Capítulo 1
-Adriana pronto se casará con Percy Stuart.- comunica mi padre con voz ponderada pero solemne, acompañada de una mirada imperturbable. Como si acabara de firmar un contrato.
Me quedo estupefacto. Necesito unos segundos antes de darme cuenta de sus palabras. Y soy lo suficientemente ingenuo como para creer -o al menos esperar- en un malentendido, en una falta de atención a su discurso. Me convenzo de que no escuché esas palabras salir de su boca. Que no escuché ese nombre acercándose al mío.
Sin embargo, una vocecita dentro de mí me empuja a pedir explicaciones más detalladas.
-¿C-Cómo?- Tartamudeé mirando hacia arriba, que por un momento quedó atrapado en mi plato, mientras mi cerebro estudiaba cada eventualidad posible.
-Exactamente lo que escuchaste.- repite con voz tranquila. Una calma que se desmorona fácilmente si se la contradice. Prueba de ello es la pared destrozada del salón, debido a su incontenible lanzamiento de jarrones.
Tenía cinco años cuando lo vi hacerlo por primera vez y nada podría haberme traumatizado más. Una vez llegó incluso al televisor de plasma, y mi madre y yo tuvimos que volver a comprarlo.
De repente siento cuerdas vocales rígidas, dos trozos de madera, dos puertas cerradas. Pero me muero por gritarle en la cara, decirle que eso nunca sucederá, que puede olvidarlo, que no le daré mi vida a ese loco loco. Pero luego respiro profundamente, sabiendo que eso sólo desencadenaría una reacción violenta en él.
Por eso prefiero seguir un camino más diplomático, más civilizado, más racional, aunque en este momento me resulte realmente difícil.
-¿Puedo saber por qué?- digo con la voz entrecortada por la agitación, y no sé cómo logro contener las lágrimas, que empujan con fuerza las puntas de mis ojos, rogándome que salga.
Mi madre bebe una copa de vino blanco, chardonnay, su favorito. Si bien su frente está
- extrañamente - relajada y relajada… algo no anda bien, o tal vez ya era consciente de ello.
Si es así...
¿Cómo podría ocultármelo? ¿Cómo podría negarme que conocía una noticia tan importante?
Estamos hablando de una boda, no de ir al carnicero a comprar un trozo de carne.
Papá habla de nuevo.
-No hagas preguntas estúpidas, Adriana. ¿Qué razón debería haber detrás de un matrimonio, sino negocios? Pensé que eras más inteligente después de todo el dinero que invertí en hacerte estudiar en las mejores escuelas.-
En una sola frase me llamó idiota, ingrata y poco concluyente. No creo que haya palabras más feas para dirigirle a una hija, y aunque estoy acostumbrado a su insensibilidad, no puedo evitar tragarme un trozo de arrepentimiento.
En mi vida él siempre lo ha elegido para mí. Él siempre ha tomado decisiones que dependían de mí y yo nunca me he opuesto. Siempre he acatado sus imposiciones, sin oponerme a ellas, aun cuando tenía todo el derecho a hacerlo. Y ahora sale diciendo que tengo que casarme con Percy Stuart, sin preguntarme si estoy de acuerdo o no. Como si fuera un peón, un esclavo a la vista. Como si mis sentimientos no importaran, como si yo no existiera. Apenas puedo contener el vómito.
-N-no quiero.- susurro de repente sin haberle dado permiso a mi boca para hablar. Salió de forma espontánea, natural, como si mi corazón hubiera tomado las riendas de la situación.
Mi padre continúa comiendo en silencio, sin importarle mi juicio... casi como si no me hubiera escuchado. Como si un fantasma hubiera estado hablando, y por un lado me siento relajado, por el otro quiero reiterar mi concepto nuevamente.
-No me casaré con Percy.- Digo esta vez con más convicción en mi tono. Hago alarde de una seguridad ficticia que no existe en mi forma de ser. En veintiún años nunca (y quiero decir nunca) he contradicho a mi padre, al menos no en su presencia. Tenía demasiado miedo de que me intimidara o me castigara. Y ya me bastaban las terribles riñas que tuve que presenciar entre él y mi madre.
