentó Carmen.
Camila iba a responder, pero la voz del profesor se lo impidió.
—Buenos días, chicos. —saludó, detrás de él venían entrando ellos. El chico moreno con la chica rubia, y el chico de cabello negro. Caminaron hacia el final de las sillas en la otra esquina y se sentaron. —Creo que hoy tendría que venir una nueva alumna, ¿no? —observó al grupo, deteniéndose en Camila. En ese momento ella solo quería desaparecer. —Eres tú, ¿cierto?
Camila asintió.
—¿Quieres pasar al frente? Creo que todos queremos saber quién eres y de donde vienes. —le sugirió. Camila, haciendo de toda su fuerza de voluntad, se puso de pie y caminó hacia el frente, sintiendo las miradas de todos en ella.
Nunca le había gustado ser el centro de atención, a veces se ponía nerviosa, el hecho de saber que muchas personas están atentas a lo que dirás la pone así. Se giró. Quedando ahora sí frente a ellos.
—Adelante —le dijo el profesor.
Tragó grueso, mientras su mirada recorría a cada uno de ellos, deteniéndose en ese chico misterioso, sus ojos oscuros estaban clavados en ella. Pero no podía descifrar sus expresiones. Camila parpadeo y carraspeó.
—Hola, mi nombre es Camila Clear, soy de Nueva York y tengo... —se detuvo en seco al mirar algo a través de la ventana. Allí, entre medio de los árboles notó a un hombre de pie. Ella frunció el ceño, olvidando qué tal vez todos la quedaban viendo desconcertados, y achicó la vista para ver mejor. Ese hombre era súper alto y delgado, usaba traje y parecía que estaba de espaldas porque no podía verle la cara. Estaba allí, nada más, de pie, haciendo nada.
—¿Camila?
La voz del profesor la hizo pegar un pequeño salto en su lugar, provocando las risas de los demás. Volteó su vista al profesor, quién la miraba con el ceño fruncido.
—¿Es todo?
Camila volteó la vista en donde se supone que estaría el hombre, pero su mayor sorpresa fue ya no encontrarlo, no estaba. Y eso le pareció raro.
—Sí, es todo. —respondió, dirigiéndose a su asiento lo más rápido posible.
El día de hoy no le pudo ir peor, ahora pensarían que era rara.
—Muy bien, chicos, saquen el libro de historia en la página número 169... —la voz del maestro se iba perdiendo, ella no estaba prestando atención a la clase ya que su mirada estaba en la ventana, pensando en que desde que había venido a este pueblo las cosas que sucedían no eran normales. Primero la sensación de ser observada, el miedo sin ninguna razón, luego la figura de ese hombre.
Solo quería una vida normal y tal parecía que estaba muy lejos de tenerla.
Las horas pasaron, era hora de ir a la cafetería, se colgó su bolso y salió pensativa en busca de algo para comer, aunque no tenía nada de hambre, solo tomaría un jugo y ya. La preparatoria tenía muchos estudiantes, no podías caminar bien en los pasillos porque te pasaban empujando, no había espacio. Además, los murmullos en un lado y en otro no daban nada de tranquilidad.
Al llegar a la cafetería pudo observar casi todas las mesas llenas, también pudo observar a ese chico misterioso sentado en la mesa de en medio con los demás. Solo los chicos populares y adinerados. Era obvio que perteneciera a ese círculo.
—Mírenla, es rara. —murmuró Verónica, la chica rubia que era novia de ese chico moreno que había visto Camila antes. Adrien la miró, a él no le parecía rara, todo lo contrario.
—¿Qué creen que pudo ver esa niña para que se quedara trabada a la hora de presentarse? —preguntó Verónica.
—Déjala, es todo nuevo para ella... —defendió Chris, el mejor amigo de Adrien y novio de Verónica.
Ella lo miró mal. Camila a lo lejos buscaba un jugo y se sentaba en una mesa al fondo, Adrien no le quitaba la mirada de encima.
—Y además se viste raro —siguió Verónica.
Adrien observó que miraba a través de la ventana con cierta curiosidad y algo de temor, se preguntaba qué pasaría en la cabeza de esa chica para que no dejara de ver el bosque.
—Apuesto a que a de ser una de esas chicas fáciles, las que se ven que no rompen un plato son peores. —eso que dijo Verónica, hizo que Adrien la mirara completamente cabreado.
—Deja de decir idioteses, ¿quieres? —espetó, poniéndose de pie y alejándose.
Camila giró el rostro a la salida de la cafetería, en donde ese chico misterioso salía, parecía enojado.
—¡Hola, Camila! —Carmen apareció en su campo de visión con una bandeja. Se sentó frente a ella.
—Carmen —le medio sonrió.
—¿Estás bien? Te ves pálida. —le dijo la chica, abriendo su jugo y dando un sorbo.
—Estoy bien —respondió segura.
—¿Puedo preguntar algo? —le inquirió, Camila asintió—. ¿Qué viste que te pusite pálida en el salón?
Camila desvió la mirada y se debatió en su decirle o no, la creerán loca o quién sabe qué, pero solo era un hombre, un hombre que era demasiado alto y que era muy delgado. Un hombre a quien no alcanzó verle el rostro ni las manos. Solo un hombre que estaba de espaldas y que desapareció cuando quitó su vista por un segundo.
