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1

—Samantha, ¿cierto?

Elevo mi vista y me quedo sin respiración. No podía creer que Steve Grayson me estuviera hablando y supiera mi nombre ¡mi nombre! Steve me miraba con una media sonrisa en su rostro, una sonrisa que en su momento me hubiera derretido. Pero yo no decía nada ¡nada! Sin embargo, algo había cambiado en mi, ya no sentía esa sensación de antes. Ni siquiera estaba nerviosa.

Mi mirada fue a detrás de él, en donde Houston se fumaba un cigarrillo en las bancas de afuera. Se miraba tan despreocupado. Su cabello iba al aire libre como siempre. Usaba la típica chaqueta de cuero negra y unos vaqueros negros. Y en ese entonces supe que tenía un serio problema con Houston.

Su arrogancia y malhumor de alguna manera habían hecho que me olvidara de Steve Grayson, de mi crush de toda la vida. Y eso era algo malo porque tener sentimientos por Blake Houston significaba un corazón roto inminente.

Porque Houston no es de los que aman.

O eso fue lo que me dijo un día.

—Muero de amor.

Kayla suspira mientras mira a través de la vitrina de una tienda los gatitos pequeñitos que estaban siendo regalados. Sí que nos hacían derretirnos de amor. Quería uno. Lo quería. Pero no sabía si mi señora madre me dejaría tenerlo *insertar carita triste*.

—Kay, ¿crees que mamá me deje tener uno? —golpeo la vitrina con mi dedo índice para llamar la atención de alguno. Habían cinco gatitos en total. Uno era negro con blanco, otro era amarillo con manchitas negras casi visibles, otro era más blanco pero con manchas amarillas, uno era negro por completo y el último era amarillo con negro.

—Yo digo que es mejor pedir perdón que pedir permiso. Solo llévatelo y ya cuando esté instalado no podrá sacarlo. —Kay se pone de pie—, quiero el amarillo con negro —le dice a la chica encargada— ¿cuál escoges tú? —me pregunta.

Todos estaban tan bonitos.

—El negro —sonreí.

La chica empezó a sacar a los dos gatitos. Yo estaba como entre sí y no. Es que no sabía cómo reaccionaría mi mamá. Es decir, odia a los gatos. No entiendo por qué si son tan lindos.

—Igual mamá quería uno así que este le va a encantar —dice Kayla tomando al pequeño gatito en sus manos. Se miraba tan frágil y un poco asustado ya que le empezó a enterrar las uñas en las manos de mi amiga— ¡ey! Eso no se hace, albondiguita.

Quise reír por cómo le llamó.

—¿Albondiguita? —inquirí, mientras tomo a mi gato en mis manos. De suerte este todavía no me entierra la uñas. Los ojitos de mi gatito son muy azules, los de Albondiguita son como muy negros.

—Así se llamará —le da un beso. El gato empieza a maullar con miedo. Si, gatito, yo estaría igual. —¿Y el tuyo?

No tenía idea de los nombres de los posibles gatos, es decir, no sabía si era mujer o varoncito.

—Disculpe, —le dije a la chica— ¿el mío es mujer o varón? —pues no, señores, no sabía diferenciar.

La chica lo revisó.

—Macho.

—¿Y el mío? —inquirió Kayla.

—Hembra.

—Pues le salió bien el nombre. Albondiguita.

Pobre animal.

—Mejor vámonos, después pensaré en un nombre.

—Gracias. Adiós —se despide mi amiga.

Al salir a la calle el sol nos golpea en la cara. Era pasado un poco más de medio día y el sol estaba terrible. Por ser domingo nos habíamos dado el día para nosotras, hacer compras, consentirnos un poco y así sucesivamente. El último día de verano. Mañana empezaba otro año más de preparatoria. El último para mi suerte.

—¿Y ahora qué? Estoy cansada y tengo mucha sed —le dije.

—¿Y si vamos a comer helados? —pregunta.

—Me parece bien. Dejamos a los gatitos en el coche y ya —me adentro en el asiento principal del coche mientras Kayla se monta al copiloto.

Cuando llego a casa después de comer helados y dejar a Kayla, entro lo más sigilosa posible. Es casi de noche y no quiero que mamá me mire con el gato. Cierro la puerta con mucho cuidado y camino en puntillas hacia las escaleras.

Error.

Ella las venía bajando.

—Volviste, ¿cómo te fue con Kayla? —me pregunta, en eso pongo al gatito detrás de mi.

—Bien, todo está perfecto, no hicimos nada malo —respondí al instante.

Entrecerró los ojos.

—No pregunté si hicieron algo malo —dice—, ¿que tienes en tu mano? —cuestiona.

—Nada, me duele la espalda, hoy caminé mucho —hice una mueca de dolor mientras pasaba a la par suya sin dejar de verla.

Seguía con sus ojos y entrecerrados.

—Te conozco, Sam, enseña —se acerca a mi.

—No es nada —me niego e intento subir las escaleras sin despegar la vista de ella.

—Sam —se apresura a venir donde mi y me toma el brazo, así que pudo ver al gatito.

