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Nueva vida

Se aferró fuertemente al borde del asiento mientras el avión descendía, su corazón palpitaba de emoción. A pesar de que su divorcio era reciente, se obligó a sonreír, a mantener la mirada en el futuro. Y era ese futuro, el que estaba a punto de sonreírle, el que se abriría ante ella como un lienzo en blanco en cuanto el avión aterrizará en Zúrich.

Un torrente de emoción la invadió mientras pisaba tierras europeas. La brisa fresca le acarició el rostro, dándole la bienvenida, impregnándola de aromas nuevos y exóticos. Era magnífico, un mundo desconocido, lleno de posibilidades infinitas.

Inmediatamente, pidió un taxi, el cual la condujo por las calles de Zúrich, un paisaje urbano que la dejó sin aliento a medida que más lo transitaban. Las montañas se elevaban majestuosas en el horizonte, como guardianes de esta nueva aventura. Y los lagos eran cristalinos, reflejando el azul del cielo, como un enorme espejo de paz, de la misma paz que anhelaba encontrar.

Con cada curva del camino, la esperanza crecía en su interior. Olía a futuro, a nuevos comienzos. Un futuro incierto, sí, pero que prometía ser emocionante y lleno de sorpresas.

Al entrar al apartamento quedó boquiabierta. Su amiga Mónica le había informado que aquel era un hermoso sitio para vivir, pero no esperaba que fuese tan lujoso. El apartamento era mucho más espacioso de lo que había esperado. Contaba con dos dormitorios, un baño, una sala de estar y una cocina. Las ventanas se encontraban abiertas y Ashley pudo escuchar el murmullo de la ciudad en pleno día.

La joven caminó por el lugar, explorando cada habitación. La sala de estar era acogedora, con una chimenea y un sofá grande. La cocina estaba bien equipada con electrodomésticos modernos. Y los dormitorios eran espaciosos y luminosos.

«Su amiga había exagerado un poco con eso de mantenerla cómoda», pensó enormemente agradecida con Mónica.

Ashley no pudo evitar llamar a su amiga. Debía agradecerle por el gesto. Después de todo era la única persona que se había preocupado por ella.

—¡Mónica, este sitio es increíble!—dijo emocionada cuando la mujer atendió la llamada telefónica.

—Me alegra que te gustará.

—¿Cómo no va a gustarme? ¡Por Dios, esto es demasiado!

—No te preocupes por nada. Solamente tómalo como un regalo.

—No, Mónica. Te pagaré en cuanto pueda—negó renuente a aceptar semejante gesto.

Aunque sabía que su amiga era exageradamente rica, no podía permitirse vivir a sus expensas.

—Ya sabes que esto no es nada para mi familia. Es como comprar golosinas—señaló sin el afán de ofenderla.

—Lo sé. Alguna vez también tuve esa clase de vida—contestó con melancolía, recordando su herencia perdida. Todo por haberse involucrado con un canalla.

—Oh, vamos, no te deprimas—la regañó su amiga—. Mejor instálate, y más tarde pasaré por ti. Te llevaré a que conozcas una de las mejores discotecas de Zúrich.

Ashley intentó negarse, puesto que estaba recién llegada y no quería comenzar su nueva vida de esa forma tan agitada. Sin embargo, su amiga no le permitió decir que no, alegando que el divorcio había que celebrarlo. Y Ashley terminó concluyendo que tenía razón, no se quedaría encerrada en casa pensando en su corazón roto.

[...]

Era de noche y Ashley se sentía indecisa. No dejaba de mirarse en el espejo, sin sentirse muy convencida del atuendo que había seleccionado. Se había puesto un vestido corto y ajustado de color rojo. El vestido tenía un escote pronunciado que mostraba sus pechos voluptuosos, y además tenía una abertura en la parte trasera que dejaba al descubierto sus largas piernas.

Ashley se puso unos zapatos de tacón alto negros que le hacían lucir aún más alta y sexy. La idea de esa noche era arrasar en la discoteca y creía que estaba lista para hacerlo.

—Te estoy esperando abajo—avisó su amiga Mónica.

Luego de aquella notificación, tomó su cartera y salió del departamento. Esa noche la disfrutaría en grande, se prometió.

Ashley y Mónica entraron en la discoteca, el lugar era oscuro y ruidoso. La música se encontraba a todo volumen haciendo que fuese difícil hablar. Mientras que la luz estroboscópica parpadea por todo el lugar, creando un ambiente de fiesta.

—Solo relájate—le animó su amiga al notarla tensa. De pronto, Ashley había empezado a sentirse nerviosa.

La joven respiró profundamente y se animó a mostrarse segura de sí misma, a pesar de que ya no se sentía muy convencida de la elección de su vestido. En ese lugar había muchas personas, muchas mujeres más hermosas que ella.

Ashley de alguna manera se sentía diminuta.

«¡Eres poca cosa!», recordó las palabras de su exsuegra.

Desechando esos pensamientos, se concentró en observar el lugar. La pista de baile estaba llena de gente bailando y divirtiéndose. Y en las mesas, la gente charlaba y bebía gustosamente de sus copas.

«Nadie me está prestando atención», se dijo tratando de convencerse de que nadie se burlaría de ella.

Mónica, notando lo pensativa que estaba Ashley, le alentó a divertirse.

—¡Vamos, Ashley! ¡Hoy estamos aquí para celebrar tu divorcio!

—Sí, tienes razón.—sonrió.

De esa forma, bailaron durante un rato hasta que necesitaron un descanso. Se acercaron a la barra para pedir algo para beber y así refrescarse.

Apenas estaban haciendo su pedido cuando un hombre se acercó a Ashley. Era alto y atractivo, con el pelo negro y los ojos marrones.

—Hola, ¿te puedo invitar a una copa?

Ashley lo miró con dudas, antes de sonreír a modo de disculpas.

—Gracias, pero no.

—¿Por qué no?

—Porque no estoy interesada.

El individuo pareció sorprenderse, mientras Mónica veía la escena un tanto divertida.

—¿No estás interesada?

—No.

Luego de aquella respuesta tan tajante, no tuvo más opción que alejarse.

—Oh, vamos, Ashley. No todos los hombres son tu enemigo.

—No estoy diciendo que lo sean, pero no quiero volver a enamorarme. La simple idea me aterra.

—Oye, pero no se necesita estar enamorada para pasar un buen rato—le alentó con picardía.

Ashley negó, ella no era de esas.

Las amigas volvieron a bailar, y el hombre no se acercó de nuevo.

Ashley estaba disfrutando de la noche, pero no podía dejar de pensar en el sujeto que la invitó a bailar.

«¿Qué hubiese pasado si aceptaba?», se preguntó. Lo cierto era que ya no tenía forma de saberlo.

A medida que avanzaba la noche, Ashley se sentía más y más cansada. Así que decidió que era el momento de irse.

—¿Te vas ya?

—Sí. No me siento bien.

—Espera.

Mónica notó que el rostro de su amiga estaba pálido y se preocupó de inmediato.

—Te ves pálida—le señaló tomándola del brazo.

En ese momento, el equilibrio de Ashley flaqueó, haciendo que se derrumbara.

—¡Ayuda, por favor!—suplicó Mónica, al ver a su amiga inconsciente entre sus brazos.

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