—Solo me pareció ver a alguien, eso es todo.
Carmen dudó en si contarle o no sobre la leyenda del pueblo.
—¿Acaso fue a un hombre alto? —le preguntó ella en un susurro.
Camila la miró expectante, ¿como sabía ella? ¿También lo había visto?
—¿Lo viste? —preguntó.
Carmen negó, pero, mirando a todos lados, se inclinó un poco más a ella.
—¿No conoces la leyenda?
Camila negó.
—¿Qué leyenda? —quiso saber algo nerviosa.
—Este pueblo guarda una leyenda de hace muchos años, dicen que un hombre alto y delgado acecha a las familias débiles y vulnerables, perturbándolas. —comenzó, Camila frunció el ceño. No creía en leyendas. —. Su nombre es Slenderman. Dicen que Slenderman se lleva a los niños a las profundidades del bosque, los tiene allí por un tiempo, para después matarlos despiadadamente y quitarles sus caras. Porque él no tiene una.
Camila pensó en que esa historia era ridícula y que no existía tal cosa.
—¿No crees, verdad? —siguió Carmen. —. ¿Sabes quien lo miró y nadie le creyó? —inquirió, Camila negó—. Adrien.
—¿Y quién es Adrien? —inquirió ella.
—El chico de ahora, el que se bajó en la camioneta. El que iba vestido de negro y así —explicó.
Camila lo reconoció, era el chico misterioso. Y se llamaba Adrien.
—¿Cómo que nadie le creyó? —quiso saber Cami.
—Sí, dicen que cuando era tan solo un niño, él y su hermano menor, decidieron ir al bosque a enfrentar a Slenderman, también pensaban que eran mentiras y querían demostrarlo, pero dicen que el hermano menor llamado Sandy desapareció ese día. Adrien juraba y perjuraba que el hombre delgado se lo había llevado. Buscaron a Sandy por un año entero, pero nunca apareció. Meses después lo dieron por muerto. Adrien desde entonces se ha vuelto así, callado, solitario, inexpresivo, salvaje. Todo un chico malo. Ahora vive en un apartamento en la ciudad y sus padres en la misma casa. Se alejó de ellos. Creo que se culpa de la muerte de su hermano.
Camila no podía creer la historia, sí, ella había visto a un hombre parecido, pero pudo haber sido cualquiera, hay personas altas. Y respecto a Adrien y su historia, quizás lo haya visto, o quizás simplemente lo confundió con un ladrón roba niños y él lo malinterpretó todo.
—Pero quizás Adrien lo confundió con alguien más que se pudo haber llevado a Sandy... —murmuró.
—Quizás, pero cuando los oficiales le preguntaron la descripción del rostro del hombre, Adrien respondió que no tenía, y que en vez de brazos tenía tentáculos. Imagínate eso, cualquiera diría que esta loco, pero era un niño y por eso desestimaron eso.
Camila lo pensó, ¿Slenderman? Era ridículo, y es obvio que los niños tienen mucha imaginación. Sin embargo se sentía mal por la desaparición de su hermano y por todo lo que Adrien tuvo que pasar.
—Todo es tan... Increíble. —susurró más para si misma.
A su lado Carmen terminaba su almuerzo.
—Cuídate, Camila, sé que vives en la casa del bosque.
Camila frunció el ceño y la miró.
—¿Cómo sabes?
—Me lo dijo tu hermana cuando me la encontré al venir aquí. —respondió—. ¿Y sabes qué es peor? Que esa era la casa en la que vivía Adrien y su familia antes del incidente.
Camila abrió los ojos del asombro, ahora que la casa en la que están viviendo era de Adrien. Cuánta coincidencia. Pero mientras más lo pensaba y más se quería convencer de que nada de eso era real, algo dentro de ella, como una corazonada le decía que tenía que creer. Y eso la volvía loca.
Un mensaje llegó a su celular, lo sacó de su bolsillo de la chaqueta y lo leyó:
De mamá:
¿Todo bien? Camila, hazme un favor, ¿quieres? Antes de que vayas a la segunda hora de clases, toma un taxi y ve a casa, quiero ver que Bea esté bien y que la niñera no la maltrate, ¿si? Sabes que no me fío de ellas.
Maldijo entre dientes y se puso de pie.
—Carmen, tengo que salir un rato, nos vemos después.
Camila caminó a paso rápido hacia la salida, tenía que buscar un taxi en seguida. Al salir al estacionamiento pudo notar a Adrien apoyado en su coche, estaba fumando. Su mirada estaba perdida. Camila siguió su camino, Adrien la notó. Ella se detuvo frente a la carretera, haciéndole parada a taxis que pasaban, pero ninguno se detenía. Optó por si ir caminando, si seguía esperando no llegaría a tiempo, además no estaba lejos. Caminó a paso rápido por la acera, a lo lejos Adrien la observaba en silencio, ese camino que seguía era a su antigua casa y sinceramente no quería revivir recuerdos, pero iría sola. Por el bosque. Y eso no le gustó nada. Sabía lo que contenía el bosque, y, sin saber porqué, la quería mantener protegida. A salvo.
Sin pensarlo dos veces, subió a su coche, lo encendió y se apresuró a alcanzarla.