Momentos que me hubiera gustado censurar a la pequeña Milla.
Mi padre está cortando besugo con cubiertos, sin dignarse una mirada, una palabra, un movimiento de cabeza, nada. Está evitando deliberadamente mis palabras. No quiere prestarme atención, como si mi voluntad fuera irrelevante.
Después de todo, si me vendió a Percy con esta facilidad y superficialidad, no creo que tenga ningún escrúpulo de conciencia.
Muevo mis iris verdes hacia mi madre, casi mecánicamente, como buscando apoyo, apoyo. Pero sus ojos marrones se mueven con astucia y altivez, tratando de convencerme de que acepte sin decir una palabra.
¿Qué? ¿Entendió siquiera el significado de las palabras de papá? Quiere que me case contra mi voluntad. Incluso con Percy, la última persona con la que quería casarme en este mundo.
Y Dios, cómo odio a la familia Stuart, como odio a la mía… son idénticos, destacan, incluso podríamos cambiarnos y nadie se daría cuenta de nada.
-Papá, ¿me escuchaste?- Intento por enésima vez hacer valer mi persona, mi idea, mi deseo en este sentido.
Finalmente levanta sus ojos verdes como los míos. Ella me mira fijamente sin mover un músculo de su rostro, y de repente tengo miedo, miedo de haber ido demasiado lejos, de haberme metido en aguas demasiado peligrosas, pero ahora que estoy aquí, puedo. Para escapar, tengo que luchar, luchar por mi libertad.
-Y oigamos… ¿por qué no te quieres casar con él?- pregunta aburrido, mientras yo dejo escapar el aire que no me di cuenta que estaba conteniendo.
-Porque no lo amo.- Utilizo la respuesta más obvia de este mundo, como si me hubiera preguntado cuánto son dos y dos, o elegir entre helado o sopa en una tarde de verano. Una respuesta trivial, pero veraz.
Se ríe amargamente, echando la cabeza hacia atrás, como si le acabara de contar un chiste o me hubiera disfrazado de payaso. Estoy literalmente consternado por su comportamiento.
Él acerca su cabeza incluso secándose las lágrimas de sus ojos por tanta risa.
-Tú… ¿realmente crees que detrás de un matrimonio hay amor?- vuelve a soltar una carcajada, esta vez más fuerte. Mientras mamá se lame los labios cubiertos con lápiz labial color ladrillo, manteniéndolo neutral.
-Sabía que todos esos libritos que guardas como trofeos en tu habitación sólo confundirían tus ideas.- me denigra con bravuconería.
Y me siento tocado directamente en el orgullo.
Esta vez presionó una tecla demasiado delicada.
No es asunto tuyo lo que leo o lo que no leo.
-Prefiero seguir los ideales que hay en esos libros que los tuyos sinceramente.- Escupo enojado. Ya no puedo evitar responderle como se merece.
De repente, golpea la mesa con su poderosa mano, haciendo tintinear tenedores y vasos, lo que nos hace a mi madre y a mí saltar hacia atrás.
-¡No te atrevas a dirigirte a mí en ese tono!- grita fuera de sí con los ojos desorbitados y una vena en el cuello. Aprieto mis piernas, tratando de obligarme a defenderme.
-Créeme que no lo haría, si dijera cosas más sensatas.- y ni siquiera sé de dónde sacó ese coraje. Quizás porque mi vida, mi futuro, está en juego. Las apuestas son altas. Y no quiero enviar todavía.
Una bofetada me vuelve la cara. Las lágrimas finalmente encuentran su camino por mi rostro. Miro al suelo sintiendo el sabor metálico de la sangre en mi boca. Es la primera bofetada que recibo de él, pero se siente como la última de una larga lista.
Con la mejilla todavía roja y dolorida, levanto la cabeza.
-En mis libros, los padres tratan a sus hijas como princesas y nunca usan la violencia contra ellas.- Estalla, levantándome y luego corriendo escaleras abajo, directo a mi habitación. Las lágrimas no dejan de fluir mientras la sangre mancha las comisuras de mis labios.