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Capítulo 3

— ¿Qué haces tan lejos de casa? — pregunta con su voz profunda. Aparto la mirada de su rostro y trato de fingir indiferencia.

— ¿Quieres la verdad o una excusa? Le pregunto y él sonríe de reojo.

— La verdad, siempre.

—Me sentía solo. — Me encojo de hombros, miro al suelo y arrastro mi bota por el suelo. — Creo que extraño a mi hermana. - No me gusta hablar de eso; Parece que estoy triste porque se mudó. Pero es sólo la soledad la que habla más fuerte.

- Ah entiendo. Estaban muy apegados el uno al otro. — comenta, tocándose el sombrero; Parece ser un tipo de tic cuando estás nervioso o molesto.

- Si, estabamos. Quiero decir, lo somos. Es sólo que... La ganadería es muy grande y a veces solitaria. — Parece relajarse un poco y acercarse a mí.

— Eres muy popular, Zara. No deberías sentirte solo; tiene muchos amigos. — Habla un poco avergonzado.

— Lo sé, pero extraño la complicidad que tuve con ella, el lleno total.

— Puedes ir a casa de mis padres cuando quieras para ver a Bella. — Ofrece, y lo miro sonriendo.

— Bella y Rose son algunas de mis mejores amigas. Si no fuera por ellos, creo que me habría vuelto loco. — Solté una carcajada.

— No seas tan dramático. —Me regaña.

— No soy dramático, Ramón. — Hago un puchero y él intenta contener la risa, pero falla, soltando una carcajada.

—¡Ramón! ¿Cuál es la diversión? Pregunto, mirándolo enojado.

- Estás haciendo pucheros. — Mira mis labios. Y me avergüenzo, apartando la mirada de él.

— No estoy haciendo pucheros. — Intento evitar hacer pucheros. Y luego cambio de tema.

— ¿Vas al Vale do Café?

— Sí. Estaba pensando en salir a tomar algo y despejarme un poco. — comenta metiéndose las manos en los bolsillos.

- Bien. No perturbaré tu viaje. — digo, avanzando.

— Se hace tarde para recorrer este camino sola, Zara. ¿Hacia donde vas? — pregunta mostrando preocupación.

— Estaba pensando en ir al árbol de mango que está en el camino, solo para caminar un poco. — mira la distancia del lugar y la hora en su reloj.

— ¿Puedo acompañarte? — pregunta tomándome por sorpresa.

- No quiero molestarte.

— No te molestará. - él responde.

- Entonces todo bien. — caminábamos uno al lado del otro, en un silencio incómodo.

— Uno de los caballos que entrenas en la yeguada participará en la competencia de la fiesta de empeño de este mes, ¿verdad? — Comento la fiesta peatonal en Vale do Café, toda la ciudad está muy emocionada por las fiestas y esperan atraer a muchos turistas.

— Sí, lo estamos deseando. Pero sé que a Ringo le irá bien. Es uno de los mejores mangalargas que tiene su padre en la yeguada, y con Edison hacen una gran dupla. — Edison fue elegido para participar en el concurso.

— Me sorprende que no quieras participar. —Termino expresando mis dudas.

— Creo que soy como Eloá; No me gusta ser el centro de atención. Me gusta domar caballos, entrenar al equipo. Lo encuentro mucho más gratificante.

— Se nota tu pasión por los caballos. — digo sonriendo.

—Es un problema familiar. —me sonríe.

— Y no se puede negar que a tu padre le encanta domesticar. Se nota su dedicación, incluso después de años de trabajar en la ganadería.

—Dicen que es algo de nacimiento. Todo lo que sé lo aprendí de mi padre. Eso sí, me especialicé con algunos cursos y mucha formación para llegar a donde estoy. — nos detuvimos cerca del árbol de mango. Ramón busca una fruta madura en el árbol. Es tan alto que no necesita hacer ningún esfuerzo para alcanzarla. Me lo entrega y sonrío.

- Gracias. — Termino dándole un mordisco y emito un gemido.

- Es muy dulce. Intentalo. — Acerco la manga a sus labios. Aprieta mis dedos y se lleva la fruta a la boca, y soy yo quien mantiene la boca abierta, sintiendo el toque de sus dedos sobre los míos, cubriéndolos. Trago fuerte mientras él chupa su manga con tanta entusiasmo, mirándome, que no puedo apartar la mirada en ningún momento. Cuando está satisfecho, suelta mis dedos. Y límpiate la boca con el dorso de la mano.

