Capítulo II. La llegada de un espía.
Mientras subía en el ascensor no paraba de reír, como me encantaría que mi relación con Walter fuera como la que tenían Christine y Bruno, o mis padres, pero por ahora no lo había logrado, tendría que seguir intentándolo.
- "Buenos días Coral, creo que el señor Barone me está esperando."- le dije con mi voz de empleada competente.
- "Si hace ya dos horas, pero me dijo Christine que estabas enferma, ¿Qué haces aquí ahora?."- dijo la asistente con imparcialidad.
Coral no era el alma de las fiestas, y era hasta antipática, pero era una de las mejores asistentes de la empresa después de mi Christine, claro.
- "Ya me repuse, así que me quedaré hasta tarde para suplir las horas que no asistí."- le dije seria, esperando que me dejara pasar al despacho.
Coral me miró con esa mirada de mujer de cincuenta años, que está de vuelta de todo. Su mirada me decía que claro que debía de quedarme y cumplir con mis obligaciones. Esa intransigente mujer sería el sueño de cualquier empresario japones.
- "Ahora está con alguien, lo avisaré por si te deja pasar."- le dijo cogiendo el teléfono para hablar con su jefe. - "Señor Barone, está aquí Caroline Miller, acaba de llegar a la empresa, ¿La hago pasar? ¿o le digo que ...? De acuerdo señor Barone, ahora mismo la paso."- oí como la asistente hablaba con mi jefe. - "Señorita Barone, puede pasar"- me dijo al colgar el teléfono.
Caminé esta la puerta del despacho de mi jefe, y toqué en la puerta antes de entrar, esperando oir que se me diera paso. Yo tengo claro que, aunque soy uno de los herederos de esta empresa, y de muchas bajo el nombre Miller, este es mi trabajo, y como tal yo debo respetar a mi superior directo, esa fue una de las muchas enseñanzas que mis padres nos dieron, valorar a nuestros empleados.
- "Adelante"- oí la voz con marcado acento italiano de mi jefe.
- "Que pasa Bruno, sé que me adoras, pero... ¿Qué haces tú aquí?"- mis bromas al entrar se borraron totalmente al ver a la persona que estaba sentada en el sillón al lado de Bruno, junto a otro hombre trajeado que se encontraba de pie.
- "¡Que alegría Wendy!, yo también te he echado de menos, y sí, estoy muy bien, y mejor de lo que vas a estar tú cuando te comuniqué que trasladé la cede central a Londres. ¿No estas feliz?"- me dijo el primer hombre que quise en mi vida y que querré siempre, pese a ser una maldita pesadilla, porque hemos estado juntos toda la vida.
- "¡Mierda!"- dije antes de acercarme al él, y darle un pisotón, como cuando éramos niños.
Había vivido dos años lejos de los controladores y sobreprotectores varones Miller, y de nuevo, uno de ellos me había alcanzado, el más psicópata y obsesivo de todos, mi hermano Roy William Miller, Arturo. Mi padre había mandado a un espía para saber de mi vida, y eso, por mucho que me dije que Arturo que no era así, nadie lo iba a creer, ni él mismo. Mis días tranquilos habían acabado, de una manera miserable. Así que los gruñidos de dolor de mi hermano, mientras me decían que estaba loca, haciendo que las dos personas que estaban allí trataran de no reírse del CEO del grupo Miller, no me servían para calmar la ansiedad que sentía, ni lo más mínimo.
Lógicamente la llamada a mi madre era inevitable. Mientras me quejaba amargamente, mi miedo estaba centrado principalmente, en lo que podría hacer Roy, para descubrirme. Y terminar de romper así la relación que tenía con mi esposo. Sabía que en esta relación la que había hecho mal era yo, al no ser sincera con él, y contarle quién era.
Pero también jugaba con una baza que tenía a mi favor y prevista, aunque fuera un arma de doble filo, y no es otra cosa que la capacidad que tiene Roy de ser fiel a los suyos. Mi hermano, tiene una característica muy marcada que, le viene de por defecto desde su nacimiento, la protección de la gente que ama. Desde que éramos niños era capaz de soportar los castigos, que yo me merecía, con tal de protegerme de nuestros padres.
Por un lado, esto me demostraba que mi hermano nunca me haría daño de forma consciente, y que siempre podría confiar en él. Pero por otro, le daba la opción a asumir, papeles que no le correspondían como, por ejemplo, lo que estaba haciendo en estos momentos.
Nunca olvidaré las veces que tanto Amelia, mi hermana, Connelly, la hija de mis padrinos, que también considero como mi hermana pequeña, y finalmente yo, éramos vigiladas por mis hermanos, el hermano de Connelly, e incluso sus dos mejores amigos, Lean y Gavin, cuando salíamos con nuestras amigas simplemente de fiesta.
No había un hombre que se nos acercara, que no fuera advertido de las consecuencias que podría tener solo pensar en pedirnos nuestros números de teléfono, o Instagram o lo que fuera. Así de controladas estábamos, por último, muchas de nuestras amigas dejaron de salir con nosotras, porque les espantábamos los ligues.
Y lo peor es que esta actitud machista y retrograda era aplaudida, a escondidas de mi madre y mi tía Kimberly, por mi tío Jason y mi padre, que la verse descubiertos por sus mujeres, muy convenientemente reprendían ligeramente a sus hijos, por no dejar respirar a sus hermanas.
Todo muy lógico como veréis. Justo por eso, nosotras aprendimos a ir directamente al ser más influyentes de las dos familias, nuestras madres, para así poder castigar a “los salvajes” que querían controlarnos.
-” Y esta ocasión no iba a ser diferente”- me dije, mientras comenzaba a usar mi tono de voz de ofendida y maltratada hija, con mi madre.
Yo sabía que, ante la tremenda queja de su hija mayor, ya no le quedaba duda que mi padre, su marido, seguro estaba metido de por medio, y así a los controladores hombres Miller, no me la quedaba que someterse, o morir.
O al menos eso esperaba, porque si todo se descubría por culpa de Roy, iba a morir seguro, bajo mi mano, entre terribles sufrimientos, eso lo tenía claro.