La miré, haciéndome la víctima.

—¿¡Qué es este animal tan feo?! —exclama.

—¡Es un gato! Y no es feo —me lo llevo al pecho y le acaricio el pelo. El gatito empieza a maullar incómodo.

—Samantha Wallas, ¿qué te he dicho acerca de los gatos?

—Yo quise uno —mi labio inferior tembló.

—Dios, dame paciencia —dijo— no discutiré más. Mañana mismo vas a regresarlo —baja las escaleras— No puede ser que no me hagas caso —y se fue a la cocina diciendo quien sabe qué cosas más.

Me encogí de hombros y me dirigí a mi habitación.

Puse al gatito en la cama, me quité la ropa y me puse mi pijama. Enciendo el computador y lo primero que sale es el perfil de Steve Grayson. Dejo escapar un suspiro. Steve era tan guapo, tan lindo, tan perfecto. Siempre había estado enamorada de él. Desde el kínder. Pero había un problema: no me notaba. Era prácticamente invisible para él. Estábamos en el mismo salón y jamás se ha fijado de que existo.

Era triste, pero no pierdo la esperanza de hablarle. Este año sí o sí le hablaré. Adiós nervios, adiós vergüenza. Le hablaré. No tendré miedo. Estoy muy decidida. Sí.

Miraba sus fotos una y otra vez.

Así era yo.

En ese momento me llegó un WhatsApp de Kayla.

Kayla: le diste de comer al gato?

Mierda.

Respondí: por supuesto, qué crees que soy?

Salí de mi cuarto y me dirigí a la cocina, de suerte mamá no estaba. Abrí la nevera y saqué la leche, tomé un platito pequeño y me lo llevé a mi cuarto. Vertí la leche y se la puse al gato. La empezó a oler rápido y empezó a beber.

Uf, qué alivio.

—¡Samantha! ¿¡En donde está la leche?!

Salté del susto en mi mismo lugar.

Mierda, mierda.

—¡Voy subiendo, Sam, donde yo vea que ese gato está tomando de mi leche vamos a tener un problema! Lo saco a la calle esta misma noche.

—¡Pero mamá...!

Y la noche termina así: escondo la leche bajo la cama y me tomé la que estaba tomando el gato. Así mi gatito se salvó de dormir afuera.

Al día siguiente me alisto causal. Vaqueros, sudadera, converses gastados, pelo suelto y nada de maquillaje. Dejo el gatito encerrado en mi cuarto y le dejo la leche lista para cuando tenga hambre.

Salgo del cuarto, le grito un "ya me voy" a mi madre y cierro la puerta de un portazo sin querer.

—¡Sam!

—¡Lo siento!

Voy tarde. Voy tarde. Tengo varias llamadas de Kayla. Me adentro al coche, pongo mi cinturón, cierro la puerta y arranco. Me pasé llevando un basurero del vecino pero no me importó. Aceleré más. La preparatoria estaba a unas cuantas calles. Me pasé varios altos, casi atropello a un ciclista, le grité "lo siento", hasta que llegué. Estacioné el auto casi en la entrada y me bajé, pero cuando iba bajando me tropecé y caí de bruces al piso.

Maldición.

Dolió.

—Uh, a eso le llamo una entrada de lujo —me dice alguien. Una voz masculina y gruesa.

Elevo la vista. Vaqueros negros, chaqueta de cuero negra. Es un chico. Un chico que iba fumando un cigarrillo en plena preparatoria. Un chico que me miraba con diversión.

Me puse de pie con dificultad.

—Gracias por... la ayuda —me dolía el pie. Cerré la puerta del coche ahora sí.

Así que miré bien al chico. No lo había visto por aquí antes. Supongo que era nuevo. Pero parecía tan despreocupado.

—De nada —dijo. Dio una última calada a su cigarrillo, tirándolo al piso y pisándolo, para después soltar el humo en mi cara.

¡En mi cara!

Tosí.

—Eres un maleducado —gruñí, pasándole a la par y dirigiéndome a la entrada cojeando.

Qué chico más molesto.

Lo escuché venir detrás de mi.

—Así que esta es la famosa preparatoria Grayson. He visto mejores la verdad.

—¿Con quién hablas? —le pregunto.

—¿Con quién hablas tú? —me inquiere.

—Yo pregunté primero —le rodé los ojos.

—¿Y?

—Y que tienes que responder primero a mi pregunta... espera, no sé ni por qué hablo contigo.

—Me hago la misma pregunta, niña.

—¿Niña? —me ofendí.

—Es lo que eres.

Iba a responder pero una voz me interrumpió.

—¡Samantha Wallas! —el director. Ese señor me odiaba.

Lo miré.

Iba con un celular en su oreja. No puede ser nada bueno.

—A mi oficina —dijo y se fue.

—¡Agh! —gruñí y caminé en su dirección.

Escuché una risita por parte del chico ese, solo le di una mirada de advertencia y me fui a la oficina del director.

No sabía qué había hecho ahora, solo sabía que sea lo que sea no fue queriendo. Agh, esto no se verá bien en mi currículum.

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