— Tienes razón, es muy dulce. — Me quedo sin aliento, sin palabras, con solo mirar su boca. Su lengua sale y lame la comisura de sus labios.

—¿Qué pasó, Zara? ¿Mi boca todavía está sucia? — Me despierto del trance en el que me encontraba.

— No… um… es… yo… — Estoy completamente desconcertada, sin palabras. Para evitar tener que explicar lo que no tiene explicación, me llevo la manga a la boca y aparto la mirada de la suya. Fingí que todo estaba bien. Cuando termino, tiro la cáscara.

— Ahora tengo las manos llenas de… — me interrumpe.

— Tengo agua en el auto. ¿Quieres lavarte las manos?

— Entonces, te lo agradecería mucho.

- Entonces vamos. — Lo sigo detrás de él. Y me siento como un idiota. Hacía tiempo que no estábamos así, en compañía del otro, durante tanto tiempo. Nos acercamos a su camioneta, toma una botella de agua y la abre. Extiendo mis manos, él echa agua y termino de limpiarme.

- Gracias.

- Por nada. — Me mira a la cara y sonríe.

- ¿Que pasó?

— Te ves hermosa a la luz de la luna. — Lo miro sin saber qué decir. Se acerca a mí y dejo escapar un suspiro.

—Aquí está sucio. — Toca la comisura de mi boca.

- Listo. — lo limpia con sus dedos gruesos. Cuando estaba a punto de alejar sus dedos, no lo dejé, acercando su mano a mi rostro, sintiendo la aspereza de su enorme mano.

— Ramón… — su nombre sale casi como una súplica.

—Sí, Zara. — Su voz es un poco ronca. Con valentía, me acerco a él.

— ¿Tú... sientes algo por mí? Pregunto, cerrando los ojos, queriendo sentir sus manos sobre mí.

—Zara. — Su voz es de reprimenda, pero no me aleja, solté su mano y recosté mi cabeza sobre su pecho, oliendo su maravilloso aroma.

— No me digas que estoy loco, Ramón. Sé que hay algo entre nosotros dos. — digo y escucho su corazón latir con fuerza. No me aleja, pero no me abraza. Su cuerpo está rígido, intenta respirar lentamente, pero siento que el aire sale rápidamente. Aprieta los puños a los costados.

— Ya sabes lo equivocada que está nuestra implicación, Zara. — dice enfurecido, dejando escapar un suspiro.

—No lo creo, Ramón. Simplemente estás poniendo obstáculos donde no los hay. — digo desesperada por que me deje acercarme. Hemos tenido esta conversación varias veces, pero siempre termina de la misma manera.

— Eres sólo una niña, yo ya tengo edad para serlo... — No lo dejo terminar.

— ¡TÚ NO ERES MI PADRE, RAMÓN! — grito, ya cansado de las mismas palabras.

— No eres nada mío. Por el amor de Dios, basta. — digo dejándolo y caminando hacia mi casa. Me agarra del brazo.

—Zara. Al menos podrías entender mi versión, ¡maldita sea! — dice irritado.

— ¿Sabes cuánto trato de resistirme? Te alejo por ser demasiado débil. Por no poder... — Me suelta cuando un coche nos pasa, manteniendo la distancia de espaldas a la carretera y a mí. Y eso me molesta.

—Ramón. — Lo llamo, y él continúa dándome la espalda.

—No, Zara. — dice, y al cabo de un rato, se gira en la dirección donde estoy.

—No pasará nada entre nosotros. Es demasiado complicado y no soy más que el empleado de tus padres. Así que, por el bien de ambos, olvídate de esta loca idea. — se toca el sombrero. Y respira profundamente.

- Vamos. Te llevaré a casa.

—No, me voy. —digo con mal humor.

— No me pongas a prueba, Zara. O te pongo en mi espalda, pero vienes conmigo. — Sin querer discutir más, me subo a su camioneta. Él lo pone en marcha y yo finjo que no está allí y que mi corazón, de nuevo, no está hecho jirones por su rechazo.

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